CARTA ENCÍCLICA
FRATELLI TUTTI
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE LA FRATERNIDAD Y LA AMISTAD SOCIAL
1.
«Fratelli tutti»[1],
escribía san Francisco de Asís para dirigirse a todos los hermanos y las
hermanas, y proponerles una forma de vida con sabor a Evangelio. De esos
consejos quiero destacar uno donde invita a un amor que va más allá de
las barreras de la geografía y del espacio. Allí declara feliz a quien
ame al otro «tanto a su hermano cuando está lejos de él como cuando está
junto a él»[2].
Con estas pocas y sencillas palabras expresó lo esencial de una
fraternidad abierta, que permite reconocer, valorar y amar a cada
persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo
donde haya nacido o donde habite.
2.
Este santo del amor fraterno, de la sencillez y de la alegría, que me
inspiró a escribir la encíclica Laudato
si’, vuelve
a motivarme para dedicar esta nueva encíclica a la fraternidad y a la
amistad social. Porque san Francisco, que se sentía hermano del sol, del
mar y del viento, se sabía todavía más unido a los que eran de su propia
carne. Sembró paz por todas partes y caminó cerca de los pobres, de los
abandonados, de los enfermos, de los descartados, de los últimos.
Sin fronteras
3.
Hay un episodio de su vida que nos muestra su corazón sin confines,
capaz de ir más allá de las distancias de procedencia, nacionalidad,
color o religión. Es su visita al Sultán Malik-el-Kamil, en Egipto, que
significó para él un gran esfuerzo debido a su pobreza, a los pocos
recursos que tenía, a la distancia y a las diferencias de idioma,
cultura y religión. Este viaje, en aquel momento histórico marcado por
las cruzadas, mostraba aún más la grandeza del amor tan amplio que
quería vivir, deseoso de abrazar a todos. La fidelidad a su Señor era
proporcional a su amor a los hermanos y a las hermanas. Sin desconocer
las dificultades y peligros, san Francisco fue al encuentro del Sultán
con la misma actitud que pedía a sus discípulos: que sin negar su
identidad, cuando fueran «entre sarracenos y otros infieles […] no
promuevan disputas ni controversias, sino que estén sometidos a toda
humana criatura por Dios»[3]. En
aquel contexto era un pedido extraordinario. Nos impresiona que
ochocientos años atrás Francisco invitara a evitar toda forma de
agresión o contienda y también a vivir un humilde y fraterno
“sometimiento”, incluso ante quienes no compartían su fe.
4.
Él no hacía la guerra dialéctica imponiendo doctrinas, sino que
comunicaba el amor de Dios. Había entendido que «Dios es amor, y el que
permanece en el amor permanece en Dios» (1 Jn 4,16). De
ese modo fue un padre fecundo que despertó el sueño de una sociedad
fraterna, porque «sólo el hombre que acepta acercarse a otros seres en
su movimiento propio, no para retenerlos en el suyo, sino para ayudarles
a ser más ellos mismos, se hace realmente padre»[4].
En aquel mundo plagado de torreones de vigilancia y de murallas
protectoras, las ciudades vivían guerras sangrientas entre familias
poderosas, al mismo tiempo que crecían las zonas miserables de las
periferias excluidas. Allí Francisco acogió la verdadera paz en su
interior, se liberó de todo deseo de dominio sobre los demás, se hizo
uno de los últimos y buscó vivir en armonía con todos. Él ha motivado
estas páginas.
5.
Las cuestiones relacionadas con la fraternidad y la amistad social han
estado siempre entre mis preocupaciones. Durante los últimos años me he
referido a ellas reiteradas veces y en diversos lugares. Quise recoger
en esta encíclica muchas de esas intervenciones situándolas en un
contexto más amplio de reflexión. Además, si en la redacción de la Laudato
si’ tuve
una fuente de inspiración en mi hermano Bartolomé, el Patriarca ortodoxo
que propuso con mucha fuerza el cuidado de la creación, en este caso me
sentí especialmente estimulado por el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, con
quien me encontré en Abu Dabi para recordar que Dios «ha creado todos
los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la
dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos entre ellos»[5]. No
se trató de un mero acto diplomático sino de una reflexión hecha en
diálogo y de un compromiso conjunto. Esta encíclica recoge y desarrolla
grandes temas planteados en aquel documento que firmamos juntos. También
acogí aquí, con mi propio lenguaje, numerosas cartas y documentos con
reflexiones que recibí de tantas personas y grupos de todo el mundo.
6.
Las siguientes páginas no pretenden resumir la doctrina sobre el amor
fraterno, sino detenerse en su dimensión universal, en su apertura a
todos. Entrego esta encíclica social como un humilde aporte a la
reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de
ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de
fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras. Si bien
la escribí desde mis convicciones cristianas, que me alientan y me
nutren, he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al
diálogo con todas las personas de buena voluntad.
7.
Asimismo, cuando estaba redactando esta carta, irrumpió de manera
inesperada la pandemia de Covid-19 que dejó al descubierto nuestras
falsas seguridades. Más allá de las diversas respuestas que dieron los
distintos países, se evidenció la incapacidad de actuar conjuntamente. A
pesar de estar hiperconectados, existía una fragmentación que volvía más
difícil resolver los problemas que nos afectan a todos. Si alguien cree
que sólo se trataba de hacer funcionar mejor lo que ya hacíamos, o que
el único mensaje es que debemos mejorar los sistemas y las reglas ya
existentes, está negando la realidad.
8.
Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de
cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial
de hermandad. Entre todos: «He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer
de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida
aisladamente. […] Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos
ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué
importante es soñar juntos! […] Solos se corre el riesgo de tener
espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen
juntos»[6].
Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne
humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno
con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia
voz, todos hermanos.
Capítulo primero
LAS SOMBRAS DE UN MUNDO CERRADO
9.
Sin pretender realizar un análisis exhaustivo ni poner en consideración
todos los aspectos de la realidad que vivimos, propongo sólo estar
atentos ante algunas tendencias del mundo actual que desfavorecen el
desarrollo de la fraternidad universal.
Sueños que se rompen en pedazos
10.
Durante décadas parecía que el mundo había aprendido de tantas guerras y
fracasos y se dirigía lentamente hacia diversas formas de integración.
Por ejemplo, avanzó el sueño de una Europa unida, capaz de reconocer
raíces comunes y de alegrarse con la diversidad que la habita.
Recordemos «la firme convicción de los Padres fundadores de la Unión
Europea, los cuales deseaban un futuro basado en la capacidad de
trabajar juntos para superar las divisiones, favoreciendo la paz y la
comunión entre todos los pueblos del continente»[7].También
tomó fuerza el anhelo de una integración latinoamericana y comenzaron a
darse algunos pasos. En otros países y regiones hubo intentos de
pacificación y acercamientos que lograron frutos y otros que parecían
promisorios.
11.
Pero la historia da muestras de estar volviendo atrás. Se encienden
conflictos anacrónicos que se consideraban superados, resurgen
nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos. En varios
países una idea de la unidad del pueblo y de la nación, penetrada por
diversas ideologías, crea nuevas formas de egoísmo y de pérdida del
sentido social enmascaradas bajo una supuesta defensa de los intereses
nacionales. Lo que nos recuerda que «cada generación ha de hacer suyas
las luchas y los logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas
más altas aún. Es el camino. El bien, como también el amor, la justicia
y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser
conquistados cada día. No es posible conformarse con lo que ya se ha
conseguido en el pasado e instalarse, y disfrutarlo como si esa
situación nos llevara a desconocer que todavía muchos hermanos nuestros
sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos»[8].
12.
“Abrirse al mundo” es una expresión que hoy ha sido cooptada por la
economía y las finanzas. Se refiere exclusivamente a la apertura a los
intereses extranjeros o a la libertad de los poderes económicos para
invertir sin trabas ni complicaciones en todos los países. Los
conflictos locales y el desinterés por el bien común son
instrumentalizados por la economía global para imponer un modelo
cultural único. Esta cultura unifica al mundo pero divide a las personas
y a las naciones, porque «la sociedad cada vez más globalizada nos hace
más cercanos, pero no más hermanos»[9].
Estamos más solos que nunca en este mundo masificado que hace prevalecer
los intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la
existencia. Hay más bien mercados, donde las personas cumplen roles de
consumidores o de espectadores. El avance de este globalismo favorece
normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos,
pero procura licuar las identidades de las regiones más débiles y
pobres, haciéndolas más vulnerables y dependientes. De este modo la
política se vuelve cada vez más frágil frente a los poderes económicos
transnacionales que aplican el “divide y reinarás”.
El fin de la conciencia histórica
13.
Por eso mismo se alienta también una pérdida del sentido de la historia
que disgrega todavía más. Se advierte la penetración cultural de una
especie de “deconstruccionismo”, donde la libertad humana pretende
construirlo todo desde cero. Deja en pie únicamente la necesidad de
consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de individualismo
sin contenidos. En esta línea se situaba un consejo que di a los
jóvenes: «Si una persona les hace una propuesta y les dice que ignoren
la historia, que no recojan la experiencia de los mayores, que
desprecien todo lo pasado y que sólo miren el futuro que ella les
ofrece, ¿no es una forma fácil de atraparlos con su propuesta para que
solamente hagan lo que ella les dice? Esa persona los necesita vacíos,
desarraigados, desconfiados de todo, para que sólo confíen en sus
promesas y se sometan a sus planes. Así funcionan las ideologías de
distintos colores, que destruyen —o de-construyen— todo lo que sea
diferente y de ese modo pueden reinar sin oposiciones. Para esto
necesitan jóvenes que desprecien la historia, que rechacen la riqueza
espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo de las
generaciones, que ignoren todo lo que los ha precedido»[10].
14.
Son las nuevas formas de colonización cultural. No nos olvidemos que
«los pueblos que enajenan su tradición, y por manía imitativa, violencia
impositiva, imperdonable negligencia o apatía, toleran que se les
arrebate el alma, pierden, junto con su fisonomía espiritual, su
consistencia moral y, finalmente, su independencia ideológica, económica
y política»[11].
Un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento
crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar
de sentido o manipular las grandes palabras. ¿Qué significan hoy algunas
expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido
manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de
dominación, como títulos vacíos de contenido que pueden servir para
justificar cualquier acción.
Sin un proyecto para todos
15.
La mejor manera de dominar y de avanzar sin límites es sembrar la
desesperanza y suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada detrás
de la defensa de algunos valores. Hoy en muchos países se utiliza el
mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar. Por diversos
caminos se niega a otros el derecho a existir y a opinar, y para ello se
acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos.
No se recoge su parte de verdad, sus valores, y de este modo la sociedad
se empobrece y se reduce a la prepotencia del más fuerte. La política ya
no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el
desarrollo de todos y el bien común, sino sólo recetas inmediatistas de marketing que
encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz. En
este juego mezquino de las descalificaciones, el debate es manipulado
hacia el estado permanente de cuestionamiento y confrontación.
16.
En esta pugna de intereses que nos enfrenta a todos contra todos, donde
vencer pasa a ser sinónimo de destruir, ¿cómo es posible levantar la
cabeza para reconocer al vecino o para ponerse al lado del que está
caído en el camino? Un proyecto con grandes objetivos para el desarrollo
de toda la humanidad hoy suena a delirio. Aumentan las distancias entre
nosotros, y la marcha dura y lenta hacia un mundo unido y más justo
sufre un nuevo y drástico retroceso.
17.
Cuidar el mundo que nos rodea y contiene es cuidarnos a nosotros mismos.
Pero necesitamos constituirnos en un “nosotros” que habita la casa
común. Ese cuidado no interesa a los poderes económicos que necesitan un
rédito rápido. Frecuentemente las voces que se levantan para la defensa
del medio ambiente son acalladas o ridiculizadas, disfrazando de
racionalidad lo que son sólo intereses particulares. En esta cultura que
estamos gestando, vacía, inmediatista y sin un proyecto común, «es
previsible que, ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya creando
un escenario favorable para nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles
reivindicaciones»[12].
El descarte mundial
18.
Partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una
selección que favorece a un sector humano digno de vivir sin límites. En
el fondo «no se considera ya a las personas como un valor primario que
hay que respetar y amparar, especialmente si son pobres o
discapacitadas, si “todavía no son útiles” —como los no nacidos—, o si
“ya no sirven” —como los ancianos—. Nos hemos hecho insensibles a
cualquier forma de despilfarro, comenzando por el de los alimentos, que
es uno de los más vergonzosos»[13].
19.
La falta de hijos, que provoca un envejecimiento de las poblaciones,
junto con el abandono de los ancianos a una dolorosa soledad, es un modo
sutil de expresar que todo termina con nosotros, que sólo cuentan
nuestros intereses individuales. Así, «objeto de descarte no es sólo el
alimento o los bienes superfluos, sino con frecuencia los mismos seres
humanos»[14]. Vimos
lo que sucedió con las personas mayores en algunos lugares del mundo a
causa del coronavirus. No tenían que morir así. Pero en realidad algo
semejante ya había ocurrido a causa de olas de calor y en otras
circunstancias: cruelmente descartados. No advertimos que aislar a los
ancianos y abandonarlos a cargo de otros sin un adecuado y cercano
acompañamiento de la familia, mutila y empobrece a la misma familia.
Además, termina privando a los jóvenes de ese necesario contacto con sus
raíces y con una sabiduría que la juventud por sí sola no puede
alcanzar.
20.
Este descarte se expresa de múltiples maneras, como en la obsesión por
reducir los costos laborales, que no advierte las graves consecuencias
que esto ocasiona, porque el desempleo que se produce tiene como efecto
directo expandir las fronteras de la pobreza[15]. El
descarte, además, asume formas miserables que creíamos superadas, como
el racismo, que se esconde y reaparece una y otra vez. Las expresiones
de racismo vuelven a avergonzarnos demostrando así que los supuestos
avances de la sociedad no son tan reales ni están asegurados para
siempre.
21.
Hay reglas económicas que resultaron eficaces para el crecimiento, pero
no así para el desarrollo humano integral[16].
Aumentó la riqueza, pero con inequidad, y así lo que ocurre es que
«nacen nuevas pobrezas»[17].
Cuando dicen que el mundo moderno redujo la pobreza, lo hacen midiéndola
con criterios de otras épocas no comparables con la realidad actual.
Porque en otros tiempos, por ejemplo, no tener acceso a la energía
eléctrica no era considerado un signo de pobreza ni generaba angustia.
La pobreza siempre se analiza y se entiende en el contexto de las
posibilidades reales de un momento histórico concreto.
Derechos humanos no suficientemente universales
22.
Muchas veces se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son
iguales para todos. El respeto de estos derechos «es condición previa
para el mismo desarrollo social y económico de un país. Cuando se
respeta la dignidad del hombre, y sus derechos son reconocidos y
tutelados, florece también la creatividad y el ingenio, y la
personalidad humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en favor
del bien común»[18].
Pero «observando con atención nuestras sociedades contemporáneas,
encontramos numerosas contradicciones que nos llevan a preguntarnos si
verdaderamente la igual dignidad de todos los seres humanos, proclamada
solemnemente hace 70 años, es reconocida, respetada, protegida y
promovida en todas las circunstancias. En el mundo de hoy persisten
numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones antropológicas
reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no
duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre. Mientras una
parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su propia
dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos
fundamentales ignorados o violados»[19].
¿Qué dice esto acerca de la igualdad de derechos fundada en la misma
dignidad humana?
23.
De modo semejante, la organización de las sociedades en todo el mundo
todavía está lejos de reflejar con claridad que las mujeres tienen
exactamente la misma dignidad e idénticos derechos que los varones. Se
afirma algo con las palabras, pero las decisiones y la realidad gritan
otro mensaje. Es un hecho que «doblemente pobres son las mujeres que
sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque
frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus
derechos»[20].
24.
Reconozcamos igualmente que, «a pesar de que la comunidad internacional
ha adoptado diversos acuerdos para poner fin a la esclavitud en todas
sus formas, y ha dispuesto varias estrategias para combatir este
fenómeno, todavía hay millones de personas —niños, hombres y mujeres de
todas las edades— privados de su libertad y obligados a vivir en
condiciones similares a la esclavitud. […] Hoy como ayer, en la raíz de
la esclavitud se encuentra una concepción de la persona humana que
admite que pueda ser tratada como un objeto. […] La persona humana,
creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad,
mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el
engaño o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio
y no como un fin». Las redes criminales «utilizan hábilmente las
modernas tecnologías informáticas para embaucar a jóvenes y niños en
todas las partes del mundo»[21].
La aberración no tiene límites cuando se somete a mujeres, luego
forzadas a abortar. Un acto abominable que llega incluso al secuestro
con el fin de vender sus órganos. Esto convierte a la trata de personas
y a otras formas actuales de esclavitud en un problema mundial que
necesita ser tomado en serio por la humanidad en su conjunto, porque
«como las organizaciones criminales utilizan redes globales para lograr
sus objetivos, la acción para derrotar a este fenómeno requiere un
esfuerzo conjunto y también global por parte de los diferentes agentes
que conforman la sociedad»[22].
Conflicto y miedo
25.
Guerras, atentados, persecuciones por motivos raciales o religiosos, y
tantas afrentas contra la dignidad humana se juzgan de diversas maneras
según convengan o no a determinados intereses, fundamentalmente
económicos. Lo que es verdad cuando conviene a un poderoso deja de serlo
cuando ya no le beneficia. Estas situaciones de violencia van
«multiplicándose dolorosamente en muchas regiones del mundo, hasta
asumir las formas de la que podría llamar una “tercera guerra mundial en
etapas”»[23].
26.
Esto no llama la atención si advertimos la ausencia de horizontes que
nos congreguen, porque en toda guerra lo que aparece en ruinas es «el
mismo proyecto de fraternidad, inscrito en la vocación de la familia
humana», por lo que «cualquier situación de amenaza alimenta la
desconfianza y el repliegue»[24].
Así, nuestro mundo avanza en una dicotomía sin sentido con la pretensión
de «garantizar la estabilidad y la paz en base a una falsa seguridad
sustentada por una mentalidad de miedo y desconfianza»[25].
27.
Paradójicamente, hay miedos ancestrales que no han sido superados por el
desarrollo tecnológico; es más, han sabido esconderse y potenciarse
detrás de nuevas tecnologías. Aun hoy, detrás de la muralla de la
antigua ciudad está el abismo, el territorio de lo desconocido, el
desierto. Lo que proceda de allí no es confiable porque no es conocido,
no es familiar, no pertenece a la aldea. Es el territorio de lo
“bárbaro”, del cual hay que defenderse a costa de lo que sea. Por
consiguiente, se crean nuevas barreras para la autopreservación, de
manera que deja de existir el mundo y únicamente existe “mi” mundo,
hasta el punto de que muchos dejan de ser considerados seres humanos con
una dignidad inalienable y pasan a ser sólo “ellos”. Reaparece «la
tentación de hacer una cultura de muros, de levantar muros, muros en el
corazón, muros en la tierra para evitar este encuentro con otras
culturas, con otras personas. Y cualquiera que levante un muro, quien
construya un muro, terminará siendo un esclavo dentro de los muros que
ha construido, sin horizontes. Porque le falta esta alteridad»[26].
28.
La soledad, los miedos y la inseguridad de tantas personas que se
sienten abandonadas por el sistema, hacen que se vaya creando un terreno
fértil para las mafias. Porque ellas se afirman presentándose como
“protectoras” de los olvidados, muchas veces a través de diversas
ayudas, mientras persiguen sus intereses criminales. Hay una pedagogía
típicamente mafiosa que, con una falsa mística comunitaria, crea lazos
de dependencia y de subordinación de los que es muy difícil liberarse.
Globalización y progreso sin un rumbo común
29.
Con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb no ignoramos los avances positivos que
se dieron en la ciencia, la tecnología, la medicina, la industria y el
bienestar, sobre todo en los países desarrollados. No obstante,
«subrayamos que, junto a tales progresos históricos, grandes y valiosos,
se constata un deterioro de la ética, que condiciona la acción
internacional, y un debilitamiento de los valores espirituales y del
sentido de responsabilidad. Todo eso contribuye a que se difunda una
sensación general de frustración, de soledad y de desesperación. […]
Nacen focos de tensión y se acumulan armas y municiones, en una
situación mundial dominada por la incertidumbre, la desilusión y el
miedo al futuro y controlada por intereses económicos miopes». También
señalamos «las fuertes crisis políticas, la injusticia y la falta de una
distribución equitativa de los recursos naturales. […] Con respecto a
las crisis que llevan a la muerte a millones de niños, reducidos ya a
esqueletos humanos —a causa de la pobreza y del hambre—, reina un
silencio internacional inaceptable»[27].
Ante este panorama, si bien nos cautivan muchos avances, no advertimos
un rumbo realmente humano.
30.
En el mundo actual los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad
se debilitan, y el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece
una utopía de otras épocas. Vemos cómo impera una indiferencia cómoda,
fría y globalizada, hija de una profunda desilusión que se esconde
detrás del engaño de una ilusión: creer que podemos ser todopoderosos y
olvidar que estamos todos en la misma barca. Este desengaño que deja
atrás los grandes valores fraternos lleva «a una especie de cinismo.
Esta es la tentación que nosotros tenemos delante, si vamos por este
camino de la desilusión o de la decepción. […] El aislamiento y la
cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino
para devolver esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía,
la cultura del encuentro. El aislamiento, no; cercanía, sí. Cultura del
enfrentamiento, no; cultura del encuentro, sí»[28].
31.
En este mundo que corre sin un rumbo común, se respira una atmósfera
donde «la distancia entre la obsesión por el propio bienestar y la
felicidad compartida de la humanidad se amplía hasta tal punto que da la
impresión de que se está produciendo un verdadero cisma entre el
individuo y la comunidad humana. […] Porque una cosa es sentirse
obligados a vivir juntos, y otra muy diferente es apreciar la riqueza y
la belleza de las semillas de la vida en común que hay que buscar y
cultivar juntos»[29]. Avanza
la tecnología sin pausa, pero «¡qué bonito sería si al crecimiento de
las innovaciones científicas y tecnológicas correspondiera también una
equidad y una inclusión social cada vez mayores! ¡Qué bonito sería que a
medida que descubrimos nuevos planetas lejanos, volviéramos a descubrir
las necesidades del hermano o de la hermana en órbita alrededor de mí!»[30].
Las pandemias y otros flagelos de la historia
32.
Es verdad que una tragedia global como la pandemia de Covid-19 despertó
durante un tiempo la consciencia de ser una comunidad mundial que navega
en una misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Recordamos
que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos. Por
eso dije que «la tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al
descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos
construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades.
[…] Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los
que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer
aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa bendita pertenencia
común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de
hermanos»[31].
33.
El mundo avanzaba de manera implacable hacia una economía que,
utilizando los avances tecnológicos, procuraba reducir los “costos
humanos”, y algunos pretendían hacernos creer que bastaba la libertad de
mercado para que todo estuviera asegurado. Pero el golpe duro e
inesperado de esta pandemia fuera de control obligó por la fuerza a
volver a pensar en los seres humanos, en todos, más que en el beneficio
de algunos. Hoy podemos reconocer que «nos hemos alimentado con sueños
de esplendor y grandeza y hemos terminado comiendo distracción, encierro
y soledad; nos hemos empachado de conexiones y hemos perdido el sabor de
la fraternidad. Hemos buscado el resultado rápido y seguro y nos vemos
abrumados por la impaciencia y la ansiedad. Presos de la virtualidad
hemos perdido el gusto y el sabor de la realidad»[32].
El dolor, la incertidumbre, el temor y la conciencia de los propios
límites que despertó la pandemia, hacen resonar el llamado a repensar
nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la organización de
nuestras sociedades y sobre todo el sentido de nuestra existencia.
34.
Si todo está conectado, es difícil pensar que este desastre mundial no
tenga relación con nuestro modo de enfrentar la realidad, pretendiendo
ser señores absolutos de la propia vida y de todo lo que existe. No
quiero decir que se trata de una suerte de castigo divino. Tampoco
bastaría afirmar que el daño causado a la naturaleza termina cobrándose
nuestros atropellos. Es la realidad misma que gime y se rebela. Viene a
la mente el célebre verso del poeta Virgilio que evoca las lágrimas de
las cosas o de la historia[33].
35.
Pero olvidamos rápidamente las lecciones de la historia, «maestra de
vida»[34].
Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en
una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta.
Ojalá que al final ya no estén “los otros”, sino sólo un “nosotros”.
Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia del que no
hayamos sido capaces de aprender. Ojalá no nos olvidemos de los ancianos
que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de
sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá que tanto dolor no
sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y
descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a
los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas
las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado.
36.
Si no logramos recuperar la pasión compartida por una comunidad de
pertenencia y de solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y
bienes, la ilusión global que nos engaña se caerá ruinosamente y dejará
a muchos a merced de la náusea y el vacío. Además, no se debería ignorar
ingenuamente que «la obsesión por un estilo de vida consumista, sobre
todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo, sólo podrá provocar violencia
y destrucción recíproca»[35].
El “sálvese quien pueda” se traducirá rápidamente en el “todos contra
todos”, y eso será peor que una pandemia.
Sin dignidad humana en las fronteras
37.
Tanto desde algunos regímenes políticos populistas como desde
planteamientos económicos liberales, se sostiene que hay que evitar a
toda costa la llegada de personas migrantes. Al mismo tiempo se
argumenta que conviene limitar la ayuda a los países pobres, de modo que
toquen fondo y decidan tomar medidas de austeridad. No se advierte que,
detrás de estas afirmaciones abstractas difíciles de sostener, hay
muchas vidas que se desgarran. Muchos escapan de la guerra, de
persecuciones, de catástrofes naturales. Otros, con todo derecho,
«buscan oportunidades para ellos y para sus familias. Sueñan con un
futuro mejor y desean crear las condiciones para que se haga realidad»[36].
38.
Lamentablemente, otros son «atraídos por la cultura occidental, a veces
con expectativas poco realistas que los exponen a grandes desilusiones.
Traficantes sin escrúpulos, a menudo vinculados a los cárteles de la
droga y de las armas, explotan la situación de debilidad de los
inmigrantes, que a lo largo de su viaje con demasiada frecuencia
experimentan la violencia, la trata de personas, el abuso psicológico y
físico, y sufrimientos indescriptibles»[37].
Los que emigran «tienen que separarse de su propio contexto de origen y
con frecuencia viven un desarraigo cultural y religioso. La fractura
también concierne a las comunidades de origen, que pierden a los
elementos más vigorosos y emprendedores, y a las familias, en particular
cuando emigra uno de los padres o ambos, dejando a los hijos en el país
de origen»[38].
Por consiguiente, también «hay que reafirmar el derecho a no emigrar, es
decir, a tener las condiciones para permanecer en la propia tierra»[39].
39.
Para colmo «en algunos países de llegada, los fenómenos migratorios
suscitan alarma y miedo, a menudo fomentados y explotados con fines
políticos. Se difunde así una mentalidad xenófoba, de gente cerrada y
replegada sobre sí misma».[40].
Los migrantes no son considerados suficientemente dignos para participar
en la vida social como cualquier otro, y se olvida que tienen la misma
dignidad intrínseca de cualquier persona. Por lo tanto, deben ser
«protagonistas de su propio rescate»[41].
Nunca se dirá que no son humanos pero, en la práctica, con las
decisiones y el modo de tratarlos, se expresa que se los considera menos
valiosos, menos importantes, menos humanos. Es inaceptable que los
cristianos compartan esta mentalidad y estas actitudes, haciendo
prevalecer a veces ciertas preferencias políticas por encima de hondas
convicciones de la propia fe: la inalienable dignidad de cada persona
humana más allá de su origen, color o religión, y la ley suprema del
amor fraterno.
40.
«Las migraciones constituirán un elemento determinante del futuro del
mundo»[42]. Pero
hoy están afectadas por una «pérdida de ese “sentido de la
responsabilidad fraterna”, sobre el que se basa toda sociedad civil»[43]. Europa,
por ejemplo, corre serios riesgos de ir por esa senda. Sin embargo,
«inspirándose en su gran patrimonio cultural y religioso, tiene los
instrumentos necesarios para defender la centralidad de la persona
humana y encontrar un justo equilibrio entre el deber moral de tutelar
los derechos de sus ciudadanos, por una parte, y, por otra, el de
garantizar la asistencia y la acogida de los emigrantes»[44].
41.
Comprendo que ante las personas migrantes algunos tengan dudas y sientan
temores. Lo entiendo como parte del instinto natural de autodefensa.
Pero también es verdad que una persona y un pueblo sólo son fecundos si
saben integrar creativamente en su interior la apertura a los otros.
Invito a ir más allá de esas reacciones primarias, porque «el problema
es cuando esas dudas y esos miedos condicionan nuestra forma de pensar y
de actuar hasta el punto de convertirnos en seres intolerantes, cerrados
y quizás, sin darnos cuenta, incluso racistas. El miedo nos priva así
del deseo y de la capacidad de encuentro con el otro»[45].
La ilusión de la comunicación
42.
Paradójicamente, mientras se desarrollan actitudes cerradas e
intolerantes que nos clausuran ante los otros, se acortan o desaparecen
las distancias hasta el punto de que deja de existir el derecho a la
intimidad. Todo se convierte en una especie de espectáculo que puede ser
espiado, vigilado, y la vida se expone a un control constante. En la
comunicación digital se quiere mostrar todo y cada individuo se
convierte en objeto de miradas que hurgan, desnudan y divulgan,
frecuentemente de manera anónima. El respeto al otro se hace pedazos y,
de esa manera, al mismo tiempo que lo desplazo, lo ignoro y lo mantengo
lejos, sin pudor alguno puedo invadir su vida hasta el extremo.
43. Por otra parte, los movimientos digitales de odio y destrucción no
constituyen —como algunos pretenden hacer creer— una forma adecuada de
cuidado grupal, sino meras asociaciones contra un enemigo. En cambio,
«los medios de comunicación digitales pueden exponer al riesgo de
dependencia, de aislamiento y de progresiva pérdida de contacto con la
realidad concreta, obstaculizando el desarrollo de relaciones
interpersonales auténticas»[46].
Hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje
corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la
transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación
humana. Las relaciones digitales, que eximen del laborioso cultivo de
una amistad, de una reciprocidad estable, e incluso de un consenso que
madura con el tiempo, tienen apariencia de sociabilidad. No construyen
verdaderamente un “nosotros” sino que suelen disimular y amplificar el
mismo individualismo que se expresa en la xenofobia y en el desprecio de
los débiles. La conexión digital no basta para tender puentes, no
alcanza para unir a la humanidad.
Agresividad sin pudor
44.
Al mismo tiempo que las personas preservan su aislamiento consumista y
cómodo, eligen una vinculación constante y febril. Esto favorece la
ebullición de formas insólitas de agresividad, de insultos, maltratos,
descalificaciones, latigazos verbales hasta destrozar la figura del
otro, en un desenfreno que no podría existir en el contacto cuerpo a
cuerpo sin que termináramos destruyéndonos entre todos. La agresividad
social encuentra en los dispositivos móviles y ordenadores un espacio de
ampliación sin igual.
45.
Ello ha permitido que las ideologías pierdan todo pudor. Lo que hasta
hace pocos años no podía ser dicho por alguien sin el riesgo de perder
el respeto de todo el mundo, hoy puede ser expresado con toda crudeza
aun por algunas autoridades políticas y permanecer impune. No cabe
ignorar que «en el mundo digital están en juego ingentes intereses
económicos, capaces de realizar formas de control tan sutiles como
invasivas, creando mecanismos de manipulación de las conciencias y del
proceso democrático. El funcionamiento de muchas plataformas a menudo
acaba por favorecer el encuentro entre personas que piensan del mismo
modo, obstaculizando la confrontación entre las diferencias. Estos
circuitos cerrados facilitan la difusión de informaciones y noticias
falsas, fomentando prejuicios y odios»[47].
46.
Conviene reconocer que los fanatismos que llevan a destruir a otros son
protagonizados también por personas religiosas, sin excluir a los
cristianos, que «pueden formar parte de redes de violencia verbal a
través de internet y de los diversos foros o espacios de intercambio
digital. Aun en medios católicos se pueden perder los límites, se suelen
naturalizar la difamación y la calumnia, y parece quedar fuera toda
ética y respeto por la fama ajena»[48].
¿Qué se aporta así a la fraternidad que el Padre común nos propone?
Información sin sabiduría
47.
La verdadera sabiduría supone el encuentro con la realidad. Pero hoy
todo se puede producir, disimular, alterar. Esto hace que el encuentro
directo con los límites de la realidad se vuelva intolerable. Como
consecuencia, se opera un mecanismo de “selección” y se crea el hábito
de separar inmediatamente lo que me gusta de lo que no me gusta, lo
atractivo de lo feo. Con la misma lógica se eligen las personas con las
que uno decide compartir el mundo. Así las personas o situaciones que
herían nuestra sensibilidad o nos provocaban desagrado hoy sencillamente
son eliminadas en las redes virtuales, construyendo un círculo virtual
que nos aísla del entorno en el que vivimos.
48.
El sentarse a escuchar a otro, característico de un encuentro humano, es
un paradigma de actitud receptiva, de quien supera el narcisismo y
recibe al otro, le presta atención, lo acoge en el propio círculo. Pero
«el mundo de hoy es en su mayoría un mundo sordo. […] A veces la
velocidad del mundo moderno, lo frenético nos impide escuchar bien lo
que dice otra persona. Y cuando está a la mitad de su diálogo, ya lo
interrumpimos y le queremos contestar cuando todavía no terminó de
decir. No hay que perder la capacidad de escucha». San Francisco de Asís
«escuchó la voz de Dios, escuchó la voz del pobre, escuchó la voz del
enfermo, escuchó la voz de la naturaleza. Y todo eso lo transforma en un
estilo de vida. Deseo que la semilla de san Francisco crezca en tantos
corazones»[49].
49.
Al desaparecer el silencio y la escucha, convirtiendo todo en tecleos y
mensajes rápidos y ansiosos, se pone en riesgo esta estructura básica de
una sabia comunicación humana. Se crea un nuevo estilo de vida donde uno
construye lo que quiere tener delante, excluyendo todo aquello que no se
pueda controlar o conocer superficial e instantáneamente. Esta dinámica,
por su lógica intrínseca, impide la reflexión serena que podría
llevarnos a una sabiduría común.
50.
Podemos buscar juntos la verdad en el diálogo, en la conversación
reposada o en la discusión apasionada. Es un camino perseverante, hecho
también de silencios y de sufrimientos, capaz de recoger con paciencia
la larga experiencia de las personas y de los pueblos. El cúmulo
abrumador de información que nos inunda no significa más sabiduría. La
sabiduría no se fabrica con búsquedas ansiosas por internet, ni es una
sumatoria de información cuya veracidad no está asegurada. De ese modo
no se madura en el encuentro con la verdad. Las conversaciones
finalmente sólo giran en torno a los últimos datos, son meramente
horizontales y acumulativas. Pero no se presta una detenida atención y
no se penetra en el corazón de la vida, no se reconoce lo que es
esencial para darle un sentido a la existencia. Así, la libertad es una
ilusión que nos venden y que se confunde con la libertad de navegar
frente a una pantalla. El problema es que un camino de fraternidad,
local y universal, sólo puede ser recorrido por espíritus libres y
dispuestos a encuentros reales.
Sometimientos y autodesprecios
51.
Algunos países exitosos desde el punto de vista económico son
presentados como modelos culturales para los países poco desarrollados,
en lugar de procurar que cada uno crezca con su estilo propio, para que
desarrolle sus capacidades de innovar desde los valores de su cultura.
Esta nostalgia superficial y triste, que lleva a copiar y comprar en
lugar de crear, da espacio a una autoestima nacional muy baja. En los
sectores acomodados de muchos países pobres, y a veces en quienes han
logrado salir de la pobreza, se advierte la incapacidad de aceptar
características y procesos propios, cayendo en un menosprecio de la
propia identidad cultural como si fuera la única causa de los males.
52.
Destrozar la autoestima de alguien es una manera fácil de dominarlo.
Detrás de estas tendencias que buscan homogeneizar el mundo, afloran
intereses de poder que se benefician del bajo aprecio de sí, al tiempo
que, a través de los medios y de las redes se intenta crear una nueva
cultura al servicio de los más poderosos. Esto es aprovechado por el
ventajismo de la especulación financiera y la expoliación, donde los
pobres son los que siempre pierden. Por otra parte, ignorar la cultura
de un pueblo hace que muchos líderes políticos no logren implementar un
proyecto eficiente que pueda ser libremente asumido y sostenido en el
tiempo.
53.
Se olvida que «no existe peor alienación que experimentar que no se
tienen raíces, que no se pertenece a nadie. Una tierra será fecunda, un
pueblo dará fruto, y podrá engendrar el día de mañana sólo en la medida
que genere relaciones de pertenencia entre sus miembros, que cree lazos
de integración entre las generaciones y las distintas comunidades que la
conforman; y también en la medida que rompa los círculos que aturden los
sentidos alejándonos cada vez más los unos de los otros»[50].
Esperanza
54.
A pesar de estas sombras densas que no conviene ignorar, en las próximas
páginas quiero hacerme eco de tantos caminos de esperanza. Porque Dios
sigue derramando en la humanidad semillas de bien. La reciente pandemia
nos permitió rescatar y valorizar a tantos compañeros y compañeras de
viaje que, en el miedo, reaccionaron donando la propia vida. Fuimos
capaces de reconocer cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por
personas comunes que, sin lugar a dudas, escribieron los acontecimientos
decisivos de nuestra historia compartida: médicos, enfermeros y
enfermeras, farmacéuticos, empleados de los supermercados, personal de
limpieza, cuidadores, transportistas, hombres y mujeres que trabajan
para proporcionar servicios esenciales y seguridad, voluntarios,
sacerdotes, religiosas… comprendieron que nadie se salva solo[51].
55.
Invito a la esperanza, que «nos habla de una realidad que está enraizada
en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias
concretas y los condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de
una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda,
de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el
espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la
justicia y el amor. […] La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la
comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que
estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida
más bella y digna»[52]. Caminemos
en esperanza.
Capítulo segundo
UN EXTRANO EN EL CAMINO
56.
Todo lo que mencioné en el capítulo anterior es más que una aséptica
descripción de la realidad, ya que «los gozos y las esperanzas, las
tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo
de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas,
tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay
verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón»[53].
En el intento de buscar una luz en medio de lo que estamos viviendo, y
antes de plantear algunas líneas de acción, propongo dedicar un capítulo
a una parábola dicha por Jesucristo hace dos mil años. Porque, si bien
esta carta está dirigida a todas las personas de buena voluntad, más
allá de sus convicciones religiosas, la parábola se expresa de tal
manera que cualquiera de nosotros puede dejarse interpelar por ella.
«Un maestro de la Ley se levantó y le preguntó a Jesús para ponerlo a
prueba: “Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”. Jesús
le preguntó a su vez: “Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?”.
Él le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con
toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y al prójimo
como a ti mismo”. Entonces Jesús le dijo: “Has respondido bien; pero
ahora practícalo y vivirás”. El maestro de la Ley, queriendo
justificarse, le volvió a preguntar: “¿Quién es mi prójimo?”. Jesús tomó
la palabra y dijo: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en
manos de unos ladrones, quienes, después de despojarlo de todo y
herirlo, se fueron, dejándolo por muerto. Por casualidad, un sacerdote
bajaba por el mismo camino, lo vio, dio un rodeo y pasó de largo. Igual
hizo un levita, que llegó al mismo lugar, dio un rodeo y pasó de largo.
En cambio, un samaritano, que iba de viaje, llegó a donde estaba el
hombre herido y, al verlo, se conmovió profundamente, se acercó y le
vendó sus heridas, curándolas con aceite y vino. Después lo cargó sobre
su propia cabalgadura, lo llevó a un albergue y se quedó cuidándolo. A
la mañana siguiente le dio al dueño del albergue dos monedas de plata y
le dijo: ‘Cuídalo, y, si gastas de más, te lo pagaré a mi regreso’.
¿Cuál de estos tres te parece que se comportó como prójimo del hombre
que cayó en manos de los ladrones?” El maestro de la Ley respondió: “El
que lo trató con misericordia”. Entonces Jesús le dijo: “Tienes que ir y
hacer lo mismo» (Lc 10,25-37).
El trasfondo
57.
Esta parábola recoge un trasfondo de siglos. Poco después de la
narración de la creación del mundo y del ser humano, la Biblia plantea
el desafío de las relaciones entre nosotros. Caín destruye a su hermano
Abel, y resuena la pregunta de Dios: «¿Dónde está tu hermano Abel?» (Gn 4,9).
La respuesta es la misma que frecuentemente damos nosotros: «¿Acaso yo
soy guardián de mi hermano?» (ibíd.). Al preguntar, Dios
cuestiona todo tipo de determinismo o fatalismo que pretenda justificar
la indiferencia como única respuesta posible. Nos habilita, por el
contrario, a crear una cultura diferente que nos oriente a superar las
enemistades y a cuidarnos unos a otros.
58.
El libro de Job acude al hecho de tener un mismo Creador como base para
sostener algunos derechos comunes: «¿Acaso el que me formó en el vientre
no lo formó también a él y nos modeló del mismo modo en la matriz?»
(31,15). Muchos siglos después, san Ireneo lo expresará con la imagen de
la melodía: «El amante de la verdad no debe dejarse engañar por el
intervalo particular de cada tono, ni suponer un creador para uno y otro
para otro […], sino uno solo»[54].
59.
En las tradiciones judías, el imperativo de amar y cuidar al otro
parecía restringirse a las relaciones entre los miembros de una misma
nación. El antiguo precepto «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18)
se entendía ordinariamente como referido a los connacionales. Sin
embargo, especialmente en el judaísmo que se desarrolló fuera de la
tierra de Israel, los confines se fueron ampliando. Apareció la
invitación a no hacer a los otros lo que no quieres que te hagan (cf. Tb 4,15).
El sabio Hillel (siglo I a. C.) decía al respecto: «Esto es la Ley y los
Profetas. Todo lo demás es comentario»[55].
El deseo de imitar las actitudes divinas llevó a superar aquella
tendencia a limitarse a los más cercanos: «La misericordia de cada
persona se extiende a su prójimo, pero la misericordia del Señor alcanza
a todos los vivientes» (Si 18,13).
60.
En el Nuevo Testamento, el precepto de Hillel se expresó de modo
positivo: «Traten en todo a los demás como ustedes quieran ser tratados,
porque en esto consisten la Ley y los Profetas» (Mt 7,12). Este
llamado es universal, tiende a abarcar a todos, sólo por su condición
humana, porque el Altísimo, el Padre celestial «hace salir el sol sobre
malos y buenos» (Mt 5,45). Como consecuencia se reclama: «Sean
misericordiosos así como el Padre de ustedes es misericordioso» (Lc 6,36).
61.
Hay una motivación para ampliar el corazón de manera que no excluya al
extranjero, que puede encontrarse ya en los textos más antiguos de la
Biblia. Se debe al constante recuerdo del pueblo judío de haber vivido
como forastero en Egipto:
«No maltratarás ni oprimirás al migrante que reside en tu territorio,
porque ustedes fueron migrantes en el país de Egipto»(Ex 22,20).
«No oprimas al migrante: ustedes saben lo que es ser migrante, porque
fueron migrantes en el país de Egipto»(Ex 23,9).
«Si un migrante viene a residir entre ustedes, en su tierra, no lo
opriman. El migrante residente será para ustedes como el compatriota; lo
amarás como a ti mismo, porque ustedes fueron migrantes en el país de
Egipto»(Lv 19,33-34).
«Si cosechas tu viña, no vuelvas a por más uvas. Serán para el
migrante, el huérfano y la viuda. Recuerda que fuiste esclavo en el país
de Egipto»(Dt 24,21-22).
En el Nuevo Testamento resuena con fuerza el llamado al amor fraterno:
«Toda la Ley alcanza su plenitud en un solo precepto: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo»(Ga 5,14).
«Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien
aborrece a su hermano está y camina en las tinieblas» (1 Jn 2,10-11).
«Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque
amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte» (1
Jn 3,14).
«Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien
no ve»(1 Jn 4,20).
62.
Aun esta propuesta de amor podía entenderse mal. Por algo, frente a la
tentación de las primeras comunidades cristianas de crear grupos
cerrados y aislados, san Pablo exhortaba a sus discípulos a tener
caridad entre ellos «y con todos» (1 Ts 3,12), y en la
comunidad de Juan se pedía que los hermanos fueran bien recibidos,
«incluso los que están de paso» (3 Jn 5). Este contexto
ayuda a comprender el valor de la parábola del buen samaritano: al amor
no le importa si el hermano herido es de aquí o es de allá. Porque es el
«amor que rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes;
amor que nos permite construir una gran familia donde todos podamos
sentirnos en casa. […] Amor que sabe de compasión y de dignidad»[56].
El abandonado
63.
Jesús cuenta que había un hombre herido, tirado en el camino, que había
sido asaltado. Pasaron varios a su lado pero huyeron, no se detuvieron.
Eran personas con funciones importantes en la sociedad, que no tenían en
el corazón el amor por el bien común. No fueron capaces de perder unos
minutos para atender al herido o al menos para buscar ayuda. Uno se
detuvo, le regaló cercanía, lo curó con sus propias manos, puso también
dinero de su bolsillo y se ocupó de él. Sobre todo, le dio algo que en
este mundo ansioso retaceamos tanto: le dio su tiempo. Seguramente él
tenía sus planes para aprovechar aquel día según sus necesidades,
compromisos o deseos. Pero fue capaz de dejar todo a un lado ante el
herido, y sin conocerlo lo consideró digno de dedicarle su tiempo.
64.
¿Con quién te identificas? Esta pregunta es cruda, directa y
determinante. ¿A cuál de ellos te pareces? Nos hace falta reconocer la
tentación que nos circunda de desentendernos de los demás; especialmente
de los más débiles. Digámoslo, hemos crecido en muchos aspectos, aunque
somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y
débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbramos a mirar
para el costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que
estas nos golpean directamente.
65.
Asaltan a una persona en la calle, y muchos escapan como si no hubieran
visto nada. Frecuentemente hay personas que atropellan a alguien con su
automóvil y huyen. Sólo les importa evitar problemas, no les interesa si
un ser humano se muere por su culpa. Pero estos son signos de un estilo
de vida generalizado, que se manifiesta de diversas maneras, quizás más
sutiles. Además, como todos estamos muy concentrados en nuestras propias
necesidades, ver a alguien sufriendo nos molesta, nos perturba, porque
no queremos perder nuestro tiempo por culpa de los problemas ajenos.
Estos son síntomas de una sociedad enferma, porque busca construirse de
espaldas al dolor.
66.
Mejor no caer en esa miseria. Miremos el modelo del buen samaritano. Es
un texto que nos invita a que resurja nuestra vocación de ciudadanos del
propio país y del mundo entero, constructores de un nuevo vínculo
social. Es un llamado siempre nuevo, aunque está escrito como ley
fundamental de nuestro ser: que la sociedad se encamine a la prosecución
del bien común y, a partir de esta finalidad, reconstruya una y otra vez
su orden político y social, su tejido de relaciones, su proyecto
humano. Con sus gestos, el buen samaritano reflejó que «la existencia de
cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo
que pasa, sino tiempo de encuentro»[57].
67.
Esta parábola es un ícono iluminador, capaz de poner de manifiesto la
opción de fondo que necesitamos tomar para reconstruir este mundo que
nos duele. Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser
como el buen samaritano. Toda otra opción termina o bien al lado de los
salteadores o bien al lado de los que pasan de largo, sin compadecerse
del dolor del hombre herido en el camino. La parábola nos muestra con
qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y
mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se
erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y
rehabilitan al caído, para que el bien sea común. Al mismo tiempo, la
parábola nos advierte sobre ciertas actitudes de personas que sólo se
miran a sí mismas y no se hacen cargo de las exigencias ineludibles de
la realidad humana.
68.
El relato, digámoslo claramente, no desliza una enseñanza de ideales
abstractos, ni se circunscribe a la funcionalidad de una moraleja
ético-social. Nos revela una característica esencial del ser humano,
tantas veces olvidada: hemos sido hechos para la plenitud que sólo se
alcanza en el amor. No es una opción posible vivir indiferentes ante el
dolor, no podemos dejar que nadie quede “a un costado de la vida”. Esto
nos debe indignar, hasta hacernos bajar de nuestra serenidad para
alterarnos por el sufrimiento humano. Eso es dignidad.
Una historia que se repite
69.
La narración es sencilla y lineal, pero tiene toda la dinámica de esa
lucha interna que se da en la elaboración de nuestra identidad, en toda
existencia lanzada al camino para realizar la fraternidad humana.
Puestos en camino nos chocamos, indefectiblemente, con el hombre herido.
Hoy, y cada vez más, hay heridos. La inclusión o la exclusión de la
persona que sufre al costado del camino define todos los proyectos
económicos, políticos, sociales y religiosos. Enfrentamos cada día la
opción de ser buenos samaritanos o indiferentes viajantes que pasan de
largo. Y si extendemos la mirada a la totalidad de nuestra historia y a
lo ancho y largo del mundo, todos somos o hemos sido como estos
personajes: todos tenemos algo de herido, algo de salteador, algo de los
que pasan de largo y algo del buen samaritano.
70.
Es notable cómo las diferencias de los personajes del relato quedan
totalmente transformadas al confrontarse con la dolorosa manifestación
del caído, del humillado. Ya no hay distinción entre habitante de Judea
y habitante de Samaría, no hay sacerdote ni comerciante; simplemente hay
dos tipos de personas: las que se hacen cargo del dolor y las que pasan
de largo; las que se inclinan reconociendo al caído y las que distraen
su mirada y aceleran el paso. En efecto, nuestras múltiples máscaras,
nuestras etiquetas y nuestros disfraces se caen: es la hora de la
verdad. ¿Nos inclinaremos para tocar y curar las heridas de los otros?
¿Nos inclinaremos para cargarnos al hombro unos a otros? Este es el
desafío presente, al que no hemos de tenerle miedo. En los momentos de
crisis la opción se vuelve acuciante: podríamos decir que, en este
momento, todo el que no es salteador o todo el que no pasa de largo, o
bien está herido o está poniendo sobre sus hombros a algún herido.
71.
La historia del buen samaritano se repite: se torna cada vez más visible
que la desidia social y política hace de muchos lugares de nuestro mundo
un camino desolado, donde las disputas internas e internacionales y los
saqueos de oportunidades dejan a tantos marginados, tirados a un costado
del camino. En su parábola, Jesús no plantea vías alternativas, como
¿qué hubiera sido de aquel malherido o del que lo ayudó, si la ira o la
sed de venganza hubieran ganado espacio en sus corazones? Él confía en
lo mejor del espíritu humano y con la parábola lo alienta a que se
adhiera al amor, reintegre al dolido y construya una sociedad digna de
tal nombre.
Los personajes
72.
La parábola comienza con los salteadores. El punto de partida que elige
Jesús es un asalto ya consumado. No hace que nos detengamos a lamentar
el hecho, no dirige nuestra mirada hacia los salteadores. Los conocemos.
Hemos visto avanzar en el mundo las densas sombras del abandono, de la
violencia utilizada con mezquinos intereses de poder, acumulación y
división. La pregunta podría ser: ¿Dejaremos tirado al que está
lastimado para correr cada uno a guarecerse de la violencia o a
perseguir a los ladrones? ¿Será el herido la justificación de nuestras
divisiones irreconciliables, de nuestras indiferencias crueles, de
nuestros enfrentamientos internos?
73.
Luego la parábola nos hace poner la mirada claramente en los que pasan
de largo. Esta peligrosa indiferencia de no detenerse, inocente o no,
producto del desprecio o de una triste distracción, hace de los
personajes del sacerdote y del levita un no menos triste reflejo de esa
distancia cercenadora que se pone frente a la realidad. Hay muchas
maneras de pasar de largo que se complementan: una es ensimismarse,
desentenderse de los demás, ser indiferentes. Otra sería sólo mirar
hacia afuera. Respecto a esta última manera de pasar de largo, en
algunos países, o en ciertos sectores de estos, hay un desprecio de los
pobres y de su cultura, y un vivir con la mirada puesta hacia fuera,
como si un proyecto de país importado intentara forzar su lugar. Así se
puede justificar la indiferencia de algunos, porque aquellos que podrían
tocarles el corazón con sus reclamos simplemente no existen. Están fuera
de su horizonte de intereses.
74.
En los que pasan de largo hay un detalle que no podemos ignorar; eran
personas religiosas. Es más, se dedicaban a dar culto a Dios: un
sacerdote y un levita. Esto es un fuerte llamado de atención, indica que
el hecho de creer en Dios y de adorarlo no garantiza vivir como a Dios
le agrada. Una persona de fe puede no ser fiel a todo lo que esa misma
fe le reclama, y sin embargo puede sentirse cerca de Dios y creerse con
más dignidad que los demás. Pero hay maneras de vivir la fe que
facilitan la apertura del corazón a los hermanos, y esa será la garantía
de una auténtica apertura a Dios. San Juan Crisóstomo llegó a expresar
con mucha claridad este desafío que se plantea a los cristianos:
«¿Desean honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecien cuando lo
contemplen desnudo […], ni lo honren aquí, en el templo, con lienzos de
seda, si al salir lo abandonan en su frío y desnudez»[58].
La paradoja es que a veces, quienes dicen no creer, pueden vivir la
voluntad de Dios mejor que los creyentes.
75.
Los “salteadores del camino” suelen tener como aliados secretos a los
que “pasan por el camino mirando a otro lado”. Se cierra el círculo
entre los que usan y engañan a la sociedad para esquilmarla, y los que
creen mantener la pureza en su función crítica, pero al mismo tiempo
viven de ese sistema y de sus recursos. Hay una triste hipocresía cuando
la impunidad del delito, del uso de las instituciones para el provecho
personal o corporativo y otros males que no logramos desterrar, se unen
a una permanente descalificación de todo, a la constante siembra de
sospecha que hace cundir la desconfianza y la perplejidad. El engaño del
“todo está mal” es respondido con un “nadie puede arreglarlo”, “¿qué
puedo hacer yo?”. De esta manera, se nutre el desencanto y la
desesperanza, y eso no alienta un espíritu de solidaridad y de
generosidad. Hundir a un pueblo en el desaliento es el cierre de un
círculo perverso perfecto: así obra la dictadura invisible de los
verdaderos intereses ocultos, que se adueñaron de los recursos y de la
capacidad de opinar y pensar.
76.
Miremos finalmente al hombre herido. A veces nos sentimos como él,
malheridos y tirados al costado del camino. Nos sentimos también
desamparados por nuestras instituciones desarmadas y desprovistas, o
dirigidas al servicio de los intereses de unos pocos, de afuera y de
adentro. Porque «en la sociedad globalizada, existe un estilo elegante
de mirar para otro lado que se practica recurrentemente: bajo el ropaje
de lo políticamente correcto o las modas ideológicas, se mira al que
sufre sin tocarlo, se lo televisa en directo, incluso se adopta un
discurso en apariencia tolerante y repleto de eufemismos»[59].
Recomenzar
77.
Cada día se nos ofrece una nueva oportunidad, una etapa nueva. No
tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan, sería infantil.
Gozamos de un espacio de corresponsabilidad capaz de iniciar y generar
nuevos procesos y transformaciones. Seamos parte activa en la
rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas. Hoy estamos ante
la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, de ser otros
buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez
de acentuar odios y resentimientos. Como el viajero ocasional de nuestra
historia, sólo falta el deseo gratuito, puro y simple de querer ser
pueblo, de ser constantes e incansables en la labor de incluir, de
integrar, de levantar al caído; aunque muchas veces nos veamos inmersos
y condenados a repetir la lógica de los violentos, de los que sólo se
ambicionan a sí mismos, difusores de la confusión y la mentira. Que
otros sigan pensando en la política o en la economía para sus juegos de
poder. Alimentemos lo bueno y pongámonos al servicio del bien.
78.
Es posible comenzar de abajo y de a uno, pugnar por lo más concreto y
local, hasta el último rincón de la patria y del mundo, con el mismo
cuidado que el viajero de Samaría tuvo por cada llaga del herido.
Busquemos a otros y hagámonos cargo de la realidad que nos corresponde
sin miedo al dolor o a la impotencia, porque allí está todo lo bueno que
Dios ha sembrado en el corazón del ser humano. Las dificultades que
parecen enormes son la oportunidad para crecer, y no la excusa para la
tristeza inerte que favorece el sometimiento. Pero no lo hagamos solos,
individualmente. El samaritano buscó a un hospedero que pudiera cuidar
de aquel hombre, como nosotros estamos invitados a convocar y
encontrarnos en un “nosotros” que sea más fuerte que la suma de pequeñas
individualidades; recordemos que «el todo es más que la parte, y también
es más que la mera suma de ellas».[60] Renunciemos
a la mezquindad y al resentimiento de los internismos estériles, de los
enfrentamientos sin fin. Dejemos de ocultar el dolor de las pérdidas y
hagámonos cargo de nuestros crímenes, desidias y mentiras. La
reconciliación reparadora nos resucitará, y nos hará perder el miedo a
nosotros mismos y a los demás.
79.
El samaritano del camino se fue sin esperar reconocimientos ni
gratitudes. La entrega al servicio era la gran satisfacción frente a su
Dios y a su vida, y por eso, un deber. Todos tenemos responsabilidad
sobre el herido que es el pueblo mismo y todos los pueblos de la tierra.
Cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y de
cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, la actitud de
proximidad del buen samaritano.
El prójimo sin fronteras
80.
Jesús propuso esta parábola para responder a una pregunta: ¿Quién es mi
prójimo? La palabra “prójimo” en la sociedad de la época de Jesús solía
indicar al que es más cercano, próximo. Se entendía que la ayuda debía
dirigirse en primer lugar al que pertenece al propio grupo, a la propia
raza. Un samaritano, para algunos judíos de aquella época, era
considerado un ser despreciable, impuro, y por lo tanto no se lo incluía
dentro de los seres cercanos a quienes se debía ayudar. El judío Jesús
transforma completamente este planteamiento: no nos invita a
preguntarnos quiénes son los que están cerca de nosotros, sino a
volvernos nosotros cercanos, prójimos.
81.
La propuesta es la de hacerse presentes ante el que necesita ayuda, sin
importar si es parte del propio círculo de pertenencia. En este caso, el
samaritano fue quien se hizo prójimo del judío herido. Para
volverse cercano y presente, atravesó todas las barreras culturales e
históricas. La conclusión de Jesús es un pedido: «Tienes que ir y hacer
lo mismo» (Lc 10,37). Es decir, nos interpela a dejar de lado
toda diferencia y, ante el sufrimiento, volvernos cercanos a cualquiera.
Entonces, ya no digo que tengo “prójimos” a quienes debo ayudar, sino
que me siento llamado a volverme yo un prójimo de los otros.
82.
El problema es que Jesús destaca, a propósito, que el hombre herido era
un judío —habitante de Judea— mientras quien se detuvo y lo auxilió era
un samaritano —habitante de Samaría—. Este detalle tiene una importancia
excepcional para reflexionar sobre un amor que se abre a todos. Los
samaritanos habitaban una región que había sido contagiada por ritos
paganos, y para los judíos esto los volvía impuros, detestables,
peligrosos. De hecho, un antiguo texto judío que menciona a naciones
odiadas, se refiere a Samaría afirmando además que «ni siquiera es una
nación» (Si 50,25), y agrega que es «el pueblo necio que reside
en Siquén» (v. 26).
83.
Esto explica por qué una mujer samaritana, cuando Jesús le pidió de
beber, respondió enfáticamente: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de
beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Jn 4,9). Quienes
buscaban acusaciones que pudieran desacreditar a Jesús, lo más ofensivo
que encontraron fue decirle «endemoniado» y «samaritano» (Jn 8,48).
Por lo tanto, este encuentro misericordioso entre un samaritano y un
judío es una potente interpelación, que desmiente toda manipulación
ideológica, para que ampliemos nuestro círculo, para que demos a nuestra
capacidad de amar una dimensión universal capaz de traspasar todos los
prejuicios, todas las barreras históricas o culturales, todos los
intereses mezquinos.
La interpelación del forastero
84.
Finalmente, recuerdo que en otra parte del Evangelio Jesús dice: «Fui
forastero y me recibieron» (Mt 25,35). Jesús podía decir esas
palabras porque tenía un corazón abierto que hacía suyos los dramas de
los demás. San Pablo exhortaba: «Alégrense con los que están alegres y
lloren con los que lloran» (Rm 12,15). Cuando el corazón asume
esa actitud, es capaz de identificarse con el otro sin importarle dónde
ha nacido o de dónde viene. Al entrar en esta dinámica, en definitiva
experimenta que los demás son «su propia carne» (Is 58,7).
85.
Para los cristianos, las palabras de Jesús tienen también otra dimensión
trascendente; implican reconocer al mismo Cristo en cada hermano
abandonado o excluido (cf. Mt 25,40.45). En realidad, la fe colma
de motivaciones inauditas el reconocimiento del otro, porque quien cree
puede llegar a reconocer que Dios ama a cada ser humano con un amor
infinito y que «con ello le confiere una dignidad infinita»[61].
A esto se agrega que creemos que Cristo derramó su sangre por todos y
cada uno, por lo cual nadie queda fuera de su amor universal. Y si vamos
a la fuente última, que es la vida íntima de Dios, nos encontramos con
una comunidad de tres Personas, origen y modelo perfecto de toda vida en
común. La teología continúa enriqueciéndose gracias a la reflexión sobre
esta gran verdad.
86.
A veces me asombra que, con semejantes motivaciones, a la Iglesia le
haya llevado tanto tiempo condenar contundentemente la esclavitud y
diversas formas de violencia. Hoy, con el desarrollo de la
espiritualidad y de la teología, no tenemos excusas. Sin embargo,
todavía hay quienes parecen sentirse alentados o al menos autorizados
por su fe para sostener diversas formas de nacionalismos cerrados y
violentos, actitudes xenófobas, desprecios e incluso maltratos hacia los
que son diferentes. La fe, con el humanismo que encierra, debe mantener
vivo un sentido crítico frente a estas tendencias, y ayudar a reaccionar
rápidamente cuando comienzan a insinuarse. Para ello es importante que
la catequesis y la predicación incluyan de modo más directo y claro el
sentido social de la existencia, la dimensión fraterna de la
espiritualidad, la convicción sobre la inalienable dignidad de cada
persona y las motivaciones para amar y acoger a todos.
Capítulo tercero
PENSAR Y GESTAR UN MUNDO ABIERTO
87.
Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se
desarrolla ni puede encontrar su plenitud «si no es en la entrega
sincera de sí mismo a los demás»[62].
Ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el
encuentro con los otros: «Sólo me comunico realmente conmigo mismo en la
medida en que me comunico con el otro»[63].
Esto explica por qué nadie puede experimentar el valor de vivir sin
rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera
existencia humana, porque «la vida subsiste donde hay vínculo, comunión,
fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye
sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no
hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir
como islas: en estas actitudes prevalece la muerte»[64].
Más allá
88.
Desde la intimidad de cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la
existencia cuando saca a la persona de sí misma hacia el otro[65].
Hechos para el amor, hay en cada uno de nosotros «una ley de éxtasis:
salir de sí mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser»[66].
Por ello «en cualquier caso el hombre tiene que llevar a cabo esta
empresa: salir de sí mismo»[67].
89.
Pero no puedo reducir mi vida a la relación con un pequeño grupo, ni
siquiera a mi propia familia, porque es imposible entenderme sin un
tejido más amplio de relaciones: no sólo el actual sino también el que
me precede y me fue configurando a lo largo de mi vida. Mi relación con
una persona que aprecio no puede ignorar que esa persona no vive sólo
por su relación conmigo, ni yo vivo sólo por mi referencia a ella.
Nuestra relación, si es sana y verdadera, nos abre a los otros que nos
amplían y enriquecen. El más noble sentido social hoy fácilmente queda
anulado detrás de intimismos egoístas con apariencia de relaciones
intensas. En cambio, el amor que es auténtico, que ayuda a crecer, y las
formas más nobles de la amistad, residen en corazones que se dejan
completar. La pareja y el amigo son para abrir el corazón en círculos,
para volvernos capaces de salir de nosotros mismos hasta acoger a todos.
Los grupos cerrados y las parejas autorreferenciales, que se constituyen
en un “nosotros” contra todo el mundo, suelen ser formas idealizadas de
egoísmo y de mera autopreservación.
90.
Por algo muchas pequeñas poblaciones que sobrevivían en zonas desérticas
desarrollaron una generosa capacidad de acogida ante los peregrinos que
pasaban, y acuñaron el sagrado deber de la hospitalidad. Lo vivieron
también las comunidades monásticas medievales, como se advierte en la
Regla de san Benito. Aunque pudiera desestructurar el orden y el
silencio de los monasterios, Benito reclamaba que a los pobres y
peregrinos se los tratara «con el máximo cuidado y solicitud»[68].
La hospitalidad es un modo concreto de no privarse de este desafío y de
este don que es el encuentro con la humanidad más allá del propio grupo.
Aquellas personas percibían que todos los valores que podían cultivar
debían estar acompañados por esta capacidad de trascenderse en una
apertura a los otros.
El valor único del amor
91.
Las personas pueden desarrollar algunas actitudes que presentan como
valores morales: fortaleza, sobriedad, laboriosidad y otras virtudes.
Pero para orientar adecuadamente los actos de las distintas virtudes
morales, es necesario considerar también en qué medida estos realizan un
dinamismo de apertura y unión hacia otras personas. Ese dinamismo es la
caridad que Dios infunde. De otro modo, quizás tendremos sólo apariencia
de virtudes, que serán incapaces de construir la vida en común. Por ello
decía santo Tomás de Aquino —citando a san Agustín— que la templanza de
una persona avara ni siquiera es virtuosa[69].
San Buenaventura, con otras palabras, explicaba que las otras virtudes,
sin la caridad, estrictamente no cumplen los mandamientos «como Dios los
entiende»[70].
92. La altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor,
que es «el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración
positiva o negativa de una vida humana»[71].
Sin embargo, hay creyentes que piensan que su grandeza está en la
imposición de sus ideologías al resto, o en la defensa violenta de la
verdad, o en grandes demostraciones de fortaleza. Todos los creyentes
necesitamos reconocer esto: lo primero es el amor, lo que nunca debe
estar en riesgo es el amor, el mayor peligro es no amar (cf. 1 Co 13,1-13).
93.
En un intento de precisar en qué consiste la experiencia de amar que
Dios hace posible con su gracia, santo Tomás de Aquino la explicaba como
un movimiento que centra la atención en el otro «considerándolo como uno
consigo»[72].
La atención afectiva que se presta al otro, provoca una orientación a
buscar su bien gratuitamente. Todo esto parte de un aprecio, de una
valoración, que en definitiva es lo que está detrás de la palabra
“caridad”: el ser amado es “caro” para mí, es decir, «es estimado como
de alto valor»[73].
Y «del amor por el cual a uno le es grata la otra persona depende que le
dé algo gratis»[74].
94.
El amor implica entonces algo más que una serie de acciones benéficas.
Las acciones brotan de una unión que inclina más y más hacia el otro
considerándolo valioso, digno, grato y bello, más allá de las
apariencias físicas o morales. El amor al otro por ser quien es, nos
mueve a buscar lo mejor para su vida. Sólo en el cultivo de esta forma
de relacionarnos haremos posibles la amistad social que no excluye a
nadie y la fraternidad abierta a todos.
La creciente apertura del amor
95.
El amor nos pone finalmente en tensión hacia la comunión universal.
Nadie madura ni alcanza su plenitud aislándose. Por su propia dinámica,
el amor reclama una creciente apertura, mayor capacidad de acoger a
otros, en una aventura nunca acabada que integra todas las periferias
hacia un pleno sentido de pertenencia mutua. Jesús nos decía: «Todos
ustedes son hermanos» (Mt 23,8).
96.
Esta necesidad de ir más allá de los propios límites vale también para
las distintas regiones y países. De hecho, «el número cada vez mayor de
interdependencias y de comunicaciones que se entrecruzan en nuestro
planeta hace más palpable la conciencia de que todas las naciones de la
tierra […] comparten un destino común. En los dinamismos de la historia,
a pesar de la diversidad de etnias, sociedades y culturas, vemos
sembrada la vocación de formar una comunidad compuesta de hermanos que
se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros»[75].
Sociedades abiertas que integran a todos
97.
Hay periferias que están cerca de nosotros, en el centro de una ciudad,
o en la propia familia. También hay un aspecto de la apertura universal
del amor que no es geográfico sino existencial. Es la capacidad
cotidiana de ampliar mi círculo, de llegar a aquellos que
espontáneamente no siento parte de mi mundo de intereses, aunque estén
cerca de mí. Por otra parte, cada hermana y hermano que sufre,
abandonado o ignorado por mi sociedad es un forastero existencial,
aunque haya nacido en el mismo país. Puede ser un ciudadano con todos
los papeles, pero lo hacen sentir como un extranjero en su propia
tierra. El racismo es un virus que muta fácilmente y en lugar de
desaparecer se disimula, pero está siempre al acecho.
98.
Quiero recordar a esos “exiliados ocultos” que son tratados como cuerpos
extraños en la sociedad[76]. Muchas
personas con discapacidad «sienten que existen sin pertenecer y sin
participar». Hay todavía mucho «que les impide tener una ciudadanía
plena». El objetivo no es sólo cuidarlos, sino «que participen
activamente en la comunidad civil y eclesial. Es un camino exigente y
también fatigoso, que contribuirá cada vez más a la formación de
conciencias capaces de reconocer a cada individuo como una persona única
e irrepetible». Igualmente pienso en «los ancianos, que, también por su
discapacidad, a veces se sienten como una carga». Sin embargo, todos
pueden dar «una contribución singular al bien común a través de su
biografía original». Me permito insistir: «Tengan el valor de dar voz a
quienes son discriminados por su discapacidad, porque desgraciadamente
en algunas naciones, todavía hoy, se duda en reconocerlos como personas
de igual dignidad»[77].
Comprensiones inadecuadas de un amor universal
99.
El amor que se extiende más allá de las fronteras tiene en su base lo
que llamamos “amistad social” en cada ciudad o en cada país. Cuando es
genuina, esta amistad social dentro de una sociedad es una condición de
posibilidad de una verdadera apertura universal. No se trata del falso
universalismo de quien necesita viajar constantemente porque no soporta
ni ama a su propio pueblo. Quien mira a su pueblo con desprecio,
establece en su propia sociedad categorías de primera o de segunda
clase, de personas con más o menos dignidad y derechos. De esta manera
niega que haya lugar para todos.
100.
Tampoco estoy proponiendo un universalismo autoritario y abstracto,
digitado o planificado por algunos y presentado como un supuesto sueño
en orden a homogeneizar, dominar y expoliar. Hay un modelo de
globalización que «conscientemente apunta a la uniformidad
unidimensional y busca eliminar todas las diferencias y tradiciones en
una búsqueda superficial de la unidad. […] Si una globalización pretende
igualar a todos, como si fuera una esfera, esa globalización destruye la
riqueza y la particularidad de cada persona y de cada pueblo»[78].
Ese falso sueño universalista termina quitando al mundo su variado
colorido, su belleza y en definitiva su humanidad. Porque «el futuro no
es monocromático, sino que es posible si nos animamos a mirarlo en la
variedad y en la diversidad de lo que cada uno puede aportar. Cuánto
necesita aprender nuestra familia humana a vivir juntos en armonía y paz
sin necesidad de que tengamos que ser todos igualitos»[79].
Trascender un mundo de socios
101.
Retomemos ahora aquella parábola del buen samaritano que todavía tiene
mucho para proponernos. Había un hombre herido en el camino. Los
personajes que pasaban a su lado no se concentraban en este llamado
interior a volverse cercanos, sino en su función, en el lugar social que
ellos ocupaban, en una profesión relevante en la sociedad. Se sentían
importantes para la sociedad del momento y su urgencia era el rol que
les tocaba cumplir. El hombre herido y abandonado en el camino era una
molestia para ese proyecto, una interrupción, y a su vez era alguien que
no cumplía función alguna. Era un nadie, no pertenecía a una agrupación
que se considerara destacable, no tenía función alguna en la
construcción de la historia. Mientras tanto, el samaritano generoso se
resistía a estas clasificaciones cerradas, aunque él mismo quedaba fuera
de cualquiera de estas categorías y era sencillamente un extraño sin un
lugar propio en la sociedad. Así, libre de todo rótulo y estructura, fue
capaz de interrumpir su viaje, de cambiar su proyecto, de estar
disponible para abrirse a la sorpresa del hombre herido que lo
necesitaba.
102.
¿Qué reacción podría provocar hoy esa narración, en un mundo donde
aparecen constantemente, y crecen, grupos sociales que se aferran a una
identidad que los separa del resto? ¿Cómo puede conmover a quienes
tienden a organizarse de tal manera que se impida toda presencia extraña
que pueda perturbar esa identidad y esa organización autoprotectora y
autorreferencial? En ese esquema queda excluida la posibilidad de
volverse prójimo, y sólo es posible ser prójimo de quien permita
asegurar los beneficios personales. Así la palabra “prójimo” pierde todo
significado, y únicamente cobra sentido la palabra “socio”, el asociado
por determinados intereses[80].
Libertad, igualdad y fraternidad
103.
La fraternidad no es sólo resultado de condiciones de respeto a las
libertades individuales, ni siquiera de cierta equidad administrada. Si
bien son condiciones de posibilidad no bastan para que ella surja como
resultado necesario. La fraternidad tiene algo positivo que ofrecer a la
libertad y a la igualdad. ¿Qué ocurre sin la fraternidad cultivada
conscientemente, sin una voluntad política de fraternidad, traducida en
una educación para la fraternidad, para el diálogo, para el
descubrimiento de la reciprocidad y el enriquecimiento mutuo como
valores? Lo que sucede es que la libertad enflaquece, resultando así más
una condición de soledad, de pura autonomía para pertenecer a alguien o
a algo, o sólo para poseer y disfrutar. Esto no agota en absoluto la
riqueza de la libertad que está orientada sobre todo al amor.
104.
Tampoco la igualdad se logra definiendo en abstracto que “todos los
seres humanos son iguales”, sino que es el resultado del cultivo
consciente y pedagógico de la fraternidad. Los que únicamente son
capaces de ser socios crean mundos cerrados. ¿Qué sentido puede tener en
este esquema esa persona que no pertenece al círculo de los socios y
llega soñando con una vida mejor para sí y para su familia?
105.
El individualismo no nos hace más libres, más iguales, más hermanos. La
mera suma de los intereses individuales no es capaz de generar un mundo
mejor para toda la humanidad. Ni siquiera puede preservarnos de tantos
males que cada vez se vuelven más globales. Pero el individualismo
radical es el virus más difícil de vencer. Engaña. Nos hace creer que
todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones, como si
acumulando ambiciones y seguridades individuales pudiéramos construir el
bien común.
Amor universal que promueve a las personas
106.
Hay un reconocimiento básico, esencial para caminar hacia la amistad
social y la fraternidad universal: percibir cuánto vale un ser humano,
cuánto vale una persona, siempre y en cualquier circunstancia. Si cada
uno vale tanto, hay que decir con claridad y firmeza que «el solo hecho
de haber nacido en un lugar con menores recursos o menor desarrollo no
justifica que algunas personas vivan con menor dignidad»[81].
Este es un principio elemental de la vida social que suele ser ignorado
de distintas maneras por quienes sienten que no aporta a su cosmovisión
o no sirve a sus fines.
107.
Todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse
integralmente, y ese derecho básico no puede ser negado por ningún país.
Lo tiene aunque sea poco eficiente, aunque haya nacido o crecido con
limitaciones. Porque eso no menoscaba su inmensa dignidad como persona
humana, que no se fundamenta en las circunstancias sino en el valor de
su ser. Cuando este principio elemental no queda a salvo, no hay futuro
ni para la fraternidad ni para la sobrevivencia de la humanidad.
108.
Hay sociedades que acogen parcialmente este principio. Aceptan que haya
posibilidades para todos, pero sostienen que a partir de allí todo
depende de cada uno. Desde esa perspectiva parcial no tendría sentido
«invertir para que los lentos, débiles o menos dotados puedan
abrirse camino en la vida»[82].
Invertir a favor de los frágiles puede no ser rentable, puede implicar
menor eficiencia. Exige un Estado presente y activo, e instituciones de
la sociedad civil que vayan más allá de la libertad de los mecanismos
eficientistas de determinados sistemas económicos, políticos o
ideológicos, porque realmente se orientan en primer lugar a las personas
y al bien común.
109.
Algunos nacen en familias de buena posición económica, reciben buena
educación, crecen bien alimentados, o poseen naturalmente capacidades
destacadas. Ellos seguramente no necesitarán un Estado activo y sólo
reclamarán libertad. Pero evidentemente no cabe la misma regla para una
persona con discapacidad, para alguien que nació en un hogar
extremadamente pobre, para alguien que creció con una educación de baja
calidad y con escasas posibilidades de curar adecuadamente sus
enfermedades. Si la sociedad se rige primariamente por los criterios de
la libertad de mercado y de la eficiencia, no hay lugar para ellos, y la
fraternidad será una expresión romántica más.
110.
El hecho es que «una libertad económica sólo declamada, pero donde las
condiciones reales impiden que muchos puedan acceder realmente a ella
[…] se convierte en un discurso contradictorio»[83].
Palabras como libertad, democracia o fraternidad se vacían de sentido.
Porque el hecho es que «mientras nuestro sistema económico y social
produzca una sola víctima y haya una sola persona descartada, no habrá
una fiesta de fraternidad universal»[84].Una
sociedad humana y fraterna es capaz de preocuparse para garantizar de
modo eficiente y estable que todos sean acompañados en el recorrido de
sus vidas, no sólo para asegurar sus necesidades básicas, sino para que
puedan dar lo mejor de sí, aunque su rendimiento no sea el mejor, aunque
vayan lento, aunque su eficiencia sea poco destacada.
111.
La persona humana, con sus derechos inalienables, está naturalmente
abierta a los vínculos. En su propia raíz reside el llamado a
trascenderse a sí misma en el encuentro con otros. Por eso «es necesario
prestar atención para no caer en algunos errores que pueden nacer de una
mala comprensión de los derechos humanos y de un paradójico mal uso de
los mismos. Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una reivindicación
siempre más amplia de los derechos individuales —estoy tentado de decir
individualistas—, que esconde una concepción de persona humana desligada
de todo contexto social y antropológico, casi como una “mónada” (monás),
cada vez más insensible. […] Si el derecho de cada uno no está
armónicamente ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin
limitaciones y, consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos
y de violencias»[85].
Promover el bien moral
112.
No podemos dejar de decir que el deseo y la búsqueda del bien de los
demás y de toda la humanidad implican también procurar una maduración de
las personas y de las sociedades en los distintos valores morales que
lleven a un desarrollo humano integral. En el Nuevo Testamento se
menciona un fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22), expresado con
la palabra griega agazosúne. Indica el apego a lo bueno, la
búsqueda de lo bueno. Más todavía, es procurar lo excelente, lo mejor
para los demás: su maduración, su crecimiento en una vida sana, el
cultivo de los valores y no sólo el bienestar material. Hay una
expresión latina semejante: bene-volentia, que significa la
actitud de querer el bien del otro. Es un fuerte deseo del bien, una
inclinación hacia todo lo que sea bueno y excelente, que nos mueve a
llenar la vida de los demás de cosas bellas, sublimes, edificantes.
113.
En esta línea, vuelvo a destacar con dolor que «ya hemos tenido mucho
tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de
la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre
superficialidad nos ha servido de poco. Esa destrucción de todo
fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para
preservar los propios intereses»[86].
Volvamos a promover el bien, para nosotros mismos y para toda la
humanidad, y así caminaremos juntos hacia un crecimiento genuino e
integral. Cada sociedad necesita asegurar que los valores se transmitan,
porque si esto no sucede se difunde el egoísmo, la violencia, la
corrupción en sus diversas formas, la indiferencia y, en definitiva, una
vida cerrada a toda trascendencia y clausurada en intereses
individuales.
El valor de la solidaridad
114.
Quiero destacar la solidaridad, que «como virtud moral y actitud social,
fruto de la conversión personal, exige el compromiso de todos aquellos
que tienen responsabilidades educativas y formativas. En primer lugar me
dirijo a las familias, llamadas a una misión educativa primaria e
imprescindible. Ellas constituyen el primer lugar en el que se viven y
se transmiten los valores del amor y de la fraternidad, de la
convivencia y del compartir, de la atención y del cuidado del otro.
Ellas son también el ámbito privilegiado para la transmisión de la fe
desde aquellos primeros simples gestos de devoción que las madres
enseñan a los hijos. Los educadores y los formadores que, en la escuela
o en los diferentes centros de asociación infantil y juvenil, tienen la
ardua tarea de educar a los niños y jóvenes, están llamados a tomar
conciencia de que su responsabilidad tiene que ver con las dimensiones
morales, espirituales y sociales de la persona. Los valores de la
libertad, del respeto recíproco y de la solidaridad se transmiten desde
la más tierna infancia. […] Quienes se dedican al mundo de la cultura y
de los medios de comunicación social tienen también una responsabilidad
en el campo de la educación y la formación, especialmente en la sociedad
contemporánea, en la que el acceso a los instrumentos de formación y de
comunicación está cada vez más extendido»[87].
115.
En estos momentos donde todo parece diluirse y perder consistencia, nos
hace bien apelar a la solidez[88] que
surge de sabernos responsables de la fragilidad de los demás buscando un
destino común. La solidaridad se expresa concretamente en el servicio,
que puede asumir formas muy diversas de hacerse cargo de los demás. El
servicio es «en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa
cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de
nuestro pueblo». En esta tarea cada uno es capaz de «dejar de lado sus
búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los
más frágiles. […] El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca
su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la “padece” y
busca la promoción del hermano. Por eso nunca el servicio es ideológico,
ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a personas»[89].
116.
Los últimos en general «practican esa solidaridad tan especial que
existe entre los que sufren, entre los pobres, y que nuestra
civilización parece haber olvidado, o al menos tiene muchas ganas de
olvidar. Solidaridad es una palabra que no cae bien siempre, yo diría
que algunas veces la hemos transformado en una mala palabra, no se puede
decir; pero es una palabra que expresa mucho más que algunos actos de
generosidad esporádicos. Es pensar y actuar en términos de comunidad, de
prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por
parte de algunos. También es luchar contra las causas estructurales de
la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de
vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar
los destructores efectos del Imperio del dinero. […] La solidaridad,
entendida en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia y eso es
lo que hacen los movimientos populares»[90].
117.
Cuando hablamos de cuidar la casa común que es el planeta, acudimos a
ese mínimo de conciencia universal y de preocupación por el cuidado
mutuo que todavía puede quedar en las personas. Porque si alguien tiene
agua de sobra, y sin embargo la cuida pensando en la humanidad, es
porque ha logrado una altura moral que le permite trascenderse a sí
mismo y a su grupo de pertenencia. ¡Eso es maravillosamente humano! Esta
misma actitud es la que se requiere para reconocer los derechos de todo
ser humano, aunque haya nacido más allá de las propias fronteras.
Reproponer la función social de la propiedad
118.
El mundo existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos en
esta tierra con la misma dignidad. Las diferencias de color, religión,
capacidades, lugar de nacimiento, lugar de residencia y tantas otras no
pueden anteponerse o utilizarse para justificar los privilegios de unos
sobre los derechos de todos. Por consiguiente, como comunidad estamos
conminados a garantizar que cada persona viva con dignidad y tenga
oportunidades adecuadas a su desarrollo integral.
119.
En los primeros siglos de la fe cristiana, varios sabios desarrollaron
un sentido universal en su reflexión sobre el destino común de los
bienes creados[91].
Esto llevaba a pensar que si alguien no tiene lo suficiente para vivir
con dignidad se debe a que otro se lo está quedando. Lo resume san Juan
Crisóstomo al decir que «no compartir con los pobres los propios bienes
es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos,
sino suyos»[92];
o también en palabras de san Gregorio Magno: «Cuando damos a los pobres
las cosas indispensables no les damos nuestras cosas, sino que les
devolvemos lo que es suyo»[93].
120.
Vuelvo a hacer mías y a proponer a todos unas palabras de san Juan Pablo
II cuya contundencia quizás no ha sido advertida: «Dios ha dado la
tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus
habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno»[94].
En esta línea recuerdo que «la tradición cristiana nunca reconoció como
absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la
función social de cualquier forma de propiedad privada».[95] El
principio del uso común de los bienes creados para todos es el «primer
principio de todo el ordenamiento ético-social»[96],
es un derecho natural, originario y prioritario[97].
Todos los demás derechos sobre los bienes necesarios para la realización
integral de las personas, incluidos el de la propiedad privada y
cualquier otro, «no deben estorbar, antes al contrario, facilitar su
realización», como afirmaba san Pablo VI[98].
El derecho a la propiedad privada sólo puede ser considerado como un
derecho natural secundario y derivado del principio del destino
universal de los bienes creados, y esto tiene consecuencias muy
concretas que deben reflejarse en el funcionamiento de la sociedad. Pero
sucede con frecuencia que los derechos secundarios se sobreponen a los
prioritarios y originarios, dejándolos sin relevancia práctica.
Derechos sin fronteras
121.
Entonces nadie puede quedar excluido, no importa dónde haya nacido, y
menos a causa de los privilegios que otros poseen porque nacieron en
lugares con mayores posibilidades. Los límites y las fronteras de los
Estados no pueden impedir que esto se cumpla. Así como es inaceptable
que alguien tenga menos derechos por ser mujer, es igualmente
inaceptable que el lugar de nacimiento o de residencia ya de por sí
determine menores posibilidades de vida digna y de desarrollo.
122.
El desarrollo no debe orientarse a la acumulación creciente de unos
pocos, sino que tiene que asegurar «los derechos humanos, personales y
sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las Naciones
y de los pueblos»[99].
El derecho de algunos a la libertad de empresa o de mercado no puede
estar por encima de los derechos de los pueblos, ni de la dignidad de
los pobres, ni tampoco del respeto al medio ambiente, puesto que
«quien se apropia algo es sólo para administrarlo en bien de todos»[100]-
123.
Es verdad que la actividad de los empresarios «es una noble vocación
orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos»[101].
Dios nos promueve, espera que desarrollemos las capacidades que nos dio
y llenó el universo de potencialidades. En sus designios cada hombre
está llamado a promover su propio progreso[102],
y esto incluye fomentar las capacidades económicas y tecnológicas para
hacer crecer los bienes y aumentar la riqueza. Pero en todo caso estas
capacidades de los empresarios, que son un don de Dios, tendrían que
orientarse claramente al desarrollo de las demás personas y a la
superación de la miseria, especialmente a través de la creación de
fuentes de trabajo diversificadas. Siempre, junto al derecho de
propiedad privada, está el más importante y anterior principio de la
subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los
bienes de la tierra y, por tanto, el derecho de todos a su uso[103].
Derechos de los pueblos
124.
La convicción del destino común de los bienes de la tierra hoy requiere
que se aplique también a los países, a sus territorios y a sus
posibilidades. Si lo miramos no sólo desde la legitimidad de la
propiedad privada y de los derechos de los ciudadanos de una determinada
nación, sino también desde el primer principio del destino común de los
bienes, entonces podemos decir que cada país es asimismo del extranjero,
en cuanto los bienes de un territorio no deben ser negados a una persona
necesitada que provenga de otro lugar. Porque, como enseñaron los
Obispos de los Estados Unidos, hay derechos fundamentales que «preceden
a cualquier sociedad porque manan de la dignidad otorgada a cada persona
en cuanto creada por Dios»[104].
125.
Esto supone además otra manera de entender las relaciones y el
intercambio entre países. Si toda persona tiene una dignidad
inalienable, si todo ser humano es mi hermano o mi hermana, y si en
realidad el mundo es de todos, no importa si alguien ha nacido aquí o si
vive fuera de los límites del propio país. También mi nación es
corresponsable de su desarrollo, aunque pueda cumplir esta
responsabilidad de diversas maneras: acogiéndolo de manera generosa
cuando lo necesite imperiosamente, promoviéndolo en su propia tierra, no
usufructuando ni vaciando de recursos naturales a países enteros
propiciando sistemas corruptos que impiden el desarrollo digno de los
pueblos. Esto que vale para las naciones se aplica a las distintas
regiones de cada país, entre las que suele haber graves inequidades.
Pero la incapacidad de reconocer la igual dignidad humana a veces lleva
a que las regiones más desarrolladas de algunos países sueñen con
liberarse del “lastre” de las regiones más pobres para aumentar todavía
más su nivel de consumo.
126.
Hablamos de una nueva red en las relaciones internacionales, porque no
hay modo de resolver los graves problemas del mundo pensando sólo en
formas de ayuda mutua entre individuos o pequeños grupos. Recordemos que
«la inequidad no afecta sólo a individuos, sino a países enteros, y
obliga a pensar en una ética de las relaciones internacionales»[105].
Y la justicia exige reconocer y respetar no sólo los derechos
individuales, sino también los derechos sociales y los derechos de los
pueblos[106].
Lo que estamos diciendo implica asegurar «el derecho fundamental de los
pueblos a la subsistencia y al progreso»[107],
que a veces se ve fuertemente dificultado por la presión que origina la
deuda externa. El pago de la deuda en muchas ocasiones no sólo no
favorece el desarrollo, sino que lo limita y lo condiciona fuertemente.
Si bien se mantiene el principio de que toda deuda legítimamente
adquirida debe ser saldada, el modo de cumplir este deber que muchos
países pobres tienen con los países ricos no debe llegar a comprometer
su subsistencia y su crecimiento.
127.
Sin dudas, se trata de otra lógica. Si no se intenta entrar en esa
lógica, mis palabras sonarán a fantasía. Pero si se acepta el gran
principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la
inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y
pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure
tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero camino de la
paz, y no la estrategia carente de sentido y corta de miras de sembrar
temor y desconfianza ante amenazas externas. Porque la paz real y
duradera sólo es posible «desde una ética global de solidaridad y
cooperación al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y
la corresponsabilidad entre toda la familia humana»[108].
Capítulo cuarto
UN CORAZÓN ABIERTO AL MUNDO ENTERO
128.
La afirmación de que todos los seres humanos somos hermanos y hermanas,
si no es sólo una abstracción, sino que toma carne y se vuelve concreta,
nos plantea una serie de retos que nos descolocan, nos obligan a asumir
nuevas perspectivas y a desarrollar nuevas reacciones.
El límite de las fronteras
129.
Cuando el prójimo es una persona migrante se agregan desafíos complejos[109].
Es verdad que lo ideal sería evitar las migraciones innecesarias y para
ello el camino es crear en los países de origen la posibilidad efectiva
de vivir y de crecer con dignidad, de manera que se puedan encontrar
allí mismo las condiciones para el propio desarrollo integral. Pero
mientras no haya serios avances en esta línea, nos corresponde respetar
el derecho de todo ser humano de encontrar un lugar donde pueda no
solamente satisfacer sus necesidades básicas y las de su familia, sino
también realizarse integralmente como persona. Nuestros esfuerzos ante
las personas migrantes que llegan pueden resumirse en cuatro verbos:
acoger, proteger, promover e integrar. Porque «no se trata de dejar caer
desde arriba programas de asistencia social sino de recorrer juntos un
camino a través de estas cuatro acciones, para construir ciudades y
países que, al tiempo que conservan sus respectivas identidades
culturales y religiosas, estén abiertos a las diferencias y sepan cómo
valorarlas en nombre de la fraternidad humana»[110].
130.
Esto implica algunas respuestas indispensables, sobre todo frente a los
que escapan de graves crisis humanitarias. Por ejemplo: incrementar y
simplificar la concesión de visados, adoptar programas de patrocinio
privado y comunitario, abrir corredores humanitarios para los refugiados
más vulnerables, ofrecer un alojamiento adecuado y decoroso, garantizar
la seguridad personal y el acceso a los servicios básicos, asegurar una
adecuada asistencia consular, el derecho a tener siempre consigo los
documentos personales de identidad, un acceso equitativo a la justicia,
la posibilidad de abrir cuentas bancarias y la garantía de lo básico
para la subsistencia vital, darles libertad de movimiento y la
posibilidad de trabajar, proteger a los menores de edad y asegurarles el
acceso regular a la educación, prever programas de custodia temporal o
de acogida, garantizar la libertad religiosa, promover su inserción
social, favorecer la reagrupación familiar y preparar a las comunidades
locales para los procesos integrativos[111].
131.
Para quienes ya hace tiempo que han llegado y participan del tejido
social, es importante aplicar el concepto de “ciudadanía”, que «se basa
en la igualdad de derechos y deberes bajo cuya protección todos
disfrutan de la justicia. Por esta razón, es necesario comprometernos
para establecer en nuestra sociedad el concepto de plena ciudadanía y
renunciar al uso discriminatorio de la palabra minorías, que trae
consigo las semillas de sentirse aislado e inferior; prepara el terreno
para la hostilidad y la discordia y quita los logros y los derechos
religiosos y civiles de algunos ciudadanos al discriminarlos»[112].
132.
Más allá de las diversas acciones indispensables, los Estados no pueden
desarrollar por su cuenta soluciones adecuadas «ya que las consecuencias
de las opciones de cada uno repercuten inevitablemente sobre toda la
Comunidad internacional». Por lo tanto «las respuestas sólo vendrán como
fruto de un trabajo común»[113],
gestando una legislación (governance) global para las
migraciones. De cualquier manera se necesita «establecer planes a medio
y largo plazo que no se queden en la simple respuesta a una emergencia.
Deben servir, por una parte, para ayudar realmente a la integración de
los emigrantes en los países de acogida y, al mismo tiempo, favorecer el
desarrollo de los países de proveniencia, con políticas solidarias, que
no sometan las ayudas a estrategias y prácticas ideológicas ajenas o
contrarias a las culturas de los pueblos a las que van dirigidas»[114].
Las ofrendas recíprocas
133.
La llegada de personas diferentes, que proceden de un contexto vital y
cultural distinto, se convierte en un don, porque «las historias de los
migrantes también son historias de encuentro entre personas y entre
culturas: para las comunidades y las sociedades a las que llegan son una
oportunidad de enriquecimiento y de desarrollo humano integral de todos»[115].
Por esto «pido especialmente a los jóvenes que no caigan en las redes de
quienes quieren enfrentarlos a otros jóvenes que llegan a sus países,
haciéndolos ver como seres peligrosos y como si no tuvieran la misma
inalienable dignidad de todo ser humano»[116].
134.
Por otra parte, cuando se acoge de corazón a la persona diferente, se le
permite seguir siendo ella misma, al tiempo que se le da la posibilidad
de un nuevo desarrollo. Las culturas diversas, que han gestado su
riqueza a lo largo de siglos, deben ser preservadas para no empobrecer
este mundo. Esto sin dejar de estimularlas para que pueda brotar algo
nuevo de sí mismas en el encuentro con otras realidades. No se puede
ignorar el riesgo de terminar víctimas de una esclerosis cultural. Para
ello «tenemos necesidad de comunicarnos, de descubrir las riquezas de
cada uno, de valorar lo que nos une y ver las diferencias como
oportunidades de crecimiento en el respeto de todos. Se necesita un
diálogo paciente y confiado, para que las personas, las familias y las
comunidades puedan transmitir los valores de su propia cultura y acoger
lo que hay de bueno en la experiencia de los demás»[117].
135.
Retomo ejemplos que mencioné tiempo atrás: la cultura de los latinos es
«un fermento de valores y posibilidades que puede hacer mucho bien a los
Estados Unidos. […] Una fuerte inmigración siempre termina marcando y
transformando la cultura de un lugar. En la Argentina, la fuerte
inmigración italiana ha marcado la cultura de la sociedad, y en el
estilo cultural de Buenos Aires se nota mucho la presencia de alrededor
de 200.000 judíos. Los inmigrantes, si se los ayuda a integrarse, son
una bendición, una riqueza y un nuevo don que invita a una sociedad a
crecer»[118].
136.
Ampliando la mirada, con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb recordamos que «la
relación entre Occidente y Oriente es una necesidad mutua indiscutible,
que no puede ser sustituida ni descuidada, de modo que ambos puedan
enriquecerse mutuamente a través del intercambio y el diálogo de las
culturas. El Occidente podría encontrar en la civilización del Oriente
los remedios para algunas de sus enfermedades espirituales y religiosas
causadas por la dominación del materialismo. Y el Oriente podría
encontrar en la civilización del Occidente muchos elementos que pueden
ayudarlo a salvarse de la debilidad, la división, el conflicto y el
declive científico, técnico y cultural. Es importante prestar atención a
las diferencias religiosas, culturales e históricas que son un
componente esencial en la formación de la personalidad, la cultura y la
civilización oriental; y es importante consolidar los derechos humanos
generales y comunes, para ayudar a garantizar una vida digna para todos
los hombres en Oriente y en Occidente, evitando el uso de políticas de
doble medida»[119].
El fecundo intercambio
137.
La ayuda mutua entre países en realidad termina beneficiando a todos. Un
país que progresa desde su original sustrato cultural es un tesoro para
toda la humanidad. Necesitamos desarrollar esta consciencia de que hoy o
nos salvamos todos o no se salva nadie. La pobreza, la decadencia, los
sufrimientos de un lugar de la tierra son un silencioso caldo de cultivo
de problemas que finalmente afectarán a todo el planeta. Si nos preocupa
la desaparición de algunas especies, debería obsesionarnos que en
cualquier lugar haya personas y pueblos que no desarrollen su potencial
y su belleza propia a causa de la pobreza o de otros límites
estructurales. Porque eso termina empobreciéndonos a todos.
138.
Si esto fue siempre cierto, hoy lo es más que nunca debido a la realidad
de un mundo tan conectado por la globalización. Necesitamos que un
ordenamiento mundial jurídico, político y económico «incremente y
oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de
todos los pueblos»[120].
Esto finalmente beneficiará a todo el planeta, porque «la ayuda al
desarrollo de los países pobres» implica «creación de riqueza para
todos»[121].
Desde el punto de vista del desarrollo integral, esto supone que se
conceda «también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones
más pobres»[122] y
que se procure «incentivar el acceso al mercado internacional de los
países marcados por la pobreza y el subdesarrollo»[123].
Gratuidad que acoge
139.
No obstante, no quisiera limitar este planteamiento a alguna forma de
utilitarismo. Existe la gratuidad. Es la capacidad de hacer algunas
cosas porque sí, porque son buenas en sí mismas, sin esperar ningún
resultado exitoso, sin esperar inmediatamente algo a cambio. Esto
permite acoger al extranjero, aunque de momento no traiga un beneficio
tangible. Pero hay países que pretenden recibir sólo a los científicos o
a los inversores.
140.
Quien no vive la gratuidad fraterna, convierte su existencia en un
comercio ansioso, está siempre midiendo lo que da y lo que recibe a
cambio. Dios, en cambio, da gratis, hasta el punto de que ayuda aun a
los que no son fieles, y «hace salir el sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45).
Por algo Jesús recomienda: «Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda
no sepa lo que hace tu derecha, para que tu limosna quede en secreto» (Mt 6,3-4).
Hemos recibido la vida gratis, no hemos pagado por ella. Entonces todos
podemos dar sin esperar algo, hacer el bien sin exigirle tanto a
esa persona que uno ayuda. Es lo que Jesús decía a sus discípulos: «Lo
que han recibido gratis, entréguenlo también gratis» (Mt 10,8).
141.
La verdadera calidad de los distintos países del mundo se mide por esta
capacidad de pensar no sólo como país, sino también como familia humana,
y esto se prueba especialmente en las épocas críticas. Los nacionalismos
cerrados expresan en definitiva esta incapacidad de gratuidad, el error
de creer que pueden desarrollarse al margen de la ruina de los demás y
que cerrándose al resto estarán más protegidos. El inmigrante es visto
como un usurpador que no ofrece nada. Así, se llega a pensar
ingenuamente que los pobres son peligrosos o inútiles y que los
poderosos son generosos benefactores. Sólo una cultura social y política
que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro.
Local y universal
142.
Cabe recordar que «entre la globalización y la localización también se
produce una tensión. Hace falta prestar atención a lo global para no
caer en una mezquindad cotidiana. Al mismo tiempo, no conviene perder de
vista lo local, que nos hace caminar con los pies sobre la tierra. Las
dos cosas unidas impiden caer en alguno de estos dos extremos: uno, que
los ciudadanos vivan en un universalismo abstracto y globalizante […]; otro,
que se conviertan en un museo folklórico de ermitaños localistas,
condenados a repetir siempre lo mismo, incapaces de dejarse interpelar
por el diferente y de valorar la belleza que Dios derrama fuera de sus
límites»[124].
Hay que mirar lo global, que nos rescata de la mezquindad casera. Cuando
la casa ya no es hogar, sino que es encierro, calabozo, lo global nos va
rescatando porque es como la causa final que nos atrae hacia la
plenitud. Simultáneamente, hay que asumir con cordialidad lo local,
porque tiene algo que lo global no posee: ser levadura, enriquecer,
poner en marcha mecanismos de subsidiaridad. Por lo tanto, la
fraternidad universal y la amistad social dentro de cada sociedad son
dos polos inseparables y coesenciales. Separarlos lleva a una
deformación y a una polarización dañina.
El sabor local
143.
La solución no es una apertura que renuncia al propio tesoro. Así como
no hay diálogo con el otro sin identidad personal, del mismo modo no hay
apertura entre pueblos sino desde el amor a la tierra, al pueblo, a los
propios rasgos culturales. No me encuentro con el otro si no poseo un
sustrato donde estoy firme y arraigado, porque desde allí puedo acoger
el don del otro y ofrecerle algo verdadero. Sólo es posible acoger al
diferente y percibir su aporte original si estoy afianzado en mi pueblo
con su cultura. Cada uno ama y cuida con especial responsabilidad su
tierra y se preocupa por su país, así como cada uno debe amar y cuidar
su casa para que no se venga abajo, porque no lo harán los vecinos.
También el bien del universo requiere que cada uno proteja y ame su
propia tierra. De lo contrario, las consecuencias del desastre de un
país terminarán afectando a todo el planeta. Esto se fundamenta en el
sentido positivo que tiene el derecho de propiedad: cuido y cultivo algo
que poseo, de manera que pueda ser un aporte al bien de todos.
144.
Además, este es un presupuesto de los intercambios sanos y
enriquecedores. El trasfondo de la experiencia de la vida en un lugar y
en una cultura determinada es lo que capacita a alguien para percibir
aspectos de la realidad que quienes no tienen esa experiencia no son
capaces de percibir tan fácilmente. Lo universal no debe ser el imperio
homogéneo, uniforme y estandarizado de una única forma cultural
dominante, que finalmente perderá los colores del poliedro y terminará
en el hastío. Es la tentación que se expresa en el antiguo relato de la
torre de Babel: la construcción de una torre que llegara hasta el cielo
no expresaba la unidad entre distintos pueblos capaces de comunicarse
desde su diversidad. Por el contrario, fue una tentativa engañosa, que
surgía del orgullo y de la ambición humana, de crear una unidad
diferente de aquella deseada por Dios en su plan providencial para las
naciones (cf. Gn 11,1-9).
145.
Hay una falsa apertura a lo universal, que procede de la superficialidad
vacía de quien no es capaz de penetrar hasta el fondo en su patria, o de
quien sobrelleva un resentimiento no resuelto hacia su pueblo. En todo
caso, «siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor
que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin
desarraigos. Es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la
historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo
pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia. […] No es
ni la esfera global que anula ni la parcialidad aislada que esteriliza»[125],
es el poliedro, donde al mismo tiempo que cada uno es respetado en su
valor, «el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma
de ellas»[126].
El horizonte universal
146.
Hay narcisismos localistas que no son un sano amor al propio pueblo y a
su cultura. Esconden un espíritu cerrado que, por cierta inseguridad y
temor al otro, prefiere crear murallas defensivas para preservarse a sí
mismo. Pero no es posible ser sanamente local sin una sincera y amable
apertura a lo universal, sin dejarse interpelar por lo que sucede en
otras partes, sin dejarse enriquecer por otras culturas o sin
solidarizarse con los dramas de los demás pueblos. Ese localismo se
clausura obsesivamente en unas pocas ideas, costumbres y seguridades,
incapaz de admiración frente a la multitud de posibilidades y de belleza
que ofrece el mundo entero, y carente de una solidaridad auténtica y
generosa. Así, la vida local ya no es auténticamente receptiva, ya no se
deja completar por el otro; por lo tanto, se limita en sus posibilidades
de desarrollo, se vuelve estática y se enferma. Porque en realidad toda
cultura sana es abierta y acogedora por naturaleza, de tal modo que «una
cultura sin valores universales no es una verdadera cultura»[127].
147.
Reconozcamos que una persona, mientras menos amplitud tenga en su mente
y en su corazón, menos podrá interpretar la realidad cercana donde está
inmersa. Sin la relación y el contraste con quien es diferente, es
difícil percibirse clara y completamente a sí mismo y a la propia
tierra, ya que las demás culturas no son enemigos de los que hay que
preservarse, sino que son reflejos distintos de la riqueza inagotable de
la vida humana. Mirándose a sí mismo con el punto de referencia del
otro, de lo diverso, cada uno puede reconocer mejor las peculiaridades
de su persona y de su cultura: sus riquezas, sus posibilidades y sus
límites. La experiencia que se realiza en un lugar debe ser desarrollada
“en contraste” y “en sintonía” con las experiencias de otros que viven
en contextos culturales diferentes[128].
148.
En realidad, una sana apertura nunca atenta contra la identidad. Porque
al enriquecerse con elementos de otros lugares, una cultura viva no
realiza una copia o una mera repetición, sino que integra las novedades
“a su modo”. Esto provoca el nacimiento de una nueva síntesis que
finalmente beneficia a todos, ya que la cultura donde se originan estos
aportes termina siendo retroalimentada. Por ello exhorté a los pueblos
originarios a cuidar sus propias raíces y sus culturas ancestrales, pero
quise aclarar que no era «mi intención proponer un indigenismo
completamente cerrado, ahistórico, estático, que se niegue a toda forma
de mestizaje», ya que «la propia identidad cultural se arraiga y se
enriquece en el diálogo con los diferentes y la auténtica preservación
no es un aislamiento empobrecedor»[129].
El mundo crece y se llena de nueva belleza gracias a sucesivas síntesis
que se producen entre culturas abiertas, fuera de toda imposición
cultural.
149.
Para estimular una sana relación entre el amor a la patria y la
inserción cordial en la humanidad entera, es bueno recordar que la
sociedad mundial no es el resultado de la suma de los distintos países,
sino que es la misma comunión que existe entre ellos, es la inclusión
mutua que es anterior al surgimiento de todo grupo particular. En ese
entrelazamiento de la comunión universal se integra cada grupo humano y
allí encuentra su belleza. Entonces, cada persona que nace en un
contexto determinado se sabe perteneciente a una familia más grande sin
la que no es posible comprenderse en plenitud.
150.
Este enfoque, en definitiva, reclama la aceptación gozosa de que ningún
pueblo, cultura o persona puede obtener todo de sí. Los otros son
constitutivamente necesarios para la construcción de una vida plena. La
conciencia del límite o de la parcialidad, lejos de ser una amenaza, se
vuelve la clave desde la que soñar y elaborar un proyecto común. Porque
«el hombre es el ser fronterizo que no tiene ninguna frontera»[130].
Desde la propia región
151.
Gracias al intercambio regional, desde el cual los países más débiles se
abren al mundo entero, es posible que la universalidad no diluya las
particularidades. Una adecuada y auténtica apertura al mundo supone la
capacidad de abrirse al vecino, en una familia de naciones. La
integración cultural, económica y política con los pueblos cercanos
debería estar acompañada por un proceso educativo que promueva el valor
del amor al vecino, primer ejercicio indispensable para lograr una sana
integración universal.
152.
En algunos barrios populares, todavía se vive el espíritu del
“vecindario”, donde cada uno siente espontáneamente el deber de
acompañar y ayudar al vecino. En estos lugares que conservan esos
valores comunitarios, se viven las relaciones de cercanía con notas de
gratuidad, solidaridad y reciprocidad, a partir del sentido de un
“nosotros” barrial[131].
Ojalá pudiera vivirse esto también entre países cercanos, que sean
capaces de construir una vecindad cordial entre sus pueblos. Pero las
visiones individualistas se traducen en las relaciones entre países. El
riesgo de vivir cuidándonos unos de otros, viendo a los demás como
competidores o enemigos peligrosos, se traslada a la relación con los
pueblos de la región. Quizás fuimos educados en ese miedo y en esa
desconfianza.
153.
Hay países poderosos y grandes empresas que sacan rédito de este
aislamiento y prefieren negociar con cada país por separado. Por el
contrario, para los países pequeños o pobres se abre la posibilidad de
alcanzar acuerdos regionales con sus vecinos que les permitan negociar
en bloque y evitar convertirse en segmentos marginales y dependientes de
los grandes poderes. Hoy ningún Estado nacional aislado está en
condiciones de asegurar el bien común de su propia población.
Capítulo quinto
LA MEJOR POLÍTCA
154.
Para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de
realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la
amistad social, hace falta la mejor política puesta al servicio del
verdadero bien común. En cambio, desgraciadamente, la política hoy con
frecuencia suele asumir formas que dificultan la marcha hacia un mundo
distinto.
Populismos y liberalismos
155.
El desprecio de los débiles puede esconderse en formas populistas, que
los utilizan demagógicamente para sus fines, o en formas liberales al
servicio de los intereses económicos de los poderosos. En ambos casos se
advierte la dificultad para pensar un mundo abierto que tenga lugar para
todos, que incorpore a los más débiles y que respete las diversas
culturas.
Popular o populista
156.
En los últimos años la expresión “populismo” o “populista” ha invadido
los medios de comunicación y el lenguaje en general. Así pierde el valor
que podría contener y se convierte en una de las polaridades de la
sociedad dividida. Esto llegó al punto de pretender clasificar a todas
las personas, agrupaciones, sociedades y gobiernos a partir de una
división binaria: “populista” o “no populista”. Ya no es posible que
alguien opine sobre cualquier tema sin que intenten clasificarlo en uno
de esos dos polos, a veces para desacreditarlo injustamente o para
enaltecerlo en exceso.
157.
La pretensión de instalar el populismo como clave de lectura de la
realidad social, tiene otra debilidad: que ignora la legitimidad de la
noción de pueblo. El intento por hacer desaparecer del lenguaje esta
categoría podría llevar a eliminar la misma palabra “democracia” —es
decir: el “gobierno del pueblo”—. No obstante, si no se quiere afirmar
que la sociedad es más que la mera suma de los individuos, se necesita
la palabra “pueblo”. La realidad es que hay fenómenos sociales que
articulan a las mayorías, que existen megatendencias y búsquedas
comunitarias. También que se puede pensar en objetivos comunes, más allá
de las diferencias, para conformar un proyecto común. Finalmente, que es
muy difícil proyectar algo grande a largo plazo si no se logra que eso
se convierta en un sueño colectivo. Todo esto se encuentra expresado en
el sustantivo “pueblo” y en el adjetivo “popular”. Si no se incluyen
—junto con una sólida crítica a la demagogia— se estaría renunciando a
un aspecto fundamental de la realidad social.
158.
Porque existe un malentendido: «Pueblo no es una categoría lógica, ni
una categoría mística, si lo entendemos en el sentido de que todo lo que
hace el pueblo es bueno, o en el sentido de que el pueblo sea una
categoría angelical. Es una categoría mítica […] Cuando explicas lo que
es un pueblo utilizas categorías lógicas porque tienes que explicarlo:
cierto, hacen falta. Pero así no explicas el sentido de pertenencia a un
pueblo. La palabra pueblo tiene algo más que no se puede explicar de
manera lógica. Ser parte de un pueblo es formar parte de una identidad
común, hecha de lazos sociales y culturales. Y esto no es algo
automático, sino todo lo contrario: es un proceso lento, difícil… hacia
un proyecto común»[132].
159.
Hay líderes populares capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su
dinámica cultural y las grandes tendencias de una sociedad. El servicio
que prestan, aglutinando y conduciendo, puede ser la base para un
proyecto duradero de transformación y crecimiento, que implica también
la capacidad de ceder lugar a otros en pos del bien común. Pero deriva
en insano populismo cuando se convierte en la habilidad de alguien para
cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del
pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto
personal y de su perpetuación en el poder. Otras veces busca sumar
popularidad exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de
algunos sectores de la población. Esto se agrava cuando se convierte,
con formas groseras o sutiles, en un avasallamiento de las instituciones
y de la legalidad.
160.
Los grupos populistas cerrados desfiguran la palabra “pueblo”, puesto
que en realidad no hablan de un verdadero pueblo. En efecto, la
categoría de “pueblo” es abierta. Un pueblo vivo, dinámico y con futuro
es el que está abierto permanentemente a nuevas síntesis incorporando al
diferente. No lo hace negándose a sí mismo, pero sí con la disposición a
ser movilizado, cuestionado, ampliado, enriquecido por otros, y de ese
modo puede evolucionar.
161.
Otra expresión de la degradación de un liderazgo popular es el
inmediatismo. Se responde a exigencias populares en orden a garantizarse
votos o aprobación, pero sin avanzar en una tarea ardua y constante que
genere a las personas los recursos para su propio desarrollo, para que
puedan sostener su vida con su esfuerzo y su creatividad. En esta línea
dije claramente que «estoy lejos de proponer un populismo irresponsable»[133].
Por una parte, la superación de la inequidad supone el desarrollo
económico, aprovechando las posibilidades de cada región y asegurando
así una equidad sustentable[134].
Por otra parte, «los planes asistenciales, que atienden ciertas
urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras»[135].
162.
El gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular —porque promueve
el bien del pueblo— es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar
las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su
iniciativa, sus fuerzas. Esa es la mejor ayuda para un pobre, el mejor
camino hacia una existencia digna. Por ello insisto en que «ayudar a los
pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver
urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida
digna a través del trabajo»[136].
Por más que cambien los mecanismos de producción, la política no puede
renunciar al objetivo de lograr que la organización de una sociedad
asegure a cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su
esfuerzo. Porque «no existe peor pobreza que aquella que priva del
trabajo y de la dignidad del trabajo»[137].
En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión
irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el
pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer
relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para
sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en
definitiva para vivir como pueblo.
Valores y límites de las visiones liberales
163.
La categoría de pueblo, que incorpora una valoración positiva de los
lazos comunitarios y culturales, suele ser rechazada por las visiones
liberales individualistas, donde la sociedad es considerada una mera
suma de intereses que coexisten. Hablan de respeto a las libertades,
pero sin la raíz de una narrativa común. En ciertos contextos, es
frecuente acusar de populistas a todos los que defiendan los derechos de
los más débiles de la sociedad. Para estas visiones, la categoría de
pueblo es una mitificación de algo que en realidad no existe. Sin
embargo, aquí se crea una polarización innecesaria, ya que ni la idea de
pueblo ni la de prójimo son categorías puramente míticas o románticas
que excluyan o desprecien la organización social, la ciencia y las
instituciones de la sociedad civil[138].
164.
La caridad reúne ambas dimensiones —la mítica y la institucional— puesto
que implica una marcha eficaz de transformación de la historia que exige
incorporarlo principalmente todo: las instituciones, el derecho, la
técnica, la experiencia, los aportes profesionales, el análisis
científico, los procedimientos administrativos. Porque «no hay de hecho
vida privada si no es protegida por un orden público, un hogar cálido no
tiene intimidad si no es bajo la tutela de la legalidad, de un estado de
tranquilidad fundado en la ley y en la fuerza y con la condición de un
mínimo de bienestar asegurado por la división del trabajo, los
intercambios comerciales, la justicia social y la ciudadanía política»[139].
165.
La verdadera caridad es capaz de incorporar todo esto en su entrega, y
si debe expresarse en el encuentro persona a persona, también es capaz
de llegar a una hermana o a un hermano lejano e incluso ignorado, a
través de los diversos recursos que las instituciones de una sociedad
organizada, libre y creativa son capaces de generar. Si vamos al caso,
aun el buen samaritano necesitó de la existencia de una posada que le
permitiera resolver lo que él solo en ese momento no estaba en
condiciones de asegurar. El amor al prójimo es realista y no desperdicia
nada que sea necesario para una transformación de la historia que
beneficie a los últimos. De otro modo, a veces se tienen ideologías de
izquierda o pensamientos sociales, junto con hábitos individualistas y
procedimientos ineficaces que sólo llegan a unos pocos. Mientras tanto,
la multitud de los abandonados queda a merced de la posible buena
voluntad de algunos. Esto hace ver que es necesario fomentar no
únicamente una mística de la fraternidad sino al mismo tiempo una
organización mundial más eficiente para ayudar a resolver los problemas
acuciantes de los abandonados que sufren y mueren en los países pobres.
Esto a su vez implica que no hay una sola salida posible, una única
metodología aceptable, una receta económica que pueda ser aplicada
igualmente por todos, y supone que aun la ciencia más rigurosa pueda
proponer caminos diferentes.
166.
Todo esto podría estar colgado de alfileres, si perdemos la capacidad de
advertir la necesidad de un cambio en los corazones humanos, en los
hábitos y en los estilos de vida. Es lo que ocurre cuando la propaganda
política, los medios y los constructores de opinión pública persisten en
fomentar una cultura individualista e ingenua ante los intereses
económicos desenfrenados y la organización de las sociedades al servicio
de los que ya tienen demasiado poder. Por eso, mi crítica al paradigma
tecnocrático no significa que sólo intentando controlar sus excesos
podremos estar asegurados, porque el mayor peligro no reside en las
cosas, en las realidades materiales, en las organizaciones, sino en el
modo como las personas las utilizan. El asunto es la fragilidad humana,
la tendencia constante al egoísmo humano que forma parte de aquello que
la tradición cristiana llama “concupiscencia”: la inclinación del ser
humano a encerrarse en la inmanencia de su propio yo, de su grupo, de
sus intereses mezquinos. Esa concupiscencia no es un defecto de esta
época. Existió desde que el hombre es hombre y simplemente se
transforma, adquiere diversas modalidades en cada siglo, y finalmente
utiliza los instrumentos que el momento histórico pone a su disposición.
Pero es posible dominarla con la ayuda de Dios.
167.
La tarea educativa, el desarrollo de hábitos solidarios, la capacidad de
pensar la vida humana más integralmente, la hondura espiritual, hacen
falta para dar calidad a las relaciones humanas, de tal modo que sea la
misma sociedad la que reaccione ante sus inequidades, sus desviaciones,
los abusos de los poderes económicos, tecnológicos, políticos o
mediáticos. Hay visiones liberales que ignoran este factor de la
fragilidad humana, e imaginan un mundo que responde a un determinado
orden que por sí solo podría asegurar el futuro y la solución de todos
los problemas.
168.
El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer
creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre,
repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier
desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin
más, acudiendo al mágico “derrame” o “goteo” —sin nombrarlo— como único
camino para resolver los problemas sociales. No se advierte que el
supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas
formas de violencia que amenazan el tejido social. Por una parte, es
imperiosa una política económica activa orientada a «promover una
economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad
empresarial»[140],
para que sea posible acrecentar los puestos de trabajo en lugar de
reducirlos. La especulación financiera con la ganancia fácil como fin
fundamental sigue causando estragos. Por otra parte, «sin formas
internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede
cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta
confianza ha fallado»[141].
El fin de la historia no fue tal, y las recetas dogmáticas de la teoría
económica imperante mostraron no ser infalibles. La fragilidad de los
sistemas mundiales frente a las pandemias ha evidenciado que no todo se
resuelve con la libertad de mercado y que, además de rehabilitar una
sana política que no esté sometida al dictado de las finanzas, «tenemos
que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar
se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos»[142].
169.
En ciertas visiones economicistas cerradas y monocromáticas, no parecen
tener lugar, por ejemplo, los movimientos populares que aglutinan a
desocupados, trabajadores precarios e informales y a tantos otros que no
entran fácilmente en los cauces ya establecidos. En realidad, estos
gestan variadas formas de economía popular y de producción comunitaria.
Hace falta pensar en la participación social, política y económica de
tal manera «que incluya a los movimientos populares y anime las
estructuras de gobierno locales, nacionales e internacionales con ese
torrente de energía moral que surge de la incorporación de los excluidos
en la construcción del destino común» y a su vez es bueno promover que
«estos movimientos, estas experiencias de solidaridad que crecen desde
abajo, desde el subsuelo del planeta, confluyan, estén más coordinadas,
se vayan encontrando»[143].
Pero sin traicionar su estilo característico, porque ellos «son
sembradores de cambio, promotores de un proceso en el que confluyen
millones de acciones grandes y pequeñas encadenadas creativamente, como
en una poesía»[144].
En este sentido son “poetas sociales”, que trabajan, proponen, promueven
y liberan a su modo. Con ellos será posible un desarrollo humano
integral, que implica superar «esa idea de las políticas sociales
concebidas como una política hacia los pobres pero nunca con los
pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un proyecto
que reunifique a los pueblos»[145]. Aunque
molesten, aunque algunos “pensadores” no sepan cómo clasificarlos, hay
que tener la valentía de reconocer que sin ellos «la democracia se
atrofia, se convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde
representatividad, se va desencarnando porque deja afuera al pueblo en
su lucha cotidiana por la dignidad, en la construcción de su destino»[146].
El poder internacional
170.
Me permito repetir que «la crisis financiera de 2007-2008 era la ocasión
para el desarrollo de una nueva economía más atenta a los principios
éticos y para una nueva regulación de la actividad financiera
especulativa y de la riqueza ficticia. Pero no hubo una reacción que
llevara a repensar los criterios obsoletos que siguen rigiendo al mundo»[147].
Es más, parece que las verdaderas estrategias que se desarrollaron
posteriormente en el mundo se orientaron a más individualismo, a más
desintegración, a más libertad para los verdaderos poderosos que siempre
encuentran la manera de salir indemnes.
171.
Quisiera insistir en que «dar a cada uno lo suyo, siguiendo la
definición clásica de justicia, significa que ningún individuo o grupo
humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de
la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares o de sus
agrupaciones sociales. La distribución fáctica del poder —sea, sobre
todo, político, económico, de defensa, tecnológico— entre una pluralidad
de sujetos y la creación de un sistema jurídico de regulación de las
pretensiones e intereses, concreta la limitación del poder. El panorama
mundial hoy nos presenta, sin embargo, muchos falsos derechos, y —a la
vez— grandes sectores indefensos, víctimas más bien de un mal ejercicio
del poder»[148].
172.
El siglo XXI «es escenario de un debilitamiento de poder de los Estados
nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera, de
características transnacionales, tiende a predominar sobre la política.
En este contexto, se vuelve indispensable la maduración de instituciones
internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades
designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y
dotadas de poder para sancionar»[149].
Cuando se habla de la posibilidad de alguna forma de autoridad mundial
regulada por el derecho[150] no
necesariamente debe pensarse en una autoridad personal. Sin embargo, al
menos debería incluir la gestación de organizaciones mundiales más
eficaces, dotadas de autoridad para asegurar el bien común mundial, la
erradicación del hambre y la miseria, y la defensa cierta de los
derechos humanos elementales.
173.
En esta línea, recuerdo que es necesaria una reforma «tanto de la
Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y
financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto
de familia de naciones»[151].
Sin duda esto supone límites jurídicos precisos que eviten que se trate
de una autoridad cooptada por unos pocos países, y que a su vez impidan
imposiciones culturales o el menoscabo de las libertades básicas de las
naciones más débiles a causa de diferencias ideológicas. Porque «la
Comunidad Internacional es una comunidad jurídica fundada en la
soberanía de cada uno de los Estados miembros, sin vínculos de
subordinación que nieguen o limiten su independencia»[152].
Pero «la labor de las Naciones Unidas, a partir de los postulados del
Preámbulo y de los primeros artículos de su Carta Constitucional, puede
ser vista como el desarrollo y la promoción de la soberanía del derecho,
sabiendo que la justicia es requisito indispensable para obtener el
ideal de la fraternidad universal. […] Hay que asegurar el imperio
incontestado del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a
los buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las
Naciones Unidas, verdadera norma jurídica fundamental»[153]. Es
necesario evitar que esta Organización sea deslegitimizada, porque sus
problemas o deficiencias pueden ser afrontados y resueltos
conjuntamente.
174.
Hacen falta valentía y generosidad en orden a establecer libremente
determinados objetivos comunes y asegurar el cumplimiento en todo el
mundo de algunas normas básicas. Para que esto sea realmente útil, se
debe sostener «la exigencia de mantener los acuerdos suscritos —pacta
sunt servanda—»[154],
de manera que se evite «la tentación de apelar al derecho de la fuerza
más que a la fuerza del derecho».[155] Esto
requiere fortalecer «los instrumentos normativos para la solución
pacífica de las controversias de modo que se refuercen su alcance y su
obligatoriedad»[156].
Entre estos instrumentos normativos, deben ser favorecidos los acuerdos
multilaterales entre los Estados, porque garantizan mejor que los
acuerdos bilaterales el cuidado de un bien común realmente universal y
la protección de los Estados más débiles.
175.
Gracias a Dios tantas agrupaciones y organizaciones de la sociedad civil
ayudan a paliar las debilidades de la Comunidad internacional, su falta
de coordinación en situaciones complejas, su falta de atención frente a
derechos humanos fundamentales y a situaciones muy críticas de algunos
grupos. Así adquiere una expresión concreta el principio de
subsidiariedad, que garantiza la participación y la acción de las
comunidades y organizaciones de menor rango, las que complementan la
acción del Estado. Muchas veces desarrollan esfuerzos admirables
pensando en el bien común y algunos de sus miembros llegan a realizar
gestos verdaderamente heroicos que muestran de cuánta belleza todavía es
capaz nuestra humanidad.
Una caridad social y política
176.
Para muchos la política hoy es una mala palabra, y no se puede ignorar
que detrás de este hecho están a menudo los errores, la corrupción, la
ineficiencia de algunos políticos. A esto se añaden las estrategias que
buscan debilitarla, reemplazarla por la economía o dominarla con alguna
ideología. Pero, ¿puede funcionar el mundo sin política? ¿Puede haber un
camino eficaz hacia la fraternidad universal y la paz social sin una
buena política?[157]
La política que se necesita
177.
Me permito volver a insistir que «la política no debe someterse a la
economía y esta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma
eficientista de la tecnocracia»[158].
Aunque haya que rechazar el mal uso del poder, la corrupción, la falta
de respeto a las leyes y la ineficiencia, «no se puede justificar una
economía sin política, que sería incapaz de propiciar otra lógica que
rija los diversos aspectos de la crisis actual»[159].
Al contrario, «necesitamos una política que piense con visión amplia, y
que lleve adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo
interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis»[160].
Pienso en «una sana política, capaz de reformar las instituciones,
coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que permitan superar
presiones e inercias viciosas»[161].
No se puede pedir esto a la economía, ni se puede aceptar que esta asuma
el poder real del Estado.
178.
Ante tantas formas mezquinas e inmediatistas de política, recuerdo que
«la grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra
por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo. Al
poder político le cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de
nación»[162] y
más aún en un proyecto común para la humanidad presente y futura. Pensar
en los que vendrán no sirve a los fines electorales, pero es lo que
exige una justicia auténtica, porque, como enseñaron los Obispos de
Portugal, la tierra «es un préstamo que cada generación recibe y debe
transmitir a la generación siguiente»[163].
179.
La sociedad mundial tiene serias fallas estructurales que no se
resuelven con parches o soluciones rápidas meramente ocasionales. Hay
cosas que deben ser cambiadas con replanteos de fondo y transformaciones
importantes. Sólo una sana política podría liderarlo, convocando a los
más diversos sectores y a los saberes más variados. De esa manera, una
economía integrada en un proyecto político, social, cultural y popular
que busque el bien común puede «abrir camino a oportunidades diferentes,
que no implican detener la creatividad humana y su sueño de progreso,
sino orientar esa energía con cauces nuevos»[164].
El amor político
180.
Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una
amistad social que integre a todos no son meras utopías. Exigen la
decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces que las
hagan realmente posibles. Cualquier empeño en esta línea se convierte en
un ejercicio supremo de la caridad. Porque un individuo puede ayudar a
una persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar procesos
sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en «el campo de
la más amplia caridad, la caridad política»[165].
Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la
caridad social[166].
Una vez más convoco a rehabilitar la política, que «es una altísima
vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca
el bien común»[167].
181.
Todos los compromisos que brotan de la Doctrina Social de la Iglesia
«provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la
síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-40)»[168].
Esto supone reconocer que «el amor, lleno de pequeños gestos de cuidado
mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las
acciones que procuran construir un mundo mejor»[169].
Por esa razón, el amor no sólo se expresa en relaciones íntimas y
cercanas, sino también en «las macro-relaciones, como las relaciones
sociales, económicas y políticas»[170].
182.
Esta caridad política supone haber desarrollado un sentido social que
supera toda mentalidad individualista: «La caridad social nos hace amar
el bien común y nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las
personas, consideradas no sólo individualmente, sino también en la
dimensión social que las une»[171].
Cada uno es plenamente persona cuando pertenece a un pueblo, y al mismo
tiempo no hay verdadero pueblo sin respeto al rostro de cada persona.
Pueblo y persona son términos correlativos. Sin embargo, hoy se pretende
reducir las personas a individuos, fácilmente dominables por poderes que
miran a intereses espurios. La buena política busca caminos de
construcción de comunidades en los distintos niveles de la vida social,
en orden a reequilibrar y reorientar la globalización para evitar sus
efectos disgregantes.
Amor efectivo
183.
A partir del «amor social»[172] es
posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos
sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo universal, puede
construir un mundo nuevo[173],
porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr
caminos eficaces de desarrollo para todos. El amor social es una «fuerza
capaz de suscitar vías nuevas para afrontar los problemas del mundo de
hoy y para renovar profundamente desde su interior las estructuras,
organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos»[174].
184.
La caridad está en el corazón de toda vida social sana y abierta. Sin
embargo, hoy «se afirma fácilmente su irrelevancia para interpretar y
orientar las responsabilidades morales»[175].
Es mucho más que sentimentalismo subjetivo, si es que está unida al
compromiso con la verdad, de manera que no sea «presa fácil de las
emociones y las opiniones contingentes de los sujetos»[176].
Precisamente su relación con la verdad facilita a la caridad su
universalismo y así evita ser «relegada a un ámbito de relaciones
reducido y privado»[177].
De otro modo, será «excluida de los proyectos y procesos para construir
un desarrollo humano de alcance universal, en el diálogo entre saberes y
operatividad»[178].
Sin la verdad, la emotividad se vacía de contenidos relacionales y
sociales. Por eso la apertura a la verdad protege a la caridad de una
falsa fe que se queda sin «su horizonte humano y universal»[179].
185.
La caridad necesita la luz de la verdad que constantemente buscamos y
«esta luz es simultáneamente la de la razón y la de la fe»[180],
sin relativismos. Esto supone también el desarrollo de las ciencias y su
aporte insustituible para encontrar los caminos concretos y más seguros
para obtener los resultados que se esperan. Porque cuando está en juego
el bien de los demás no bastan las buenas intenciones, sino lograr
efectivamente lo que ellos y sus naciones necesitan para realizarse.
La actividad del amor político
186.
Hay un llamado amor “elícito”, que son los actos que proceden
directamente de la virtud de la caridad, dirigidos a personas y a
pueblos. Hay además un amor “imperado”: aquellos actos de la caridad que
impulsan a crear instituciones más sanas, regulaciones más justas,
estructuras más solidarias[181].
De ahí que sea «un acto de caridad igualmente indispensable el esfuerzo
dirigido a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no
tenga que padecer la miseria»[182].
Es caridad acompañar a una persona que sufre, y también es caridad todo
lo que se realiza, aun sin tener contacto directo con esa persona, para
modificar las condiciones sociales que provocan su sufrimiento. Si
alguien ayuda a un anciano a cruzar un río, y eso es exquisita caridad,
el político le construye un puente, y eso también es caridad. Si alguien
ayuda a otro con comida, el político le crea una fuente de trabajo, y
ejercita un modo altísimo de la caridad que ennoblece su acción
política.
Los desvelos del amor
187.
Esta caridad, corazón del espíritu de la política, es siempre un amor
preferencial por los últimos, que está detrás de todas las acciones que
se realicen a su favor[183].
Sólo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que
le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y
valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su
cultura, y por lo tanto verdaderamente integrados en la sociedad. Esta
mirada es el núcleo del verdadero espíritu de la política. Desde allí
los caminos que se abren son diferentes a los de un pragmatismo sin
alma. Por ejemplo, «no se puede abordar el escándalo de la pobreza
promoviendo estrategias de contención que únicamente tranquilicen y
conviertan a los pobres en seres domesticados e inofensivos. Qué triste
ver cuando detrás de supuestas obras altruistas, se reduce al otro a la
pasividad»[184]. Lo
que se necesita es que haya diversos cauces de expresión y de
participación social. La educación está al servicio de ese camino para
que cada ser humano pueda ser artífice de su destino. Aquí muestra su
valor el principio de subsidiariedad, inseparable del principio
de solidaridad.
188.
Esto provoca la urgencia de resolver todo lo que atenta contra los
derechos humanos fundamentales. Los políticos están llamados a
«preocuparse de la fragilidad, de la fragilidad de los pueblos y de las
personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y
fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce
inexorablemente a la “cultura del descarte”. […] Significa hacerse cargo
del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de
dotarlo de dignidad»[185].
Así ciertamente se genera una actividad intensa, porque «hay que hacer
lo que sea para salvaguardar la condición y dignidad de la persona
humana»[186].
El político es un hacedor, un constructor con grandes objetivos, con
mirada amplia, realista y pragmática, aún más allá de su propio país.
Las mayores angustias de un político no deberían ser las causadas por
una caída en las encuestas, sino por no resolver efectivamente «el
fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes
consecuencias de trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos
humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo,
incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y
crimen internacional organizado. Es tal la magnitud de estas situaciones
y el grado de vidas inocentes que va cobrando, que hemos de evitar toda
tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto
tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras
instituciones sean realmente efectivas en la lucha contra todos estos
flagelos»[187].
Esto se hace aprovechando con inteligencia los grandes recursos del
desarrollo tecnológico.
189.
Todavía estamos lejos de una globalización de los derechos humanos más
básicos. Por eso la política mundial no puede dejar de colocar entre sus
objetivos principales e imperiosos el de acabar eficazmente con el
hambre. Porque «cuando la especulación financiera condiciona el precio
de los alimentos tratándolos como a cualquier mercancía, millones de
personas sufren y mueren de hambre. Por otra parte, se desechan
toneladas de alimentos. Esto constituye un verdadero escándalo. El
hambre es criminal, la alimentación es un derecho inalienable»[188]. Mientras
muchas veces nos enfrascamos en discusiones semánticas o ideológicas,
permitimos que todavía hoy haya hermanas y hermanos que mueran de hambre
o de sed, sin un techo o sin acceso al cuidado de su salud. Junto con
estas necesidades elementales insatisfechas, la trata de personas es
otra vergüenza para la humanidad que la política internacional no
debería seguir tolerando, más allá de los discursos y las buenas
intenciones. Son mínimos impostergables.
Amor que integra y reúne
190.
La caridad política se expresa también en la apertura a todos.
Principalmente aquel a quien le toca gobernar, está llamado a renuncias
que hagan posible el encuentro, y busca la confluencia al menos en
algunos temas. Sabe escuchar el punto de vista del otro facilitando que
todos tengan un espacio. Con renuncias y paciencia un gobernante puede
ayudar a crear ese hermoso poliedro donde todos encuentran un lugar. En
esto no funcionan las negociaciones de tipo económico. Es algo más, es
un intercambio de ofrendas en favor del bien común. Parece una utopía
ingenua, pero no podemos renunciar a este altísimo objetivo.
191.
Mientras vemos que todo tipo de intolerancias fundamentalistas daña las
relaciones entre personas, grupos y pueblos, vivamos y enseñemos
nosotros el valor del respeto, el amor capaz de asumir toda diferencia,
la prioridad de la dignidad de todo ser humano sobre cualesquiera fuesen
sus ideas, sentimientos, prácticas y aun sus pecados. Mientras en la
sociedad actual proliferan los fanatismos, las lógicas cerradas y la
fragmentación social y cultural, un buen político da el primer paso para
que resuenen las distintas voces. Es cierto que las diferencias generan
conflictos, pero la uniformidad genera asfixia y hace que nos
fagocitemos culturalmente. No nos resignemos a vivir encerrados en un
fragmento de realidad.
192.
En este contexto, quiero recordar que, junto con el Gran Imán Ahmad
Al-Tayyeb, pedimos «a los artífices de la política internacional y de la
economía mundial, comprometerse seriamente para difundir la cultura de
la tolerancia, de la convivencia y de la paz; intervenir lo antes
posible para parar el derramamiento de sangre inocente»[189].
Y cuando una determinada política siembra el odio o el miedo hacia otras
naciones en nombre del bien del propio país, es necesario preocuparse,
reaccionar a tiempo y corregir inmediatamente el rumbo.
Más fecundidad que éxitos
193.
Al mismo tiempo que desarrolla esta actividad incansable, todo político
también es un ser humano. Está llamado a vivir el amor en sus relaciones
interpersonales cotidianas. Es una persona, y necesita advertir que «el
mundo moderno, por su misma perfección técnica tiende a racionalizar,
cada día más, la satisfacción de los deseos humanos, clasificados y
repartidos entre diversos servicios. Cada vez menos se llama a un hombre
por su nombre propio, cada vez menos se tratará como persona a este ser,
único en el mundo, que tiene su propio corazón, sus sufrimientos, sus
problemas, sus alegrías y su propia familia. Sólo se conocerán sus
enfermedades para curarlas, su falta de dinero para proporcionárselo, su
necesidad de casa para alojarlo, su deseo de esparcimiento y de
distracciones para organizárselas». Pero «amar al más insignificante de
los seres humanos como a un hermano, como si no hubiera más que él en el
mundo, no es perder el tiempo»[190].
194.
También en la política hay lugar para amar con ternura. «¿Qué es la
ternura? Es el amor que se hace cercano y concreto. Es un movimiento que
procede del corazón y llega a los ojos, a los oídos, a las manos. […] La
ternura es el camino que han recorrido los hombres y las mujeres más
valientes y fuertes»[191].
En medio de la actividad política, «los más pequeños, los más débiles,
los más pobres deben enternecernos: tienen “derecho” de llenarnos el
alma y el corazón. Sí, ellos son nuestros hermanos y como tales tenemos
que amarlos y tratarlos»[192].
195.
Esto nos ayuda a reconocer que no siempre se trata de lograr grandes
éxitos, que a veces no son posibles. En la actividad política hay que
recordar que «más allá de toda apariencia, cada uno es inmensamente
sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega. Por ello, si logro
ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de
mi vida. Es lindo ser pueblo fiel de Dios. ¡Y alcanzamos plenitud cuando
rompemos las paredes y el corazón se nos llena de rostros y de nombres!»[193].
Los grandes objetivos soñados en las estrategias se logran parcialmente.
Más allá de esto, quien ama y ha dejado de entender la política como una
mera búsqueda de poder «tiene la seguridad de que no se pierde ninguno
de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus
preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor
a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna
dolorosa paciencia. Todo eso da vueltas por el mundo como una fuerza de
vida»[194].
196.
Por otra parte, una gran nobleza es ser capaz de desatar procesos cuyos
frutos serán recogidos por otros, con la esperanza puesta en las fuerzas
secretas del bien que se siembra. La buena política une al amor la
esperanza, la confianza en las reservas de bien que hay en el corazón
del pueblo, a pesar de todo. Por eso «la auténtica vida política,
fundada en el derecho y en un diálogo leal entre los protagonistas, se
renueva con la convicción de que cada mujer, cada hombre y cada
generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas
energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales»[195].
197.
Vista de esta manera, la política es más noble que la apariencia, que
el marketing, que distintas formas de maquillaje mediático.
Todo eso lo único que logra sembrar es división, enemistad y un
escepticismo desolador incapaz de apelar a un proyecto común. Pensando
en el futuro, algunos días las preguntas tienen que ser: “¿Para qué?
¿Hacia dónde estoy apuntando realmente?”. Porque, después de unos años,
reflexionando sobre el propio pasado la pregunta no será: “¿Cuántos me
aprobaron, cuántos me votaron, cuántos tuvieron una imagen positiva de
mí?”. Las preguntas, quizás dolorosas, serán: “¿Cuánto amor puse en mi
trabajo, en qué hice avanzar al pueblo, qué marca dejé en la vida de la
sociedad, qué lazos reales construí, qué fuerzas positivas desaté,
cuánta paz social sembré, qué provoqué en el lugar que se me
encomendó?”.
Capítulo sexto
DIÁLOGO Y AMISTAD SOCIAL
198.
Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de
comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo
“dialogar”. Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos
dialogar. No hace falta decir para qué sirve el diálogo. Me basta pensar
qué sería el mundo sin ese diálogo paciente de tantas personas generosas
que han mantenido unidas a familias y a comunidades. El diálogo
persistente y corajudo no es noticia como los desencuentros y los
conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más
de lo que podamos darnos cuenta.
El diálogo social hacia una nueva cultura
199.
Algunos tratan de huir de la realidad refugiándose en mundos privados, y
otros la enfrentan con violencia destructiva, pero «entre la
indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción
posible: el diálogo. El diálogo entre las generaciones, el diálogo en el
pueblo, porque todos somos pueblo, la capacidad de dar y recibir,
permaneciendo abiertos a la verdad. Un país crece cuando sus diversas
riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la cultura popular,
la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la cultura
económica, la cultura de la familia y de los medios de comunicación»[196].
200.
Se suele confundir el diálogo con algo muy diferente: un febril
intercambio de opiniones en las redes sociales, muchas veces orientado
por información mediática no siempre confiable. Son sólo monólogos que
proceden paralelos, quizás imponiéndose a la atención de los demás por
sus tonos altos o agresivos. Pero los monólogos no comprometen a nadie,
hasta el punto de que sus contenidos frecuentemente son oportunistas y
contradictorios.
201.
La resonante difusión de hechos y reclamos en los medios, en realidad
suele cerrar las posibilidades del diálogo, porque permite que cada uno
mantenga intocables y sin matices sus ideas, intereses y opciones con la
excusa de los errores ajenos. Prima la costumbre de descalificar
rápidamente al adversario, aplicándole epítetos humillantes, en lugar de
enfrentar un diálogo abierto y respetuoso, donde se busque alcanzar una
síntesis superadora. Lo peor es que este lenguaje, habitual en el
contexto mediático de una campaña política, se ha generalizado de tal
manera que todos lo utilizan cotidianamente. El debate frecuentemente es
manoseado por determinados intereses que tienen mayor poder, procurando
deshonestamente inclinar la opinión pública a su favor. No me refiero
solamente al gobierno de turno, ya que este poder manipulador puede ser
económico, político, mediático, religioso o de cualquier género. A veces
se lo justifica o excusa cuando su dinámica responde a los propios
intereses económicos o ideológicos, pero tarde o temprano se vuelve en
contra de esos mismos intereses.
202.
La falta de diálogo implica que ninguno, en los distintos sectores, está
preocupado por el bien común, sino por la adquisición de los beneficios
que otorga el poder, o en el mejor de los casos, por imponer su forma de
pensar. Así las conversaciones se convertirán en meras negociaciones
para que cada uno pueda rasguñar todo el poder y los mayores beneficios
posibles, no en una búsqueda conjunta que genere bien común. Los héroes
del futuro serán los que sepan romper esa lógica enfermiza y decidan
sostener con respeto una palabra cargada de verdad, más allá de las
conveniencias personales. Dios quiera que esos héroes se estén gestando
silenciosamente en el corazón de nuestra sociedad.
Construir en común
203.
El auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de
vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas
convicciones o intereses legítimos. Desde su identidad, el otro tiene
algo para aportar, y es deseable que profundice y exponga su propia
posición para que el debate público sea más completo todavía. Es cierto
que cuando una persona o un grupo es coherente con lo que piensa,
adhiere firmemente a valores y convicciones, y desarrolla un
pensamiento, eso de un modo o de otro beneficiará a la sociedad. Pero
esto sólo ocurre realmente en la medida en que dicho desarrollo se
realice en diálogo y apertura a los otros. Porque «en un verdadero
espíritu de diálogo se alimenta la capacidad de comprender el sentido de
lo que el otro dice y hace, aunque uno no pueda asumirlo como una
convicción propia. Así se vuelve posible ser sinceros, no disimular lo
que creemos, sin dejar de conversar, de buscar puntos de contacto, y
sobre todo de trabajar y luchar juntos»[197].
La discusión pública, si verdaderamente da espacio a todos y no manipula
ni esconde información, es un permanente estímulo que permite alcanzar
más adecuadamente la verdad, o al menos expresarla mejor. Impide que los
diversos sectores se instalen cómodos y autosuficientes en su modo de
ver las cosas y en sus intereses limitados. Pensemos que «las
diferencias son creativas, crean tensión y en la resolución de una
tensión está el progreso de la humanidad»[198].
204. Hoy existe la convicción de que, además de los desarrollos
científicos especializados, es necesaria la comunicación entre
disciplinas, puesto que la realidad es una, aunque pueda ser abordada
desde distintas perspectivas y con diferentes metodologías. No se debe
soslayar el riesgo de que un avance científico sea considerado el único
abordaje posible para comprender algún aspecto de la vida, de la
sociedad y del mundo. En cambio, un investigador que avanza con
eficiencia en su análisis, e igualmente está dispuesto a reconocer otras
dimensiones de la realidad que él investiga, gracias al trabajo de otras
ciencias y saberes, se abre a conocer la realidad de manera más íntegra
y plena.
205.
En este mundo globalizado «los medios de comunicación pueden ayudar a
que nos sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un
renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la
solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos. […]
Pueden ayudarnos en esta tarea, especialmente hoy, cuando las redes de
la comunicación humana han alcanzado niveles de desarrollo inauditos. En
particular, internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y
de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un don de Dios»[199]. Pero
es necesario verificar constantemente que las actuales formas de
comunicación nos orienten efectivamente al encuentro generoso, a la
búsqueda sincera de la verdad íntegra, al servicio, a la cercanía con
los últimos, a la tarea de construir el bien común. Al mismo tiempo,
como enseñaron los Obispos de Australia, «no podemos aceptar un mundo
digital diseñado para explotar nuestra debilidad y sacar afuera lo peor
de la gente»[200].
El fundamento de los consensos
206.
El relativismo no es la solución. Envuelto detrás de una supuesta
tolerancia, termina facilitando que los valores morales sean
interpretados por los poderosos según las conveniencias del momento. Si
en definitiva «no hay verdades objetivas ni principios sólidos, fuera de
la satisfacción de los propios proyectos y de las necesidades inmediatas
[…] no podemos pensar que los proyectos políticos o la fuerza de la ley
serán suficientes. […] Cuando es la cultura la que se corrompe y ya no
se reconoce alguna verdad objetiva o unos principios universalmente
válidos, las leyes sólo se entenderán como imposiciones arbitrarias y
como obstáculos a evitar»[201].
207.
¿Es posible prestar atención a la verdad, buscar la verdad que responde
a nuestra realidad más honda? ¿Qué es la ley sin la convicción alcanzada
tras un largo camino de reflexión y de sabiduría, de que cada ser humano
es sagrado e inviolable? Para que una sociedad tenga futuro es necesario
que haya asumido un sentido respeto hacia la verdad de la dignidad
humana, a la que nos sometemos. Entonces no se evitará matar a alguien
sólo para evitar el escarnio social y el peso de la ley, sino por
convicción. Es una verdad irrenunciable que reconocemos con la razón y
aceptamos con la conciencia. Una sociedad es noble y respetable también
por su cultivo de la búsqueda de la verdad y por su apego a las verdades
más fundamentales.
208.
Hay que acostumbrarse a desenmascarar las diversas maneras de manoseo,
desfiguración y ocultamiento de la verdad en los ámbitos públicos y
privados. Lo que llamamos “verdad” no es sólo la difusión de hechos que
realiza el periodismo. Es ante todo la búsqueda de los fundamentos más
sólidos que están detrás de nuestras opciones y también de nuestras
leyes. Esto supone aceptar que la inteligencia humana puede ir más allá
de las conveniencias del momento y captar algunas verdades que no
cambian, que eran verdad antes de nosotros y lo serán siempre. Indagando
la naturaleza humana, la razón descubre valores que son universales,
porque derivan de ella.
209.
De otro modo, ¿no podría suceder quizás que los derechos humanos
fundamentales, hoy considerados infranqueables, sean negados por los
poderosos de turno, luego de haber logrado el “consenso” de una
población adormecida y amedrentada? Tampoco sería suficiente un mero
consenso entre los distintos pueblos, igualmente manipulable. Ya tenemos
pruebas de sobra de todo el bien que somos capaces de realizar, pero, al
mismo tiempo, tenemos que reconocer la capacidad de destrucción
que hay en nosotros. El individualismo indiferente y despiadado en el
que hemos caído, ¿no es también resultado de la pereza para buscar los
valores más altos, que vayan más allá de las necesidades
circunstanciales? Al relativismo se suma el riesgo de que el poderoso o
el más hábil termine imponiendo una supuesta verdad. En cambio, «ante
las normas morales que prohíben el mal intrínseco no hay privilegios ni
excepciones para nadie. No hay ninguna diferencia entre ser el dueño del
mundo o el último de los miserables de la tierra: ante las exigencias
morales somos todos absolutamente iguales»[202].
210.
Lo que nos ocurre hoy, y nos arrastra en una lógica perversa y vacía, es
que hay una asimilación de la ética y de la política a la física. No
existen el bien y el mal en sí, sino solamente un cálculo de ventajas y
desventajas. El desplazamiento de la razón moral trae como consecuencia
que el derecho no puede referirse a una concepción fundamental de
justicia, sino que se convierte en el espejo de las ideas dominantes.
Entramos aquí en una degradación: ir “nivelando hacia abajo” por medio
de un consenso superficial y negociador. Así, en definitiva, la lógica
de la fuerza triunfa.
El consenso y la verdad
211.
En una sociedad pluralista, el diálogo es el camino más adecuado para
llegar a reconocer aquello que debe ser siempre afirmado y respetado, y
que está más allá del consenso circunstancial. Hablamos de un diálogo
que necesita ser enriquecido e iluminado por razones, por argumentos
racionales, por variedad de perspectivas, por aportes de diversos
saberes y puntos de vista, y que no excluye la convicción de que es
posible llegar a algunas verdades elementales que deben y deberán ser
siempre sostenidas. Aceptar que hay algunos valores permanentes, aunque
no siempre sea fácil reconocerlos, otorga solidez y estabilidad a una
ética social. Aun cuando los hayamos reconocido y asumido gracias al
diálogo y al consenso, vemos que esos valores básicos están más allá de
todo consenso, los reconocemos como valores trascendentes a nuestros
contextos y nunca negociables. Podrá crecer nuestra comprensión de su
significado y alcance —y en ese sentido el consenso es algo dinámico—,
pero en sí mismos son apreciados como estables por su sentido
intrínseco.
212.
Si algo es siempre conveniente para el buen funcionamiento de la
sociedad, ¿no es porque detrás de eso hay una verdad permanente, que la
inteligencia puede captar? En la realidad misma del ser humano y de la
sociedad, en su naturaleza íntima, hay una serie de estructuras básicas
que sostienen su desarrollo y su supervivencia. De allí se derivan
determinadas exigencias que pueden ser descubiertas gracias al diálogo,
si bien no son estrictamente fabricadas por el consenso. El hecho de que
ciertas normas sean indispensables para la misma vida social es un
indicio externo de que son algo bueno en sí mismo. Por consiguiente, no
es necesario contraponer la conveniencia social, el consenso y la
realidad de una verdad objetiva. Estas tres pueden unirse armoniosamente
cuando, a través del diálogo, las personas se atreven a llegar hasta el
fondo de una cuestión.
213.
Si hay que respetar en toda situación la dignidad ajena, es porque
nosotros no inventamos o suponemos la dignidad de los demás, sino porque
hay efectivamente en ellos un valor que supera las cosas materiales y
las circunstancias, y que exige que se les trate de otra manera. Que
todo ser humano posee una dignidad inalienable es una verdad que
responde a la naturaleza humana más allá de cualquier cambio cultural.
Por eso el ser humano tiene la misma dignidad inviolable en cualquier
época de la historia y nadie puede sentirse autorizado por las
circunstancias a negar esta convicción o a no obrar en consecuencia. La
inteligencia puede entonces escrutar en la realidad de las cosas, a
través de la reflexión, de la experiencia y del diálogo, para reconocer
en esa realidad que la trasciende la base de ciertas exigencias morales
universales.
214.
A los agnósticos, este fundamento podrá parecerles suficiente para
otorgar una firme y estable validez universal a los principios éticos
básicos y no negociables, que pueda impedir nuevas catástrofes. Para los
creyentes, esa naturaleza humana, fuente de principios éticos, ha sido
creada por Dios, quien, en definitiva, otorga un fundamento sólido a
esos principios[203].
Esto no establece un fijismo ético ni da lugar a la imposición de algún
sistema moral, puesto que los principios morales elementales y
universalmente válidos pueden dar lugar a diversas normativas prácticas.
Por eso deja siempre un lugar para el diálogo.
Una nueva cultura
215.
«La vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro por la
vida»[204].
Reiteradas veces he invitado a desarrollar una cultura del encuentro,
que vaya más allá de las dialécticas que enfrentan. Es un estilo de vida
tendiente a conformar ese poliedro que tiene muchas facetas, muchísimos
lados, pero todos formando una unidad cargada de matices, ya que «el
todo es superior a la parte»[205].
El poliedro representa una sociedad donde las diferencias conviven
complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, aunque
esto implique discusiones y prevenciones. Porque de todos se puede
aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible. Esto implica
incluir a las periferias. Quien está en ellas tiene otro punto de vista,
ve aspectos de la realidad que no se reconocen desde los centros de
poder donde se toman las decisiones más definitorias.
El encuentro hecho cultura
216.
La palabra “cultura” indica algo que ha penetrado en el pueblo, en sus
convicciones más entrañables y en su estilo de vida. Si hablamos de una
“cultura” en el pueblo, eso es más que una idea o una abstracción.
Incluye las ganas, el entusiasmo y finalmente una forma de vivir que
caracteriza a ese conjunto humano. Entonces, hablar de “cultura del
encuentro” significa que como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos,
buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a
todos. Esto se ha convertido en deseo y en estilo de vida. El sujeto de
esta cultura es el pueblo, no un sector de la sociedad que busca
pacificar al resto con recursos profesionales y mediáticos.
217.
La paz social es trabajosa, artesanal. Sería más fácil contener las
libertades y las diferencias con un poco de astucia y de recursos. Pero
esa paz sería superficial y frágil, no el fruto de una cultura del
encuentro que la sostenga. Integrar a los diferentes es mucho más
difícil y lento, aunque es la garantía de una paz real y sólida. Esto no
se consigue agrupando sólo a los puros, porque «aun las personas que
puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no
debe perderse»[206].
Tampoco consiste en una paz que surge acallando las reivindicaciones
sociales o evitando que hagan lío, ya que no es «un consenso de
escritorio o una efímera paz para una minoría feliz»[207].
Lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos que
construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias. ¡Armemos a
nuestros hijos con las armas del diálogo! ¡Enseñémosles la buena batalla
del encuentro!
El gusto de reconocer al otro
218.
Esto implica el hábito de reconocer al otro el derecho de ser él mismo y
de ser diferente. A partir de ese reconocimiento hecho cultura se vuelve
posible la gestación de un pacto social. Sin ese reconocimiento
surgen maneras sutiles de buscar que el otro pierda todo significado,
que se vuelva irrelevante, que no se le reconozca algún valor en la
sociedad. Detrás del rechazo de determinadas formas visibles de
violencia, suele esconderse otra violencia más solapada: la de quienes
desprecian al diferente, sobre todo cuando sus reclamos perjudican de
algún modo los propios intereses.
219.
Cuando un sector de la sociedad pretende disfrutar de todo lo que ofrece
el mundo, como si los pobres no existieran, eso en algún momento tiene
sus consecuencias. Ignorar la existencia y los derechos de los otros,
tarde o temprano provoca alguna forma de violencia, muchas veces
inesperada. Los sueños de la libertad, la igualdad y la fraternidad
pueden quedar en el nivel de las meras formalidades, porque no son
efectivamente para todos. Por lo tanto, no se trata solamente de buscar
un encuentro entre los que detentan diversas formas de poder económico,
político o académico. Un encuentro social real pone en verdadero diálogo
las grandes formas culturales que representan a la mayoría de la
población. Con frecuencia las buenas propuestas no son asumidas por los
sectores más empobrecidos porque se presentan con un ropaje cultural que
no es el de ellos y con el que no pueden sentirse identificados. Por
consiguiente, un pacto social realista e inclusivo debe ser también un
“pacto cultural”, que respete y asuma las diversas cosmovisiones,
culturas o estilos de vida que coexisten en la sociedad.
220.
Por ejemplo, los pueblos originarios no están en contra del progreso, si
bien tienen una idea de progreso diferente, muchas veces más humanista
que la de la cultura moderna de los desarrollados. No es una cultura
orientada al beneficio de los que tienen poder, de los que necesitan
crear una especie de paraíso eterno en la tierra. La intolerancia y el
desprecio ante las culturas populares indígenas es una verdadera forma
de violencia, propia de los “eticistas” sin bondad que viven juzgando a
los demás. Pero ningún cambio auténtico, profundo y estable es posible
si no se realiza a partir de las diversas culturas, principalmente de
los pobres. Un pacto cultural supone renunciar a entender la identidad
de un lugar de manera monolítica, y exige respetar la diversidad
ofreciéndole caminos de promoción y de integración social.
221.
Este pacto también implica aceptar la posibilidad de ceder algo por el
bien común. Ninguno podrá tener toda la verdad ni satisfacer la
totalidad de sus deseos, porque esa pretensión llevaría a querer
destruir al otro negándole sus derechos. La búsqueda de una falsa
tolerancia tiene que ceder paso al realismo dialogante, de quien cree
que debe ser fiel a sus principios, pero reconociendo que el otro
también tiene el derecho de tratar de ser fiel a los suyos. Es el
auténtico reconocimiento del otro, que sólo el amor hace posible, y que
significa colocarse en el lugar del otro para descubrir qué hay de
auténtico, o al menos de comprensible, en medio de sus motivaciones e
intereses.
Recuperar la amabilidad
222.
El individualismo consumista provoca mucho atropello. Los demás se
convierten en meros obstáculos para la propia tranquilidad placentera.
Entonces se los termina tratando como molestias y la agresividad crece.
Esto se acentúa y llega a niveles exasperantes en épocas de crisis, en
situaciones catastróficas, en momentos difíciles donde sale a plena luz
el espíritu del “sálvese quien pueda”. Sin embargo, todavía es posible
optar por el cultivo de la amabilidad. Hay personas que lo hacen y se
convierten en estrellas en medio de la oscuridad.
223.
San Pablo mencionaba un fruto del Espíritu Santo con la palabra griega jrestótes (Ga 5,22),
que expresa un estado de ánimo que no es áspero, rudo, duro, sino
afable, suave, que sostiene y conforta. La persona que tiene esta
cualidad ayuda a los demás a que su existencia sea más soportable, sobre
todo cuando cargan con el peso de sus problemas, urgencias y angustias.
Es una manera de tratar a otros que se manifiesta de diversas formas:
como amabilidad en el trato, como un cuidado para no herir con las
palabras o gestos, como un intento de aliviar el peso de los demás.
Implica «decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que
consuelan, que estimulan», en lugar de «palabras que humillan, que
entristecen, que irritan, que desprecian»[208].
224.
La amabilidad es una liberación de la crueldad que a veces penetra las
relaciones humanas, de la ansiedad que no nos deja pensar en los demás,
de la urgencia distraída que ignora que los otros también tienen derecho
a ser felices. Hoy no suele haber ni tiempo ni energías disponibles para
detenerse a tratar bien a los demás, a decir “permiso”, “perdón”,
“gracias”. Pero de vez en cuando aparece el milagro de una persona
amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar
atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule,
para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia.
Este esfuerzo, vivido cada día, es capaz de crear esa convivencia sana
que vence las incomprensiones y previene los conflictos. El cultivo de
la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o
burguesa. Puesto que supone valoración y respeto, cuando se hace cultura
en una sociedad transfigura profundamente el estilo de vida, las
relaciones sociales, el modo de debatir y de confrontar ideas. Facilita
la búsqueda de consensos y abre caminos donde la exasperación destruye
todos los puentes.
Capítulo séptimo
CAMINOS DE REENCUENTRO
225.
En muchos lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a
cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a
generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia.
Recomenzar desde la verdad
226.
Reencuentro no significa volver a un momento anterior a los conflictos.
Con el tiempo todos hemos cambiado. El dolor y los enfrentamientos nos
han transformado. Además, ya no hay lugar para diplomacias vacías, para
disimulos, para dobles discursos, para ocultamientos, para buenos
modales que esconden la realidad. Los que han estado duramente
enfrentados conversan desde la verdad, clara y desnuda. Les hace falta
aprender a cultivar una memoria penitencial, capaz de asumir el pasado
para liberar el futuro de las propias insatisfacciones, confusiones o
proyecciones. Sólo desde la verdad histórica de los hechos podrán hacer
el esfuerzo perseverante y largo de comprenderse mutuamente y de
intentar una nueva síntesis para el bien de todos. La realidad es que
«el proceso de paz es un compromiso constante en el tiempo. Es un
trabajo paciente que busca la verdad y la justicia, que honra la memoria
de las víctimas y que se abre, paso a paso, a una esperanza común, más
fuerte que la venganza»[209].
Como dijeron los Obispos del Congo con respecto a un conflicto que se
repite, «los acuerdos de paz en los papeles nunca serán suficientes.
Será necesario ir más lejos, integrando la exigencia de verdad sobre los
orígenes de esta crisis recurrente. El pueblo tiene el derecho de saber
qué pasó»[210].
227.
En efecto, «la verdad es una compañera inseparable de la justicia y de
la misericordia. Las tres juntas son esenciales para construir la paz y,
por otra parte, cada una de ellas impide que las otras sean alteradas.
[…] La verdad no debe, de hecho, conducir a la venganza, sino más bien a
la reconciliación y al perdón. Verdad es contar a las familias
desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus parientes
desaparecidos. Verdad es confesar qué pasó con los menores de edad
reclutados por los actores violentos. Verdad es reconocer el dolor de
las mujeres víctimas de violencia y de abusos. […] Cada violencia
cometida contra un ser humano es una herida en la carne de la humanidad;
cada muerte violenta nos disminuye como personas. […] La violencia
engendra violencia, el odio engendra más odio, y la muerte más muerte.
Tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible»[211].
La arquitectura y la artesanía de la paz
228.
El camino hacia la paz no implica homogeneizar la sociedad, pero sí nos
permite trabajar juntos. Puede unir a muchos en pos de búsquedas comunes
donde todos ganan. Frente a un determinado objetivo común, se podrán
aportar diferentes propuestas técnicas, distintas experiencias, y
trabajar por el bien común. Es necesario tratar de identificar bien los
problemas que atraviesa una sociedad para aceptar que existen diferentes
maneras de mirar las dificultades y de resolverlas. El camino hacia una
mejor convivencia implica siempre reconocer la posibilidad de que el
otro aporte una perspectiva legítima, al menos en parte, algo que pueda
ser rescatado, aun cuando se haya equivocado o haya actuado mal. Porque
«nunca se debe encasillar al otro por lo que pudo decir o hacer, sino
que debe ser considerado por la promesa que lleva dentro de él»[212],
promesa que deja siempre un resquicio de esperanza.
229.
Como enseñaron los Obispos de Sudáfrica, la verdadera reconciliación se
alcanza de manera proactiva, «formando una nueva sociedad basada en el
servicio a los demás, más que en el deseo de dominar; una sociedad
basada en compartir con otros lo que uno posee, más que en la lucha
egoísta de cada uno por la mayor riqueza posible; una sociedad en la que
el valor de estar juntos como seres humanos es definitivamente más
importante que cualquier grupo menor, sea este la familia, la nación, la
raza o la cultura»[213].
Los Obispos de Corea del Sur señalaron que una verdadera paz «sólo puede
lograrse cuando luchamos por la justicia a través del diálogo,
persiguiendo la reconciliación y el desarrollo mutuo»[214].
230.
El esfuerzo duro por superar lo que nos divide sin perder la identidad
de cada uno, supone que en todos permanezca vivo un básico sentimiento
de pertenencia. Porque «nuestra sociedad gana cuando cada persona, cada
grupo social, se siente verdaderamente de casa. En una familia, los
padres, los abuelos, los hijos son de casa; ninguno está excluido. Si
uno tiene una dificultad, incluso grave, aunque se la haya buscado él,
los demás acuden en su ayuda, lo apoyan; su dolor es de todos. […] En
las familias todos contribuyen al proyecto común, todos trabajan por el
bien común, pero sin anular al individuo; al contrario, lo sostienen, lo
promueven. Se pelean, pero hay algo que no se mueve: ese lazo familiar.
Las peleas de familia son reconciliaciones después. Las alegrías y las
penas de cada uno son asumidas por todos. ¡Eso sí es ser familia! Si
pudiéramos lograr ver al oponente político o al vecino de casa con los
mismos ojos que a los hijos, esposas, esposos, padres o madres, qué
bueno sería. ¿Amamos nuestra sociedad o sigue siendo algo lejano, algo
anónimo, que no nos involucra, no nos mete, no nos compromete?»[215].
231.
Muchas veces es muy necesario negociar y así desarrollar cauces
concretos para la paz. Pero los procesos efectivos de una paz duradera
son ante todo transformaciones artesanales obradas por los pueblos,
donde cada ser humano puede ser un fermento eficaz con su estilo de vida
cotidiana. Las grandes transformaciones no son fabricadas en escritorios
o despachos. Entonces «cada uno juega un papel fundamental en un único
proyecto creador, para escribir una nueva página de la historia, una
página llena de esperanza, llena de paz, llena de reconciliación»[216].
Hay una “arquitectura” de la paz, donde intervienen las diversas
instituciones de la sociedad, cada una desde su competencia, pero hay
también una “artesanía” de la paz que nos involucra a todos. A partir de
diversos procesos de paz que se desarrollaron en distintos lugares del
mundo «hemos aprendido que estos caminos de pacificación, de primacía de
la razón sobre la venganza, de delicada armonía entre la política y el
derecho, no pueden obviar los procesos de la gente. No se alcanzan con
el diseño de marcos normativos y arreglos institucionales entre grupos
políticos o económicos de buena voluntad. […] Además, siempre es rico
incorporar en nuestros procesos de paz la experiencia de sectores que,
en muchas ocasiones, han sido invisibilizados, para que sean
precisamente las comunidades quienes coloreen los procesos de memoria
colectiva»[217].
232.
No hay punto final en la construcción de la paz social de un país, sino
que es «una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos.
Trabajo que nos pide no decaer en el esfuerzo por construir la
unidad de la nación y, a pesar de los obstáculos, diferencias y
distintos enfoques sobre la manera de lograr la convivencia pacífica,
persistir en la lucha para favorecer la cultura del encuentro, que exige
colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la
persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien común.
Que este esfuerzo nos haga huir de toda tentación de venganza y
búsqueda de intereses sólo particulares y a corto plazo»[218].
Las manifestaciones públicas violentas, de un lado o de otro, no ayudan
a encontrar caminos de salida. Sobre todo porque, como bien han señalado
los Obispos de Colombia, cuando se alientan «movilizaciones ciudadanas
no siempre aparecen claros sus orígenes y objetivos, hay ciertas formas
de manipulación política y se han percibido apropiaciones a favor de
intereses particulares»[219].
Sobre todo con los últimos
233.
La procura de la amistad social no implica solamente el acercamiento
entre grupos sociales distanciados a partir de algún período conflictivo
de la historia, sino también la búsqueda de un reencuentro con los
sectores más empobrecidos y vulnerables. La paz «no sólo es ausencia de
guerra sino el compromiso incansable —especialmente de aquellos que
ocupamos un cargo de más amplia responsabilidad— de reconocer,
garantizar y reconstruir concretamente la dignidad tantas veces olvidada
o ignorada de hermanos nuestros, para que puedan sentirse los
principales protagonistas del destino de su nación»[220].
234.
Frecuentemente se ha ofendido a los últimos de la sociedad con
generalizaciones injustas. Si a veces los más pobres y los descartados
reaccionan con actitudes que parecen antisociales, es importante
entender que muchas veces esas reacciones tienen que ver con una
historia de menosprecio y de falta de inclusión social. Como enseñaron
los Obispos latinoamericanos, «sólo la cercanía que nos hace amigos nos
permite apreciar profundamente los valores de los pobres de hoy, sus
legítimos anhelos y su modo propio de vivir la fe. La opción por los
pobres debe conducirnos a la amistad con los pobres»[221].
235.
Quienes pretenden pacificar a una sociedad no deben olvidar que la
inequidad y la falta de un desarrollo humano integral no permiten
generar paz. En efecto, «sin igualdad de oportunidades, las diversas
formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde
o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad —local, nacional o
mundial— abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá
programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan
asegurar indefinidamente la tranquilidad»[222].
Si hay que volver a empezar, siempre será desde los últimos.
El valor y el sentido del perdón
236.
Algunos prefieren no hablar de reconciliación porque entienden que el
conflicto, la violencia y las rupturas son parte del funcionamiento
normal de una sociedad. De hecho, en cualquier grupo humano hay luchas
de poder más o menos sutiles entre distintos sectores. Otros sostienen
que dar lugar al perdón es ceder el propio espacio para que otros
dominen la situación. Por eso, consideran que es mejor mantener un juego
de poder que permita sostener un equilibrio de fuerzas entre los
distintos grupos. Otros creen que la reconciliación es cosa de débiles,
que no son capaces de un diálogo hasta el fondo, y por eso optan por
escapar de los problemas disimulando las injusticias. Incapaces de
enfrentar los problemas, eligen una paz aparente.
El conflicto inevitable
237.
El perdón y la reconciliación son temas fuertemente acentuados en el
cristianismo y, de diversas formas, en otras religiones. El riesgo está
en no comprender adecuadamente las convicciones creyentes y presentarlas
de tal modo que terminen alimentando el fatalismo, la inercia o la
injusticia, o por otro lado la intolerancia y la violencia.
238.
Jesucristo nunca invitó a fomentar la violencia o la intolerancia. Él
mismo condenaba abiertamente el uso de la fuerza para imponerse a los
demás: «Ustedes saben que los jefes de las naciones las someten y los
poderosos las dominan. Entre ustedes no debe ser así» (Mt 20,25-26).
Por otra parte, el Evangelio pide perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22)
y pone el ejemplo del servidor despiadado, que fue perdonado pero él a
su vez no fue capaz de perdonar a otros (cf. Mt 18,23-35).
239.
Si leemos otros textos del Nuevo Testamento, podemos advertir que de
hecho las comunidades primitivas, inmersas en un mundo pagano desbordado
de corrupción y desviaciones, vivían un sentido de paciencia,
tolerancia, comprensión. Algunos textos son muy claros al respecto: se
invita a reprender a los adversarios con dulzura (cf. 2 Tm 2,25).
O se exhorta: «Que no injurien a nadie ni sean agresivos, sino amables,
demostrando una gran humildad con todo el mundo. Porque nosotros también
antes […] éramos detestables» (Tt 3,2-3). El libro de los Hechos
de los Apóstoles afirma que los discípulos, perseguidos por algunas
autoridades, «gozaban de la estima de todo el pueblo» (2,47; cf.
4,21.33; 5,13).
240.
Sin embargo, cuando reflexionamos acerca del perdón, de la paz y de la
concordia social, nos encontramos con una expresión de Jesucristo que
nos sorprende: «No piensen que vine a traer paz a la tierra. ¡No vine a
traer paz, sino espada! Vine a enfrentar al hijo contra su padre, a la
hija contra su madre, a la nuera contra su suegra y así, los enemigos de
cada uno serán los de su familia» (Mt 10,34-36). Es importante
situarla en el contexto del capítulo donde está inserta. Allí queda
claro que el tema del que se está hablando es el de la fidelidad a la
propia opción, sin avergonzarse, aunque eso acarree contrariedades, y
aunque los seres queridos se opongan a dicha opción. Por lo tanto,
dichas palabras no invitan a buscar conflictos, sino simplemente a
soportar el conflicto inevitable, para que el respeto humano no lleve a
faltar a la fidelidad en pos de una supuesta paz familiar o social. San
Juan Pablo II ha dicho que la Iglesia «no pretende condenar todas y cada
una de las formas de conflictividad social. La Iglesia sabe muy bien
que, a lo largo de la historia, surgen inevitablemente los conflictos de
intereses entre diversos grupos sociales y que frente a ellos el
cristiano no pocas veces debe pronunciarse con coherencia y decisión»[223].
Las luchas legítimas y el perdón
241.
No se trata de proponer un perdón renunciando a los propios derechos
ante un poderoso corrupto, ante un criminal o ante alguien que degrada
nuestra dignidad. Estamos llamados a amar a todos, sin excepción, pero
amar a un opresor no es consentir que siga siendo así; tampoco es
hacerle pensar que lo que él hace es aceptable. Al contrario, amarlo
bien es buscar de distintas maneras que deje de oprimir, es quitarle ese
poder que no sabe utilizar y que lo desfigura como ser humano. Perdonar
no quiere decir permitir que sigan pisoteando la propia dignidad y la de
los demás, o dejar que un criminal continúe haciendo daño. Quien sufre
la injusticia tiene que defender con fuerza sus derechos y los de su
familia precisamente porque debe preservar la dignidad que se le ha
dado, una dignidad que Dios ama. Si un delincuente me ha hecho daño a mí
o a un ser querido, nadie me prohíbe que exija justicia y que me
preocupe para que esa persona —o cualquier otra— no vuelva a dañarme ni
haga el mismo daño a otros. Corresponde que lo haga, y el perdón no sólo
no anula esa necesidad sino que la reclama.
242.
La clave está en no hacerlo para alimentar una ira que enferma el alma
personal y el alma de nuestro pueblo, o por una necesidad enfermiza de
destruir al otro que desata una carrera de venganza. Nadie alcanza la
paz interior ni se reconcilia con la vida de esa manera. La verdad es
que «ninguna familia, ningún grupo de vecinos o una etnia, menos un
país, tiene futuro si el motor que los une, convoca y tapa las
diferencias es la venganza y el odio. No podemos ponernos de acuerdo y
unirnos para vengarnos, para hacerle al que fue violento lo mismo que él
nos hizo, para planificar ocasiones de desquite bajo formatos
aparentemente legales»[224].
Así no se gana nada y a la larga se pierde todo.
243.
Es cierto que «no es tarea fácil superar el amargo legado de
injusticias, hostilidad y desconfianza que dejó el conflicto. Esto sólo
se puede conseguir venciendo el mal con el bien (cf. Rm 12,21) y
mediante el cultivo de las virtudes que favorecen la reconciliación, la
solidaridad y la paz»[225].
De ese modo, «quien cultiva la bondad en su interior recibe a cambio una
conciencia tranquila, una alegría profunda aun en medio de las
dificultades y de las incomprensiones. Incluso ante las ofensas
recibidas, la bondad no es debilidad, sino auténtica fuerza, capaz de
renunciar a la venganza»[226].
Es necesario reconocer en la propia vida que «también ese duro juicio
que albergo en mi corazón contra mi hermano o mi hermana, esa herida no
curada, ese mal no perdonado, ese rencor que sólo me hará daño, es un
pedazo de guerra que llevo dentro, es un fuego en el corazón, que hay
que apagar para que no se convierta en un incendio»[227].
La verdadera superación
244.
Cuando los conflictos no se resuelven sino que se esconden o se
entierran en el pasado, hay silencios que pueden significar volverse
cómplices de graves errores y pecados. Pero la verdadera reconciliación
no escapa del conflicto sino que se logra en el conflicto,
superándolo a través del diálogo y de la negociación transparente,
sincera y paciente. La lucha entre diversos sectores «siempre que se
abstenga de enemistades y de odio mutuo, insensiblemente se convierte en
una honesta discusión, fundada en el amor a la justicia»[228].
245.
Reiteradas veces propuse «un principio que es indispensable para
construir la amistad social: la unidad es superior al conflicto. […] No
es apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en el otro,
sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las
virtualidades valiosas de las polaridades en pugna»[229]. Sabemos
bien que «cada vez que las personas y las comunidades aprendemos a
apuntar más alto de nosotros mismos y de nuestros intereses
particulares, la comprensión y el compromiso mutuo se transforman […] en
un ámbito donde los conflictos, las tensiones e incluso los que se
podrían haber considerado opuestos en el pasado, pueden alcanzar una
unidad multiforme que engendra nueva vida»[230].
La memoria
246.
A quien sufrió mucho de manera injusta y cruel, no se le debe exigir una
especie de “perdón social”. La reconciliación es un hecho personal, y
nadie puede imponerla al conjunto de una sociedad, aun cuando deba
promoverla. En el ámbito estrictamente personal, con una decisión libre
y generosa, alguien puede renunciar a exigir un castigo (cf. Mt 5,44-46),
aunque la sociedad y su justicia legítimamente lo busquen. Pero no es
posible decretar una “reconciliación general”, pretendiendo cerrar por
decreto las heridas o cubrir las injusticias con un manto de olvido.
¿Quién se puede arrogar el derecho de perdonar en nombre de los demás?
Es conmovedor ver la capacidad de perdón de algunas personas que han
sabido ir más allá del daño sufrido, pero también es humano comprender a
quienes no pueden hacerlo. En todo caso, lo que jamás se debe proponer
es el olvido.
247.
La Shoah no debe ser olvidada. Es el «símbolo de hasta dónde
puede llegar la maldad del hombre cuando, alimentada por falsas
ideologías, se olvida de la dignidad fundamental de la persona, que
merece respeto absoluto independientemente del pueblo al que pertenezca
o la religión que profese»[231].
Al recordarla, no puedo menos que repetir esta oración: «Acuérdate de
nosotros en tu misericordia. Danos la gracia de avergonzarnos de lo que,
como hombres, hemos sido capaces de hacer, de avergonzarnos de esta
máxima idolatría, de haber despreciado y destruido nuestra carne, esa
carne que tú modelaste del barro, que tú vivificaste con tu aliento de
vida. ¡Nunca más, Señor, nunca más!»[232].
248.
No deben olvidarse los bombardeos atómicos a Hiroshima y Nagasaki. Una
vez más «hago memoria aquí de todas las víctimas, me inclino ante la
fuerza y la dignidad de aquellos que, habiendo sobrevivido a esos
primeros momentos, han soportado en sus cuerpos durante muchos años los
sufrimientos más agudos y, en sus mentes, los gérmenes de la muerte que
seguían consumiendo su energía vital. […] No podemos permitir que las
actuales y nuevas generaciones pierdan la memoria de lo acontecido, esa
memoria que es garante y estímulo para construir un futuro más justo y
más fraterno»[233].
Tampoco deben olvidarse las persecuciones, el tráfico de esclavos y las
matanzas étnicas que ocurrieron y ocurren en diversos países, y tantos
otros hechos históricos que nos avergüenzan de ser humanos. Deben ser
recordados siempre, una y otra vez, sin cansarnos ni anestesiarnos.
249.
Es fácil hoy caer en la tentación de dar vuelta la página diciendo que
ya hace mucho tiempo que sucedió y que hay que mirar hacia adelante.
¡No, por Dios! Nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una
memoria íntegra y luminosa. Necesitamos mantener «viva la llama de la
conciencia colectiva, testificando a las generaciones venideras el
horror de lo que sucedió» que «despierta y preserva de esta manera el
recuerdo de las víctimas, para que la conciencia humana se fortalezca
cada vez más contra todo deseo de dominación y destrucción»[234].
Lo necesitan las mismas víctimas —personas, grupos sociales o naciones—
para no ceder a la lógica que lleva a justificar las represalias y
cualquier tipo de violencia en nombre del enorme mal que han sufrido.
Por esto, no me refiero sólo a la memoria de los horrores, sino también
al recuerdo de quienes, en medio de un contexto envenenado y corrupto
fueron capaces de recuperar la dignidad y con pequeños o grandes gestos
optaron por la solidaridad, el perdón, la fraternidad. Es muy sano hacer
memoria del bien.
Perdón sin olvidos
250.
El perdón no implica olvido. Decimos más bien que cuando hay algo que de
ninguna manera puede ser negado, relativizado o disimulado, sin embargo,
podemos perdonar. Cuando hay algo que jamás debe ser tolerado,
justificado o excusado, sin embargo, podemos perdonar. Cuando hay algo
que por ninguna razón debemos permitirnos olvidar, sin embargo, podemos
perdonar. El perdón libre y sincero es una grandeza que refleja la
inmensidad del perdón divino. Si el perdón es gratuito, entonces puede
perdonarse aun a quien se resiste al arrepentimiento y es incapaz de
pedir perdón.
251.
Los que perdonan de verdad no olvidan, pero renuncian a ser poseídos por
esa misma fuerza destructiva que los ha perjudicado. Rompen el círculo
vicioso, frenan el avance de las fuerzas de la destrucción. Deciden no
seguir inoculando en la sociedad la energía de la venganza que tarde o
temprano termina recayendo una vez más sobre ellos mismos. Porque la
venganza nunca sacia verdaderamente la insatisfacción de las víctimas.
Hay crímenes tan horrendos y crueles, que hacer sufrir a quien los
cometió no sirve para sentir que se ha reparado el daño; ni siquiera
bastaría matar al criminal, ni se podrían encontrar torturas que se
equiparen a lo que pudo haber sufrido la víctima. La venganza no
resuelve nada.
252.
Tampoco estamos hablando de impunidad. Pero la justicia sólo se busca
adecuadamente por amor a la justicia misma, por respeto a las víctimas,
para prevenir nuevos crímenes y en orden a preservar el bien común, no
como una supuesta descarga de la propia ira. El perdón es precisamente
lo que permite buscar la justicia sin caer en el círculo vicioso de la
venganza ni en la injusticia del olvido.
253.
Cuando hubo injusticias mutuas, cabe reconocer con claridad que pueden
no haber tenido la misma gravedad o que no sean comparables. La
violencia ejercida desde las estructuras y el poder del Estado no está
en el mismo nivel de la violencia de grupos particulares. De todos
modos, no se puede pretender que sólo se recuerden los sufrimientos
injustos de una sola de las partes. Como enseñaron los Obispos de
Croacia, «nosotros debemos a toda víctima inocente el mismo respeto. No
puede haber aquí diferencias raciales, confesionales, nacionales o
políticas»[235].
254.
Pido a Dios «que prepare nuestros corazones al encuentro con los
hermanos más allá de las diferencias de ideas, lengua, cultura,
religión; que unja todo nuestro ser con el aceite de la misericordia que
cura las heridas de los errores, de las incomprensiones, de las
controversias; la gracia de enviarnos, con humildad y mansedumbre, a los
caminos, arriesgados pero fecundos, de la búsqueda de la paz»[236].
La guerra y la pena de muerte
255.
Hay dos situaciones extremas que pueden llegar a presentarse como
soluciones en circunstancias particularmente dramáticas, sin advertir
que son falsas respuestas, que no resuelven los problemas que pretenden
superar y que en definitiva no hacen más que agregar nuevos factores de
destrucción en el tejido de la sociedad nacional y universal. Se trata
de la guerra y de la pena de muerte.
La injusticia de la guerra
256.
«En el que trama el mal sólo hay engaño, pero en los que promueven la
paz hay alegría» (Pr 12,20). Sin embargo hay quienes buscan
soluciones en la guerra, que frecuentemente «se nutre de la perversión
de las relaciones, de ambiciones hegemónicas, de abusos de poder, del
miedo al otro y a la diferencia vista como un obstáculo»[237]. La
guerra no es un fantasma del pasado, sino que se ha convertido en una
amenaza constante. El mundo está encontrando cada vez más dificultad en
el lento camino de la paz que había emprendido y que comenzaba a dar
algunos frutos.
257.
Puesto que se están creando nuevamente las condiciones para la
proliferación de guerras, recuerdo que «la guerra es la negación de
todos los derechos y una dramática agresión al ambiente. Si se quiere un
verdadero desarrollo humano integral para todos, se debe continuar
incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las naciones y
los pueblos. Para tal fin hay que asegurar el imperio incontestado del
derecho y el infatigable recurso a la negociación, a los buenos oficios
y al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones Unidas,
verdadera norma jurídica fundamental»[238].
Quiero destacar que los 75 años de las Naciones Unidas y la experiencia
de los primeros 20 años de este milenio, muestran que la plena
aplicación de las normas internacionales es realmente eficaz, y que su
incumplimiento es nocivo. La Carta de las Naciones Unidas,
respetada y aplicada con transparencia y sinceridad, es un punto de
referencia obligatorio de justicia y un cauce de paz. Pero esto supone
no disfrazar intenciones espurias ni colocar los intereses particulares
de un país o grupo por encima del bien común mundial. Si la norma es
considerada un instrumento al que se acude cuando resulta favorable y
que se elude cuando no lo es, se desatan fuerzas incontrolables que
hacen un gran daño a las sociedades, a los más débiles, a la
fraternidad, al medio ambiente y a los bienes culturales, con pérdidas
irrecuperables para la comunidad global.
258.
Así es como fácilmente se opta por la guerra detrás de todo tipo de
excusas supuestamente humanitarias, defensivas o preventivas, acudiendo
incluso a la manipulación de la información. De hecho, en las últimas
décadas todas las guerras han sido pretendidamente “justificadas”. El Catecismo
de la Iglesia Católica habla
de la posibilidad de una legítima defensa mediante la fuerza
militar, que supone demostrar que se den algunas «condiciones rigurosas
de legitimidad moral»[239].
Pero fácilmente se cae en una interpretación demasiado amplia de este
posible derecho. Así se quieren justificar indebidamente aun ataques
“preventivos” o acciones bélicas que difícilmente no entrañen «males y
desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar»[240].
La cuestión es que, a partir del desarrollo de las armas nucleares,
químicas y biológicas, y de las enormes y crecientes posibilidades que
brindan las nuevas tecnologías, se dio a la guerra un poder destructivo
fuera de control que afecta a muchos civiles inocentes. Es verdad que
«nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que
vaya a utilizarlo bien»[241]. Entonces
ya no podemos pensar en la guerra como solución, debido a que los
riesgos probablemente siempre serán superiores a la hipotética utilidad
que se le atribuya. Ante esta realidad, hoy es muy difícil sostener los
criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una
posible “guerra justa”. ¡Nunca más la guerra![242]
259.
Es importante agregar que, con el desarrollo de la globalización, lo que
puede aparecer como una solución inmediata o práctica para un lugar de
la tierra, desata una cadena de factores violentos muchas veces
subterráneos que termina afectando a todo el planeta y abriendo camino a
nuevas y peores guerras futuras. En nuestro mundo ya no hay sólo
“pedazos” de guerra en un país o en otro, sino que se vive una “guerra
mundial a pedazos”, porque los destinos de los países están fuertemente
conectados entre ellos en el escenario mundial.
260.
Como decía san Juan XXIII, «resulta un absurdo sostener que la guerra es
un medio apto para resarcir el derecho violado»[243].
Lo afirmaba en un período de fuerte tensión internacional, y así expresó
el gran anhelo de paz que se difundía en los tiempos de la guerra fría.
Reforzó la convicción de que las razones de la paz son más fuertes que
todo cálculo de intereses particulares y que toda confianza en el uso de
las armas. Pero no se aprovecharon adecuadamente las ocasiones que
ofrecía el final de la guerra fría por la falta de una visión de futuro
y de una conciencia compartida sobre nuestro destino común. En cambio,
se cedió a la búsqueda de intereses particulares sin hacerse cargo del
bien común universal. Así volvió a abrirse camino el engañoso espanto de
la guerra.
261.
Toda guerra deja al mundo peor que como lo había encontrado. La guerra
es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación
vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal. No nos quedemos en
discusiones teóricas, tomemos contacto con las heridas, toquemos la
carne de los perjudicados. Volvamos a contemplar a tantos civiles
masacrados como “daños colaterales”. Preguntemos a las víctimas.
Prestemos atención a los prófugos, a los que sufrieron la radiación
atómica o los ataques químicos, a las mujeres que perdieron sus hijos, a
los niños mutilados o privados de su infancia. Prestemos atención a la
verdad de esas víctimas de la violencia, miremos la realidad desde sus
ojos y escuchemos sus relatos con el corazón abierto. Así podremos
reconocer el abismo del mal en el corazón de la guerra y no nos
perturbará que nos traten de ingenuos por elegir la paz.
262.
Las normas tampoco serán suficientes si se piensa que la solución a los
problemas actuales está en disuadir a otros a través del miedo,
amenazando con el uso de armas nucleares, químicas o biológicas. Porque
«si se tienen en cuenta las principales amenazas a la paz y a la
seguridad con sus múltiples dimensiones en este mundo multipolar del
siglo XXI, tales como, por ejemplo, el terrorismo, los conflictos
asimétricos, la seguridad informática, los problemas ambientales, la
pobreza, surgen no pocas dudas acerca de la inadecuación de la disuasión
nuclear para responder eficazmente a estos retos. Estas preocupaciones
son aún más consistentes si tenemos en cuenta las catastróficas
consecuencias humanitarias y ambientales derivadas de cualquier uso de
las armas nucleares con devastadores efectos indiscriminados e
incontrolables en el tiempo y el espacio. […] Debemos preguntarnos
cuánto sea sostenible un equilibrio basado en el miedo, cuando en
realidad tiende a aumentarlo y a socavar las relaciones de confianza
entre los pueblos. La paz y la estabilidad internacional no pueden
basarse en una falsa sensación de seguridad, en la amenaza de la
destrucción mutua o de la aniquilación total, en el simple mantenimiento
de un equilibrio de poder. […] En este contexto, el objetivo último de
la eliminación total de las armas nucleares se convierte tanto en un
desafío como en un imperativo moral y humanitario. […] El aumento de la
interdependencia y la globalización comportan que cualquier respuesta
que demos a la amenaza de las armas nucleares, deba ser colectiva y
concertada, basada en la confianza mutua. Esta última se puede construir
sólo a través de un diálogo que esté sinceramente orientado hacia el
bien común y no hacia la protección de intereses encubiertos o
particulares»[244].
Y con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares,
constituyamos un Fondo mundial[245], para
acabar de una vez con el hambre y para el desarrollo de los países más
pobres, de tal modo que sus habitantes no acudan a soluciones violentas
o engañosas ni necesiten abandonar sus países para buscar una vida más
digna.
La pena de muerte
263.
Hay otra manera de hacer desaparecer al otro, que no se dirige a países
sino a personas. Es la pena de muerte. San Juan Pablo II declaró de
manera clara y firme que esta es inadecuada en el ámbito moral y ya no
es necesaria en el ámbito penal[246].
No es posible pensar en una marcha atrás con respecto a esta postura.
Hoy decimos con claridad que «la pena de muerte es inadmisible»[247] y
la Iglesia se compromete con determinación para proponer que sea abolida
en todo el mundo[248].
264.
En el Nuevo Testamento, al tiempo que se pide a los particulares no
tomar la justicia por cuenta propia (cf. Rm 12,17.19), se
reconoce la necesidad de que las autoridades impongan penas a los que
obran el mal (cf. Rm 13,4; 1 P 2,14). En efecto, «la vida
en común, estructurada en torno a comunidades organizadas, necesita
normas de convivencia cuya libre violación requiere una respuesta
adecuada»[249]. Esto
implica que la autoridad pública legítima pueda y deba «conminar penas
proporcionadas a la gravedad de los delitos»[250] y
que se garantice al poder judicial «la independencia necesaria en el
ámbito de la ley»[251].
265.
Desde los primeros siglos de la Iglesia, algunos se manifestaron
claramente contrarios a la pena capital. Por ejemplo, Lactancio sostenía
que «no hay que hacer ninguna distinción: siempre será crimen matar a un
hombre».[252] El
Papa Nicolás I exhortaba: «Esfuércense por liberar de la pena de muerte
no sólo a cada uno de los inocentes, sino también a todos los culpables»[253].
Con ocasión del juicio contra unos homicidas que habían asesinado a dos
sacerdotes, san Agustín pedía al juez que no quitara la vida a los
asesinos, y lo fundamentaba de esta manera: «Con esto no impedimos que
se reprima la licencia criminal de esos malhechores. Queremos que se
conserven vivos y con todos sus miembros; que sea suficiente dirigirlos,
por la presión de las leyes, de su loca inquietud al reposo de la salud,
o bien que se les ocupe en alguna tarea útil, una vez apartados de sus
perversas acciones. También esto se llama condena, pero todos entenderán
que se trata de un beneficio más bien que de un suplicio, al ver que no
se suelta la rienda a su audacia para dañar ni se les impide la medicina
del arrepentimiento. […] Encolerízate contra la iniquidad de modo que no
te olvides de la humanidad. No satisfagas contra las atrocidades de los
pecadores un apetito de venganza, sino más bien haz intención de curar
las llagas de esos pecadores»[254].
266.
Los miedos y los rencores fácilmente llevan a entender las penas de una
manera vindicativa, cuando no cruel, en lugar de entenderlas como parte
de un proceso de sanación y de reinserción en la sociedad. Hoy, «tanto
por parte de algunos sectores de la política como por parte de algunos
medios de comunicación, se incita algunas veces a la violencia y a la
venganza, pública y privada, no sólo contra quienes son responsables de
haber cometido delitos, sino también contra quienes cae la sospecha,
fundada o no, de no haber cumplido la ley. […] Existe la tendencia a
construir deliberadamente enemigos: figuras estereotipadas, que
concentran en sí mismas todas las características que la sociedad
percibe o interpreta como peligrosas. Los mecanismos de formación de
estas imágenes son los mismos que, en su momento, permitieron la
expansión de las ideas racistas»[255].
Esto ha vuelto particularmente riesgosa la costumbre creciente que
existe en algunos países de acudir a prisiones preventivas, a
reclusiones sin juicio y especialmente a la pena de muerte.
267.
Quiero remarcar que «es imposible imaginar que hoy los Estados no puedan
disponer de otro medio que no sea la pena capital para defender la vida
de otras personas del agresor injusto». Particular gravedad tienen las
así llamadas ejecuciones extrajudiciales o extralegales, que «son
homicidios deliberados cometidos por algunos Estados o por sus agentes,
que a menudo se hacen pasar como enfrentamientos con delincuentes o son
presentados como consecuencias no deseadas del uso razonable, necesario
y proporcional de la fuerza para hacer aplicar la ley»[256].
268.
«Los argumentos contrarios a la pena de muerte son muchos y bien
conocidos. La Iglesia ha oportunamente destacado algunos de ellos, como
la posibilidad de la existencia del error judicial y el uso que hacen de
ello los regímenes totalitarios y dictatoriales, que la utilizan como
instrumento de supresión de la disidencia política o de persecución de
las minorías religiosas y culturales, todas víctimas que para sus
respectivas legislaciones son “delincuentes”. Todos los cristianos y los
hombres de buena voluntad están llamados, por lo tanto, a luchar no sólo
por la abolición de la pena de muerte, legal o ilegal que sea, y en
todas sus formas, sino también con el fin de mejorar las condiciones
carcelarias, en el respeto de la dignidad humana de las personas
privadas de libertad. Y esto yo lo relaciono con la cadena perpetua. […]
La cadena perpetua es una pena de muerte oculta»[257].
269.
Recordemos que «ni siquiera el homicida pierde su dignidad personal y
Dios mismo se hace su garante»[258].
El firme rechazo de la pena de muerte muestra hasta qué punto es posible
reconocer la inalienable dignidad de todo ser humano y aceptar que tenga
un lugar en este universo. Ya que, si no se lo niego al peor de los
criminales, no se lo negaré a nadie, daré a todos la posibilidad de
compartir conmigo este planeta a pesar de lo que pueda separarnos.
270.
A los cristianos que dudan y se sienten tentados a ceder ante cualquier
forma de violencia, los invito a recordar aquel anuncio del libro de
Isaías: «Con sus espadas forjarán arados» (2,4). Para nosotros esa
profecía toma carne en Jesucristo, que frente a un discípulo cebado por
la violencia dijo con firmeza: «¡Vuelve tu espada a su lugar!, pues
todos los que empuñan espada, a espada morirán» (Mt 26,52). Era
un eco de aquella antigua advertencia: «Pediré cuentas al ser humano por
la vida de su hermano. Quien derrame sangre humana, su sangre será
derramada por otro ser humano» (Gn 9,5-6). Esta reacción de
Jesús, que le brotó del corazón, supera la distancia de los siglos y
llega hasta hoy como un constante reclamo.
Capítulo octavo
LAS RELIGIONES AL SERVICIO DE LA FRATERNIDAD EN EL MUNDO
271.
Las distintas religiones, a partir de la valoración de cada persona
humana como criatura llamada a ser hijo o hija de Dios, ofrecen un
aporte valioso para la construcción de la fraternidad y para la defensa
de la justicia en la sociedad. El diálogo entre personas de distintas
religiones no se hace meramente por diplomacia, amabilidad o tolerancia.
Como enseñaron los Obispos de India, «el objetivo del diálogo es
establecer amistad, paz, armonía y compartir valores y experiencias
morales y espirituales en un espíritu de verdad y amor»[259].
El fundamento último
272.
Los creyentes pensamos que, sin una apertura al Padre de todos, no habrá
razones sólidas y estables para el llamado a la fraternidad. Estamos
convencidos de que «sólo con esta conciencia de hijos que no son
huérfanos podemos vivir en paz entre nosotros»[260].
Porque «la razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los
hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no
consigue fundar la hermandad»[261].
273.
En esta línea, quiero recordar un texto memorable: «Si no existe una
verdad trascendente, con cuya obediencia el hombre conquista su plena
identidad, tampoco existe ningún principio seguro que garantice
relaciones justas entre los hombres: los intereses de clase, grupo o
nación, los contraponen inevitablemente unos a otros. Si no se reconoce
la verdad trascendente, triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a
utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su
propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos de los
demás. [...] La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por tanto,
en la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen
visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de
derechos que nadie puede violar: ni el individuo, el grupo, la clase
social, ni la nación o el Estado. No puede hacerlo tampoco la mayoría de
un cuerpo social, poniéndose en contra de la minoría»[262].
274.
Desde nuestra experiencia de fe y desde la sabiduría que ha ido
amasándose a lo largo de los siglos, aprendiendo también de nuestras
muchas debilidades y caídas, los creyentes de las distintas religiones
sabemos que hacer presente a Dios es un bien para nuestras sociedades.
Buscar a Dios con corazón sincero, siempre que no lo empañemos con
nuestros intereses ideológicos o instrumentales, nos ayuda a
reconocernos compañeros de camino, verdaderamente hermanos. Creemos que
«cuando, en nombre de una ideología, se quiere expulsar a Dios de la
sociedad, se acaba por adorar ídolos, y enseguida el hombre se pierde,
su dignidad es pisoteada, sus derechos violados. Ustedes saben bien a
qué atrocidades puede conducir la privación de la libertad de conciencia
y de la libertad religiosa, y cómo esa herida deja a la humanidad
radicalmente empobrecida, privada de esperanza y de ideales»[263].
275.
Cabe reconocer que «entre las causas más importantes de la crisis del
mundo moderno están una conciencia humana anestesiada y un alejamiento
de los valores religiosos, además del predominio del individualismo y de
las filosofías materialistas que divinizan al hombre y ponen los valores
mundanos y materiales en el lugar de los principios supremos y
trascendentes»[264].
No puede admitirse que en el debate público sólo tengan voz los
poderosos y los científicos. Debe haber un lugar para la reflexión que
procede de un trasfondo religioso que recoge siglos de experiencia y de
sabiduría. «Los textos religiosos clásicos pueden ofrecer un significado
para todas las épocas, tienen una fuerza motivadora», pero de hecho «son
despreciados por la cortedad de vista de los racionalismos»[265].
276.
Por estas razones, si bien la Iglesia respeta la autonomía de la
política, no relega su propia misión al ámbito de lo privado. Al
contrario, no «puede ni debe quedarse al margen» en la construcción de
un mundo mejor ni dejar de «despertar las fuerzas espirituales»[266] que
fecunden toda la vida en sociedad. Es verdad que los ministros
religiosos no deben hacer política partidaria, propia de los laicos,
pero ni siquiera ellos pueden renunciar a la dimensión política de la
existencia[267] que
implica una constante atención al bien común y la preocupación por el
desarrollo humano integral. La Iglesia «tiene un papel público que no se
agota en sus actividades de asistencia y educación» sino que procura «la
promoción del hombre y la fraternidad universal»[268].
No pretende disputar poderes terrenos, sino ofrecerse como «un hogar
entre los hogares —esto es la Iglesia—, abierto […] para testimoniar al
mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él
ama con predilección. Una casa de puertas abiertas. La Iglesia es una
casa con las puertas abiertas, porque es madre»[269].
Y como María, la Madre de Jesús, «queremos ser una Iglesia que sirve,
que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías,
para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad […]
para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación»[270].
La identidad cristiana
277.
La Iglesia valora la acción de Dios en las demás religiones, y «no
rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero.
Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los
preceptos y doctrinas que […] no pocas veces reflejan un destello de
aquella Verdad que ilumina a todos los hombres»[271].
Pero los cristianos no podemos esconder que «si la música del Evangelio
deja de vibrar en nuestras entrañas, habremos perdido la alegría que
brota de la compasión, la ternura que nace de la confianza, la capacidad
de reconciliación que encuentra su fuente en sabernos siempre
perdonados‒enviados. Si la música del Evangelio deja de sonar en
nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la política y en
la economía, habremos apagado la melodía que nos desafiaba a luchar por
la dignidad de todo hombre y mujer»[272].
Otros beben de otras fuentes. Para nosotros, ese manantial de dignidad
humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo. De él surge
«para el pensamiento cristiano y para la acción de la Iglesia el primado
que se da a la relación, al encuentro con el misterio sagrado del otro,
a la comunión universal con la humanidad entera como vocación de todos»[273].
278.
Llamada a encarnarse en todos los rincones, y presente durante siglos en
cada lugar de la tierra —eso significa “católica”— la Iglesia puede
comprender desde su experiencia de gracia y de pecado, la belleza de la
invitación al amor universal. Porque «todo lo que es humano tiene que
ver con nosotros. […] Dondequiera que se reúnen los pueblos para
establecer los derechos y deberes del hombre, nos sentimos honrados
cuando nos permiten sentarnos junto a ellos»[274].
Para muchos cristianos, este camino de fraternidad tiene también una
Madre, llamada María. Ella recibió ante la Cruz esta maternidad
universal (cf. Jn 19,26) y está atenta no sólo a Jesús sino
también «al resto de sus descendientes» (Ap 12,17). Ella, con el
poder del Resucitado, quiere parir un mundo nuevo, donde todos seamos
hermanos, donde haya lugar para cada descartado de nuestras sociedades,
donde resplandezcan la justicia y la paz.
279.
Los cristianos pedimos que, en los países donde somos minoría, se nos
garantice la libertad, así como nosotros la favorecemos para quienes no
son cristianos allí donde ellos son minoría. Hay un derecho humano
fundamental que no debe ser olvidado en el camino de la fraternidad y de
la paz; el de la libertad religiosa para los creyentes de todas las
religiones. Esa libertad proclama que podemos «encontrar un buen acuerdo
entre culturas y religiones diferentes; atestigua que las cosas que
tenemos en común son tantas y tan importantes que es posible encontrar
un modo de convivencia serena, ordenada y pacífica, acogiendo las
diferencias y con la alegría de ser hermanos en cuanto hijos de un único
Dios»[275].
280.
Al mismo tiempo, pedimos a Dios que afiance la unidad dentro de la
Iglesia, unidad que se enriquece con diferencias que se reconcilian por
la acción del Espíritu Santo. Porque «fuimos bautizados en un mismo
Espíritu para formar un solo cuerpo» (1 Co 12,13) donde cada uno
hace su aporte distintivo. Como decía san Agustín: «El oído ve a través
del ojo, y el ojo escucha a través del oído»[276].
También urge seguir dando testimonio de un camino de encuentro entre las
distintas confesiones cristianas. No podemos olvidar aquel deseo que
expresó Jesucristo: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Escuchando
su llamado reconocemos con dolor que al proceso de globalización le
falta todavía la contribución profética y espiritual de la unidad entre
todos los cristianos. No obstante, «mientras nos encontramos aún en
camino hacia la plena comunión, tenemos ya el deber de dar testimonio
común del amor de Dios a su pueblo colaborando en nuestro servicio a la
humanidad»[277].
Religión y violencia
281.
Entre las religiones es posible un camino de paz. El punto de partida
debe ser la mirada de Dios. Porque «Dios no mira con los ojos, Dios mira
con el corazón. Y el amor de Dios es el mismo para cada persona sea de
la religión que sea. Y si es ateo es el mismo amor. Cuando llegue el
último día y exista la luz suficiente sobre la tierra para poder ver las
cosas como son, ¡nos vamos a llevar cada sorpresa!»[278].
282.
También «los creyentes necesitamos encontrar espacios para conversar y
para actuar juntos por el bien común y la promoción de los más pobres.
No se trata de que todos seamos más light o de que escondamos las
convicciones propias que nos apasionan para poder encontrarnos con otros
que piensan distinto. […] Porque mientras más profunda, sólida y rica es
una identidad, más tendrá para enriquecer a los otros con su aporte
específico»[279].
Los creyentes nos vemos desafiados a volver a nuestras fuentes para
concentrarnos en lo esencial: la adoración a Dios y el amor al prójimo,
de manera que algunos aspectos de nuestras doctrinas, fuera de su
contexto, no terminen alimentando formas de desprecio, odio, xenofobia,
negación del otro. La verdad es que la violencia no encuentra fundamento
en las convicciones religiosas fundamentales sino en sus deformaciones.
283.
El culto a Dios sincero y humilde «no lleva a la discriminación, al odio
y la violencia, sino al respeto de la sacralidad de la vida, al respeto
de la dignidad y la libertad de los demás, y al compromiso amoroso por
todos»[280].
En realidad «el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor» (1
Jn 4,8). Por ello «el terrorismo execrable que amenaza la seguridad
de las personas, tanto en Oriente como en Occidente, tanto en el Norte
como en el Sur, propagando el pánico, el terror y el pesimismo no es a
causa de la religión —aun cuando los terroristas la utilizan—, sino de
las interpretaciones equivocadas de los textos religiosos, políticas de
hambre, pobreza, injusticia, opresión, arrogancia; por esto es necesario
interrumpir el apoyo a los movimientos terroristas a través del
suministro de dinero, armas, planes o justificaciones y también la
cobertura de los medios, y considerar esto como crímenes internacionales
que amenazan la seguridad y la paz mundiales. Tal terrorismo debe ser
condenado en todas sus formas y manifestaciones»[281]. Las
convicciones religiosas sobre el sentido sagrado de la vida humana nos
permiten «reconocer los valores fundamentales de nuestra humanidad
común, los valores en virtud de los que podemos y debemos colaborar,
construir y dialogar, perdonar y crecer, permitiendo que el conjunto de
las voces forme un noble y armónico canto, en vez del griterío fanático
del odio»[282].
284.
A veces la violencia fundamentalista, en algunos grupos de cualquier
religión, es desatada por la imprudencia de sus líderes. Pero «el
mandamiento de la paz está inscrito en lo profundo de las tradiciones
religiosas que representamos. […] Los líderes religiosos estamos
llamados a ser auténticos “dialogantes”, a trabajar en la construcción
de la paz no como intermediarios, sino como auténticos mediadores. Los
intermediarios buscan agradar a todas las partes, con el fin de obtener
una ganancia para ellos mismos. El mediador, en cambio, es quien no se
guarda nada para sí mismo, sino que se entrega generosamente, hasta
consumirse, sabiendo que la única ganancia es la de la paz. Cada uno de
nosotros está llamado a ser un artesano de la paz, uniendo y no
dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, abriendo las sendas
del diálogo y no levantando nuevos muros»[283].
Llamamiento
285. En aquel encuentro fraterno que recuerdo gozosamente, con el Gran
Imán Ahmad Al-Tayyeb «declaramos —firmemente— que las religiones no
incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio,
hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de
sangre. Estas desgracias son fruto de la desviación de las enseñanzas
religiosas, del uso político de las religiones y también de las
interpretaciones de grupos religiosos que han abusado —en algunas fases
de la historia— de la influencia del sentimiento religioso en los
corazones de los hombres. […] En efecto, Dios, el Omnipotente, no
necesita ser defendido por nadie y no desea que su nombre sea usado para
aterrorizar a la gente»[284].
Por ello quiero retomar aquí el llamamiento de paz, justicia y
fraternidad que hicimos juntos:
«En el nombre de Dios que ha creado todos los seres humanos iguales en
los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a
convivir como hermanos entre ellos, para poblar la tierra y difundir en
ella los valores del bien, la caridad y la paz.
En el nombre de la inocente alma humana que Dios ha prohibido matar,
afirmando que quien mata a una persona es como si hubiese matado a toda
la humanidad y quien salva a una es como si hubiese salvado a la
humanidad entera.
En el nombre de los pobres, de los desdichados, de los necesitados y de
los marginados que Dios ha ordenado socorrer como un deber requerido a
todos los hombres y en modo particular a cada hombre acaudalado y
acomodado.
En el nombre de los huérfanos, de las viudas, de los refugiados y de los
exiliados de sus casas y de sus pueblos; de todas las víctimas de las
guerras, las persecuciones y las injusticias; de los débiles, de cuantos
viven en el miedo, de los prisioneros de guerra y de los torturados en
cualquier parte del mundo, sin distinción alguna.
En el nombre de los pueblos que han perdido la seguridad, la paz y la
convivencia común, siendo víctimas de la destrucción, de la ruina y de
las guerras.
En nombre de la fraternidad humana que abraza a todos los
hombres, los une y los hace iguales.
En el nombre de esta fraternidad golpeada por las políticas de
integrismo y división y por los sistemas de ganancia insaciable y las
tendencias ideológicas odiosas, que manipulan las acciones y los
destinos de los hombres.
En el nombre de la libertad, que Dios ha dado a todos los seres humanos,
creándolos libres y distinguiéndolos con ella.
En el nombre de la justicia y de la misericordia, fundamentos de la
prosperidad y quicios de la fe.
En el nombre de todas las personas de buena voluntad, presentes en cada
rincón de la tierra.
En el nombre de Dios y de todo esto […] “asumimos” la cultura del
diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el
conocimiento recíproco como método y criterio»[285].
***
286.
En este espacio de reflexión sobre la fraternidad universal, me sentí
motivado especialmente por san Francisco de Asís, y también por otros
hermanos que no son católicos: Martin Luther King, Desmond Tutu, el
Mahatma Mohandas Gandhi y muchos más. Pero quiero terminar recordando a
otra persona de profunda fe, quien, desde su intensa experiencia de
Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos.
Se trata del beato Carlos de Foucauld.
287.
Él fue orientando su sueño de una entrega total a Dios hacia una
identificación con los últimos, abandonados en lo profundo del desierto
africano. En ese contexto expresaba sus deseos de sentir a cualquier ser
humano como un hermano,[286] y
pedía a un amigo: «Ruegue a Dios para que yo sea realmente el hermano de
todos».[287] Quería
ser, en definitiva, «el hermano universal»[288].
Pero sólo identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos.
Que Dios inspire ese sueño en cada uno de nosotros. Amén.
Oración al Creador
Señor y Padre de la humanidad,
que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad,
infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal.
Inspíranos un sueño de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz.
Impúlsanos a crear sociedades más sanas
y un mundo más digno,
sin hambre, sin pobreza, sin violencia, sin guerras.
Que nuestro corazón se abra
a todos los pueblos y naciones de la tierra,
para reconocer el bien y la belleza
que sembraste en cada uno,
para estrechar lazos de unidad, de proyectos comunes,
de esperanzas compartidas. Amén.
Oración cristiana ecuménica
Dios nuestro, Trinidad de amor,
desde la fuerza comunitaria de tu intimidad divina
derrama en nosotros el río del amor fraterno.
Danos ese amor que se reflejaba en los gestos de Jesús,
en su familia de Nazaret y en la primera comunidad cristiana.
Concede a los cristianos que vivamos el Evangelio
y podamos reconocer a Cristo en cada ser humano,
para verlo crucificado en las angustias de los abandonados
y olvidados de este mundo
y resucitado en cada hermano que se levanta.
Ven, Espíritu Santo, muéstranos tu hermosura
reflejada en todos los pueblos de la tierra,
para descubrir que todos son importantes,
que todos son necesarios, que son rostros diferentes
de la misma humanidad que amas. Amén.
Dado en Asís, junto a la tumba de san Francisco, el 3 de octubre del año
2020, víspera de la Fiesta del “Poverello”, octavo de mi Pontificado.
Francisco
[1] Admoniciones,
6, 1: Fonti Francescane (FF) 155; cf. Escritos.
Biografías. Documentos de la época, ed. Bac, Madrid 2011, 94.
[2] Ibíd.,
25: FF 175; cf. ibíd., p. 99.
[3] S.
Francisco de Asís, Regla no bulada de los hermanos menores, 16,
3.6: FF 42-43; cf. ibíd., 120.
[4] Eloi
Leclerc, O.F.M., Exilio y ternura, ed. Marova, Madrid 1987, 205.
[5] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común,
Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (8 febrero 2019), p. 6.
[6] Discurso
en el encuentro ecuménico e interreligioso con los jóvenes,
Skopie – Macedonia del Norte (7 mayo 2019): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (10 mayo 2019), p. 13.
[7] Discurso
al Parlamento europeo,
Estrasburgo (25 noviembre 2014): AAS 106 (2014), 996; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (28 noviembre 2014), p. 3.
[8] Encuentro
con las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo diplomático,
Santiago – Chile (16 enero 2018): AAS 110 (2018), 256.
[9] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29
junio 2009), 19: AAS 101 (2009), 655.
[10] Exhort.
ap. postsin. Christus
vivit (25
marzo 2019), 181.
[11] Card.
Raúl Silva Henríquez, S.D.B., Homilía en el Tedeum en Santiago de
Chile (18 septiembre 1974).
[12] Carta
enc. Laudato
si’ (24
mayo 2015), 57: AAS 107 (2015), 869.
[13] Discurso
al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (11
enero 2016): AAS 108 (2016), 120; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (15 enero 2016), p. 7.
[14] Discurso
al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (13
enero 2014): AAS 106 (2014), 83-84; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (17 enero 2014), p. 7.
[15] Cf. Discurso
a la Fundación Centesimus annus pro Pontifice (25
mayo 2013): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(31 mayo 2013), p. 4.
[16] Cf.
S. Pablo VI, Carta enc. Populorum
progressio (26
marzo 1967), 14: AAS 59 (1967), 264.
[17] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29
junio 2009), 22: AAS 101 (2009), 657.
[18] Discurso
a las autoridades,
Tirana – Albania (21 septiembre 2014): AAS 106 (2014), 773; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (26 septiembre 2014), p. 7.
[19] Mensaje
a los participantes en la Conferencia internacional “Los derechos
humanos en el mundo contemporáneo: conquistas, omisiones, negaciones” (10
diciembre 2018): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (14 diciembre 2018), p. 11.
[20] Exhort.
ap. Evangelii
gaudium (24
noviembre 2013), 212: AAS 105 (2013), 1108.
[21] Mensaje
para la 48.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2015 (8
diciembre 2014), 3-4: AAS 107 (2015), 69-71; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (12 diciembre 2014), p. 9.
[22] Ibíd.,
5: AAS 107 (2015), 72; L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (12 diciembre 2014), p. 9.
[23] Mensaje
para la 49.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2016 (8
diciembre 2015), 2: AAS 108 (2016), 49; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (18-25 diciembre 2015), p. 8.
[24] Mensaje
para la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8
diciembre 2019), 1:L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (13 diciembre 2019), p. 6.
[25] Discurso
sobre las armas nucleares,
Nagasaki – Japón (24 noviembre 2019): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (29 noviembre 2019), p. 11.
[26] Discurso
a los profesores y estudiantes del Colegio “San Carlos” de Milán (6
abril 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(14 abril 2019), p. 7.
[27] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común,
Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (8 febrero 2019), p. 7.
[28] Discurso
al mundo de la cultura, Cagliari
– Italia (22 septiembre 2013): L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (27 septiembre 2013), p. 15.
[29] Humana
communitas.
Carta al Presidente de la Pontificia Academia para la Vida con ocasión
del 25.º aniversario de su institución (6 enero 2019), 2. 6: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (18 enero 2019), pp. 6-7.
[30] Videomensaje
al TED2017 de Vancouver (26
abril 2017): L’Osservatore Romano (27 abril 2017), p. 7.
[31] Momento
extraordinario de oración en tiempos de epidemia (27
marzo 2020): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(3 abril 2020), p. 3.
[32] Homilía
durante la Santa Misa,
Skopie – Macedonia del Norte (7 mayo 2019): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (10 mayo 2019), p. 12.
[33] Cf. Eneida1,
462: «Sunt lacrimae rerum et mentem mortalia tangunt».
[34] «Historia
[…] magistra vitae» (Marco Tulio Cicerón, De Oratore, 2, 36).
[35] Carta
enc. Laudato
si’ (24
mayo 2015), 204: AAS 107 (2015), 928.
[36] Exhort.
ap. postsin. Christus
vivit (25
marzo 2019), 91.
[37] Ibíd.,
92.
[38] Ibíd.,
93.
[39] Benedicto
XVI, Mensaje
para la 99.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado (12
octubre 2012): AAS 104 (2012), 908; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (11 noviembre 2012), p. 4.
[40] Exhort.
ap. postsin. Christus
vivit (25
marzo 2019), 92.
[41] Mensaje
para la 106.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2020 (13
mayo 2020): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(22 mayo 2020), p. 5.
[42] Discurso
al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (11
enero 2016): AAS 108 (2016), 124; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (15 enero 2016), p. 8.
[43] Discurso
al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (13
enero 2014): AAS 106 (2014), 84; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (17 enero 2014), p. 7.
[44] Discurso
al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (11
enero 2016): AAS 108 (2016), 123; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (15 enero 2016), p. 8.
[45] Mensaje
para la 105.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado (27
mayo 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(31 mayo 2019), p. 6.
[46] Exhort.
ap. postsin. Christus
vivit (25
marzo 2019), 88.
[47] Ibíd.,
89.
[48] Exhort.
ap. Gaudete
et exsultate (19
marzo 2018), 115.
[49]Del film El
Papa Francisco – Un hombre de palabra. La esperanza es un mensaje
universal, de Wim Wenders (2018).
[50] Discurso
a las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo diplomático,
Tallin – Estonia (25 septiembre 2018): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (5 octubre 2018), p. 4.
[51] Cf. Momento
extraordinario de oración en tiempos de epidemia (27
marzo 2020): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(3 abril 2020), p. 3; Mensaje
para la 4.ª Jornada Mundial de los Pobres 2020 (13
junio 2020), 6: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (19 junio 2020), p. 5.
[52] Saludo
a los jóvenes del Centro Cultural Padre Félix Varela,
La Habana – Cuba (20 septiembre 2015): L’Osservatore Romano (21-22
septiembre 2015), p. 6.
[53] Conc.
Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium
et spes,
sobre la Iglesia en el mundo actual, 1.
[54] S.
Ireneo de Lyon, Adversus Haereses 2, 25, 2: PG 7/1, 798-s.
[55] Talmud
Bavli (Talmud de Babilonia), Sabbat, 31 a.
[56] Discurso
a los asistidos de las obras de caridad de la Iglesia,
Tallin – Estonia (25 septiembre 2018): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (5 octubre 2018), p. 5.
[57] Videomensaje
al TED2017 de Vancouver (26
abril 2017): L’Osservatore Romano (27 abril 2017), p. 7.
[58] Homiliae
in Matthaeum, 50, 3: PG 58, 508.
[59] Mensaje
con ocasión del Encuentro de los Movimientos populares, Modesto
– Estados Unidos (10 febrero 2017): AAS 109 (2017), 291.
[60] Exhort.
ap. Evangelii
gaudium (24
noviembre 2013), 235: AAS 105 (2013), 1115.
[61] S.
Juan Pablo II, Mensaje
a los discapacitados, Ángelus en Osnabrück
– Alemania (16 noviembre 1980): L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (23 noviembre 1980), p. 9.
[62] Conc.
Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium
et spes,
sobre la Iglesia en el mundo actual, 24.
[63] Gabriel
Marcel, Du refus à l’invocation, ed. NRF, París 1940, 50; cf.
Íd., De la negación a la invocación, en Obras selectas,
ed. BAC, Madrid 2004, vol. 2, 41.
[64] Ángelus (10
noviembre 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (15 noviembre 2019), p. 3.
[65] Cf.
Sto. Tomás de Aquino, Scriptum super Sententiis, lib. 3, dist.
27, q. 1, a. 1, ad 4: «Dicitur amor extasim facere, et fervere, quia
quod fervet extra se bullit et exhalat» (se dice que el amor produce
éxtasis y efervescencia puesto que lo efervescente bulle fuera de sí y
expira).
[66] Karol
Wojtyła, Amor y responsabilidad, Madrid 1978, 136.
[67] Karl
Rahner, S.J., El año litúrgico, Barcelona 1966, 28. Obra
original: Kleines Kirchenjahr. Ein Gang durch den Festkreis, ed.
Herder, Friburgo 1981, 30.
[68] Regula,
53, 15: «Pauperum et peregrinorum maxime susceptioni cura sollicite
exhibeatur».
[69] Cf. Summa
Theologiae, II-II, q. 23, art. 7; S. Agustín, Contra Julianum,
4, 18: PL 44, 748: «De cuántos placeres se privan los avaros para
aumentar sus tesoros o por el temor de verlos disminuir».
[70] «Secundum
acceptionem divinam» (Scriptum super Sententiis, lib. 3, dist.
27, a. 1, q. 1, concl. 4).
[71] Benedicto
XVI, Carta enc. Deus
caritas est (25
diciembre 2005), 15: AAS 98 (2006), 230.
[72] Summa
Theologiae II-II,
q. 27, art. 2, resp.
[73] Ibíd.,
I-II, q. 26, art. 3, resp.
[74] Ibíd.,
q. 110, art. 1, resp.
[75] Mensaje
para la 47.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2014 (8
diciembre 2013), 1: AAS 106 (2014), 22; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (13 diciembre 2013), p. 8.
[76] Cf. Ángelus (29
diciembre 2013): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (3 enero 2014), pp. 2-3; Discurso
al Cuerpo diplomático acreditado
ante la Santa Sede (12
enero 2015): AAS 107 (2015), 165; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (16 enero 2015), p. 10.
[77] Mensaje
para el Día internacional de las personas con discapacidad (3
diciembre 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (6 diciembre 2019), pp. 5.12.
[78] Discurso
en el Encuentro por la libertad religiosa con la comunidad hispana y
otros inmigrantes,
Filadelfia – Estados Unidos (26 septiembre 2015): AAS 107 (2015),
1050-1051.
[79] Discurso
a los jóvenes,
Tokio – Japón (25 noviembre 2019): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (29 noviembre 2019), p. 15.
[80] En
estas consideraciones me dejo inspirar por el pensamiento de Paul
Ricoeur, «Le socius et le prochain», en Histoire et vérité, ed.
Le Seuil, París 1967, 113-127.
[81] Exhort.
ap. Evangelii
gaudium (24
noviembre 2013), 190: AAS 105 (2013), 1100.
[82] Ibíd.,
209: AAS 105 (2013), 1107.
[83] Carta
enc. Laudato
si’ (24
mayo 2015), 129: AAS 107 (2015), 899.
[84] Mensaje
para el evento “Economy of Francesco” (1
mayo 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(17 mayo 2019), p. 5.
[85] Discurso
al Parlamento europeo,
Estrasburgo (25 noviembre 2014): AAS 106 (2014), 997; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (28 noviembre 2014), p. 3.
[86] Carta
enc. Laudato
si’ (24
mayo 2015), 229: AAS 107 (2015), 937.
[87] Mensaje
para la 49.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2016 (8
diciembre 2015), 6: AAS 108 (2016), 57-58; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (18-25 diciembre 2015), p.
10.
[88] La
solidez está en la raíz etimológica de la palabra solidaridad. La
solidaridad, en el significado ético-político que esta ha asumido en los
últimos dos siglos, da lugar a una construcción social segura y firme.
[89] Homilía
durante la Santa Misa, La
Habana – Cuba (20 septiembre 2015): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (25 septiembre 2015), p. 3.
[90] Discurso
a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28
octubre 2014): AAS 106 (2014), 851-852.
[91] Cf.
S. Basilio, Homilia 21. Quod rebus mundanis adhaerendum non
sit, 3, 5: PG 31, 545-549; Regulae brevius tractatae,
92: PG 31, 1145-1148; S. Pedro Crisólogo, Sermo 123: PL 52,
536-540; S. Ambrosio, De Nabuthe, 27.52: PL 14, 738s; S.
Agustín, In Iohannis Evangelium 6, 25: PL 35, 1436s.
[92] De
Lazaro Concio 2, 6: PG 48, 992D.
[93] Regula
pastoralis 3, 21: PL 77, 87.
[94] Carta
enc. Centesimus
annus (1
mayo 1991), 31: AAS 83 (1991), 831.
[95]Carta
enc. Laudato
si’ (24
mayo 2015), 93: AAS 107 (2015), 884.
[96]S.
Juan Pablo II, Carta enc. Laborem
exercens (14
septiembre 1981), 19: AAS 73 (1981), 626.
[97] Cf.
Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio
de la doctrina social de la Iglesia,
172.
[98] Carta
enc. Populorum
progressio (26
marzo 1967), 22: AAS 59 (1967), 268.
[99] S.
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo
rei socialis (30
diciembre 1987), 33: AAS 80 (1988), 557.
[100] Carta
enc. Laudato
si’ (24
mayo 2015), 95: AAS 107 (2015), 885.
[101] Ibíd., 129: AAS 107
(2015), 899.
[102] Cf.
S. Pablo VI, Carta enc. Populorum
progressio (26
marzo 1967), 15: AAS 59 (1967), 265; Benedicto XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29
junio 2009), 16: AAS 101 (2009), 652.
[103] Cf.
Carta enc. Laudato
si’ (24
mayo 2015), 93: AAS 107 (2015), 884-885; Exhort. ap. Evangelii
gaudium (24
noviembre 2013), 189-190: AAS 105 (2013), 1099-1100.
[104] Conferencia
de Obispos Católicos de Estados Unidos, Abramos nuestros corazones:
El incesante llamado al amor. Carta pastoral contra el racismo (noviembre
2018).
[105] Carta
enc. Laudato
si’ (24
mayo 2015), 51: AAS 107 (2015), 867.
[106] Cf.
Benedicto XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29
junio 2009), 6: AAS 101 (2009), 644.
[107] S.
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus
annus (1
mayo 1991), 35: AAS 83 (1991), 838.
[108] Discurso
sobre las armas nucleares,
Nagasaki – Japón (24 noviembre 2019): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (29 noviembre 2019), p. 11.
[109] Cf.
Obispos católicos de México y los Estados Unidos, Carta pastoral Juntos
en el camino de la esperanza ya no somos extranjeros (enero 2003).
[110] Audiencia
general (3
abril 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(5 abril 2019), p. 20.
[111] Cf. Mensaje
para la 104.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado (14
enero 2018): AAS 109 (2017), 918-923; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (19 enero 2018), p. 2.
[112] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común,
Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (8 febrero 2019), p. 10.
[113] Discurso
al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (11
enero 2016): AAS 108 (2016), 124; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (15 enero 2016), p. 8.
[114] Ibíd.,
122; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (15
enero 2016), p. 8.
[115] Exhort.
ap. postsin. Christus
vivit (25
marzo 2019), 93.
[116] Ibíd.,
94.
[117] Discurso
a las autoridades,
Sarajevo – Bosnia-Herzegovina (6 junio 2015): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (12 junio 2015), p. 5.
[118] Latinoamérica.
Conversaciones con Hernán Reyes Alcaide,
ed. Planeta, Buenos Aires 2017, 105.
[119] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común,
Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (8 febrero 2019), p. 10.
[120] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29
junio 2009), 67: AAS 101 (2009), 700.
[121] Ibíd.,
60: AAS 101 (2009), 695.
[122] Ibíd.,
67: AAS 101 (2009), 700.
[123] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio
de la doctrina social de la Iglesia,
447.
[124] Exhort.
ap. Evangelii
gaudium (24
noviembre 2013), 234: AAS 105 (2013), 1115.
[125] Ibíd.,
235: AAS 105 (2013), 1115.
[126] Ibíd.
[127] S.
Juan Pablo II, Discurso
a los representantes del mundo de la cultura argentina,
Buenos Aires – Argentina (12 abril 1987), 4: L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (10 mayo 1987), p. 20.
[128] Cf.
Íd., Discurso a los cardenales (21 diciembre 1984), 4: AAS 76
(1984), 506; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(30 diciembre 1984), p. 3.
[129] Exhort.
ap. postsin. Querida
Amazonia (2
febrero 2020), 37.
[130] Georg
Simmel, «Puente y puerta», en El individuo y la libertad. Ensayos de
crítica de la cultura, ed. Península, Barcelona 2001, 34. Obra
original: Brücke und Tür. Essays des Philosophen zur Geschichte,
Religion, Kunst und Gesellschaft, ed. Michael Landmann,
Köhler-Verlag, Stuttgart 1957, 6.
[131] Cf.
Jaime Hoyos-Vásquez, S.J., «Lógica de las relaciones sociales. Reflexión
onto-lógica», en Revista Universitas Philosophica, 15-16, Bogotá
(diciembre 1990 - junio 1991), 95-106.
[132] Antonio
Spadaro, S.J., Las huellas de un pastor. Una conversación con el Papa
Francisco, en: Jorge Mario Bergoglio – Papa Francisco, En tus
ojos está mi palabra. Homilías y discursos de Buenos Aires (1999-2013),
Publicaciones Claretianas, Madrid 2017, 24-25; cf. Exhort. ap. Evangelii
gaudium (24
noviembre 2013), 220-221: AAS 105 (2013), 1110-1111.
[133] Exhort.
ap. Evangelii
gaudium (24
noviembre 2013), 204: AAS 105 (2013), 1106.
[134] Cf. Ibíd.: AAS 105 (2013),
1105-1106.
[135] Ibíd.,
202: AAS 105 (2013), 1105.
[136] Carta
enc. Laudato
si’ (24
mayo 2015), 128: AAS 107 (2015), 898.
[137] Discurso
al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (12
enero 2015): AAS 107 (2015), 165; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (16 enero 2015), p. 10; cf. Discurso
a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28
octubre 2014): AAS 106 (2014), 851-859.
[138] Algo
semejante puede decirse de la categoría bíblica de “Reino de Dios”.
[139] Paul
Ricoeur, Histoire et vérité, ed. Le Seuil, París 1967, 122.
[140] Carta
enc. Laudato
si’ (24
mayo 2015), 129: AAS 107 (2015), 899.
[141] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29
junio 2009), 35: AAS 101 (2009), 670.
[142] Discurso
a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28
octubre 2014): AAS 106 (2014), 858.
[143] Ibíd.
[144] Discurso
a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (5
noviembre 2016): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (11 noviembre 2016), p. 6.
[145] Ibíd.,
p. 8.
[146] Ibíd.
[147] Carta
enc. Laudato
si’ (24
mayo 2015), 189: AAS 107 (2015), 922.
[148] Discurso
a la Organización de las Naciones Unidas, Nueva
York (25 septiembre 2015): AAS 107 (2015), 1037.
[149] Carta
enc. Laudato
si’ (24
mayo 2015), 175: AAS 107 (2015), 916-917.
[150] Cf.
Benedicto XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29
junio 2009), 67: AAS 101 (2009), 700-701.
[151] Ibíd.: AAS 101
(2009), 700.
[152] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio
de la doctrina social de la Iglesia,
434.
[153] Discurso
a la Organización de las Naciones Unidas,
Nueva York (25 septiembre 2015): AAS 107 (2015), 1037.1041.
[154] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio
de la doctrina social de la Iglesia,
437.
[155] S.
Juan Pablo II, Mensaje
para la 37.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2004,
5: AAS 96 (2004), 117;L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (19 diciembre 2003), p. 5.
[156] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio
de la doctrina social de la Iglesia,
439.
[157] Cf.
Comisión social de los Obispos de Francia, Declaración Réhabiliter la
politique (17 febrero 1999).
[158] Carta
enc. Laudato
si’ (24
mayo 2015), 189: AAS 107 (2015), 922.
[159] Ibíd., 196: AAS 107
(2015), 925.
[160] Ibíd.,
197: AAS 107 (2015), 925.
[161] Ibíd.,
181: AAS 107 (2015), 919.
[162] Ibíd.,
178: AAS 107 (2015), 918.
[163] Conferencia
Episcopal Portuguesa, Carta pastoral Responsabilidade solidária pelo
bem comum (15 septiembre 2003), 20; cf. Carta enc. Laudato
si’,
159: AAS 107 (2015), 911.
[164] Carta
enc. Laudato
si’ (24
mayo 2015), 191: AAS 107 (2015), 923.
[165] Pío
XI, Discurso a la Federación Universitaria Católica Italiana (18
diciembre 1927): L’Osservatore Romano (23 diciembre 1927), 3.
[166] Cf.
Íd., Carta enc. Quadragesimo
anno (15
mayo 1931), 88: AAS 23 (1931), 206-207.
[167] Exhort.
ap. Evangelii
gaudium (24
noviembre 2013), 205: AAS 105 (2013), 1106.
[168] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29
junio 2009), 2: AAS 101 (2009), 642.
[169] Carta
enc. Laudato
si’ (24
mayo 2015), 231: AAS 107 (2015), 937.
[170] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29
junio 2009), 2: AAS 101 (2009), 642.
[171] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio
de la doctrina social de la Iglesia,
207.
[172] S.
Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor
hominis (4
marzo 1979), 15: AAS 71 (1979), 288.
[173] Cf.
S. Pablo VI, Carta enc. Populorum
progressio (26
marzo 1967), 44: AAS 59 (1967), 279.
[174]Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio
de la doctrina social de la Iglesia,
207.
[175] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29
junio 2009), 2: AAS 101 (2009), 642.
[176] Ibíd.,
3: AAS 101 (2009), 643.
[177] Ibíd.,
4: AAS 101 (2009), 643.
[178] Ibíd.
[179] Ibíd.,
3: AAS 101 (2009), 643.
[180] Ibíd.: AAS 101
(2009), 642.
[181] La
doctrina moral católica, siguiendo la enseñanza de santo Tomás de
Aquino, distingue entre el acto “elícito” y el acto “imperado” (cf. Summa
Theologiae, I-II, q. 8-17; Marcellino Zalba, S.J., Theologiae
moralis summa. Theologia moralis fundamentalis. Tractatus de virtutibus
theologicis, ed. BAC, Madrid 1952, vol. 1, 69; Antonio Royo Marín,
O.P., Teología de la perfección cristiana, ed. BAC, Madrid 1962,
192-196).
[182] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio
de la doctrina social de la Iglesia,
208.
[183] Cf.
S. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo
rei socialis (30
diciembre 1987), 42: AAS 80 (1988), 572-574; Íd., Carta enc. Centesimus
annus (1
mayo 1991), 11: AAS 83 (1991), 806-807.
[184] Discurso
a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28
octubre 2014): AAS 106 (2014), 852.
[185] Discurso
al Parlamento europeo,
Estrasburgo (25 noviembre 2014): AAS 106 (2014), 999; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (28 noviembre 2014), p. 4.
[186] Discurso
a la clase dirigente y al Cuerpo diplomático,
Bangui – República Centroafricana (29 noviembre 2015): AAS 107
(2015), 1320;L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(4 diciembre 2015), p. 15.
[187] Discurso
a la Organización de las Naciones Unidas,
Nueva York (25 septiembre 2015): AAS 107 (2015), 1039.
[188] Discurso
a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28
octubre 2014): AAS 106 (2014), 853.
[189] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común,
Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (8 febrero 2019), p. 7.
[190] René
Voillaume, Hermano de todos, ed. Narcea, Madrid 1978, 15-17.
[191] Videomensaje
al TED2017 de Vancouver (26
abril 2017): L’Osservatore Romano (27 abril 2017), p. 7.
[192] Audiencia
general (18
febrero 2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (20 febrero 2015)p. 2.
[193] Exhort.
ap. Evangelii
gaudium (24
noviembre 2013), 274: AAS 105 (2013), 1130.
[194] Ibíd.,
279: AAS 105 (2013), 1132.
[195] Mensaje
para la 52.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2019 (8
diciembre 2018), 5: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (21 diciembre 2018), p. 7.
[196] Discurso
en el encuentro con la clase dirigente,
Río de Janeiro – Brasil (27 julio 2013): AAS 105 (2013), 683-684.
[197] Exhort.
ap. postsin. Querida
Amazonia (2
febrero 2020), 108.
[198] Del
film El Papa Francisco – Un hombre de palabra. La esperanza es un
mensaje universal, de Wim Wenders (2018).
[199] Mensaje
para la 48.ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24
enero 2014): AAS 106 (2014), 113; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (24 enero 2014), p. 3.
[200] Conferencia
de Obispos católicos de Australia – Departamento de Justicia social, Making
it real: genuine human encounter in our digital world (noviembre
2019), 5.
[201] Carta
enc. Laudato
si’ (24
mayo 2015), 123: AAS 107 (2015), 896.
[202] S.
Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis
splendor (6
agosto 1993), 96: AAS 85 (1993), 1209.
[203] Los
cristianos creemos, además, que Dios nos ofrece su gracia para que sea
posible actuar como hermanos.
[204] Vinicius
De Moraes, Samba de la bendición (Samba da Bênção), en el disco Um
encontro no Au bon Gourmet, Río de Janeiro (2 agosto 1962).
[205] Exhort.
ap. Evangelii
gaudium (24
noviembre 2013), 237: AAS 105 (2013), 1116.
[206] Ibíd.,
236: AAS 105 (2013), 1115.
[207] Ibíd.,
218: AAS 105 (2013), 1110.
[208] Exhort.
ap. postsin. Amoris
laetitia (19
marzo 2016), 100: AAS 108 (2016), 351.
[209] Mensaje
para la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8
diciembre 2019), 2: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (13 septiembre 2019), p. 6.
[210] Conferencia
Episcopal del Congo, Message au Peuple de Dieu et aux femmes
et aux hommes de bonne volonté (9 mayo 2018).
[211] Discurso
en el gran encuentro de oración por la reconciliación nacional,
Villavicencio – Colombia (8 septiembre 2017): AAS 109 (2017),
1063-1064.1066.
[212] Mensaje
para la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8
diciembre 2019), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (13 diciembre 2019), p. 7.
[213] Conferencia
de Obispos de Sudáfrica, Pastoral letter on christian hope in the
current crisis (mayo 1986).
[214] Conferencia
de Obispos católicos de Corea, Appeal of the Catholic Church in Korea
for Peace on the Korean Peninsula (15 agosto 2017).
[215] Discurso
a la sociedad civil,
Quito – Ecuador (7 julio 2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (10 julio 2015), p. 7.
[216] Encuentro
interreligioso con los jóvenes,
Maputo – Mozambique (5 septiembre 2019): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (13 septiembre 2019), p. 3.
[217] Homilía
durante la Santa Misa,
Cartagena de Indias – Colombia (10 septiembre 2017): AAS 109
(2017), 1086.
[218] Discurso
a las autoridades, el Cuerpo diplomático y algunos representantes de la
sociedad civil,
Bogotá – Colombia (7 septiembre 2017): AAS 109 (2017), 1029.
[219] Conferencia
Episcopal de Colombia, Por el bien de Colombia: diálogo,
reconciliación y desarrollo integral (26 noviembre 2019), 4.
[220] Discurso
a las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo diplomático,
Maputo – Mozambique (5 septiembre 2019): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (13 septiembre 2019), p. 2.
[221] V
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento
de Aparecida (29 junio 2007), 398.
[222] Exhort.
ap. Evangelii
gaudium (24
noviembre 2013), 59: AAS 105 (2013), 1044.
[223] Carta
enc. Centesimus
annus (1
mayo 1991), 14: AAS 83 (1991), 810.
[224] Homilía
durante la Santa Misa por el progreso de los pueblos,
Maputo – Mozambique (6 septiembre 2019): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (13 septiembre 2019), p. 7.
[225] Discurso
en la ceremonia de bienvenida,
Colombo – Sri Lanka (13 enero 2015): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (16 enero 2015), p. 3.
[226] Discurso
a los niños del centro Betania y a una representación de asistidos de
otros centros caritativos de Albania,
Tirana - Albania (21 septiembre 2014): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (26 septiembre 2014), p. 11.
[227] Videomensaje
al TED2017 de Vancouver (26
abril 2017): L’Osservatore Romano (27 abril 2017), p. 7.
[228]Pío
XI, Carta enc. Quadragesimo
anno (15
mayo 1931), 114: AAS 23 (1931), 213.
[229] Exhort.
ap. Evangelii
gaudium (24
noviembre 2013), 228: AAS 105 (2013), 1113.
[230] Discurso
a las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo diplomático,
Riga – Letonia (24 septiembre 2018): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (28 septiembre 2018), p. 12.
[231] Discurso
en la Ceremonia de bienvenida,
Tel Aviv – Israel (25 mayo 2014): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (30 mayo 2014), p. 10.
[232] Discurso
en el Memorial de Yad Vashem, Jerusalén
(26 mayo 2014): AAS 106 (2014), 228; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (30 mayo 2014), p. 9.
[233] Discurso
en el Memorial de la Paz,
Hiroshima – Japón (24 noviembre 2019): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (29 noviembre 2019), p. 13.
[234] Mensaje
para la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8
diciembre 2019), 2:L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (13 diciembre 2019), p. 6.
[235] Conferencia
de Obispos de Croacia, Letter on the Fiftieth Anniversary of the End
of the Second World War (1 mayo 1995).
[236] Homilía
durante la Santa Misa,
Amán – Jordania (24 mayo 2014): L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (30 mayo 2014), p. 6.
[237] Cf. Mensaje
para la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8
diciembre 2019), 1: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (13 diciembre 2019), p. 6.
[238] Discurso
a la Organización de las Naciones Unidas,
Nueva York (25 septiembre 2015): AAS 107 (2015), 1041-1042.
[239] N. 2309.
[240] Ibíd.
[241] Carta
enc. Laudato
si’ (24
mayo 2015), 104: AAS 107 (2015), 888.
[242] Aun
san Agustín, quien forjó una idea de la “guerra justa” que hoy ya no
sostenemos, dijo que «dar muerte a la guerra con la palabra, y alcanzar
y conseguir la paz con la paz y no con la guerra, es mayor gloria que
darla a los hombres con la espada» (Epistola 229, 2: PL 33,
1020).
[243] Carta
enc. Pacem
in terris (11
abril 1963), 127: AAS 55 (1963), 291.
[244] Mensaje
a la Conferencia de la ONU para la negociación de un instrumento
jurídicamente vinculante sobre la prohibición de las armas nucleares (23
marzo 2017): AAS 109 (2017), 394-396; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (31 marzo 2017), p. 9.
[245] Cf.
S. Pablo VI, Carta enc. Populorum
progressio (26
marzo 1967), 51: AAS 59 (1967), 282.
[246] Cf.
Carta enc. Evangelium
vitae (25
marzo 1995), 56: AAS 87 (1995), 463-464.
[247] Discurso
con motivo del 25.º aniversario del Catecismo de la Iglesia Católica (11
octubre 2017): AAS 109 (2017), 1196; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (13 octubre 2017), p. 1.
[248] Cf.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta
a los Obispos acerca de la nueva redacción del n. 2267 del Catecismo de
la Iglesia Católica sobre la pena de muerte (1
agosto 2018): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (3 agosto 2018), p. 11.
[249] Discurso
a una delegación de la Asociación internacional de Derecho Penal (23
octubre 2014): AAS 106 (2014), 840; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (31 octubre 2014), p. 9.
[250] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio
de la doctrina social de la Iglesia,
402.
[251] S.
Juan Pablo II, Discurso
a la Asociación Nacional Italiana de Magistrados (31
marzo 2000), 4: AAS 92 (2000), 633; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (7 abril 2000), p. 9.
[252] Divinae
Institutiones 6, 20, 17: PL 6, 708.
[253] Epistola 97 (responsa
ad consulta bulgarorum), 25: PL 119, 991.
[254] Epistola
ad Marcellinum 133, 1.2: PL 33, 509.
[255] Discurso
a una delegación de la Asociación internacional de Derecho Penal (23
octubre 2014): AAS 106 (2014), 840-841; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (31 octubre 2014), p. 9.
[256] Ibíd.,
842.
[257] Ibíd.
[258] S.
Juan Pablo II, Carta enc. Evangelium
vitae (25
marzo 1995), 9: AAS 87 (1995), 411.
[259] Conferencia
de Obispos católicos de India, Response of the church in India to the
present day challenges (9 marzo 2016).
[260] Homilía durante
la Santa Misa,
Domus Sanctae Marthae (17 mayo 2020).
[261] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29
junio 2009), 19: AAS 101 (2009), 655.
[262] S.
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus
annus (1
mayo 1991), 44: AAS 83 (1991), 849.
[263] Discurso
a los líderes de otras religiones y otras denominaciones cristianas,
Tirana – Albania (21 septiembre 2014): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (26 septiembre 2014), p. 9.
[264] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común,
Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (8 febrero 2019), p. 7.
[265] Exhort.
ap. Evangelii
gaudium (24
noviembre 2013), 256: AAS 105 (2013), 1123.
[266] Benedicto
XVI, Carta enc. Deus
caritas est (25
diciembre 2005), 28: AAS 98 (2006), 240.
[267] «El
ser humano es un animal político» (Aristóteles, Política, 1253a
1-3).
[268] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29
junio 2009), 11: AAS 101 (2009), 648.
[269] Discurso
a la Comunidad católica,
Rakovski – Bulgaria (6 mayo 2019): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (10 mayo 2019), p. 9.
[270] Homilía
durante la Santa Misa, Santiago
de Cuba (22 septiembre 2015): AAS 107 (2015), 1005.
[271] Conc.
Ecum. Vat. II, Declaración Nostra
aetate,
sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, 2.
[272] Discurso
en el encuentro ecuménico,
Riga – Letonia (24 septiembre 2018): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (28 septiembre 2018), p. 13.
[273] Lectio
divina en la Pontificia Universidad Lateranense (26 marzo 2019): L’Osservatore
Romano (27 marzo 2019), p. 10.
[274] S.
Pablo VI, Carta enc. Ecclesiam
suam (6
agosto 1964), 44: AAS 56 (1964), 650.
[275] Discurso
a las autoridades,
Belén – Palestina (25 mayo 2014): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (30 mayo 2014), p. 7.
[276] Enarrationes
in Psalmos,
130, 6: PL 37, 1707.
[277] Declaración
conjunta del Santo Padre Francisco y del Patriarca Ecuménico Bartolomé I,
Jerusalén (25 mayo 2014), 5: L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (30 mayo 2014), p. 12.
[278] Del
film El Papa Francisco – Un hombre de palabra. La esperanza es un
mensaje universal, de Wim Wenders (2018).
[279] Exhort.
ap. postsin. Querida
Amazonia (2
febrero 2020), 106.
[280] Homilía
durante la Santa Misa,
Colombo – Sri Lanka (14 enero 2015): AAS 107 (2015), 139; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (16 enero 2015), p. 5.
[281] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común,
Abu Dabi (4 febrero 2019):L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (8 febrero 2019), p. 10.
[282] Discurso
a las autoridades,
Sarajevo – Bosnia-Herzegovina (6 junio 2015): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (12 junio 2015), p. 5.
[283] Discurso
en el Encuentro Internacional por la Paz organizado por la Comunidad de
San Egidio (30
septiembre 2013): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (4 octubre 2013), p. 3.
[284] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común,
Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (8 febrero 2019), p. 10.
[285] Ibíd.
[286] Cf.
B. Carlos de Foucauld, Meditación sobre el Padrenuestro (23 enero
1897).
[287] Íd., Carta
a Henry de Castries (29 noviembre 1901).
[288] Íd., Carta
a Madame de Bondy (7 enero 1902). Así le llamaba también san Pablo
VI, elogiando su compromiso: Carta enc. Populorum
progressio (26
marzo 1967), 12: AAS 59 (1967), 263.
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