Queridos hermanos y hermanas:
«¡Bendito
sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
Padre de las misericordias y Dios de todo
consuelo, que nos consuela en cualquier
tribulación nuestra hasta el punto de poder
consolar nosotros a los demás en cualquier
lucha, mediante el consuelo con que nosotros
mismos somos consolados por Dios!» (2 Co
1,3-4).
Fueron estas palabras del apóstol Pablo las
que se me vinieron a la mente cuando pensaba
dirigirme a vosotros, hermanos cristianos de
Oriente Medio. Lo hago a las puertas de la
Navidad, a sabiendas de que para muchos de
vosotros las notas de los villancicos estarán
mezcladas con lágrimas y suspiros. Sin embargo,
el nacimiento del Hijo de Dios en nuestra carne
humana es un misterio inefable de consolación:
«Pues se ha manifestado la gracia de Dios, que
trae la salvación para todos los hombres» (Tt
2,11).
Por desgracia, nunca han faltado tribulación
ni aflicción en Oriente Medio tanto en el pasado
como recientemente. En los últimos meses se han
agravado debido a los conflictos que afligen a
la Región, pero especialmente por la actividad
de una reciente y preocupante organización
terrorista, de unas dimensiones nunca antes
vistas, que comete todo tipo de abusos y
prácticas inhumanas, golpeando especialmente a
aquellos de vosotros que han sido brutalmente
expulsados de sus tierras, en las que los
cristianos están presentes desde la época
apostólica.
Al dirigirme a vosotros, no puedo olvidarme
de otros grupos religiosos y étnicos que sufren
también la persecución y las consecuencias de
estos conflictos. Sigo cada día las noticias del
inmenso sufrimiento de tantas personas en
Oriente Medio. Pienso especialmente en los
niños, las madres, los ancianos, los desplazados
y refugiados, los que pasan hambre, los que
tienen que soportar la dureza del invierno sin
un techo bajo el que protegerse. Este
sufrimiento clama a Dios y apela al compromiso
de todos nosotros, con la oración y todo tipo de
iniciativas. Deseo hacer llegar a todos mi
cercanía y solidaridad, así como la de la
Iglesia, y dar una palabra de consuelo y
esperanza.
Queridos hermanos y hermanas, que con
valentía dais testimonio de Jesús en vuestra
tierra bendecida por el Señor, nuestro consuelo
y nuestra esperanza es Cristo. Por tanto, os
animo a permanecer unidos a Él, como los
sarmientos a la vid, seguros de que ni la
tribulación, la angustia o la persecución podrán
separarnos de Él (cf. Rm 8,35). Que la
prueba que estáis atravesando fortalezca vuestra
fe y fidelidad.
Rezo para que viváis la comunión fraterna a
ejemplo de la primera comunidad de Jerusalén. La
unidad querida por nuestro Señor es más
necesaria que nunca en estos tiempos difíciles;
es un don de Dios que interpela a nuestra
libertad y espera nuestra respuesta. Que la
Palabra de Dios, los sacramentos, la oración y
la fraternidad, alimenten y renueven
continuamente vuestras comunidades.
La situación en que vivís es una fuerte
llamada a la santidad de vida, como así lo han
atestiguado los santos y mártires de diversa
pertenencia eclesial. Recuerdo con afecto y
veneración a los Pastores y fieles a los que en
los últimos tiempos se les ha pedido el
sacrificio de la vida, a menudo por el mero
hecho de ser cristianos. También pienso en las
personas secuestradas, entre las cuales se
encuentran algunos Obispos ortodoxos y
sacerdotes de diversos ritos. ¡Ojalá puedan
volver pronto sanos y salvos a sus casas y
comunidades! Le pido a Dios que tanto
sufrimiento unido a la cruz del Señor dé frutos
abundantes para la Iglesia y los pueblos de
Oriente Medio.
En medio de las enemistades y los conflictos,
la comunión vivida entre vosotros, con
fraternidad y sencillez, es un signo del Reino
de Dios. Me alegro de las buenas relaciones y la
cooperación entre los Patriarcas de las Iglesias
orientales católicas y los Ortodoxos, así como
entre los fieles de las diversas Iglesias. El
sufrimiento que padecen los cristianos
constituye una aportación inestimable a la causa
de la unidad. Se trata del ecumenismo de la
sangre, que requiere abandonarse confiadamente a
la acción del Espíritu Santo.
¡Que podáis dar siempre testimonio de Jesús
en medio de las dificultades! Vuestra presencia
es valiosa para Oriente Medio. Sois un pequeño
rebaño, pero con una gran responsabilidad en la
tierra en que nació y se extendió el
cristianismo. Sois como la levadura en la masa.
Antes que cualquiera de las actividades de la
Iglesia en el ámbito de educativo, sanitario o
asistencial, tan valoradas por todos, la mayor
riqueza para la región son los cristianos, sois
vosotros. Gracias por vuestra perseverancia.
Vuestros intentos por colaborar con personas
de otras religiones, con judíos y musulmanes, es
otro signo del Reino de Dios. El diálogo
interreligioso es tanto más necesario cuanto más
difícil es la situación. No hay otro camino. El
diálogo basado en una actitud de apertura, en la
verdad y el amor, es también el mejor antídoto
contra la tentación del fundamentalismo
religioso, que es una amenaza para los creyentes
de todas las religiones. El diálogo es a la vez
un servicio a la justicia y una condición
necesaria para la tan deseada paz.
La mayor parte de vosotros vive en un
ambiente de mayoría musulmana. Podéis ayudar a
vuestros conciudadanos musulmanes a presentar
con discernimiento una imagen más auténtica del
Islam, como quieren muchos de ellos, que repiten
que el Islam es una religión de paz, que se
puede armonizar con el respeto de los derechos
humanos y favorecer la convivencia de todos.
Será algo bueno para ellos y para toda la
sociedad. La dramática situación que viven
nuestros hermanos cristianos en Irak, y también
los yazidíes y los miembros de otras comunidades
religiosas y étnicas, exige por parte de todos
los líderes religiosos una postura clara y
valiente, para condenar unánimemente y sin
rodeos esos crimines, y denunciar la práctica de
invocar la religión para justificarlos.
Queridos hermanos, casi todos vosotros sois
ciudadanos nativos de vuestros países y, por lo
tanto, tenéis el deber y el derecho de
participar plenamente en la vida y crecimiento
de vuestra nación. En la Región estáis llamados
a ser constructores de paz, de reconciliación y
desarrollo, a promover el diálogo, construir
puentes, según el espíritu de las
bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12), a
proclamar el evangelio de la paz, dispuestos a
colaborar con todas las autoridades nacionales e
internacionales.
Deseo expresar mi especial reconocimiento y
gratitud a todos vosotros, queridos hermanos
Patriarcas, Obispos, sacerdotes, religiosos y
religiosas, que acompañáis con solicitud el
camino de vuestras comunidades. ¡Qué preciosa es
la presencia y actividad de los que se han
consagrado totalmente al Señor y lo sirven en
los hermanos, especialmente en los más
necesitados, testimoniando su grandeza y su amor
infinito! ¡Qué importante es la presencia de los
Pastores junto a su rebaño, especialmente en los
momentos de dificultad!
A vosotros, jóvenes, os mando un abrazo
paternal. Rezo por vuestra fe, por vuestro
crecimiento humano y cristiano, y para que
vuestros mejores proyectos se cumplan. Y os
repito: «No tengáis miedo ni vergüenza de ser
cristianos. La relación con Jesús os hará
disponibles para colaborar sin reservas con
vuestros conciudadanos, con independencia de su
afiliación religiosa» (Exh. ap.
Ecclesia in Medio Oriente, 63).
A vosotros, ancianos, os hago llegar mis
sentimientos de aprecio. Sois la memoria de
vuestros pueblos; espero que esta memoria sea
semilla de crecimiento para las nuevas
generaciones.
Me gustaría alentar a aquellos de vosotros
que trabajan en las áreas tan importantes de la
caridad y de la educación. Admiro el trabajo que
estáis haciendo, especialmente a través de
Cáritas y con la ayuda de otras organizaciones
caritativas católicas de diferentes países,
ayudando a todos sin distinción. A través del
testimonio de la caridad, ofrecéis el apoyo más
valioso a la vida social y también contribuís a
la paz, de la que la Región está tan hambrienta
como de pan. Pero también en el ámbito de la
educación está en juego el futuro de la
sociedad. Qué importante es la educación en la
cultura del encuentro, del respeto de la
dignidad de la persona y del valor absoluto de
todo ser humano.
Queridos hermanos, aunque pocos en número,
sois protagonistas de la vida de la Iglesia y de
los países en los que vivís. Toda la Iglesia
está con vosotros y os apoya, con gran afecto y
estima por vuestras comunidades y vuestra
misión. Vamos a seguir ayudándoos con la oración
y otros medios disponibles.
Al mismo tiempo, sigo instando a la Comunidad
internacional para que venga en ayuda de
vuestras necesidades y de las otras minorías que
sufren; en primer lugar, promoviendo la paz a
través de la negociación y la actividad
diplomática, tratando de atajar y detener cuanto
antes la violencia que ya ha causado demasiado
daño. Reitero la más firme condena del tráfico
de armas. Necesitamos en cambio proyectos e
iniciativas de paz, para promover una solución
global a los problemas de la Región. ¿Hasta
cuándo tendrá que seguir sufriendo Oriente Medio
por la falta de paz? No podemos resignarnos a
los conflictos como si no fuera posible un
cambio. En sintonía con mi peregrinación a
Tierra Santa y el posterior encuentro de oración
en el Vaticano con los Presidentes israelita y
palestino, os invito a seguir orando por la paz
en Oriente Medio. Que quien se vio obligado a
abandonar sus tierras, pueda regresar y vivir
con dignidad y seguridad. Que la asistencia
humanitaria se incremente, siempre buscando el
bien de la persona y de cada país, respetando su
propia identidad, sin anteponer otros intereses.
Que toda la Iglesia y la Comunidad internacional
sean cada vez más conscientes de la importancia
de vuestra presencia en la Región.
Queridos hermanas y hermanos cristianos de
Oriente Medio, tenéis una gran responsabilidad y
no estáis solos frente a ella. Por eso he
querido escribiros para animaros y para deciros
lo valiosa que es vuestra presencia y vuestra
misión en esta tierra bendecida por el Señor.
Vuestro testimonio me hace mucho bien. Gracias.
Todos los días rezo por vosotros y vuestras
intenciones. Os doy las gracias porque sé que
vosotros, en vuestros sufrimientos, rezáis por
mí y por mi servicio a la Iglesia. Realmente
espero tener la gracia de ir en persona a
visitaros y confortaros. Que la Virgen María, la
Santísima Madre de Dios y Madre nuestra, os
acompañe y proteja siempre con su ternura. A
todos vosotros y a vuestras familias imparto la
Bendición Apostólica con el deseo de que viváis
la Santa Navidad en el amor y la paz de Cristo
Salvador.
Vaticano, 21 de diciembre, IV Domingo de
Adviento
Francisco