Tercera
parte: La vida en Cristo
1691 "Cristiano, reconoce
tu dignidad. Puesto que ahora participas de la naturaleza divina, no
degeneres volviendo a la bajeza de tu vida pasada. Recuerda a qué
Cabeza perteneces y de qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate de que has
sido arrancado del poder de las tinieblas para ser trasladado a la luz
del Reino de Dios" (S. León Magno, serm. 21, 2-3).
1692
El Símbolo de la fe profesa la grandeza de los dones de Dios al hombre
por la obra de su creación, y más aún, por la redención y la
santificación. Lo que confiesa la fe, los sacramentos lo comunican: por
"los sacramentos que les han hecho renacer", los cristianos
han llegado a ser "hijos de Dios" (Jn 1,12; 1 Jn 3,1),
"partícipes de la naturaleza divina" (2 P 1,4). Reconociendo
en la fe su nueva dignidad, los cristianos son llamados a llevar en
adelante una "vida digna del Evangelio de Cristo" (Flp 1,27).
Por los sacramentos y la oración reciben la gracia de Cristo y los
dones de su Espíritu que les capacitan para ello.
1693
Cristo Jesús hizo siempre lo que agradaba al Padre (cf Jn 8,29). Vivió
siempre en perfecta comunión con él. De igual modo sus discípulos son
invitados a vivir bajo la mirada del Padre "que ve en lo
secreto" (cf Mt 6,6) para ser "perfectos como el Padre
celestial es perfecto" (Mt 5,48).
1694
Incorporados a Cristo por el bautismo (cf Rom 6,5), los cristianos están
"muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús" (Rom
6,11), participando así en la vida del Resucitado (cf Col 2,12).
Siguiendo a Cristo y en unión con él (cf Jn 15,5), los cristianos
pueden ser "imitadores de Dios, como hijos queridos y vivir en el
amor" (Ef 5,1), conformando sus pensamientos, sus palabras y sus
acciones con "los sentimientos que tuvo Cristo" (Flp 2,5) y
siguiendo sus ejemplos (cf Jn 13,12-16).
1695
"Justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu
de nuestro Dios" (1 Co 6,11), "santificados y llamados a ser
santos" (1 Co 1,2), los cristianos se convierten en "el templo
del Espíritu Santo" (cf 1 Co 6,19). Este "Espíritu del
Hijo" les enseña a orar al Padre (cf Gál 4,6) y, haciéndose vida
en ellos, les hace obrar (cf Gal 5,25) para dar "los frutos del Espíritu"
(Gal 5,22) por la caridad operante. Curando las heridas del pecado, el
Espíritu Santo nos renueva interiormente por una transformación
espiritual (cf Ef 4,23), nos ilumina y nos fortalece para vivir como
"hijos de la luz" (Ef 5,8), "por la bondad, la justicia y
la verdad" en todo (Ef 5,9).
1696
El camino de Cristo "lleva a la vida", un camino contrario
"lleva a la perdición" (Mt 7,13; cf Dt 30,15-20). La parábola
evangélica de los dos caminos está siempre presente en la catequesis
de la Iglesia. Significa la importancia de las decisiones morales para
nuestra salvación. "Hay dos caminos, el uno de la vida, el otro de
la muerte; pero entre los dos, una gran diferencia" (Didajé, 1,1).
1697
En la catequesis es importante destacar con toda claridad el gozo y las
exigencias de la vida de Cristo (cf CT 29). La catequesis de la
"vida nueva" en él (Rom 6,4) será:
–una
catequesis del Espíritu Santo, Maestro interior de la vida según
Cristo, dulce huésped del alma que inspira, conduce, rectifica y
fortalece esta vida;
–una
catequesis de la gracia, pues por la gracia somos salvados, y por la
gracia también nuestras obras pueden dar fruto para la vida eterna;
–una
catequesis de las bienaventuranzas, porque el camino de Cristo está
resumido en las bienaventuranzas, único camino hacia la dicha eterna a
la que aspira el corazón del hombre;
–una
catequesis del pecado y del perdón, porque sin reconocerse pecador, el
hombre no puede conocer la verdad sobre sí mismo, condición del obrar
justo, y sin la oferta del perdón no podría soportar esta verdad;
–una
catequesis de las virtudes humanas que haga captar la belleza y el
atractivo de las rectas disposiciones para el bien;
–una
catequesis de las virtudes cristianas de fe, esperanza y caridad que se
inspire ampliamente en el ejemplo de los santos;
–una
catequesis del doble mandamiento de la caridad desarrollado en el Decálogo;
–una
catequesis eclesial, pues es en los múltiples intercambios de los
"bienes espirituales" en la "comunión de los
santos" donde la vida cristiana puede crecer, desplegarse y
comunicarse.
1698
La referencia primera y última de esta catequesis será siempre
Jesucristo que es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6).
Contemplándole en la fe, los fieles de Cristo pueden esperar que él
realice en ellos sus promesas, y que amándolo con el amor con que él
nos ha amado hagan las obras que corresponden a su dignidad:
Os ruego que penséis que
Jesucristo, Nuestro Señor, es vuestra verdadera Cabeza, y que vosotros
sois uno de sus miembros. El es con relación a vosotros lo que la
cabeza es con relación a sus miembros; todo lo que es suyo es vuestro,
su espíritu, su Corazón, su cuerpo, su alma y todas sus facultades, y
debéis usar de ellos como de cosas que son vuestras, para servir,
alabar, amar y glorificar a Dios. Vosotros y él sois como los miembros
y su cabeza. Así desea él ardientemente usar de todo lo que hay en
vosotros, para el servicio y la gloria de su Padre, como de cosas que
son de él (S. Juan Eudes, cord. 1,5).
Mi vida es Cristo
(Flp 1,21).
PRIMERA SECCION: LA
VOCACION DEL HOMBRE: LA VIDA EN EL ESPIRITU
1699.
La vida en el Espíritu Santo realiza la vocación del hombre (capítulo
primero). Está hecha de caridad divina y solidaridad humana (capítulo
segundo). Es concedida gratuitamente como una Salvación (capítulo
tercero).
CAPITULO PRIMERO: LA
DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA
1700.
La dignidad de la persona humana está enraizada en su creación a
imagen y semejanza de Dios (artículo 1); se realiza en su vocación a
la bienaventuranza divina (artícul o 2). Corresponde al ser humano
llegar libremente a esta realización (artículo 3). Por sus actos
deliberados (artículo 4), la persona humana se conforma, o no se
conforma, al bien prometido por Dios y atestiguado por la conciencia
moral (artículo 5). Los seres humanos se edifican a sí mismos y crecen
desde el interior: hacen de toda su vida sensible y espiritual un
material de su crecimiento (artículo 6). Con la ayuda de la gracia
crecen en la virtud (artículo 7), evitan el pecado y, si lo cometen,
recurren como el hijo pródigo (cf. Lc 15,11-31) a la misericordia de
nuestro Padre del cielo (artículo 8). Así acceden a la perfección de
la caridad.
Artículo 1 EL HOMBRE
IMAGEN DE DIOS
1701
"Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio de
Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y
le descubre la grandeza de su vocación" (GS 22,1). En Cristo,
"imagen del Dios invisible" (Col 1,15; cf 2 Co 4,4), el hombre
ha sido creado "a imagen y semejanza" del Creador. En Cristo,
redentor u salvador, la imagen divina alterada en el hombre por el
primer pecado ha sido restaurada en su belleza original y ennoblecida
con la gracia de Dios (cf GS 22,2).
1702
La imagen divina está presente en todo hombre. Resplandece en la comunión
de las personas a semejanza de la unidad de las personas divinas entre sí
(cf capítulo segundo).
1703
Dotada de un alma "espiritual e inmortal" (GS 14), la persona
humana es la "única criatura en la tierra a la que Dios ha amado
por sí misma" (GS 24,3). Desde su concepción está destinada a la
bienaventuranza eterna.
1704
La persona humana participa de la luz y la fuerza del Espíritu divino.
Por la razón es capaz de comprender el orden de las cosas establecido
por el Creador. Por su voluntad es capaz de dirigirse por sí misma a su
bien verdadero. Encuentra su perfección en la búsqueda y el amor de la
verdad y del bien (cf GS 15,2).
1705
En virtud de su alma y de sus potencias espirituales de entendimiento y
de voluntad, el hombre está dotado de libertad, "signo eminente de
la imagen divina" (GS 17).
1706
Mediante su razón, el hombre conoce la voz de Dios que le impulsa
"a hacer el bien y a evitar el mal" (GS 16). Todo hombre debe
seguir esta ley que resuena en la conciencia y que se realiza en el amor
de Dios y del prójimo. El ejercicio de la vida moral proclama la
dignidad de la persona humana.
1707
"El hombre, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde
el comienzo de la historia" (GS 13,1). Sucumbió a la tentación y
cometió el mal. Conserva el deseo del bien, pero su naturaleza lleva la
herida del pecado original. Quedó inclinado al mal y sujeto al error.
De
ahí que el hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida
humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática,
entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas (GS 13,2).
1708
Por su pasión, Cristo nos libró de Satán y del pecado. Nos mereció
la vida nueva en el Espíritu Santo. Su gracia restaura lo que el pecado
había deteriorado en nosotros.
1709
El que cree en Cristo se hace hijo de Dios. Esta adopción filial lo
transforma dándole la posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo. Le
hace capaz de obrar rectamente y de practicar el bien. En la unión con
su Salvador el discípulo alcanza la perfección de la caridad, la
santidad. La vida moral, madurada en la gracia, culmina en vida eterna,
en la gloria del cielo.
RESUMEN
1710
"Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le
descubre la grandeza de su vocación" (GS 22,1).
1711
Dotada de alma espiritual, de entendimiento y de voluntad, la persona
humana está desde su concepción ordenada a Dios y destinada a la
bienaventuranza eterna. Camina hacia su perfección en la búsqueda y el
amor de la verdad y del bien (cf GS 15,2).
1712
La libertad verdadera es en el hombre el "signo eminente de la
imagen divina" (GS 17).
1713
El hombre debe seguir la ley moral que le impulsa "a hacer el bien
y a evitar el mal" (GS 16). Esta ley resuena en su conciencia.
1714
El hombre, herido en su naturaleza por el pecado original, está sujeto
al error e inclinado al mal en el ejercicio de su libertad.
1715
El que cree en Cristo tiene la vida nueva en el Espíritu Santo. La vida
moral, desarrollada y madurada en la gracia, culmina en la gloria del
cielo.
Artículo 2 NUESTRA
VOCACION A LA BIENAVENTURANZA
I LAS
BIENAVENTURANZAS
1716
Las bienaventuranzas están en el centro de la predicación de Jesús.
Con ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde
Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de
una tierra, sino al Reino de los cielos:
Bienaventurados
los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados
los mansos porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados
los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados
los misericorDiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados
los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados
los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados
los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de
los cielos.
Bienaventurados
seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase
de
mal
contra vosotros por mi causa.
Alegraos
y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos.
(Mt
5,3-12).
-
Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su
caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria
de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las
actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas
que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos
las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en
la vida de la Virgen María y de todos los santos.
II EL DESEO DE
FELICIDAD
1718
Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo
es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin
de atraerlo hacia él, el único que lo puede satisfacer:
Ciertamente
todos nosotros queremos vivir felices, y en el género humano no hay
nadie que no dé su asentimiento a esta proposición incluso antes de
que sea plenamente enunciada (S. Agustín, mor. eccl. 1,3,4).
¿Cómo
es, Señor, que yo te busco? Porque al busc arte, Dios mío, busco la
vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo
vive de mi alma y mi alma vive de ti (S. Agustín, conf. 10,20.29).
Sólo Dios sacia (S.
Tomás de Aquino, symb. 1).
1719
Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin
último de los actos humanos: Dios nos llama a su propia
bienaventuranza. Esta vocación se dirige a cada uno personalmente, pero
también al conjunto de la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido
la promesa y viven de ella en la fe.
Artículo 3 LA
BIENAVENTURANZA CRISTIANA
1720
El Nuevo Testamento utiliza varias expresiones para caracterizar la
bienaventuranza a la que Dios llama al hombre: la venida del Reino de
Dios (cf Mt 4,17); la visión de Dios: "Dichosos los limpios de
corazón porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8; cf 1 Jn 3,2; 1 Co
13,12); la entrada en el gozo del Señor (cf Mt 25,21.23); la entrada en
el Descanso de Dios (He 4,7-11):
Allí
descansaremos y veremos; veremos y nos amaremos; amaremos y alabaremos.
He aquí lo que acontecerá al fin sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos,
sino llegar al Reino que no tendrá fin? (S. Agustín, civ. 22,30)
1721
Porque Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle,
y así ir al cielo. La bienaventuranza nos hace participar de la
naturaleza divina (2 P 1,4) y de la Vida eterna (cf Jn 17,3). Con ella,
el hombre entra en la gloria de Cristo (cf Rom 8,18) y en el gozo de la
vida trinitaria.
1722
Semejante bienaventuranza supera la inteligencia y las solas fuerzas
humanas. Es fruto del don gratuito de Dios. Por eso la llamamos
sobrenatural, así como la gracia que dispone al hombre a entrar en el
gozo divino.
"Bienaventurados
los limpios de corazón porque ellos verán a Dios". Ciertamente,
según su grandeza y su inexpresable gloria, "nadie verá a Dios y
vivirá", porque el Padre es inasequible; pero según su amor, su
bondad hacia los hombres y su omnipotencia llega hasta conceder a los
que lo aman el privilegio de ver a Dios... "porque lo que es
imposible para los hombres es posible para Dios" (S. Ireneo, haer.
4,20,5).
1723
La bienaventuranza prometida nos coloca ante elecciones morales
decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus instintos
malvados y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que
la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la
gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea,
como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura,
sino en Dios solo, fuente de todo bien y de todo amor:
El
dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje
"instintivo" la multitud, la masa de los hombres. Estos miden
la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la
honorabilidad...Todo esto se debe a la convicción de que con la riqueza
se puede todo. La riqueza por tanto es uno de los ídolos de nuestros días,
y la notoriedad es otro...La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de
hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa) ha
llegado a ser considerada como un bien en sí misma, un bien soberano,
un objeto de verdadera veneración (Newman, mix. 5, sobre la santidad).
1724
El Decálogo, el Sermón de la Montaña y la catequesis apostólica nos
describen los caminos que conducen al Reino de los Cielos. Por ellos
avanzamos paso a paso mediante actos cotidianos, sostenidos por la
gracia del Espíritu Santo. Fecundados por la Palabra de Cristo, damos
lentamente frutos en la Iglesia para la gloria de Dios (cf La parábola
del sembrador: Mt 13,3-23).
RESUMEN
1725
Las bienaventuranzas recogen y perfeccionan las promesas de Dios desde
Abraham ordenándolas al Reino de los Cielos. Responden al deseo de
felicidad que Dios ha puesto en el corazón del hombre.
1726
Las bienaventuranzas nos enseñan el fin último al que Dios nos llama:
el Reino, la visión de Dios, la participación en la naturaleza divina,
la vida eterna, la filiación, el descanso en Dios.
1727
La bienaventuranza de la vida eterna es un don gratuito de Dios; es
sobrenatural como la gracia que conduce a ella.
1728
Las bienaventuranzas nos colocan ante elecciones decisivas respecto a
los bienes terrenos; purifican nuestro corazón para enseñarnos a amar
a Dios por encima de todo.
1729
La bienaventuranza del Cielo determina los criterios de discernimiento
en el uso de los bienes terrenos conforme a la Ley de Dios.
Artículo 3 LA
LIBERTAD DEL HOMBRE
1730
Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una
persona dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos. "Quiso
Dios `dejar al hombre en manos de su propia decisión' (Si 15,14), de
modo que busque sin coacciones a su Creador y, adhiriéndose a él,
llegue libremente a la plena y feliz perfección" (GS 17):
El
hombre es racional, y por ello semejante a Dios, creado libre y dueño
de sus actos (S. Ireneo, haer. 4,4,3).
I LIBERTAD Y
RESPONSABILIDAD
1731
La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de
obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí
mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí.
La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración
en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está
ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza.
1732
Mientras no está centrada definitivamente en su bien último que es
Dios, la libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el
mal, por tanto, de crecer en perfección o de fracasar y pecar.
Caracteriza a los actos propiamente humanos. Se convierte en fuente de
alabanza o de reproche, de mérito o de demérito.
1733
En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también
más libre. No hay libertad verdadera más que en el servicio del bien y
de la justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso
de la libertad y conduce a "la esclavitud del pecado" (cf Rom
6,17).
1734
La libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida en que
estos son voluntarios. El progreso en la virtud, el conocimiento del
bien, y la ascesis acrecientan el dominio de la voluntad sobre los
propios actos.
1735
La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar
disminuidas e incluso suprimidas por la ignorancia, la inadvertencia, la
violencia, el temor, los hábitos, las afecciones desordenadas y otros
factores síquicos o sociales.
1736
Todo acto directamente querido es imputable a su autor:
Así
el Señor pregunta a Adán tras el pecado en el paraíso: "¿Qué
has hecho?" (Gn 3,13). Igualmente a Caín (cf Gn 4,10). Así también
el profeta Natán al rey David, tras el adulterio con la mujer de Urías
y la muerte de éste (cf 2 S 12,7-15).
Una
acción puede ser indirectamente voluntaria cuando resulta de una
negligencia respecto a lo que se habría debido conocer o hacer, por
ejemplo, un accidente provocado por la ignorancia del código de la
circulación.
1737
Un efecto puede ser tolerado sin ser querido por el que obra, por
ejemplo, el agotamiento de una madre a la cabecera de su hijo enfermo.
El efecto malo no es imputable si no ha sido querido ni como fin ni como
medio de la acción, como la muerte acontecida al auxiliar a una persona
en peligro. Para que el efecto malo sea imputable, es preciso que sea
previsible y que el que actúa tenga la posibilidad de evitarlo, por
ejemplo, en el caso de un homicidio cometido por un conductor en estado
de embriaguez.
1738
La libertad se ejerce en las relaciones entre los seres humanos. Toda
persona humana, creada a imagen de Dios, tiene el derecho natural de ser
reconocida como un ser libre y responsable. Todos están obligados a no
conculcar el derecho que cada uno tiene a ser perfecto. El derecho al
ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de
la persona humana, especialmente en materia moral y religiosa (cf DH 2).
Este derecho debe ser reconocido y protegido civilmente dentro de los límites
del bien común y del orden público (cf DH 7).
II LA LIBERTAD HUMANA
EN LA ECONOMIA DE LA SALVACION
1739
Libertad y pecado. La libertad del hombre es finita y falible. De hecho
el hombre erró. Libremente pecó. Al rechazar el proyecto del amor de
Dios se engañó a sí mismo; se hizo esclavo del pecado. Esta alienación
primera engendró una multitud de otras alienaciones. La historia de la
humanidad, desde sus orígenes, testimonia desgracias y opresiones
nacidas del corazón del hombre a consecuencia de un mal uso de la
libertad.
1740
Amenazas para la libertad. El ejercicio de la libertad no implica el
derecho a decir y hacer todo. Es falso concebir al hombre "sujeto
de esa libertad como un individuo autosuficiente que busca la satisfacción
de su interés propio en el goce de los bienes terrenales" (CDF,
instr. "Libertatis Conscientia" 13). Por otra parte, las
condiciones de orden económico y social, político y cultural
requeridas para un justo ejercicio de la libertad son, con mucha
frecuencia, desconocidas y violadas. Estas situaciones de ceguera y de
injusticia gravan la vida moral y colocan tanto a los fuertes como a los
débiles en la tentación de pecar contra la caridad. Apartándose de la
ley moral, el hombre atenta contra su propia libertad, se encadena a sí
mismo, rompe la fraternidad de sus semejantes y se rebela contra la
verdad divina.
1741
Liberación y salvación. Por su Cruz gloriosa, Cristo alcanzó la
salvación para todos los hombres. Los rescató del pecado que los tenía
sometidos a esclavitud. "Para ser libres nos libertó Cristo"
(Gal 5,1). En él participamos de "la verdad que nos hace
libres" (Jn 8,32). El Espíritu Santo nos ha sido dado, y, como
enseña el apóstol, "donde está el Espíritu, allí está la
libertad" (2 Co 3,17). Desde ahora nos gloriamos de la
"libertad de los hijos de Dios" (Rom 8,21).
1742
Libertad y gracia. La gracia de Cristo no se opone de ninguna manera a
nuestra libertad cuando ésta corresponde al sentido de la libertad y
del bien que Dios ha puesto en el corazón del hombre. Al contrario,
como lo atestigua la experiencia cristiana, especialmente en la oración,
a medida que somos más dóciles a los impulsos de la gracia, se
acrecientan nuestra íntima libertad y nuestra seguridad en las pruebas,
como ante las presiones y coacciones del mundo exterior. Por el trabajo
de la gracia, el Espíritu Santo nos educa en la libertad espiritual
para hacer de nosotros colaboradores libres de su obra en la Iglesia y
en el mundo.
Dios
omnipotente y misericorDioso, aparta de nosotros los males, para que,
bien dispuesto nuestro cuerpo nuestro espíritu, podamos libremente
cumplir tu voluntad (MR, colecta del domingo 32).
RESUMEN
1743
Dios ha querido "dejar al hombre en manos de su propia decisión"
(Si 15,14). Para que pueda adherirse libremente a su Creador y llegar así
a la bienaventurada perfección (cf GS 17,1).
1744
La libertad es el poder de obrar o de no obrar y de ejecutar así por sí
mismo acciones deliberadas. La libertad alcanza su perfección, cuando
está ordenada a Dios, el supremo Bien.
1745
La libertad caracteriza los actos propiamente humanos. Hace al ser
humano responsable de los actos de que es autor voluntario. Es propio
del hombre actuar deliberadamente.
1746
La imputabilidad o la responsabilidad de una acción puede quedar
disminuida o incluso anulada por la ignorancia, la violencia, el temor y
otros factores síquicos o sociales.
1747
El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de
la dignidad del hombre, especialmente en materia religiosa y moral. Pero
el ejercicio de la libertad no implica el supuesto derecho de decir ni
de hacer todo.
1748
"Para ser libres nos libertó Cristo" (Gal 5,1).
Artículo 4 LA
MORALIDAD DE LOS ACTOS HUMANOS
1749
La libertad hace del hombre un sujeto moral. Cuando actúa de manera
deliberada, el hombre es, por así decirlo, el padre de sus actos. Los
actos humanos, es decir, libremente elegidos tras un juicio de
conciencia, son calificables moralmente. Son buenos o malos.
I LAS FUENTES DE LA
MORALIDAD
1750
La moralidad de los actos humanos depende :
–
del objeto elegido;
–
del fin que se busca o la intención;
–
de las circunstancias de la acción.
El
objeto, la intención y las circunstancias forman las
"fuentes" o elementos constitutivos de la moralidad de los
actos humanos.
1751
El objeto elegido es un bien hacia el cual tiende deliberadamente la
voluntad. Es la materia de un acto humano. El objeto elegido especifica
moralmente el acto del querer, según que la razón lo reconozca y lo
juzgue conforme o no conforme al bien verdadero. Las reglas objetivas de
la moralidad enuncian el orden racional del bien y del mal, atestiguado
por la conciencia.
1752
Frente al objeto, la intención se sitúa del lado del sujeto que actúa.
La intención, por estar ligada a la fuente voluntaria de la acción y
determinarla por el fin, es un elemento esencial en la calificación
moral de la acción. El fin es el término primero de la intención y
designa el objetivo buscado en la acción. La intención es un
movimiento de la voluntad hacia un fin; mira al término del obrar.
Apunta al bien esperado de la acción emprendida. No se limita a la
dirección de cada una de nuestras acciones tomadas aisladamente, sino
que puede también ordenar varias acciones hacia un mismo objetivo;
puede orientar toda la vida hacia el fin último. Por ejemplo, un
servicio que se hace a alguien tiene por fin ayudar al prójimo, pero
puede estar inspirado al mismo tiempo por el amor de Dios como fin último
de todas nuestras acciones. Una misma acción puede también estar
inspirada por varias intenciones como hacer un servicio para obtener un
favor o para satisfacer la vanidad.
1753
Una intención buena (por ejemplo: ayudar al prójimo) no hace ni bueno
ni justo un comportamiento en sí mismo desordenado (como la mentira y
la maledicencia). El fin no justifica los meDios. Así, no se puede
justificar la condena de un inocente como un medio legítimo para salvar
al pueblo. Por el contrario, una intención mala sobreañadida (como la
vanagloria) convierte en malo un acto que, de suyo, puede ser bueno
(como la limosna; cf Mt 6,2-4).
1754
Las circunstancias, comprendidas las consecuencias, son los elementos
secundarios de un acto moral. Contribuyen a agravar o a disminuir la
bondad o la malicia moral de los actos humanos (por ejemplo, la cantidad
de dinero robado). Pueden también atenuar o aumentar la responsabilidad
del que obra (como actuar por miedo a la muerte). Las circunstancias no
pueden de suyo modificar la cualidad moral de los actos; no pueden hacer
ni buena ni justa una acción que de suyo es mala.
II LOS ACTOS BUENOS Y
LOS ACTOS MALOS
1755
El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin y
de las circunstancias. Un fin malo corrompe la acción, aunque su objeto
sea de suyo bueno (como orar y ayunar "para ser visto por los
hombres").
El
objeto de la elección puede por sí solo viciar el conjunto de todo el
acto. Hay comportamientos concretos -como la fornicación- que son
siempre errados, porque su elección comporta un desorden de la
voluntad, es decir, un mal moral.
1756
Es, por tanto, erróneo juzgar de la moralidad de los actos humanos
considerando sólo la intención que los inspira o las circunstancias
(ambiente, presión social, coacción o necesidad de obrar, etc.) que
son su marco. Hay actos que, por sí y en sí mismos, independientemente
de las circunstancias y de las intenciones, son siempre gravemente ilícitos
por razón de su objeto; por ejemplo, la blasfemia y el perjurio, el
homicidio y el adulterio. No está permitido hacer el mal para obtener
un bien.
RESUMEN
1757
El objeto, la intención y las circunstancias constituyen las tres
"fuentes" de la moralidad de los actos humanos.
1758
El objeto elegido especifica moralmente el acto de la voluntad según
que la razón lo reconozca y lo juzgue bueno o malo.
1759
"No se puede justificar una acción mala hecha con una intención
buena" (S. Tomás de Aquino, dec. praec. 6). El fin no justifica
los meDios.
1760
El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin y
de las circunstancias.
1761
Hay comportamientos concretos cuya elección es siempre errada porque
comporta un desorden de la voluntad, es decir, un mal moral. No está
permitido hacer un mala para obtener un bien.
Artículo 5 LA
MORALIDAD DE LAS PASIONES
1762
La persona humana se ordena a la bienaventuranza por sus actos
deliberados: las pasiones o sentimientos que experimenta pueden
disponerla y contribuir a ellos.
I LAS PASIONES
1763
El término "pasiones" pertenece al patrimonio del pensamiento
cristiano. Los sentimientos o pasiones designan las emociones o impulsos
de la sensibilidad que inclinan a obrar o a no obrar en razón de lo que
es sentido o imaginado como bueno o como malo.
1764
Las pasiones son componentes naturales del siquismo humano, constituyen
el lugar de paso y aseguran el vínculo entre la vida sensible y la vida
del espíritu. Nuestro Señor señala al corazón del hombre como la
fuente de donde brota el movimiento de las pasiones (cf Mc 7,21).
1765
Las pasiones son numerosas. La más fundamental es el amor que la
atracción del bien despierta. El amor causa el deseo del bien ausente y
la esperanza de obtenerlo. Este movimiento culmina en el placer y el
gozo del bien poseído. La aprehensión del mal causa el odio, la aversión
y el temor ante el mal que puede venir. Este movimiento culmina en la
tristeza del mal presente o la ira que se opone a él.
1766
"Amar es desear el bien a alguien" (S. Tomás de Aquino, s.
th. 1-2,26,4). Las demás afecciones tienen su fuerza en este movimiento
original del corazón del hombre hacia el bien. Sólo el bien es amado
(cf. S. Agustín, Trin. 8,3,4). "Las pasiones son malas si el amor
es malo, buenas si es bueno" (S. Agustín, civ. 14,7).
II PASIONES Y VIDA
MORAL
1767
En sí mismas, las pasiones no son buenas ni malas. Solo reciben
calificación moral en la medida en que dependen de la razón y de la
voluntad. Las pasiones se llaman voluntarias "o porque están
ordenadas por la voluntad, o porque la voluntad no se opone a
ellas" (S. Tomás de Aquino, s. th. 1-2,24,1). Pertenece a la
perfección del bien moral o humano el que las pasiones estén reguladas
por la razón (cf s.th. 1-2, 24,3).
1768
Los sentimientos más profundos no deciden ni la moralidad, ni la
santidad de las personas; son el depósito inagotable de las imágenes y
de las afecciones en que se expresa la vida moral. Las pasiones son
moralmente buenas cuando contribuyen a una acción buena, y malas en el
caso contrario. La voluntad recta ordena al bien y a la bienaventuranza
los movimientos sensibles que asume; la voluntad mala sucumbe a las
pasiones desordenadas y las exacerba. Las emociones y los sentimientos
pueden ser asumidos en las virtudes, o pervertidos en los vicios.
1769
En la vida cristiana, el Espíritu Santo realiza su obra movilizando el
ser entero incluidos sus dolores, temores y tristezas, como aparece en
la agonía y la pasión del Señor. Cuando se vive en Cristo, los
sentimientos humanos pueden alcanzar su consumación en la caridad y la
bienaventuranza divina.
1770
La perfección moral consiste en que el hombre no sea movido al bien sólo
por su voluntad sino también por su apetito sensible según estas
palabras del salmo: "Mi corazón y mi carne gritan de alegría
hacia el Dios vivo" (Sal 84,3).
RESUMEN
1771
El término "pasiones" designa los afectos y los sentimientos.
Por medio de sus emociones, el hombre intuye lo bueno y lo malo.
1772
Ejemplos eminentes de pasiones son el amor y el odio, el deseo y el
temor, la alegría, la tristeza y la ira.
1773
En las pasiones, en cuanto impulsos de la sensibilidad , no hay ni bien
ni mal moral. Pero según dependan o no de la razón y de la voluntad,
hay en ellas bien o mal moral.
1774
Las emociones y los sentimientos pueden ser asumidos por las virtudes, o
pervertidos en los vicios.
1775
La perfección del bien moral consiste en que el hombre no sea movido al
bien sólo por su voluntad, sino también por su "corazón".
Artículo 6 LA
CONCIENCIA MORAL
1776
"En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley
que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz
resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole
siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal...El hombre tiene una
ley inscrita por Dios en su corazón...La conciencia es el núcleo más
secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya
voz resuena en lo más íntimo de ella" (GS 16).
I EL DICTAMEN DE LA
CONCIENCIA
1777
Presente en el corazón de la persona, la conciencia moral (cf Rom
2,14-16) le ordena, en el momento oportuno, practicar el bien y evitar
el mal. Juzga también las elecciones concretas aprobando las que son
buenas y denunciando las que son malas (cf Rom 1,32). Atestigua la
autoridad de la verdad con referencia al Bien supremo por el cual la
persona humana se siente atraída y cuyos mandamientos acoge. El hombre
prudente, cuando escucha la conciencia moral, oye a Dios que habla.
1778
La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona
humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer,
está haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre está
obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto. Mediante
el dictamen de su conciencia el hombre percibe y reconoce las
prescripciones de la ley divina:
La
conciencia es una ley de nuestro espíritu, pero que va más allá de él,
nos da órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y
esperanza...La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de
la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla,
nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los
vicarios de Cristo (Newman, carta al duque de Norfolk 5).
1779
Es preciso que cada uno preste mucha atención a sí mismo para oír y
seguir la voz de su conciencia. Esta exigencia de interioridad es tanto
más necesaria cuanto que la vida nos impulsa con frecuencia a
prescindir de toda reflexión, examen o interiorización:
Retorna
a tu conciencia, interrógala...retornad, hermanos, al interior, y en
todo lo que hagáis mirad al Testigo, Dios (S. Agustín, ep.Jo. 8,9).
1780
La dignidad de la persona humana implica y exige la rectitud de la
conciencia moral. La conciencia moral comprende la percepción de los
principios de la moralidad ("sindéresis"), su aplicación en
las circunstancias dadas mediante un discernimiento práctico de las
razones y de los bienes, y en conclusión el juicio formado sobre los
actos concretos que se van a realizar o se han realizado. La verdad
sobre el bien moral, declarada en la ley de la razón, es reconocida práctica
y concretamente por el dictamen prudente de la conciencia. Se llama
prudente al hombre que elige conforme a este dictamen o juicio.
1781
La conciencia hace posible que se asuma la responsabilidad de los actos
realizados. Si el hombre comete el mal, el justo juicio de la conciencia
puede ser en él el testigo de la verdad universal del bien, al mismo
tiempo que de la malicia de su elección concreta. El veredicto del
dictamen de conciencia constituye una garantía de esperanza y de
misericordia. Al hacer patente la falta cometida recuerda el perdón que
se ha de pedir, el bien que se ha de practicar todavía y la virtud que
se ha de cultivar sin cesar con la gracia de Dios:
Tranquilizaremos
nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra
conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo (1
Jn 3,19-20).
1782
El hombre tiene el derecho de actuar en conciencia y en libertad a fin
de tomar personalmente las decisiones morales. "No debe ser
obligado a actuar contra su conciencia. Ni se le debe impedir que actúe
según su conciencia, sobre todo en materia religiosa" (DH 3).
II LA FORMACION DE LA
CONCIENCIA
1783
Hay que formar la conciencia, y esclarecer el juicio moral. Una
conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según la
razón, conforme al bien verdadero querido por la sabiduría del
Creador. La educación de la conciencia es indispensable a seres humanos
sometidos a influencias negativas y tentados por el pecado de preferir
su juicio propio y de rechazar las enseñanzas autorizadas.
1784
La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los
primeros años despierta al niño al conocimiento y la práctica de la
ley interior reconocida por la conciencia moral. Una educación prudente
enseña la virtud; preserva o cura del miedo, del egoísmo y del
orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los
movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas
humanas. La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra
la paz del corazón.
1785
En la formación de la conciencia, la Palabra de Dios es la luz que nos
ilumina; es preciso que la asimilemos en la fe y la oración, y la
pongamos en práctica. Es preciso también que examinemos nuestra
conciencia atendiendo a la cruz del Señor. Estamos asistidos por los
dones del Espíritu Santo, ayudados por el testimonio o los consejos de
otros y guiados por la enseñanza autorizada de la Iglesia (cf DH 14).
III DECIDIR EN
CONCIENCIA
1786
Ante la necesidad de decidir moralmente, la conciencia puede formular un
juicio recto de acuerdo con la razón y con la ley divina, o al
contrario un juicio erróneo que se aleja de ellas.
1787
El hombre se ve a veces enfrentado con situaciones que hacen el juicio
moral menos seguro, y la decisión difícil. Pero debe buscar siempre lo
que es justo y bueno y discernir la voluntad de Dios expresada en la ley
divina.
1788
Para esto, el hombre se esfuerza por interpretar los datos de la
experiencia y los signos de los tiempos gracias a la virtud de la
prudencia, los consejos de las personas entendidas y la ayuda del Espíritu
Santo y de sus dones.
1789
En todos los casos son aplicables las siguientes reglas:
–Nunca
está permitido hacer el mal para obtener un bien.
–La
"regla de oro": "Todo cuanto queráis que os hagan los
hombres, hacédselo también vosotros" (Mt 7,12; cf. Lc 6,31; Tb
4,15).
–La
caridad actúa siempre en el respeto del prójimo y de su conciencia:
"Pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su
conciencia...pecáis contra Cristo" (1 Co 8,12). "Lo bueno
es...no hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo
o debilidad" (Rom 14,21).
IV EL JUICIO ERRONEO
1790
La persona humana debe obedecer siempre el juicio cierto de su
conciencia. Si obrase deliberadamente contra este último, se condenaría
a sí mismo. Pero sucede que la conciencia moral puede estar en la
ignorancia y formar juicios erróneos sobre actos proyectados o ya
cometidos.
1791
Esta ignorancia puede con frecuencia ser imputada a la responsabilidad
personal. Así sucede "cuando el hombre no se preocupa de buscar la
verdad y el bien y, poco a poco, por el hábito del pecado, la
conciencia se queda casi ciega" (GS 16). En estos casos, la persona
es culpable del mal que comete.
1792
La desconocimiento de Cristo y de su evangelio, los malos ejemplos
recibidos de otros, la servidumbre de las pasiones, la pretensión de
una mal entendida autonomía de la conciencia, el rechazo de la
autoridad de la Iglesia y de su enseñanza, la falta de conversión y de
caridad pueden conducir a desviaciones del juicio en la conducta moral.
1793
Si por el contrario, la ignorancia es invencible, o el juicio erróneo
sin responsabilidad del sujeto moral, el mal cometido por la persona no
puede serle imputado. Pero no deja de ser un mal, una privación, un
desorden. Por tanto, es preciso trabajar por corregir la conciencia
moral de sus errores.
1794
La conciencia buena y pura es iluminada por la fe verdadera. Porque la
caridad procede al mismo tiempo "de un corazón limpio, de una
conciencia recta y de una fe sincera" (1 Tim 1,5; 3,9; 2 Tim 1,3; 1
P 3,21; Hch 24,16).
Cuanto
mayor es el predominio de la conciencia recta, tanto más las personas y
los grupos se apartan del arbitrio ciego y se esfuerzan por adaptarse a
las normas objetivas de moralidad (GS 16).
RESUMEN
1795
"La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre,
en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de
ella" (GS 16).
1796
La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona
humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto.
1797
Para el hombre que ha cometido el mal, el veredicto de su conciencia
constituye una garantía de conversión y de esperanza.
1798
Una conciencia bien formada es recta y veraz.Formula sus juicios según
la razón, conforme al bien verdadero querido por la sabiduría del
Creador. Cada uno debe poner los meDios para formar su conciencia.
1799
Ante una decisión moral, la conciencia puede formar un juicio recto de
acuerdo con la razón y la ley divina o, al contrario, un juicio erróneo
que se aleja de ellas.
1800
El ser humano debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia.
1801
La conciencia moral puede permanecer en la ignorancia o formar juicios
erróneos. Estas ignorancias y estos errores no están siempre exentos
de culpabilidad.
1802
La Palabra de Dios es una luz para nuestros pasos. Es preciso que la
asimilemos en la fe y en la oración, y la pongamos en práctica. Así
se forma la conciencia moral.
Artículo 7 LAS
VIRTUDES
1803
"Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de
amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio,
todo eso tenedlo en cuenta" (Flp 4,8).
La
virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a
la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí
misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona
virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige en acciones
concretas.
El
objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios
(S. Gregorio de Nisa, beat. 1).
I LAS VIRTUDES
HUMANAS
1804
Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables,
perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan
nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según
la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar
una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica
libremente el bien.
Las
virtudes morales son adquiridas mediante las fuerzas humanas. Son los
frutos y los gérmenes de los actos moralmente buenos. Disponen todas
las potencias del ser humano para comulgar en el amor divino.
Distinción de las
virtudes cardinales
1805
Cuatro virtudes desempeñan un papel fundamental. Por eso se las llama
"cardinales"; todas las demás se agrupan en torno a ellas.
Estas son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. "¿Amas
la justicia? Las virtudes son el fruto de sus esfuerzos, pues ella enseña
la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza" (Sb 8,7).
Bajo otros nombres, estas virtudes son alabadas en numerosos pasajes de
la Escritura.
1806
La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en
toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los meDios rectos
para realizarlo. "El hombre cauto medita sus pasos" (Prov
14,15). "Sed sensatos y sobrios para daros a la oración" (1 P
4,7). La prudencia es la "regla recta de la acción", escribe
S. Tomás (s.th. 2-2, 47,2, siguiendo a Aristóteles). No se confunde ni
con la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulación. Es
llamada "auriga virtutum": Conduce las otras virtudes indicándoles
regla y medida. Es la prudencia quien guía directamente el juicio de
conciencia. El hombre prudente decide y ordena su conducta según este
juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales
a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos
hacer y el mal que debemos evitar.
1807
La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme
voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia
para con Dios es llamada "la virtud de la religión". Para con
los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a
establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad
respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, evocado con
frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud
habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo.
"Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por
respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo" (Lv
19,15). "Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y
equitativo, teniendo presente que también vosotros tenéis un Amo en el
cielo" (Col 4,1).
1808
La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la
firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución
de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida
moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso
la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones.
Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por
defender una causa justa. "Mi fuerza y mi cántico es el Señor"
(Sal 118,14). "En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!:
Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).
1809
La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres
y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el
dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los
límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus
apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar
"para seguir la pasión de su corazón" (Si 5,2; cf.
37,27-31). La templanza es también alabada en el Antiguo Testamento:
"No vayas detrás de tus pasiones, tus deseos refrena" (Si
18,30). En el Nuevo Testamento es llamada "moderación" o
"sobriedad". Debemos "vivir moderación, justicia y
piedad en el siglo presente" (Tt 2,12).
Vivir
bien no es otra cosa que amar a Dios con todo el corazón, con toda el
alma y con todo el obrar. Quien no obedece más que a él (lo cual
pertenece a la justicia), quien vela para discernir todas las cosas por
miedo a dejarse sorprender por la astucia y la mentira (lo cual
pertenece a la prudencia), le entrega un amor entero (por la templanza),
que ninguna desgracia puede derribar (lo cual pertenece a la fortaleza)
(S. Agustín, mor. eccl. 1,25,46).
Las virtudes y la
gracia
1810
Las virtudes humanas adquiridas mediante la educación, mediante actos
deliberados, y una perseverancia, reanudada siempre en el esfuerzo, son
purificadas y elevadas por la gracia divina. Con la ayuda de Dios forjan
el carácter y dan soltura en la práctica del bien. El hombre virtuoso
es feliz al practicarlas.
1811
Para el hombre herido por el pecado no es fácil guardar el equilibrio
moral. El don de la salvación por Cristo nos otorga la gracia necesaria
para perseverar en la búsqueda de las virtudes. Cada uno debe siempre
pedir esta gracia de luz y de fortaleza, recurrir a los sacramentos,
cooperar con el Espíritu Santo, seguir sus invitaciones a amar el bien
y guardarse del mal.
II LAS VIRTUDES
TEOLOGALES
1812
Las virtudes humanas se arraigan en las virtudes teologales que adaptan
las facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina
(cf 2 P 1,4). Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios.
Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima
Trinidad. Tienen a Dios uno y trino como origen, motivo y objeto.
1813
Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del
cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son
infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de
obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la
presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser
humano. Hay tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad (cf 1 Co
13,13).
La fe
1814
La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que
El nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque
El es la verdad misma. Por la fe "el hombre se entrega entera y
libremente a Dios" (DV 5). Por eso el creyente se esfuerza por
conocer y hacer la voluntad de Dios. "El justo vivirá por la
fe" (Rom 1,17). La fe viva "actúa por la caridad" (Gál
5,6).
1815
El don de la fe permanece en el que no ha pecado contra ella (cf Cc
Trento: DS 1545). Pero, "la fe sin obras está muerta" (St
2,26): Privada de la esperanza y de la caridad, la fe no une plenamente
el fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo de su Cuerpo.
1816
El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella,
sino también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla:
"Todos vivan preparados para confesar a Cristo delante de los
hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las
persecuciones que nunca faltan a la Iglesia" (LG 42; cf DH 14). El
servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la salvación:
"Por todo aquél que se declare por mí ante los hombres, yo también
me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a
quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre
que está en los cielos" (Mt 10,32-33).
La esperanza
1817
La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramo s al Reino de los
cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra
confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras
fuerzas sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo.
"Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el
autor de la promesa" (Hb 10,23). "El Espíritu Santo que él
derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro
Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos
herederos, en esperanza, de vida eterna" (Tt 3,6-7).
1818
La virtud de la esperanza responde al anhelo de felicidad puesto por
Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran
las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de
los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento;
dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso
de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la
caridad.
1819
La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo
elegido que tiene su origen y su modelo en la esperanza de Abraham,
colmada en Isaac, de las promesas de Dios y purificada por la prueba del
sacrificio (cf Gn 17,4-8; 22,1-18). "Esperando contra toda
esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones" (Rm 4,18).
1820
La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación
de Jesús en la proclamación de las bienaventuranzas. Las
bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la
nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a través de las
pruebas que esperan a los discípulos de Jesús. Pero por los méritos
de Jesucristo y de su pasión, Dios nos guarda en "la esperanza que
no falla" (Rom 5,5). La esperanza es "el ancla del alma",
segura y firme, "que penetra...adonde entró por nosotros como
precursor Jesús" (Hb 6,19-20). Es también un arma que nos protege
en el combate de la salvación: "Revistamos la coraza de la fe y de
la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación" (1 Ts 5,8).
Nos procura el gozo en la prueba misma: "Con la alegría de la
esperanza; constantes en la tribulación" (Rm 12,12). Se expresa y
se alimenta en la oración, particularmente en la del Padre Nuestro,
resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear.
1821
Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los
que le aman (cf Rm 8,28-30) y hacen su voluntad (cf Mt 7,21). En toda
circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios,
"perseverar hasta el fin" (cf Mt 10,22; cf Cc de Trento: DS
1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por
las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la
Iglesia implora que "todos los hombres se salven" (1 Tm 2,4).
Espera estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo:
Espera,
espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con
cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto
dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más
mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado
con gozo y deleite que no puede tener fin (S. Teresa de Jesús, excl.
15,3).
La caridad
1822
La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas
las cosas por él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por
amor de Dios.
1823
Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo (cf Jn 13,34). Amando a
los suyos "hasta el fin" (Jn 13,1), manifiesta el amor del
Padre que ha recibido. Amándose unos a otros, los discípulos imitan el
amor de Jesús que reciben también en ellos. Por eso Jesús dice:
"Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros;
permaneced en mi amor" (Jn 15,9). Y también: "Este es el
mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado"
(Jn 15,12).
1824
Fruto del Espíritu y plenitud de la ley, la caridad guarda los
mandamientos de Dios y de Cristo: "Permaneced en mi amor. Si guardáis
mis mandamientos, permaneceréis en mi amor" (Jn 15,9-10; cf Mt
22,40; Rm 13,8-10).
1825
Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía enemigos (cf
Rm 5,10). El Señor nos pide que amemos como él hasta nuestros enemigos
(cf Mt 5,44), que nos hagamos prójimos del más lejano (cf Lc
10,27-37), que amemos a los niños (cf Mc 9,37) y a los pobres como a él
mismo (cf Mt 25,40.45).
El
apóstol S. Pablo ofrece una descripción incomparable de la caridad:
"La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es enviDiosa.
no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no
se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se
alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo
lo soporta (1 Co 13,4-7).
1826
"Si no tengo caridad -dice también el apóstol- nada soy...".
Y todo lo que es privilegio, servicio, virtud misma..."si no tengo
caridad, nada me aprovecha" (1 Co 13,1-4). La caridad es superior a
todas las virtudes. Es la primera de las virtudes teologales:
"Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero
la mayor de todas ellas es la caridad" (1 Co 13,13).
1827
El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la
caridad. Esta es "el vínculo de la perfección" (Col 3,14);
es la forma de las virtudes; las articula y las ordena entre sí; es
fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y
purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección
sobrenatural del amor divino.
1828
La práctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la
libertad espiritual de los hijos de Dios. Este no se halla ante Dios
como un esclavo, en el temor servil, ni como el mercenario en busca de
un jornal, sino como un hijo que responde al amor del "que nos amó
primero" (1 Jn 4,19):
O
nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposición
del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a
mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que
manda...y entonces estamos en la disposición de hijos (S. Basilio, reg.
fus. prol. 3).
1829
La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la
práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita
la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y
comunión:
La
culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para
conseguirlo, corremos; haci a él corremos; una vez llegados, en él
reposamos (S. Agustín, ep. Jo. 10,4).
III DONES Y FRUTOS
DEL ESPIRITU SANTO
1830
La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu
Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil
para seguir los impulsos del Espíritu Santo.
1831
Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia,
consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en
plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11,1-2). Completan y llevan a su
perfección las virtud de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles
para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.
Tu
espíritu bueno me guíe por una tierra llana (Sal 143,10)
Todos
los que son guiados por el Espíritu de Dio s son hijos de Dios...Y, si
hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rm
8,14.17).
1832
Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu
Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia
enumera doce: "caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad,
benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia,
castidad" (Gál 5,22-23, vulg.).
RESUMEN
1833
La virtud es una disposición habitual y firme para hacer el bien.
1834
Las virtudes humanas son disposiciones estables del entendimiento y de
la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían
nuestra conducta según la razón y la fe. Pueden agruparse en torno a
cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
1835
La prudencia dispone la razón práctica para discernir, en toda
circunstancia, nuestro verdadero bien y elegir los meDios justos para
realizarlo.
1836
La justicia consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al
prójimo lo que les es debido.
1837
La fortaleza asegura, en las dificultades, la firmeza y la constancia en
la práctica del bien.
1838
La templanza modera la atracción hacia los placeres sensibles y procura
el equilibrio en el uso de los bienes creados.
1839
Las virtudes morales crecen mediante la educación, mediante actos
deliberados y la perseverancia en el esfuerzo. La gracia divina las
purifica y las eleva.
1840
Las virtudes teologales disponen a los cristianos a vivir en relación
con la santísima Trinidad. Tienen a Dios por origen, motivo y objeto,
Dios conocido por la fe, esperado y amado por él mismo.
1841
Hay tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad (cf. 1 Co 13,13).
Informan y vivifican todas las virtudes morales.
1842
Por la fe creemos en Dios y creemos todo lo que él nos ha revelado y
que la santa Iglesia nos propone creer.
1843
Por la esperanza deseamos y esperamos de Dios con una firme confianza la
vida eterna y las gracias para merecerla.
1844
Por la caridad amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo
como a nosotros mismos por amor de Dios. Es el "vínculo de la
perfección" (Col 3,14) y la forma de todas las virtudes.
1845
Los siete dones del Espíritu Santo concedidos a los cristianos son:
sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor
de Dios.
Artículo 8 EL PECADO
I LA MISERICORDIA Y
EL PECADO
1846
El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de
Dios con los pecadores (cf Lc 15). El ángel anuncia a José: "Tú
le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus
pecados" (Mt 1,21). Y en la institución de la Eucaristía,
sacramento de la redención, Jesús dice: "Esta es mi sangre de la
alianza, que va a ser derramada por muchos para remisión de los
pecados" (Mt 26,28).
1847
"Dios nos ha creado sin nosotros, pero no ha querido salvarnos sin
nosotros" (S. Agustín, serm. 169,11,13). La acogida de su
misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas.
"Si decimos: `no tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está
en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para
perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia" (1 Jn
1,8-9).
1848
Como afirma S. Pablo, "donde abundó el pecado, sobreabundó la
gracia" (Rm 5,20). Pero para hacer su obra, la gracia debe
descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos
"la justicia para vida eterna por Jesucristo nuestro Señor"
(Rm 5,20-21). Como un médico que descubre la herida antes de curarla,
Dios, mediante su palabra y su espíritu, proyecta una luz viva sobre el
pecado:
La
conversión exige la convicción del pecado, y éste, siendo una
verificación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad
del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva
de la gracia y del amor: "Recibid el Espíritu Santo". Así,
pues, en este "convencer en lo referente al pecado"
descubrimos una "doble dádiva": el don de la verdad de la
conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la
verdad es el Paráclito (DeV 31).
II DEFINICION DE
PECADO
1849
El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta;
es un faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a
causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del
hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como
"una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna"
(S. Agustín, Faust. 22,27; S. Tomás de Aquino, s.th., 1-2, 71,6).
1850
El pecado es una ofensa a Dios: "Contra ti, contra ti solo he
pecado, lo malo a tus ojos cometí" (Sal 51,6). El pecado se
levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de él nuestros
corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión
contra Dios por el deseo de hacerse "como Dioses",
pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gn 3,5). El pecado
es así "amor de sí hasta el desprecio de Dios" (S. Agustín,
civ. 1,14,28). Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es
diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación
(cf Flp 2,6-9).
1851
En la Pasión, la misericordia de Cristo vence al pecado. En ella, es
donde éste manifiesta mejor su violencia y su multiplicidad:
incredulidad, rechazo y burlas por parte de los jefes y del pueblo,
debilidad de Pilato y crueldad de los soldados, traición de Judas tan
dura a Jesús, negaciones de Pedro y abandono de los discípulos. Sin
embargo, en la hora misma de las tinieblas y del príncipe de este mundo
(cf Jn 14,30), el sacrificio de Cristo se convierte secretamente en la
fuente de la que brotará inagotable el perdón de nuestros pecados.
III DIVERSIDAD DE
PECADOS
1852
La variedad de pecados es grande. La Escritura contiene varias listas.
La carta a los Gálatas opone las obras de la carne al fruto del Espíritu:
"Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza,
libertinaje, idolatría, hechicería, oDios, discordia, celos, iras,
rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y
cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo como ya os previne, que
quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios" (5,19-21;
cf Rm 1,28-32; 1 Co 6,9-10; Ef 5, 3-5; Col 3, 5-8; 1 Tm 1, 9-10; 2 Tm 3,
2-5).
1853
Se pueden distinguir los pecados según su objeto, como en todo acto
humano, o según las virtudes a las que se oponen, por exceso o por
defecto, o según los mandamientos que quebrantan. Se los puede agrupar
también según que se refieran a Dios, al prójimo o a sí mismo; se
los puede dividir en pecados espirituales y carnales, o también en
pecados de pensamiento, palabra, acción u omisión. La raíz del pecado
está en el corazón del hombre, en su libre voluntad, según la enseñanza
del Señor: "De dentro del corazón salen las intenciones malas,
asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios,
injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre" (Mt 15,19-20). En
el corazón reside también la caridad, principio de las obras buenas y
puras, que es herida por el pecado.
IV LA GRAVEDAD DEL
PECADO: PECADO MORTAL Y VENIAL
1854
Conviene valorar los pecados según su gravedad. La distinción entre
pecado mortal y venial, perceptible ya en la Escritura (cf 1 Jn 5,16-17)
se ha impuesto en la tradición de la Iglesia. La experiencia de los
hombres la corroboran.
1855
El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una
infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su
fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior.
El
pecado venial deja subsistir la caridad, aunque la ofende y la hiere.
1856
El pecado mortal, que ataca en nosotros el principio vital que es la
caridad, necesita una nueva iniciativa de la misericordia de Dios y una
conversión del corazón que se realiza ordinariamente en el marco del
sacramento de la reconciliación:
Cuando
la voluntad se dirige a una cosa de suyo contraria a la caridad por la
que estamos ordenados al fin último, el pecado, por su objeto mismo,
tiene causa para ser mortal...sea contra el amor de Dios, como la
blasfemia, el perjurio, etc., o contra el amor del prójimo, como el
homicidio, el adulterio, etc...En cambio, cuando la voluntad del pecador
se dirige a veces a una cosa que contiene en sí un desorden, pero que
sin embargo no es contraria al amor de Dios y del prójimo, como una
palabra ociosa, una risa superflua, etc. tales pecados son veniales (S.
Tomás de Aquino, s.th. 1-2, 88, 2).
1857
Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones: "Es
pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave y que, además,
es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento" (RP
17).
1858
La materia grave es precisada por los Diez mandamientos según la
respuesta de Jesús al joven rico: "No mates, no cometas adulterio,
no robes, no levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a tu
padre y a tu madre" (Mc 10,19). La gravedad de los pecados es mayor
o menor: un asesinato es más grave que un robo. La cualidad de las
personas lesionadas cuenta también: la violencia ejercida contra los
padres es más grave que la ejercida contra un extraño.
1859
El pecado mortal requiere plena conciencia y entero consentimiento.
Presupone el conocimiento del carácter pecaminoso del acto, de su
oposición a la Ley de Dios. Implica también un consentimiento
suficientemente deliberado para ser una elección personal. La
ignorancia afectada y el endurecimiento del corazón (cf Mc 3,5-6; Lc
16,19-31) no disminuyen, sino aumentan, el carácter voluntario del
pecado.
1860
La ignorancia involuntaria puede disminuir, si no excusar, la
imputabilidad de una falta grave, pero se supone que nadie ignora los
principios de la ley moral que están inscritos en la conciencia de todo
hombre. Los impulsos de la sensibilidad, las pasiones pueden igualmente
reducir el carácter voluntario y libre de la falta, lo mismo que las
presiones exteriores o los trastornos patológicos. El pecado por
malicia, por elección deliberada del mal, es el más grave.
1861
El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad humana contra
el amor. Entraña la pérdida de la caridad y la privación de la gracia
santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es eliminado por el
arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de
Cristo y la muerte eterna del infierno; de modo que nuestra libertad
tiene poder de hacer elecciones para siempre, sin retorno. Sin embargo,
aunque podamos juzgar que un acto es en sí una falta grave, el juicio
sobre las personas debemos confiarlo a la justicia y a la misericordia
de Dios.
1862
Se comete un pecado venial cuando no se observa en una materia leve la
medida prescrita por la ley moral, o cuando se desobedece a la ley moral
en materia grave pero sin pleno conocimiento y sin entero
consentimiento.
1863
El pecado venial debilita la caridad; entraña un afecto desordenado a
bienes creados; impide el progreso del alma en el ejercicio de las
virtudes y la práctica del bien moral; merece penas temporales. El
pecado venial deliberado, que permanece sin arrepentimiento, nos dispone
poco a poco a cometer el pecado mortal. No obstante, el pecado venial no
rompe la Alianza con Dios. Es humanamente reparable con la gracia de
Dios. "No priva de la gracia santificante, de la amistad con Dios,
de la caridad, ni, por tanto, de la bienaventuranza eterna" (RP
17):
El
hombre, mientras permanece en la carne, no puede evitar todo pecado, al
menos los pecados leves. Pero estos pecados, que llamamos leves, no los
consideres poca cosa: si los tienes por tales cuando los pesas, tiembla
cuando los cuentas. Muchos objetos leves hacen una gran masa; muchas
gotas de agua llenan un río. Muchos granos hacen un montón. ¿Cuál es
entonces nuestra esperanza? Ante todo, la confesión...(S. Agustín, ep.
Jo. 1,6).
1864
"Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres, pero la
blasfemia contra el Espíritu no será perdonada" (Mc 3,29; Lc
12,10). No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega
deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el
arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación
ofrecida por el Espíritu Santo (cf DeV 46). Semejante endurecimiento
puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna.
V LA PROLIFERACION
DEL PECADO
1865
El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la
repetición de actos. De ahí resultan inclinaciones desviadas que
oscurecen la conciencia y corrompen la valoración concreta del bien y
del mal. Así el pecado tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no
puede destruir el sentido moral hasta su raíz.
1866
Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o
también pueden ser comprendidos en los pecados capitales que la
experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a S. Juan Casiano y a S.
Gregorio Magno (mor. 31,45). Son llamados capitales porque generan otros
pecados, otros vicios. Entre ellos soberbia, avaricia, envidia, ira,
lujuria, gula, pereza.
1867
La tradición catequética recuerda también que existen "pecados
que claman al cielo". Claman al cielo: la sangre de Abel (cf Gn
4,10); el pecado de los Sodomitas (cf Gn 18,20; 19,13); el clamor del
pueblo oprimido en Egipto (cf Ex 3,7-10); el lamento del extranjero, de
la viuda y el huérfano (cf Ex 22,20-22); la injusticia para con el
asalariado (cf Dt 24,14-15; Jc 5,4).
1868
El pecado es un acto personal. Pero nosotros tenemos una responsabilidad
en los pecados cometidos por otros cuando cooperamos a ellos:
–
participando directa y voluntariamente;
–
ordenándolos, aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos;
–
no revelándolos o no impidiéndolos cuando se tiene obligación de
hacerlo;
–
protegiendo a los que hacen el mal.
1869
Así el pecado convierte a los hombres en cómplices unos de otros, hace
reinar entre ellos la concupiscencia, la violencia y la injusticia. Los
pecados provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la
Bondad divina. Las "estructuras de pecado" son expresión y
efecto de los pecados personales. Inducen a sus víctimas a cometer a su
vez el mal. En un sentido analógico constituyen un "pecado
social" (cf RP 16).
RESUMEN
1870
"Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con
todos ellos de misericordia" (Rm 11,32).
1871
El pecado es "una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley
eterna"(S. Agustín, Faust. 22). Es una ofensa a Dios. Se alza
contra Dios en una desobediencia contraria a la obediencia de Cristo.
1872
El pecado es un acto contrario a la razón. Lesiona la naturaleza del
hombre y atenta contra la solidaridad humana.
1873
La raíz de todos los pecados está en el corazón del hombre. Sus
especies y su gravedad se miden principalmente por su objeto.
1874
Elegir deliberadamente, es decir sabiéndolo y queriéndolo, una cosa
gravemente contraria a la ley divina y al fin último del hombre es
cometer un pecado mortal. Este destruye en nosotros la caridad sin la
cual la bienaventuranza eterna es imposible. Sin arrepentimiento, tal
pecado conduce a la muerte eterna.
1875
El pecado venial constituye un desorden moral reparable por la caridad
que deja subsistir en nosotros.
1876
La reiteración de pecados, incluso veniales, engendra vicios entre los
cuales se distinguen los pecados capitales.
CAPITULO SEGUNDO: LA
COMUNIDAD HUMANA
1877.
La vocación de la humanidad es manifestar la imagen de Dios y ser
transformada a imagen del Hijo Unico del Padre. Esta vocación reviste
una forma personal, puesto que cada uno es llamado a entrar en la
bienaventuranza divina; concierne también al conjunto de la comunidad
humana.
Artículo 1 LA
PERSONA Y LA SOCIEDAD
I EL CARACTER
COMUNITARIO DE LA VOCACION HUMANA
1878
Todos los hombres son llamados al mismo fin: Dios. Existe cierta
semejanza entre la unidad de las personas divinas y la fraternidad que
los hombres deben instaurar entre ellos, en la verdad y el amor (cf GS
24,3). El amor al prójimo es inseparable del amor a Dios.
1879
La persona humana necesita la vida social. Esta no constituye para ella
algo sobreañadido sino una exigencia de su naturaleza. Por el
intercambio con otros, la reciprocidad de servicios y el diálogo con
sus hermanos, el hombre desarrolla sus capacidades; así responde a su
vocación (cf GS 25,1).
1880
Una sociedad es un conjunto de personas ligadas de manera orgánica por
un principio de unidad que supera a cada una de ellas. Asamblea a la vez
visible y espiritual, una sociedad perdura en el tiempo: recoge el
pasado y prepara el porvenir. Mediante ella, cada hombre es constituido
"heredero", recibe "talentos" que enriquecen su
identidad y a los que debe hacer fructificar (cf Lc 19,13.15). En
verdad, se debe afirmar que cada uno tiene deberes para con las
comunidades de que forma parte y está obligado a respetar a las
autoridades encargadas del bien común de las mismas.
1881
Cada comunidad se define por su fin y obedece en consecuencia a reglas
específicas pero "el principio, el sujeto y el fin de todas las
instituciones sociales es y debe ser la persona humana" (GS 25,1).
1882
Ciertas sociedades, como la familia y la ciudad, corresponden más
inmediatamente a la naturaleza del hombre. Le son necesarias. Con el fin
de favorecer la participación del mayor número de personas en la vida
social, es preciso impulsar alentar la creación de asociaciones e
instituciones de libre iniciativa "para fines económicos,
sociales, culturales, recreativos, deportivos, profesionales y políticos,
tanto dentro de cada una de las naciones como en el plano mundial"
(MM 60). Esta "socialización" expresa igualmente la tendencia
natural que impulsa a los seres humanos a asociarse con el fin de
alcanzar objetivos que exceden las capacidades individuales. Desarrolla
las cualidades de la persona, en particular, su sentido de iniciativa y
de responsabilidad. Ayuda a garantizar sus derechos (cf GS 25,2; CA 12).
1883
La socialización presenta también peligros. Una intervención
demasiado fuerte del Estado puede amenazar la libertad y la iniciativa
personales. La doctrina de la Iglesia ha elaborado el principio llamado
de subsidiaridad. Según éste, "una estructura social de orden
superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de
orden inferior, privándola de sus competencias, sino que más bien debe
sostenerla en caso de necesidad y ayudarla a coordinar su acción con la
de los demás componentes sociales, con miras al bien común" (CA
48; Pío XI, enc. "Quadragesimo anno").
1884
Dios no ha querido retener para él solo el ejercicio de todos los
poderes. Entrega a cada criatura las funciones que es capaz de ejercer,
según las capacidades de su naturaleza. Este modo de gobierno debe ser
imitado en la vida social. El comportamiento de Dios en el gobierno del
mundo, que manifiesta tanto respeto a la libertad humana, debe inspirar
la sabiduría de los que gobiernan las comunidades humanas. Estos deben
comportarse como ministros de la providencia divina.
1885
El principio de subsidiaridad se opone a toda forma de colectivismo.
Traza los límites de la intervención del Estado. Intenta armonizar las
relaciones entre individuos y sociedad. Tiende a instaurar un verdadero
orden internacional.
II LA CONVERSION Y LA
SOCIEDAD
1886
La sociedad es indispensable para la realización de la vocación
humana. Para alcanzar este objetivo es preciso que sea respetada la
justa jerarquía de los valores que subordina las dimensiones
"materiales e instintivas" del ser del hombre "a las
interiores y espirituales" (CA 36):
La
sociedad humana...tiene que ser considerada, ante todo, como una
realidad de orden principalmente espiritual: que impulse a los hombres,
iluminados por la verdad, a comunicarse entre sí los más diversos
conocimientos; a defender sus derechos y cumplir sus deberes; a desear
los bienes del espíritu; a disfrutar en común del justo placer de la
belleza en todas sus manifestaciones; a sentirse inclinados
continuamente a compartir con los demás lo mejor de sí mismos; a
asimilar con afán, en provecho propio, los bienes espirituales del prójimo.
Todos estos valores informan y, al mismo tiempo, dirigen las
manifestaciones de la cultura, de la economía, de la convivencia
social, del progreso y del orden político, del ordenamiento jurídico
y, finalmente, de cuantos elementos constituyen la expresión externa de
la comunidad humana en su incesante desarrollo (PT 36).
1887
La inversión de los meDios y de los fines (cf CA 41), que lleva a dar
valor de fin último a lo que sólo es medio para alcanzarlo, o a
considerar las personas como puros meDios para un fin, engendra
estructuras injustas que "hacen ardua y prácticamente imposible
una conducta cristiana, conforme a los mandamientos del Legislador
Divino" (Pío XII, discurso 1 Junio 1941).
1888
Es preciso entonces apelar a las capacidades espirituales y morales de
la persona y a la exigencia permanente de su conversión interior para
obtener cambios sociales que estén realmente a su servicio. La
prioridad reconocida a la conversión del corazón no elimina en modo
alguno, sino al contrario, impone la obligación de introducir en las
instituciones y condiciones de vida, cuando inducen al pecado, las
mejoras convenientes para que aquellas se conformen a las normas de la
justicia y favorezcan el bien en lugar de oponerse a él (cf LG 36).
1889
Sin la ayuda de la gracia, los hombres no sabrían "acertar con el
sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la
violencia que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava" (CA
25). Es el camino de la caridad, es decir, del amor de Dios y del prójimo.
La caridad representa el mayor mandamiento social. Respeta al otro y sus
derechos. Exige la práctica de la justicia y es la única que nos hace
capaces de ésta. Inspira una vida de entrega de sí mismo: "Quien
intente guardar su vida la perderá; y quien la pierda la conservará"
(Lc 17,33)
RESUMEN
1890
Existe una cierta semejanza entre la unidad de las personas divinas y la
fraternidad que los hombres deben instaurar entre sí.
1891
Para desarrollarse en conformidad con su naturaleza, la persona humana
necesita la vida social. Ciertas sociedades como la familia y la ciudad,
corresponden más inmediatamente a la naturaleza del hombre.
1892
"El principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones
sociales es y debe ser la persona humana" (GS 25,1).
1893
Es preciso promover una amplia y libre participación en asociaciones e
instituciones.
1894
Según el principio de subsidiaridad, ni el Estado ni ninguna sociedad más
amplia deben suplantar la iniciativa y la responsabilidad de las
personas y de las corporaciones intermedias.
1895
La sociedad debe favorecer el ejercicio de las virtudes, no ser obstáculo
para ellas. Debe inspirarse en una justa jerarquía de valores.
1896
Donde el pecado pervierte el clima social es preciso apelar a la
conversión de los corazones y a la gracia de Dios. La caridad empuja a
reformas justas. No hay solución a la cuestión social fuera del
evangelio (cf CA 3).
Artículo 2 LA
PARTICIPACION EN LA VIDA SOCIAL
I LA AUTORIDAD
1897
"Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes,
investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y
consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al
provecho común del país" (PT 46).
Se
llama "autoridad" la cualidad en virtud de la cual personas o
instituciones dan leyes y órdenes a los hombres y esperan la
correspondiente obediencia.
1898
Toda comunidad humana necesita una autoridad que la rija (cf León XIII,
enc. "Inmortale Dei"; enc. "Diuturnum illud"). Esta
tiene su fundamento en la naturaleza humana. Es necesaria para la unidad
de la sociedad. Su misión consiste en asegurar en cuanto sea posible el
bien común de la sociedad.
1899
La autoridad exigida por el orden moral emana de Dios: "Sométanse
todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no
provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De
modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden
divino, y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación"
(Rm 13,1-2; cf 1 P 2,13-17).
1900
El deber de obediencia impone a todos la obligación de dar a la
autoridad los honores que le son debidos, y de rodear de respeto y, según
su mérito, de gratitud y de benevolencia a las personas que la ejercen.
La
más antigua oración de la Iglesia por la autoridad política tiene
como autor a S. Clemente Romano:
"Concédeles,
Señor, la salud, la paz, la concordia, la estabilidad, para que ejerzan
sin tropiezo la soberanía que tú les has entregado. Eres tú, Señor,
rey celestial de los siglos, quien da a los hijos de los hombres gloria,
honor y poder sobre las cosas de la tierra. Dirige, Señor, su consejo
según lo que es bueno, según lo que es agradable a tus ojos, para que
ejerciendo con piedad, en la paz y la mansedumbre, el poder que les has
dado, te encuentren propicio" (S. Clemente Romano, Cor. 61,1-2).
1901
Si la autoridad responde a un orden fijado por Dios, "la
determinación del régimen y la designación de los gobernantes han de
dejarse a la libre voluntad de los ciudadanos" (GS 74,3).
La
diversidad de los regímenes políticos es moralmente admisible con tal
que promuevan el bien legítimo de la comunidad que los adopta. Los regímenes
cuya naturaleza es contraria a la ley natural, al orden público y a los
derechos fundamentales de las personas, no pueden realizar el bien común
de las naciones a las que se han impuesto.
1902
La autoridad no saca de sí misma su legitimidad moral. No debe
comportarse de manera despótica, sino actuar para el bien común como
una "fuerza moral, que se basa en la libertad y en la conciencia de
la tarea y obligaciones que ha recibido" (GS 74,2).
La
legislación humana sólo posee carácter de ley cuando se conforma a la
justa razón; lo cual dice que recibe su vigor de la ley eterna. En la
medida en que ella se apartase de la razón, sería preciso declararla
injusta, pues no verificaría la noción de ley; sería más bien una
forma de violencia (S. Tomás de Aquino, s.th. 1-2, 93, 3 ad 2).
1903
La autoridad sólo se ejerce legítimamente si busca el bien común del
grupo considerado y si, para alcanzarlo, emplea meDios moralmente lícitos.
Si los dirigentes proclamasen leyes injustas o tomasen medidas
contrarias al orden moral, estas disposiciones no pueden obligar en
conciencia. "En semejante situación, la propia autoridad se
desmorona por completo y se origina una iniquidad espantosa" (PT
51).
1904
"Es preferible que un poder esté equilibrado por otros poderes y
otras esferas de competencia que lo mantengan en su justo límite. Es
este el principio del `Estado de derecho' en el cual es soberana la ley
y no la voluntad arbitraria de los hombres" (CA 44).
II EL BIEN COMUN
1905
Conforme a la naturaleza social del hombre, el bien de cada uno está
necesariamente relacionado con el bien común. Este sólo puede ser
definido con referencia a la persona humana:
No
viváis aislados, cerrados en vosotros mismos, como si estuvieseis ya
justificados sino reuníos para buscar juntos lo que constituye el interés
común (Bernabé, ep. 4,10).
1906
Por bien común, es preciso entender "el conjunto de aquellas
condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de
sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección"
(GS 26,1; cf GS 74,1). El bien común afecta a la vida de todos. Exige
la prudencia por parte de cada uno, y más aún por la de aquellos que
ejercen la autoridad. Comporta tres elementos esenciales:
1907
Supone, en primer lugar, el respeto a la persona en cuanto tal. En
nombre del bien común, las autoridades están obligadas a respetar los
derechos fundamentales e inalienables de la persona humana. La sociedad
debe permitir a cada uno de sus miembros realizar su vocación. En
particular, el bien común reside en las condiciones de ejercicio de las
libertades naturales que son indispensables para el desarrollo de la
vocación humana: "derecho a...actuar de acuerdo con la recta norma
de su conciencia, a la protección de la vida privada y a la justa
libertad, también en materia religiosa" (GS 26,2).
1908
En segundo lugar, el bien común exige el bienestar social y el
desarrollo del grupo mismo. El desarrollo es el resumen de todos los
deberes sociales. Ciertamente corresponde a la autoridad decidir, en
nombre del bien común, entre los diversos intereses particulares; pero
debe facilitar a cada uno lo que necesita para llevar una vida
verdaderamente humana: alimento, vestido, salud, trabajo, educación y
cultura, información adecuada, derecho de fundar una familia, etc. (cf.
GS 26,2).
1909
El bien común implica, finalmente, la paz, es decir, la estabilidad y
la seguridad de un orden justo. Supone, por tanto, que la autoridad
asegura, por meDios honestos, la seguridad de la sociedad y la de sus
miembros, y fundamenta el derecho a la legítima defensa individual y
colectiva.
1910
Si toda comunidad humana posee un bien común que la configura en cuanto
tal, la realización más completa de este bien común se verifica en la
comunidad política. Corresponde al Estado defender y promover el bien
común de la sociedad civil, de los ciudadanos y de las corporaciones
intermedias.
1911
Las dependencias humanas se intensifican. Se extienden poco a poco a la
tierra entera. La unidad de la familia humana que agrupa a seres que
poseen una misma dignidad natural, implica un bien común universal.
Este requiere una organización de la comunidad de naciones capaz de
"proveer a las diferentes necesidades de los hombres, tanto en los
campos de la vida social a los que pertenecen la alimentación, la
sanidad, la educación...como no pocas situaciones particulares que
pueden surgir en algunas partes, como son...socorrer en sus sufrimientos
a los prófugos dispersos por todo el mundo o de ayudar a los emigrantes
y a sus familias" (GS 84,2)
1912
El bien común está siempre orientado hacia el progreso de las
personas: "El orden social y su progreso deben subordinarse al bien
de las personas...y no al contrario" (GS 26,3). Este orden tiene
por base la verdad, se edifica en la justicia, es vivificado por el
amor.
III RESPONSABILIDAD Y
PARTICIPACION
1913
La participación es el compromiso voluntario y generoso de la persona
en las tareas sociales. Es necesario que todos participen, cada uno según
el lugar que ocupa y el papel que desempeña, en promover el bien común.
Este deber es inherente a la dignidad de la persona humana.
1914
La participación se realiza primero en la dedicación a campos cuya
responsabilidad personal se asume: por la atención prestada a la
educación de su familia, por la conciencia en su trabajo, el hombre
participa en el bien de los otros y de la sociedad (cf CA 43).
1915
Los ciudadanos deben cuanto sea posible tomar parte activa en la vida pública.
Las modalidades de esta participación pueden variar de un país a otro
o de una cultura a otra. "Es de alabar la conducta de las naciones
en las que la mayor parte posible de los ciudadanos participa con
verdadera libertad en la vida pública" (GS 31,3).
1916
La participación de todos en la promoción del bien común implica,
como todo deber ético, una conversión, renovada sin cesar, de los
miembros de la sociedad. El fraude y otros subterfugios mediante los
cuales algunos escapan a la obligación de la ley y a las prescripciones
del deber social deben ser firmemente condenados por incompatibles con
las exigencias de la justicia. Es preciso ocuparse del desarrollo de
instituciones que mejoran las condiciones de la vida humana (cf GS
30,1).
1917
Corresponde a los que ejercen la autoridad reafirmar los valores que
engendran confianza en los miembros del grupo y los estimulan a ponerse
al servicio de sus semejantes. La participación comienza por la educación
y la cultura. "Podemos pensar, con razón, que la suerte futura de
la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a
las generaciones venideras razones para vivir y para esperar" (GS
31,3).
RESUMEN
1918
"No hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por
Dios han sido constituidas" (Rm 13,1).
1919
Toda comunidad humana necesita una autoridad para mantenerse y
desarrollarse.
1920
"La comunidad política y la autoridad pública se fundan en la
naturaleza humana y por ello pertenecen al orden querido por Dios"
(GS 74,3).
1921
La autoridad se ejerce de manera legítima si se aplica a la prosecución
del bien común de la sociedad. Para alcanzarlo debe emplear meDios
moralmente lícitos.
1922
La diversidad de regímenes políticos es legítima, con tal que
promuevan el bien de la comunidad.
1923
La autoridad política debe actuar en los límites del orden moral y
garantizar las condiciones del ejercicio de la libertad.
1924
El bien común comprende "el conjunto de aquellas condiciones de la
vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros
conseguir más plena y fácilmente su propia perfección" (GS
26,1).
1925
El bien común comporta tres elementos esenciales: el respeto y la
promoción de los derechos fundamentales de la persona; la prosperidad o
el desarrollo de los bienes espirituales y temporales de la sociedad; la
paz y la seguridad del grupo y de sus miembros.
1926
La dignidad de la persona humana implica la búsqueda del bien común.
Cada uno debe preocuparse por suscitar y sostener instituciones que
mejoren las condiciones de la vida humana.
1927
Corresponde al Estado defender y promover el bien común de la sociedad
civil. El bien común de toda la familia humana requiere una organización
de la sociedad internacional.
Artículo 3 LA
JUSTICIA SOCIAL
1928
La sociedad asegura la justicia social cuando realiza las condiciones
que permiten a las asociaciones y a cada uno conseguir lo que les es
debido según su naturaleza y su vocación. La justicia social está
ligada al bien común y al ejercicio de la autoridad.
I EL RESPETO DE LA
PERSONA HUMANA
1929
La justicia social sólo puede ser conseguida en el respeto de la
dignidad transcendente del hombre. La persona representa el fin último
de la sociedad, que le está ordenada:
La
defensa y la promoción de la dignidad humana "nos han sido
confiadas por el Creador, y de las que son rigurosa y responsablemente
deudores los hombres y mujeres en cada coyuntura de la historia"
(SRS 47).
1930
El respeto de la persona humana implica el de los derechos que se
derivan de su dignidad de criatura. Estos derechos son anteriores a la
sociedad y se imponen a ella. Fundan la legitimidad moral de toda
autoridad: menospreciándolos o negándose a reconocerlos en su
legislación positiva, una sociedad mina su propia legitimidad moral (cf
PT 65). Sin este respeto, una autoridad sólo puede apoyarse en la
fuerza o en la violencia para obtener la obediencia de sus súbditos.
Corresponde a la Iglesia recordar estos derechos a los hombres de buena
voluntad y distinguirlos de reivindicaciones abusivas o falsas.
1931
El respeto a la persona humana pasa por el respeto del principio:
"que cada uno, sin ninguna excepción, debe considerar al prójimo
como 'otro yo', cuidando, en primer lugar, de su vida y de los meDios
necesarios para vivirla dignamente" (GS 27,1). Ninguna legislación
podría por sí misma hacer desaparecer los temores, los prejuicios, las
actitudes de soberbia y de egoísmo que obstaculizan el establecimiento
de sociedades verdaderamente fraternas. Estos comportamientos sólo
cesan con la caridad que ve en cada hombre un "prójimo", un
hermano.
1932
El deber de hacerse prójimo de otro y de servirle activamente se hace más
acuciante todavía cuando éste está más necesitado en cualquier
sector de la vida humana. "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos
míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).
1933
Este deber se extiende a los que no piensan ni actúan como nosotros. La
enseñanza de Cristo exige incluso el perdón de las ofensas. Extiende
el mandamiento del amor que es el de la nueva ley a todos los enemigos
(cf Mt 5,43-44). La liberación en el espíritu del evangelio es
incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero no con el
odio al mal que hace en cuanto enemigo.
II IGUALDAD Y
DIFERENCIAS ENTRE LOS HOMBRES
1934
Creados a imagen del Dios único, dotados de una misma alma racional,
todos los hombres poseen una misma naturaleza y un mismo origen.
Rescatados por el sacrificio de Cristo, todos son llamados a participar
en la misma bienaventuranza divina: todos gozan por tanto de una misma
dignidad.
1935
La igualdad entre los hombres se deriva esencialmente de su dignidad
personal y de los derechos que dimanan de ella:
Hay
que superar y eliminar, como contraria al plan de Dios, toda forma de
discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea
social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social,
lengua o religión. (GS 29,2).
1936
Al venir al mundo, el hombre no dispone de todo lo que es necesario para
el desarrollo de su vida corporal y espiritual. Necesita de los demás.
Ciertamente hay diferencias entre los hombres por lo que se refiere a la
edad, a las capacidades físicas, a las aptitudes intelectuales o
morales, a las circunstancias de que cada uno se pudo beneficiar, a la
distribución de las riquezas (cf GS 29,2). Los "talentos" no
están distribuidos por igual (cf Mt 25,14-30; Lc 19,11-27).
1937
Estas diferencias pertenecen al plan de Dios, que quiere que cada uno
reciba de otro aquello que necesita, y que quienes disponen de
"talentos" particulares comuniquen sus beneficios a los que
los necesiten. Las diferencias alientan y con frecuencia obligan a las
personas a la magnanimidad, a la benevolencia y a la comunicación.
Incitan a las culturas a enriquecerse unas a otras:
Yo
no doy todas las virtudes por igual a cada uno...hay muchos a los que
distribuyo de tal manera, esto a uno aquello a otro...A uno la caridad,
a otro la justicia, a éste la humildad, a aquél una fe viva...En
cuanto a los bienes temporales las cosas necesarias para la vida humana
las he distribuido con la mayor desigualdad, y no he querido que cada
uno posea todo lo que le era necesario para que los hombres tengan así
ocasión, por necesidad, de practicar la caridad unos con otros...He
querido que unos necesitasen de otros y que fuesen mis servidores para
la distribución de las gracias y de las liberalidades que han recibido
de mí (S. Catalina de Siena, Dial. 1,7).
1938
Existen también desigualdades escandalosas que afectan a millones de
hombres y mujeres. Están en abierta contradicción con el evangelio:
La
igual dignidad de las personas exige que se llegue a una situación de
vida más humana y más justa. Pues las excesivas desigualdades económicas
y sociales entre los miembros o los pueblos de una única familia humana
resultan escandalosas y se oponen a la justicia social, a la equidad, a
la dignidad de la persona humana y también a la paz social e
internacional (GS 29,3).
III LA SOLIDARIDAD
HUMANA
1939
El principio de solidaridad, enunciado también con el nombre de
"amistad" o "caridad social", es una exigencia
directa de la fraternidad humana y cristiana (cf SRS 38-40; CA 10):
Un
error, "hoy ampliamente extendido, es el olvido de esta ley de
solidaridad humana y de caridad, dictada e impuesta tanto por la
comunidad de origen y la igualdad de la naturaleza racional en todos los
hombres, cualquiera que sea el pueblo a que pertenezca, como por el
sacrificio de redención ofrecido por Jesucristo en el altar de la cruz
a su Padre del cielo, en favor de la humanidad pecadora" (Pío XII,
enc. "Summi pontificatus").
1940
La solidaridad se manifiesta en primer lugar en la distribución de
bienes y la remuneración del trabajo. Supone también el esfuerzo en
favor de un orden social más justo en el que las tensiones puedan ser
mejor resueltas, y donde los conflictos encuentren más fácilmente su
salida negociada.
1941
Los problemas socio-económicos sólo pueden ser resueltos con la ayuda
de todas las formas de solidaridad: solidaridad de los pobres entre sí,
de los ricos y los pobres, de los trabajadores entre sí, de los
empresarios y los empleados, solidaridad entre las naciones y entre los
pueblos. La solidaridad internacional es una exigencia del orden moral.
En buena medida, la paz del mundo depende de ella.
1942
La virtud de la solidaridad va más allá de los bienes materiales.
Difundiendo los bienes espirituales de la fe, la Iglesia ha favorecido a
la vez el desarrollo de los bienes temporales, al cual con frecuencia ha
abierto vías nuevas. Así se han verificado a lo largo de los siglos
las palabras del Señor: "Buscad primero su Reino y su justicia, y
todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mt 6,33):
Desde
hace dos mil años vive y persevera en el alma de la Iglesia ese
sentimiento que ha impulsado e impulsa todavía a las almas hasta el
heroísmo caritativo de los monjes agricultores, de los libertadores de
esclavos, de los que atienden enfermos, de los mensajeros de fe, de
civilización, de ciencia, a todas las generaciones y a todos los
pueblos con el fin de crear condiciones sociales capaces de hacer
posible a todos una vida digna del hombre y del cristiano (Pío XII,
discurso de 1 Junio 1941).
RESUMEN
1943
La sociedad asegura la justicia social procurando las condiciones que
permitan a las asociaciones y a los individuos obtener lo que les es
debido.
1944
El respeto de la persona humana considera al prójimo como "otro
yo". Supone el respeto de los derechos fundamentales que se derivan
de la dignidad intrínseca de la persona.
1945
La igualdad entre los hombres depende de su dignidad personal y de los
derechos que de ella se derivan.
1946
Las diferencias entre las personas obedecen al plan de Dios que quiere
que nos necesitemos los unos a los otros. Deben alentar la caridad.
1947
La igual dignidad de las personas humanas exige el esfuerzo para reducir
las desigualdades sociales y económicas excesivas. Mueve a la
desaparición de las desigualdades injustas.
1948
La solidaridad es una virtud eminentemente cristiana. Es ejercicio de la
comunicación de bienes espirituales aún más que comunicación de
bienes materiales.
CAPITULO TERCERO: LA
SALVACION DE DIOS: LA LEY Y LA GRACIA
1949.
El hombre, llamado a la bienaventuranza, pero herido por el pecado,
necesita la salvación de Dios. La ayuda divina le viene en Cristo por
la ley que le dirige y en la gracia que le sostiene:
Trabajad
con temor y temblor por vuestra salvación, pues Dios es quien obra en
vosotros el querer y el obrar como bien parece (Flp 2,12-23).
Artículo 1 LA LEY
MORAL
1950
La ley moral es obra de la Sabiduría divina. Se la puede definir, en el
sentido bíblico, como una instrucción paternal, una pedagogía de
Dios. Prescribe al hombre los caminos, las reglas de conducta que llevan
a la bienaventuranza prometida; proscribe los caminos del mal que
apartan de Dios y de su amor. Es a la vez firme en sus preceptos y
amable en sus promesas.
1951
La ley es una regla de conducta proclamada por la autoridad competente
para el bien común. La ley moral supone el orden racional establecido
entre las criaturas, para su bien y con miras a su fin, por el poder, la
sabiduría y la bondad del Creador. Toda ley tiene en la ley eterna su
verdad primera y última. La ley es declarada y establecida por la razón
como una participación en la providencia del Dios vivo, Creador y
Redentor de todos. "Esta ordenación de la razón es lo que se
llama la ley" (León XIII, enc. "Libertas
praestantissimum" citando a S. Tomás de Aquino, s. th. 1-2, 90,1):
El
hombre es el único entre todos los seres animados que puede gloriarse
de haber sido digno de recibir de Dios una ley: Animal dotado de razón,
capaz de comprender y de discernir, regular su conducta disponiendo de
su libertad y de su razón, en la sumisión al que le ha entregado todo
(Tertuliano, Marc. 2,4).
1952
Las expresiones de la ley moral son diversas, y todas están coordinadas
entre sí: La ley eterna, fuente en Dios de todas las leyes; la ley
natural; la ley revelada, que comprende la Ley antigua y la Ley nueva o
evangélica; finalmente, las leyes civiles y eclesiásticas.
1953
La ley moral tiene en Cristo su plenitud y su unidad. Jesucristo es en
persona el camino de la perfección. Es el fin de la Ley, porque sólo
él enseña y da la justicia de Dios: "Porque el fin de la ley es
Cristo para justificación de todo creyente" (Rm 10,4).
I LA LEY MORAL
NATURAL
1954
El hombre participa de la sabiduría y la bondad del Creador que le
confiere el dominio de sus actos y la capacidad de gobernarse con miras
a la verdad y al bien. La ley natural expresa el sentido moral original
que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y
el mal, la verdad y la mentira:
La
ley natural está escrito y grabada en el alma de todos y cada uno de
los hombres porque es la razón humana que ordena hacer el bien y
prohibe pecar...Pero esta prescripción de la razón humana no podría
tener fuerza de ley si no fuese la voz y el intérprete de una razón más
alta a la que nuestro espíritu y nuestra libertad deben estar sometidos
(León XIII, enc. "Libertas praestantissimum").
1955
La ley "divina y natural" (GS 89,1), muestra al hombre el
camino que debe seguir para practicar el bien y alcanzar su fin. La ley
natural contiene los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida
moral. Tiene por raíz la aspiración y la sumisión a Dios, fuente y
juez de todo bien, así como el sentido del prójimo como igual a sí
mismo. Está expuesta, en sus principales preceptos, en el Decálogo.
Esta ley se llama natural no por referencia a la naturaleza de los seres
irracionales, sino porque la razón que la proclama pertenece
propiamente a la naturaleza humana:
¿Dónde,
pues, están inscritas estas normas sino en el libro de esa luz que se
llama la Verdad? Allí está escrita toda ley justa, de allí pasa al
corazón del hombre que cumple la justicia; no que ella emigre a él,
sino que en él pone su impronta a la manera de un sello que de un
anillo pasa a la cera, pero sin dejar el anillo (S. Agustín, Trin.
14,15,21).
La
ley natural no es otra cosa que la luz de la inteligencia puesta en
nosotros por Dios; por ella conocemos lo que es preciso hacer y lo que
es preciso evitar. Esta luz o esta ley, Dios la ha dado a la creación
(S. Tomás de Aquino, dec. praec. 1)
1956
La ley natural, presente en el corazón de todo hombre y establecida por
la razón, es universal en sus preceptos, y su autoridad se extiende a
todos los hombres. Expresa la dignidad de la persona y determina la base
de sus derechos y sus deberes fundamentales:
Existe
ciertamente una verdadera ley: la recta razón. Es conforme a la
naturaleza, extendida a todos los hombres; es inmutable y eterna; sus órdenes
imponen deber; sus prohibiciones apartan de la falta...Es un sacrilegio
sustituirla por una ley contraria; Está prohibido dejar de aplicar una
sola de sus disposiciones; en cuanto a abrogarla enteramente, nadie
tiene la posibilidad de ello (Cicerón, rep. 3, 22,33).
1957
La aplicación de la ley natural varía mucho; puede exigir una reflexión
adaptada a la multiplicidad de las condiciones de vida según los
lugares, las épocas, y las circunstancias. Sin embargo, en la
diversidad de culturas, la ley natural permanece como una norma que une
entre sí a los hombres y les impone, por encima de las diferencias
inevitables, principios comunes.
1958
La ley natural es inmutable (cf GS 10) y permanente a través de las
variaciones de la historia; subsiste bajo el flujo de ideas y costumbres
y sostiene su progreso. Las normas que la expresan permanecen
sustancialmente valederas. Incluso cuando se llega a rechazar sus
principios, no se la puede destruir ni arrancar del corazón del hombre.
Resurge siempre en la vida de individuos y sociedades:
El
robo está ciertamente sancionado por tu ley, Señor, y por la ley que
está escrita en el corazón del hombre, y que la misma iniquidad no
puede borrar (S. Agustín, conf. 2,4,9).
1959
La ley natural, obra maravillosa del Creador, proporciona los
fundamentos sólidos sobre los que el hombre puede construir el edificio
de las normas morales que guían sus decisiones. Establece también la
base moral indispensable para la edificación de la comunidad de los
hombres. Finalmente proporciona la base necesaria a la ley civil que se
adhiere a ella, bien mediante una reflexión que extrae las conclusiones
de sus principios, bien mediante adiciones de naturaleza positiva y jurídica.
1960
Los preceptos de la ley natural no son percibidos por todos de una
manera clara e inmediata. En la situación actual, la gracia y la
revelación son necesarias al hombre pecador para que las verdades
religiosas y morales puedan ser conocidas "de todos y sin
dificultad, con una firme certeza y sin mezcla de error" (Pío XII,
enc. "Humani generis": DS 3876). La ley natural proporciona a
la Ley revelada y a la gracia un cimiento preparado por Dios y otorgado
a la obra del Espíritu.
II LA LEY ANTIGUA
1961
Dios, nuestro Creador y Redentor, eligió a Israel como su pueblo y le
reveló su Ley, preparando así la venida de Cristo. La Ley de Moisés
contiene muchas verdades naturalmente accesibles a la razón. Estas están
declaradas y autentificadas en el interior de la Alianza de la salvación.
1962
La Ley antigua es el primer estado de la Ley revelada. Sus
prescripciones morales están resumidas en los Diez mandamientos. Los
preceptos del Decálogo establecen los fundamentos de la vocación del
hombre, formado a imagen de Dios. Prohiben lo que es contrario al amor
de Dios y del prójimo, y prescriben lo que le es esencial. El Decálogo
es una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre para manifestarle la
llamada y los caminos de Dios, y para protegerle contra el mal:
Dios
escribió en las tablas de la ley lo que los hombres no leían en sus
corazones (S. Agustín, Sal. 57,1).
1963
Según la tradición cristiana, la Ley santa (cf. Rm 7,12), espiritual
(cf Rm 7,14) y buena (cf Rm 7,16) es todavía imperfecta. Como un
pedagogo (cf Gal 3,24) muestra lo que es preciso hacer, pero no da de
suyo la fuerza, la gracia del Espíritu para cumplirlo. A causa del
pecado, que ella no puede quitar, no deja de ser una ley de servidumbre.
Según S. Pablo tiene por función principal denunciar y manifestar el
pecado, que forma una "ley de concupiscencia" (cf Rm 7) en el
corazón del hombre. No obstante, la Ley constituye la primera etapa en
el camino del Reino. Prepara y dispone al pueblo elegido y a cada
cristiano a la conversión y a la fe en el Dios Salvador. Proporciona
una enseñanza que subsiste para siempre, como la Palabra de Dios.
1964
La Ley antigua es una preparación para el Evangelio. "La ley es
profecía y pedagogía de las realidades venideras" (S. Ireneo,
haer. 4, 15, 1). Profetiza y presagia la obra de liberación del pecado
que se realizará con Cristo; suministra al Nuevo Testamento las imágenes
los "tipos", los símbolos para expresar la vida según el Espíritu.
La Ley se completa mediante la enseñanza de los libros sapienciales y
de los profetas, que la orientan hacia la Nueva Alianza y el Reino de
los Cielos.
Hubo...,
bajo el régimen de la antigua alianza, gentes que poseían la caridad y
la gracia del Espíritu Santo y aspiraban ante todo a las promesas
espirituales y eternas, en lo cual se adherían a la ley nueva. Y al
contrario, existen, en la nueva alianza, hombres carnales, alejados
todavía de la perfección de la ley nueva: para incitarlos a las obras
virtuosas, el temor del castigo y ciertas promesas temporales han sido
necesarias, incluso bajo la nueva alianza. En todo caso, aunque la ley
antigua prescribía la caridad, no daba el Espíritu Santo, por el cual
"la caridad es difundida en nuestros corazones" (Rm 5,5) (S.
Tomás de Aquino, s. th. 1-2, 107,1 ad 2).
III LA LEY NUEVA O
LEY EVANGELICA
1965
La ley nueva o Ley evangélica es la perfección aquí abajo de la ley
divina, natural y revelada. Es obra de Cristo y se expresa
particularmente en el Sermón de la montaña. Es también obra del Espíritu
Santo, y por él viene a ser la ley interior de la caridad:
"Concertaré con la casa de Israel una alianza nueva...pondré mis
leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré su Dios y
ellos serán mi pueblo" (Hb 8,8-10; cf Jr 31,31-34).
1966
La ley nueva es la gracia del Espíritu Santo dada a los fieles mediante
la fe en Cristo. Obra por la caridad, utiliza el Sermón del Señor para
enseñarnos lo que hay que hacer, y los sacramentos para comunicarnos la
gracia de hacerlo:
El
que quiera meditar con piedad y perspicacia el Sermón que nuestro Señor
pronunció en la montaña, según lo leemos en el Evangelio de S. Mateo,
encontrará en él sin duda alguna la carta perfecta de la vida
cristiana...Este Sermón contiene todos los preceptos propios para guiar
la vida cristiana (S. Agustín, serm. Dom. 1,1):
1967
La Ley evangélica "da cumplimiento" (cf Mt 5,17-19),
purifica, supera, y lleva a su perfección la Ley antigua. En las
"Bienaventuranzas" da cumplimiento a las promesas divinas elevándolas
y ordenándolas al "Reino de los Cielos". Se dirige a los que
están dispuestos a acoger con fe esta esperanza nueva: los pobres, los
humildes, los afligidos, los limpios de corazón, los perseguidos a
causa de Cristo, trazando así los caminos sorprendentes del Reino.
1968
La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley. El Sermón
del monte, lejos de abolir o devaluar las prescripciones morales de la
Ley antigua, extrae de ella las virtualidades ocultas y hace surgir de
ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade
preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los
actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro (cf
Mt 15,18-19), donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con
ellas las otras virtudes. El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud
mediante la imitación de la perfección del Padre celestial (cf Mt
5,48), mediante el perdón de los enemigos y la oración por los
perseguidores, según el modelo de la generosidad divina (cf Mt 5,44).
1969
La Ley nueva practica los actos de la religión: la limosna, la oración
y el ayuno, ordenándolos al "Padre que ve en lo secreto" por
oposición al deseo "de ser visto por los hombres" (cf Mt
6,1-6. 16-18). Su oración es el Padre Nuestro (Mt 6,9-13).
1970
La Ley evangélica entraña la elección decisiva entre "los dos
caminos" (cf Mt 7,13-14) y la práctica de las palabras del Señor
(cf Mt 7,21-27); está resumida en la regla de oro: "Todo cuanto
queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros; porque
esta es la Ley y los profetas" (Mt 7,12; cf Lc 6,31).
Toda
la Ley evangélica está contenida en el "mandamiento nuevo"
de Jesús (Jn 13,34): amarnos los unos a los otros como él nos ha amado
(cf Jn 15,12).
1971
Al Sermón del monte conviene añadir la catequesis mora l de las enseñanzas
apostólicas, como Rm 12-15; 1 Co 12-13; Col 3-4; Ef 4-5, etc. Esta
doctrina trasmite la enseñanza del Señor con la autoridad de los apóstoles,
especialmente exponiendo las virtudes que se derivan de la fe en Cristo
y que anima la caridad, el principal don del Espíritu Santo.
"Vuestra caridad se sin fingimiento...amándoos cordialmente los
unos a los otros...con la alegría de la esperanza; constantes en la
tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades
de los santos; practicando la hospitalidad" (Rm 12,9-13). Esta
catequesis nos enseña también a tratar los casos de conciencia a la
luz de nuestra relación con Cristo y con la Iglesia (cf Rm 14; 1 Co
5-10).
1972
La Ley nueva es llamada ley de amor, porque hace obrar por el amor que
infunde el Espíritu Santo más que por el temor; ley de gracia, porque
confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los
sacramentos; ley de libertad (cf St 1,25; 2,12), porque nos libera de
las observancias rituales y jurídicas de la Ley antigua, nos inclina a
obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos hace pasar de
la condición del siervo "que ignora lo que hace su señor", a
la de amigo de Cristo, "porque todo lo que he oído a mi Padre os
lo he dado a conocer" (Jn 15,15), o también a la condición de
hijo heredero (cf Gál 4,1-7. 21-31; Rm 8,15).
1973
Más allá de los preceptos, la Ley nueva contiene los consejos evangélicos.
La distinción tradicional entre mandamientos de Dios y consejos evangélicos
se establece por relación a la caridad, perfección de la vida
cristiana. Los preceptos están destinados a apartar loo que es
incompatible con la caridad. Los consejos tienen por fin apartar lo que,
incluso sin serle contrario, puede constituir un impedimento al
desarrollo de la caridad (cf S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2, 184,3).
1974
Los consejos evangélicos manifiestan la plenitud viva de una caridad
que nunca se sacia. Atestiguan su fuerza y estimulan nuestra prontitud
espiritual. La perfección de la Ley nueva consiste esencialmente en los
preceptos del amor de Dios y del prójimo. Los consejos indican vías más
directas, meDios más apropiados, y han de practicarse según la vocación
de cada uno:
(Dios)
no quiere que cada uno observe todos los consejos, sino solamente los
que son convenientes según la diversidad de las personas, los tiempos,
las ocasiones, y las fuerzas, como la caridad lo requiera. Porque es ésta
la que, como reina de todas las virtudes, de todos los mandamientos, de
todos los consejos, y en suma de todas leyes y de todas las acciones
cristianas, la que da a todos y a todas rango, orden, tiempo y valor (S.
Francisco de Sales, amor 8,6).
RESUMEN
1975
Según la Escritura, la ley es una instrucción paternal de Dios que
prescribe al hombre los caminos que llevan a la bienaventuranza
prometida y proscribe los caminos del mal.
1976
"La ley es una ordenación de la razón al bien común, promulgada
por el que está a cargo de la comunidad" (S. Tomás de Aquino,
s.th. 1-2, 90, 4).
1977
Cristo es el fin de la ley (cf Rm 10,4); sólo él enseña y otorga la
justicia de Dios.
1978
La ley natural es una participación en la sabiduría y la bondad de
Dios por parte del hombre, formado a imagen de su Creador. Expresa la
dignidad de la persona humana y constituye la base de sus derechos y sus
deberes fundamentales.
1979
La ley natural es inmutable, permanente a través de la historia. Las
normas que la expresan son siempre sustancialmente válidas. Es una base
necesaria para la edificación de las normas morales y la ley civil.
1980
La Ley antigua es la primera etapa de la Ley revelada. Sus
prescripciones morales se resumen en los Diez mandamientos.
1981
La Ley de Moisés contiene muchas verdades naturalmente accesibles a la
razón. Dios las ha revelado porque los hombres no las leían en su
corazón.
1982
La Ley antigua es una preparación para el Evangelio.
1983
La Ley nueva es la gracia del Espíritu Santo recibida mediante la fe en
Cristo, que opera por la caridad. Se expresa especialmente en el Sermón
del Señor en la montaña y utiliza los sacramentos para comunicarnos la
gracia.
1984
La Ley evangélica cumple, supera y lleva a su perfección la Ley
antigua: sus promesas mediante las bienaventuranzas del Reino de los
cielos, sus mandamientos, reformando la raíz de los actos, el cor azón.
1985
La Ley nueva es una ley de amor, una ley de gracia, una ley de libertad.
1986
Más allá de sus preceptos, la Ley nueva comprende los consejos evangélicos.
"La santidad de la Iglesia también se fomenta de manera especial
con los múltiples consejos que el Señor propone en el Evangelio a sus
discípulos para que los practiquen" (LG 42).
Artículo 2 GRACIA Y
JUSTIFICACION
I LA JUSTIFICACION
1987
La gracia del Espíritu Santo tiene el poder de santificarnos, es decir,
de lavarnos de nuestros pecados y comunicarnos "la justicia de Dios
por la fe en Jesucristo" (Rm 3,22) y por el Bautismo (cf Rm 6,3-4):
Y
si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él,
sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no
muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte
fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un
vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al
pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús (Rm 6, 8-11).
1988
Por el poder del Espíritu Santo participamos en la Pasión de Cristo,
muriendo al pecado, y en su Resurrección, naciendo a una vida nueva;
somos miembros de su Cuerpo que es la Iglesia (cf 1 Co 12), sarmientos
unidos a la Vid que es él mismo (cf Jn 15,1-4):
Por
el Espíritu Santo participamos de Dios. Por la participación del Espíritu
venimos a ser partícipes de la naturaleza divina...Por eso, aquellos en
quienes habita el Espíritu están divinizados (S. Atanasio, ep. Serap.
1,24).
1989
La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que
obra la justificación según el anuncio de Jesús al comienzo del
evangelio: "Convertíos porque el Reino de los Cielos está
cerca" (Mt 4,17). Movido por la gracia, el hombre se vuelve a Dios
y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo
alto. "La justificación entraña, por tanto, el perdón de los
pecados, la santificación y la renovación del hombre interior (Cc. de
Trento: DS 1528).
1990
La justificación separa al hombre del pecado que contradice al amor de
Dios, y purifica su corazón. La justificación sigue a la iniciativa de
la misericordia de Dios que ofrece el perdón. Reconcilia al hombre con
Dios, libera de la servidumbre del pecado y cura.
1991
La justificación es al mismo tiempo la acogida de la justicia de Dios
por la fe en Jesucristo. La justicia designa aquí la rectitud del amor
divino. Con la justificación son difundidas en nuestros corazones la
fe, la esperanza y la caridad, y nos es concedida la obediencia a la
voluntad divina.
1992
La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se
ofreció en la cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya
sangre vino a ser instrumento de propiciación por los pecados de todos
los hombres. La justificación es concedida por el bautismo, sacramento
de la fe. Nos conforma a la justicia de Dios que nos hace interiormente
justos por el poder de su misericordia. Tiene por fin la gloria de Dios
y de Cristo, y el don de la vida eterna (cf Cc. de Trento: DS 1529):
Pero
ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha
manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por
la fe en Jesucristo, para todos los que creen -pues no hay diferencia
alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios- y son
justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención
realizada en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió como instrumento de
propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su
justicia, pasando por alto los pecados cometidos anteriormente, en el
tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el
tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree en Jesús
(Rm 3,21-26).
1993
La justificación establece la colaboración entre la gracia de Dios y
la libertad del hombre. Por parte del hombre se expresa en el
asentimiento de la fe a la Palabra de Dios que lo invita a la conversión,
y en la cooperación de la caridad al impulso del Espíritu Santo que lo
previene y lo guarda:
Cuando
Dios toca el corazón del hombre mediante la iluminación del Espíritu
Santo, el hombre no está sin hacer nada al recibir esta inspiración,
que por otra parte puede rechazar; y, sin embargo, sin la gracia de
Dios, tampoco puede dirigirse, por su voluntad libre, hacia la justicia
delante de él (Cc. de Trento: DS 1525).
1994
La justificación es la obra más excelente del amor de Dios,
manifestado en Cristo Jesús y concedido por el Espíritu Santo. S.
Agustín afirma que "la justificación del impío es una obra más
grande que la creación del cielo y de la tierra", porque "el
cielo y la tierra pasarán, mientras la salvación y la justificación
de los elegidos permanecerán" (ev. Jo. 72,3). Dice incluso que la
justificación de los pecadores supera a la creación de los ángeles en
la justicia porque manifiesta una misericordia mayor.
1995
El Espíritu Santo es el maestro interior. Haciendo nacer al
"hombre interior" (Rm 7,22; Ef 3,16), la justificación
implica la santificación de todo el ser:
Si
en otros tiempos ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la
impureza y al desorden hasta desordenaros, ofrecedlos igualmente ahora a
la justicia para la santidad...al presente, libres del pecado y esclavos
de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna (Rm 6,
19.22).
II LA GRACIA
1996
Nuestra justificación es obra de la gracia de Dios. La gracia es el
favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada,
ser hijos de Dios (cf Jn 1,12-18), hijos adoptivos (cf Rm 8, 14-17),
partícipes de la naturaleza divina (cf 2 P 1,3-4), de la vida eterna
(cf Jn 17,3).
1997
La gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la
intimidad de la vida trinitaria: por el Bautismo el cristiano participa
de la gracia de Cristo, Cabeza de su Cuerpo. Como "hijo
adoptivo" puede ahora llamar "Padre" a Dios, en unión
con el Hijo único. Recibe la vida del Espíritu que le infunde la
caridad y que forma la Iglesia.
1998
Esta vocación a la vida eterna es sobrenatural. Depende enteramente de
la iniciativa gratuita de Dios, porque sólo él puede revelarse y darse
a sí mismo. Sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas
de la voluntad humana, como de toda criatura (1 Co 2,7-9).
1999
La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida
infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para curarla del pecado
y santificarla: es la gracia santificante o deificante, recibida en el
Bautismo. Es en nosotros la fuente de la obra de santificación (cf Jn
4,14; 7,38-39):
Por
tanto, el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo,
todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por
Cristo (2 Co 5,17-18).
2000
La gracia santificante es un don habitual, una disposición estable y
sobrenatural que perfecciona al alma para hacerla capaz de vivir con
Dios, de obrar por su amor. Se debe distinguir entre la gracia habitual,
disposición permanente para vivir y obrar según la llamada divina, y
las gracias actuales, que designan las intervenciones divinas sea en el
origen de la conversión o en el curso de la obra de la santificación.
2001
La preparación del hombre para acoger la gracia es ya una obra de la
gracia. Esta es necesaria para suscitar y sostener nuestra colaboración
a la justificación mediante la fe y a la santificación mediante la
caridad. Dios acaba en nosotros lo que él mismo comenzó, "porque
él, por su operación, comienza haciendo que nosotros queramos; acaba
cooperando con nuestra voluntad ya convertida" (S. Agustín, grat.
17):
Ciertamente
nosotros trabajamos también, pero no hacemos más que trabajar con Dios
que trabaja. Porque su misericordia se nos adelantó para que fuésemos
curados; nos sigue todavía para que, una vez curados, seamos
vivificados; se nos adelanta para que seamos llamados, nos sigue para
que seamos glorificados; se nos adelanta para que vivamos según la
piedad, nos sigue para que vivamos por siempre con Dios, pues sin él no
podemos hacer nada (S. Agustín, nat. et grat. 31).
2002
La libre iniciativa de Dios exige la libre respuesta del hombre, porque
Dios creó al hombre a su imagen concediéndole, con la libertad, el
poder de conocerle y amarle. El alma sólo libremente entra en la comunión
del amor. Dios toca inmediatamente y mueve directamente el corazón del
hombre. Puso en el hombre una aspiración a la verdad y al bien que sólo
él puede colmar. Las promesas de la "vida eterna" responden,
por encima de toda esperanza, a esta aspiración:
Si
tú descansaste el día séptimo, al término de todas tus obras muy
buenas, fue para decirnos por la voz de tu libro que al término de
nuestras obras, "que son muy buenas" por el hecho de que eres
tú quien nos las ha dado, también nosotros en el sábado de la vida
eterna descansaremos en ti (S. Agustín, conf. 13, 36, 51).
2003
La gracia es primera y principalmente el don del Espíritu que nos
justifica y nos santifica. Pero la gracia comprende también los dones
que el Espíritu Santo nos concede para asociarnos a su obra, para
hacernos capaces de colaborar a la salvación de los otros y al
crecimiento del Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Estas son las gracias
sacramentales, dones propios de los distintos sacramentos. Son además
las gracias especiales, llamadas también "carismas", según
el término griego empleado por S. Pablo, y que significa favor, don
gratuito, beneficio (cf LG 12). Cualquiera que sea su carácter, a veces
extraordinario, como el don de milagros o de lenguas, los carismas están
ordenados a la gracia santificante y tienen por fin el bien común de la
Iglesia. Están al servicio de la caridad, que edifica la Iglesia (cf 1
Co 12).
2004
Entre las gracias especiales conviene mencionar las gracias de estado,
que acompañan el ejercicio de las responsabilidades de la vida
cristiana y de los ministerios en el seno de la Iglesia:
Teniendo
dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada, si es el don de
profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si es el ministerio,
en el ministerio; la enseñanza, enseñando; la exhortación,
exhortando. El que da, con sencillez; el que preside, con solicitud; el
que ejerce la misericordia, con jovialidad (Rm 12,6-8).
2005
Siendo de orden sobrenatural, la gracia escapa a nuestra experiencia y sólo
puede ser conocida por la fe. Por tanto, no podemos fundarnos en
nuestros sentimientos o nuestras obras para deducir de ellos que estamos
justificados y salvados (cf Cc. de Trento: DS 1533-34). Sin embargo, según
las palabras del Señor: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt
7,20), la consideración de los beneficios de Dios en nuestra vida y en
la vida de los santos nos ofrece una garantía de que la gracia está
actuando en nosotros y nos incita a una fe cada vez mayor y a una
actitud de pobreza confiada:
Una
de las más bellas ilustraciones de esta actitud se encuentra en la
respuesta de Santa Juana de Arco a una pregunta capciosa de sus jueces
eclesiásticos: "Interrogada si sabía que estaba en gracia en
Dios, responde: `si no lo estoy, que Dios me quiera poner en ella; si
estoy, que Dios me quiera guardar en ella'" (Juana de Arco, proc.).
III EL MERITO
Manifiestas
tu gloria en la asamblea de los santos, y, al coronar sus méritos,
coronas tu propia obra (MR, prefacio de los santos, citando al
"Doctor de la gracia", S. Agustín, Sal. 102,7).
2006
El término "mérito" designa en general la retribución
debida por parte de una comunidad o una sociedad por la acción de uno
de sus miembros, experimentada como obra buena u obra mala, digna de
recompensa o de sanción. El mérito depende de la virtud de la justicia
conforme al principio de igualdad que la rige.
2007
Frente a Dios no hay, en el sentido de un derecho estricto, mérito por
parte del hombre. Entre él y nosotros, la desigualdad no tiene medida,
porque nosotros lo hemos recibido todo de él, nuestro Creador.
2008
El mérito del hombre ante Dios en la vida cristiana proviene de que
Dios ha dispuesto libremente asociar al hombre a la obra de su gracia.
La acción paternal de Dios es lo primero, en cuanto que él impulsa, y
el libre obrar del hombre es lo segundo en cuanto que éste colabora, de
suerte que los méritos de las obras buenas tengan que atribuirse a la
gracia de Dios en primer lugar, y al fiel en segundo lugar. Por otra
parte el mérito del hombre recae también en Dios, pues sus buenas
acciones proceden, en Cristo, de las gracias prevenientes y de los
auxilios del Espíritu Santo.
2009
La adopción filial, haciéndonos partícipes por la gracia de la
naturaleza divina, puede conferirnos, según la justicia gratuita de
Dios, un verdadero mérito. Se trata de un derecho por gracia, el pleno
derecho del amor, que nos hace "coherederos" de Cristo y
dignos de obtener la "herencia prometida de la vida eterna"
(Cc. de Trento: DS 1546). Los méritos de nuestras buenas obras son
dones de la bondad divina (cf. Cc. de Trento: DS 1548). "La gracia
ha precedido; ahora se da lo que es debido...los méritos son dones de
Dios" (S. Agustín, serm. 298,4-5).
2010
Por pertenecer a Dios la iniciativa en el orden de la gracia, nadie
puede merecer la gracia primera, en el inicio de la conversión, del
perdón y de la justificación. Bajo la moción del Espíritu Santo y de
la caridad, podemos después merecer en favor nuestro y de los demás
gracias útiles para nuestra santificación, para el crecimiento de la
gracia y de la caridad, y para la obtención de la vida eterna. Los
mismos bienes temporales, como la salud, la amistad, pueden ser
merecidos según la sabiduría de Dios. Estas gracias y estos bienes son
objeto de la oración cristiana. Esta remedia nuestra necesidad de la
gracia para las acciones meritorias.
2011
La caridad de Cristo es en nosotros la fuente de todos nuestros méritos
ante Dios. La gracia, uniéndonos a Cristo con un amor activo, asegura
la cualidad sobrenatural de nuestros actos y por consiguiente su mérito
tanto ante Dios como ante los hombres. Los santos han tenido siempre una
conciencia viva de que sus méritos eran pura gracia.
Tras
el destierro en la tierra espero gozar de ti en la Patria, pero no
quiero amontonar méritos para el Cielo, quiero trabajar sólo por
vuestro amor...En el atardecer de esta vida compareceré ante ti con las
manos vacías, Señor, porque no te pido que cuentes mis obras. Todas
nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, quiero revestirme
de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de ti
mismo...(S. Teresa del Niño Jesús, ofr.).
IV LA SANTIDAD
CRISTIANA
2012
"Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los
que le aman...a los que de antemano conoció, también los predestinó a
reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito
entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los
llamó; y a los que llamó, a ésos también los justificó; a los que
justificó, a )sos también los glorificó" (Rm 8,28-30).
2013
"Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son
llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la
caridad" (LG 40). Todos son llamados a la santidad: "Sed
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48):
Para
alcanzar esta perfección, los creyentes han de emplear sus fuerzas, según
la medida del don de Cristo, para entregarse totalmente a la gloria de
Dios y al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de
Cristo, haciéndose conformes a su imagen, y siendo obedientes en todo a
la voluntad del Padre. De esta manera, la santidad del Pueblo de Dios
producirá frutos abundantes, como lo muestra claramente en la historia
de la Iglesia la vida de los santos (LG 40).
2014
El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con
Cristo. Esta unión se llama "mística", porque participa en
el misterio de Cristo mediante los sacramentos -"los santos
misterios"- y, en él, en el misterio de la Santa Trinidad. Dios
nos llama a todos a esta unión íntima con él, aunque gracias
especiales o signos extraordinarios de esta vida mística sean
concedidos solamente a algunos para así manifestar el don gratuito
hecho a todos.
2015
El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin
renuncia y sin combate espiritual (cf 2 Tm 4). El progreso espiritual
implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir
en la paz y el gozo de las bienaventuranzas:
El
que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante
comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo
que ya conoce (S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant. 8).
2016
Los hijos de nuestra madre la Santa Iglesia esperan justamente la gracia
de la perseverancia final y de la recompensa de Dios, su Padre, por las
obras buenas realizadas con su gracia en comunión con Jesús (cf Cc. de
Trento: DS 1576). Siguiendo la misma norma de vida, los creyentes
comparten la "bienaventurada esperanza" de aquellos a los que
la misericordia divina congrega en la "Ciudad Santa, la nueva
Jerusalén, que baja del cielo, de junto a Dios, engalanada como una
novia ataviada para su esposo" (Ap 21,2).
RESUMEN
2017
La gracia del Espíritu Santo nos confiere la justicia de Dios. Uniéndonos
por la fe y el Bautismo a la Pasión y a la Resurrección de Cristo, el
Espíritu nos hace participar en su vida.
2018
La justificación, como la conversión, presenta dos aspectos. Bajo la
moción de la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado,
acogiendo así el perdón y la justicia de lo Alto.
2019
La justificación entraña la remisión de los pecados, la santificación
y la renovación del hombre interior.
2020
La justificación nos fue merecida por la Pasión de Cristo. Nos es
concedida mediante el Bautismo. Nos conforma con la justicia de Dios que
nos hace justos. Tiene su fin en la gloria de Dios y de Cristo y el don
de la vida eterna. Es la obra más excelente de la misericordia de Dios.
2021
La gracia es el auxilio que Dios nos da para responder a nuestra vocación
de llegar a ser sus hijos adoptivos. Nos introduce en la intimidad de la
vida trinitaria.
2022
La iniciativa divina en la obra de la gracia previene, prepara y suscita
la respuesta libre del hombre. La gracia responde a las aspiraciones
profundas de la libertad humana; llama al hombre a cooperar con ella y
la perfecciona.
2023
La gracia santificante es el don gratuito que Dios nos hace de su vida,
infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para curarla del pecado
y santificarla.
2024
La gracia santificante nos hace "agradables a Dios". Los
carismas, gracias especiales del Espíritu Santo, están ordenados a la
gracia santificante y tienen por fin el bien común de la Iglesia. Dios
actúa así mediante gracias actuales múltiples que se distinguen de la
gracia habitual, permanente en nosotros.
2025
El hombre no tiene, por sí mismo, mérito ante Dios sino como
consecuencia del libre designio divino de asociarlo a la obra de su
gracia. El mérito pertenece a la gracia de Dios en primer lugar, y a la
colaboración del hombre en segundo lugar. El mérito del hombre recae
en Dios.
2026
La gracia del Espíritu Santo, en virtud de nuestra filiación adoptiva,
puede conferirnos un verdadero mérito según la justicia gratuita de
Dios. La caridad es en nosotros la fuente principal del mérito ante
Dios.
2027
Nadie puede merecer la gracia primera que está en el inicio de la
conversión. Bajo la moción del Espíritu Santo podemos merecer en
favor nuestro y de los demás todas las gracias útiles para llegar a la
vida eterna, como también los necesarios bienes temporales.
2028
"Todos los fieles...son llamados a la plenitud de la vida cristiana
y a la perfección de la caridad" (LG 40). "La perfección
cristiana sólo tiene un límite: el de no tener límite" (S.
Gregorio de Nisa, v. Mos.).
2029
"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome
su cruz y sígame" (Mt 16,24).
Artículo 3 LA
IGLESIA, MADRE Y EDUCADORA
2030
El cristiano realiza su vocación en la Iglesia, en comunión con todos
los bautizados. De la Iglesia recibe la Palabra de Dios, que contiene
las enseñanzas de la ley de Cristo (Gal 6,2). De la Iglesia recibe la
gracia de los sacramentos que le sostienen en el camino. De la Iglesia
aprende el ejemplo de la santidad; reconoce en la Bienaventurada Virgen
María la figura y la fuente de esa santidad; la discierne en el
testimonio auténtico de los que la viven; la descubre en la tradición
espiritual y en la larga historia de los santos que le han precedido y
que la liturgia celebra a lo largo del santoral.
2031
La vida moral es un culto espiritual. Ofrecemos nuestros cuerpos
"como una hostia viva, santa, agradable a Dios" (Rm 12,1) en
el seno del Cuerpo de Cristo que formamos y en comunión con la ofrenda
de su Eucaristía. En la liturgia y la celebración de los sacramentos,
plegaria y enseñanza se conjugan con la gracia de Cristo para iluminar
y alimentar el obrar cristiano. Como el conjunto de la vida cristiana,
la vida moral tiene su fuente y su cumbre en el sacrificio eucarístico.
I VIDA MORAL Y
MAGISTERIO DE LA IGLESIA
2032
La Iglesia, "columna y fundamento de la verdad" (1 Tm 3,15),
"recibió de los apóstoles este solemne mandato de Cristo de
anunciar la verdad que nos salva" (LG 17). "Compete siempre y
en todo lugar a la Iglesia proclamar los principios morales, incluso los
referentes al orden social, así como dar su juicio sobre cualesquiera
asuntos humanos, en la medida en que lo exijan los derechos
fundamentales de la persona humana o la salvación de las almas"
(CIC, can. 747,2).
2033
El magisterio de los pastores de la Iglesia en materia moral se ejerce
ordinariamente en la catequesis y en la predicación, con la ayuda de
las obras de los teólogos y de los autores espirituales. Así se ha
trasmitido de generación en generación, bajo la dirección y
vigilancia de los pastores, el "depósito" de la moral
cristiana, compuesto de un conjunto característico de normas, de
mandamientos y de virtudes que proceden de la fe en Cristo y están
vivificados por la caridad. Esta catequesis ha tomado tradicionalmente
como base, junto al Credo y el Padrenuestro, el Decálogo que enuncia
los principios de la vida moral válidos para todos los hombres.
2034
El romano pontífice y los obispos como "maestros auténticos por
estar dotados de la autoridad de Cristo... predican al pueblo que tienen
confiado la fe que hay que creer y que hay que llevar a la práctica"
(LG 25). El magisterio ordinario y universal del Papa y de los obispos
en comunión con él enseña a los fieles la verdad que han de creer, la
caridad que han de practicar, la bienaventuranza que han de esperar.
2035
El grado supremo de la participación en la autoridad de Cristo está
asegurado por el carisma de la infalibilidad. Esta se extiende a todo el
depósito de la revelación divina (cf LG 25); se extiende también a
todos los elementos de doctrina, comprendida la moral, sin los cuales
las verdades salvíficas de la fe no pueden ser guardadas, expuestas u
observadas (cf CDF, decl. "Mysterium ecclesiae" 3).
2036
La autoridad del Magisterio se extiende también a los preceptos específicos
de la ley natural, porque su observancia, exigida por el Creador, es
necesaria para la salvación. Recordando las precripciones de la ley
natural, el Magisterio de la Iglesia ejerce una parte esencial de su
función profética de anunciar a los hombres lo que son en verdad y de
recordarles lo que deben ser ante Dios (cf. DH 14).
2037
La ley de Dios, confiada a la Iglesia, es enseñada a los fieles como
camino de vida y de verdad. Los fieles, por tanto, tienen el derecho (cf
CIC can. 213) de ser instruidos en los preceptos divinos salvíficos que
purifican el juicio y, con la gracia, curan la razón humana herida.
Tienen el deber de observar las constituciones y los decretos
promulgados por la autoridad legítima de la Iglesia. Aunque sean
disciplinares, estas determinaciones requieren la docilidad en la
caridad.
2038
En la obra de enseñanza y de aplicación de la moral cristiana, la
Iglesia necesita la dedicación de los pastores, la ciencia de los teólogos,
la contribución de todos los cristianos y de los hombres de buena
voluntad. La fe y la práctica del Evangelio procuran a cada uno una
experiencia de la vida "en Cristo" que ilumina y da capacidad
para estimar las realidades divinas y humanas según el Espíritu de
Dios (cf 1 Co 10-15). Así el Espíritu Santo puede servirse de los más
humildes para iluminar a los sabios y los más elevados en dignidad.
2039
Los ministerios deben ejercerse en un espíritu de servicio fraternal y
de dedicación a la Iglesia en nombre del Señor (cf Rm 12,8.11). Al
mismo tiempo, la conciencia de cada uno en su juicio moral sobre sus
actos personales, debe evitar encerrarse en una consideración
individual. Con mayor empeño debe abrirse a ala consideración del bien
de todos según se expresa en la ley moral, natural y revelada, y
consiguientemente en la ley de la Iglesia y en la enseñanza autorizada
del Magisterio sobre las cuestiones morales. No se ha de oponer la
conciencia personal y la razón a la ley moral o al Magisterio de la
Iglesia.
2040
Así puede crearse entre los cristianos un verdadero espíritu filial
frente a la Iglesia. Es el desarrollo normal de la gracia bautismal, que
nos engendró en el seno de la Iglesia y nos hizo miembros del Cuerpo de
Cristo. En su solicitud materna, la Iglesia nos concede la misericordia
de Dios que desborda todos nuestros pecados y actúa especialmente en el
sacramento de la reconciliación. Como una madre previsora nos prodiga
también en su liturgia, día tras día, el alimento de la Palabra y de
la Eucaristía del Señor.
II LOS MANDAMIENTOS
DE LA IGLESIA
2041
Los mandamientos de la Iglesia se sitúan en esta línea de una vida
moral ligada a la vida litúrgica y que se alimenta de ella. El carácter
obligatorio de estas leyes positivas promulgadas por la autoridad eclesiástica
tiene por fin garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu
de oración y en el esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y
del prójimo. Los mandamientos más generales de la santa Madre Iglesia
son cinco:
2042
El primer mandamiento (oír misa entera y los domingos y demás fiestas
de precepto y no realizar trabajos serviles") exige a los fieles
que santifiquen el día en el cual se conmemora la Resurrección del Señor
y las fiestas litúrgicas principales en honor de los misterios del Señor,
de la Santísima Virgen María y de los santos, en primer lugar
participando en la celebración eucarística, y descansando de aquellos
trabajos y ocupaciones que puedan impedir esa santificación de estos días
(cf CIC can. 1246-1248; CCEO, can. 880, § 3; 881, §§ 1. 2. 4).
El
segundo mandamiento ("confesar los pecados mortales al menos una
vez al año") asegura la preparación para la Eucaristía mediante
la recepción del sacramento de la Reconciliación, que continúa la
obra de conversión y de perdón del Bautismo (cf CIC can. 989; CCEO
can.719).
El
tercer mandamiento ("recibir el sacramento de la Eucaristía al
menos por Pascua") garantiza un mínimo en la recepción del Cuerpo
y la Sangre del Señor en conexión con el tiempo de Pascua, origen y
centro de la liturgia cristiana (cf CIC can. 920; CCEO can. 708. 881, §
3).
2043
El cuarto mandamiento (abstenerse de comer carne y ayunar en los días
establecidos por la Iglesia) asegura los tiempos de ascesis y de
penitencia que nos preparan para las fiestas litúrgicas y para adquirir
el dominio sobre nuestros instintos, y la libertad del corazón (cf CIC
can. 1249-51; CCEO can. 882).
El
quinto mandamiento (ayudar a las necesidades de la Iglesia) enuncia que
los fieles están además obligados a ayudar, cada uno según su
posibilidad, a las necesidades materiales de la Iglesia (cf CIC can.
222; CCEO, can. 25. Las Conferencias Episcopales pueden además
establecer otros preceptos eclesiásticos para el propio territorio. Cf
CIC, can. 455).
III VIDA MORAL Y
TESTIMONIO MISIONERO
2044
La fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el
anuncio del evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para
manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el
mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de
vida de los cristianos. "El mismo testimonio de la vida cristiana y
las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para
atraer a los hombres a la fe y a Dios" (AA 6).
2045
Los cristianos, por ser miembros del Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo (cf
Ef 1,22), contribuyen, mediante la constancia de sus convicciones y de
sus costumbres, a la edificación de la Iglesia. La Iglesia aumenta,
crece y se desarrolla por la santidad de sus fieles (cf LG 39),
"hasta que lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de
la plenitud en Cristo" (Ef 4,13).
2046
Mediante un vivir según Cristo, los cristianos apresuran la venida del
Reino de Dios, "Reino de justicia, de verdad y de paz" (MR,
Prefacio de Jesucristo Rey). Sin embargo, no abandonan sus tareas
terrenas; fieles al Maestro, las cumplen con rectitud, paciencia y amor.
RESUMEN
2047
La vida moral es un culto espiritual. El obrar cristiano se alimenta en
la liturgia y la celebración de los sacramentos.
2048
Los mandamientos de la Iglesia se refieren a la vida moral y cristiana,
unida a la liturgia, y que se alimenta de ella.
2049
El Magisterio de los pastores de la Iglesia en materia moral se ejerce
ordinariamente en la catequesis y la predicación sobre la base del Decálogo
que enuncia los principios de la vida moral válidos para todo hombre.
2050
El romano pontífice y los obispos, como Maestros auténticos, predican
al pueblo de Dios la fe que debe ser creída y aplicada en las
costumbres. A ellos corresponde también pronunciarse sobre las
cuestiones morales que atañen a la ley moral y a la razón.
2051
La infalibilidad del Magisterio de los pastores se extiende a todos los
elementos de doctrina, comprendida la moral, sin el cual las verdades
salvíficas de la fe no pueden ser custodiadas, expuestas u observadas.
LOS
DIEZ MANDAMIENTOS
Exodo
20, 2-17 Deuteronomio 5,6-21
2
«Yo, Yahveh, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto,
de la casa de servidumbre.
3 No habrá para ti otros dioses
delante de mí.
4 No te harás escultura ni imagen
alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en
la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra.
5 No te postrarás ante ellas ni les
darás culto, porque yo Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo
la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta
generación de los que me odian,
6 y tengo misericordia por millares
con los que me aman y guardan mis mandamientos.
7 No tomarás en falso el nombre de
Yahveh, tu Dios; porque Yahveh no dejará sin castigo a quien toma su
nombre en falso.
8 Recuerda el día del sábado para
santificarlo.
9 Seis días trabajarás y harás
todos tus trabajos,
10 pero el día séptimo es día de
descanso para Yahveh, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu
hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el
forastero que habita en tu ciudad.
11 Pues en seis días hizo Yahveh el
cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó;
por eso bendijo Yahveh el día del sábado y lo hizo sagrado.
12 Honra a tu padre y a tu madre, para
que se prolonguen tus días sobre la tierra que Yahveh, tu Dios, te va a
dar.
13 No matarás.
14 No cometerás adulterio.
15 No robarás.
16 No darás testimonio falso contra
tu prójimo.
17 No codiciarás la casa de tu prójimo,
ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni
su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo.»
SEGUNDA SECCION: LOS
DIEZ MANDAMIENTOS
"Maestro, ¿qué
he de hacer...?"
2052
"Maestro, ¿qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida
eterna?" Al joven que le hace esta pregunta, Jesús responde
primero invocando la necesidad de reconocer a Dios como "el único
Bueno", como el Bien por excelencia y como la fuente de todo bien.
Luego Jesús le declara: "Si quieres entrar en la vida, guarda los
mandamientos". Y cita a su interlocutor los preceptos que se
refieren al amor del prójimo: "No matarás, no cometerás
adulterio, no robarás, no levantarás testimonio falso, honra a tu
padre y a tu madre". Finalmente, Jesús resume estos mandamientos
de una manera positiva: "Amarás a tu prójimo como a ti
mismo" (Mt 19,16-19).
2053
A esta primera respuesta se añade una segunda: "Si quieres ser
perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás
un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme" (Mt 19,21). Esta
respuesta no anula la primera. El seguimiento de Jesucristo comprende el
cumplir los mandamientos. La Ley no es abolida (cf Mt 5,17), sino que el
hombre es invitado a encontrarla en la Persona de su Maestro, que es
quien le da la plenitud perfecta. En los tres evangelios sinópticos la
llamada de Jesús, dirigida al joven rico, de seguirle en la obediencia
del discípulo, y en la observancia de los preceptos, es relacionada con
el llamamiento a la pobreza y a la castidad (cf Mt 19,6-12. 21. 23-29).
Los consejos evangélicos son inseparables de los mandamientos.
2054
Jesús recogió los diez mandamientos, pero manifestó la fuerza del Espíritu
operante ya en su letra. Predicó la "justicia que sobrepasa la de
los escribas y fariseos" (Mt 5,20), así como la de los paganos (cf
Mt 5,46-47). Desarrolló todas las exigencias de los mandamientos:
"habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás...Pues yo
os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante
el tribunal" (Mt 5,21-22).
2055
Cuando le hacen la pregunta "¿cuál es el mandamiento mayor de la
Ley?" (Mt 22,36), Jesús responde: "Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el
mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás
a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la
Ley y los Profetas" (Mt 22,37-40; cf Dt 6,5; Lv 19,18). El Decálogo
debe ser interpretado a la luz de este doble y único mandamiento de la
caridad, plenitud de la Ley:
En
efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás
y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad
es, por tanto, la ley en su plenitud (Rm 13,9-10).
El Decálogo en la
Sagrada Escritura
2056
La palabra "Decálogo" significa literalmente "diez
palabras" (Ex 34,28; Dt 4,13; 10,4). Estas "diez
palabras" Dios las reveló a su pueblo en la montaña santa. Las
escribió "con su Dedo" (Ex 31,18; Dt 5,22), a diferencia de
los otros preceptos escritos por Moisés (cf Dt 31,9.24). Constituyen
palabras de Dios en un sentido eminente. Son trasmitidas en los libros
del Exodo (cf Ex 20,1-17) y del Deuteronomio (cf Dt 5,6-22). Ya en el
Antiguo Testamento, los libros santos hablan de las "diez
palabras" (cf por ejemplo, Os 4,2; Jr 7,9; Ez 18,5-9); pero es en
la nueva Alianza en Jesucristo donde será revelado su pleno sentido.
2057
El Decálogo se comprende mejor cuando se lee en el contexto del Exodo,
que es el gran acontecimiento liberador de Dios en el centro de la
antigua Alianza. Las "diez palabras", bien sean formuladas
como preceptos negativos, prohibiciones o bien como mandamientos
positivos (como "honra a tu padre y a tu madre"), indican las
condiciones de una vida liberada de la esclavitud del pecado. El Decálogo
es un camino de vida:
Si
amas a tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, sus
preceptos y sus normas, vivirás y te multiplicarás" (Dt 30,16).
Esta
fuerza liberadora del Decálogo aparece, por ejemplo, en el mandamiento
del descanso del sábado, destinado también a los extranjeros y a los
esclavos:
Acuérdate
de que fuiste esclavo en el país de Egipto y de que tu Dios te sacó de
allí con mano fuerte y con tenso brazo (Dt 5,15).
2058
Las "diez palabras" resumen y proclaman la ley de Dios:
"Estas palabras dijo el Señor a toda vuestra asamblea, en la montaña,
de en medio del fuego, la nube y la densa niebla, con voz potente, y
nada más añadió. Luego las escribió en dos tablas de piedra y me las
entregó a mí" (Dt 5,22). Por eso estas dos tablas son llamadas
"el Testimonio" (Ex 25,16), pues contienen las cláusulas de
la Alianza establecida entre Dios y su pueblo. Estas "tablas del
Testimonio" (Ex 31,18; 32,15; 34,29) se deben depositar en el
"arca" (Ex 25,16; 40,1-2).
2059
Las "diez palabras" son pronunciadas por Dios dentro de una
teofanía ("el Señor os habló cara a cara en la montaña, en
medio del fuego": Dt 5,4). Pertenecen a la revelación que Dios
hace de sí mismo y de su gloria. El don de los mandamientos es don de
Dios y de su santa voluntad. Dando a conocer su voluntad, Dios se revela
a su pueblo.
2060
El don de los mandamientos de la ley forma parte de la Alianza sellada
por Dios con los suyos. Según el libro del Exodo, la revelación de las
"diez palabras" es concedida entre la proposición de la
Alianza (cf Ex 19) y su conclusión (cf. Ex 24), después que el pueblo
se comprometió a "hacer" todo lo que el Señor había dicho y
a "obedecerlo" (Ex 24,7). El Decálogo es siempre transmitido
tras el recuerdo de la Alianza ("el Señor, nuestro Dios, estableció
con nosotros una alianza en Horeb": Dt 5,2).
2061
Los mandamientos reciben su plena significación en el interior de la
Alianza. Según la Escritura, el obrar moral del hombre adquiere todo su
sentido en y por la Alianza. La primera de las "diez palabras"
recuerda el amor primero de Dios hacia su pueblo:
Como
había habido, en castigo del pecado, paso del paraíso de la libertad a
la servidumbre de este mundo, por eso la primera frase del Decálogo,
primera palabra de los mandamientos de Dios, se refiere a la libertad:
"yo soy el Señor tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de
la casa de servidumbre" (Ex 20,2; Dt 5,6) (Orígenes, hom. in Ex.
8,1).
2062
Los mandamientos propiamente dichos vienen en segundo lugar. Expresan
las implicaciones de la pertenencia a Dios instituida por la Alianza. La
existencia moral es respuesta a la iniciativa amorosa del Señor. Es
reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias. Es
cooperación al plan que Dios realiza en la historia.
2063
La alianza y el diálogo entre Dios y el hombre están también
confirmados por el hecho de que todas las obligaciones se enuncian en
primera persona ("Yo soy el Señor...") y están dirigidas a
otro sujeto ("tú"). En todos los mandamientos de Dios hay un
pronombre personal singular que designa el destinatario. Al mismo tiempo
que a todo el pueblo, Dios da a conocer su voluntad a cada uno en
particular:
El
Señor prescribió el amor a Dios y enseñó la justicia para con el prójimo
a fin de que el hombre no fuese ni injusto, ni indigno de Dios. Así,
por el Decálogo, Dios preparaba al hombre para ser su amigo y tener un
solo corazón con su prójimo...Las palabras del Decálogo persisten
también entre nosotros (cristianos). Lejos de ser abolidas, han
recibido amplificación y desarrollo por el hecho de la venida del Señor
en la carne (S. Ireneo, haer. 4,16,3-4).
El Decálogo en la
Tradición de la Iglesia
2064
Fiel a la Escritura y siguiendo el ejemplo de Jesús, la Tradición de
la Iglesia ha reconocido en el Decálogo una importancia y una
significación primordiales.
2065
Desde S. Agustín, los "diez mandamientos" ocupan un lugar
preponderante en la catequesis de los futuros bautizados y de los
fieles. En el siglo quince se tomó la costumbre de expresar los
preceptos del Decálogo en fórmulas rimadas, fáciles de memorizar, y
positivas. Estas fórmulas están todavía en uso hoy. Los catecismos de
la Iglesia han expuesto con frecuencia la moral cristiana siguiendo el
orden de los "diez mandamientos".
2066
La división y numeración de los mandamientos ha variado en el curso de
la historia. El presente catecismo sigue la división de los
mandamientos establecida por S. Agustín y que se hizo tradicional en la
Iglesia católica. Es también la de las confesiones luteranas. Los
Padres griegos realizaron una división algo distinta que se encuentra
en las Iglesias ortodoxas y las comunidades reformadas.
2067
Los diez mandamientos enuncian las exigencias del amor de Dios y del prójimo.
Los tres primeros se refieren más al amor de Dios y los otros siete más
al amor del prójimo.
Como
la caridad comprende dos preceptos en los que el Señor condensa toda la
ley y los profetas..., así los diez preceptos se dividen en dos tablas:
tres están escritos en una tabla y siete en la otra (S. Agustín, serm.
33,2,2).
2068
El Concilio de Trento enseña que los diez mandamientos obligan a los
cristianos y que el hombre justificado está también obligado a
observarlos (cf DS 1569-70). Y el Concilio Vaticano II lo afirma:
"Los obispos, como sucesores de los apóstoles, reciben del Señor...la
misión de enseñar a todos los pueblos y de predicar el Evangelio a
todo el mundo para que todos los hombres, por la fe, el bautismo y el
cumplimiento de los mandamientos, consigan la salvación" (LG 24).
La unidad del Decálogo
2069
El Decálogo forma un todo indisociable. Cada una de las "diez
palabras" remite a cada una de las demás y al conjunto; se
condicionan recíprocamente. Las dos tablas se iluminan mutuamente;
forman una unidad orgánica. Transgredir un mandamiento es quebrantar
todos los otros (cf St 2,10-11). No se puede honrar a otro sin bendecir
a Dios su Creador. No se podría adorar a Dios sin amar a todos los
hombres, sus criaturas. El Decálogo unifica la vida teologal y la vida
social del hombre.
El Decálogo y la ley
natural
2070
Los diez mandamientos pertenecen a la revelación de Dios. Nos enseñan
al mismo tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los
deberes esenciales y, por tanto, indirectamente los derechos
fundamentales, inherentes a la naturaleza de la persona humana. El Decálogo
contiene una expresión privilegiada de la "ley natural":
Desde
el comienzo, Dios había puesto en el corazón de los hombres los
preceptos de la ley natural. Primeramente se contentó con recordárselos.
Esto fue el Decálogo (S. Ireneo, haer. 4, 15, 1).
2071
Aunque accesibles a la sola razón, los preceptos del Decálogo han sido
revelados. Para alcanzar un conocimiento completo y cierto de las
exigencias de la ley natural, la humanidad pecadora necesitaba esta
revelación:
En
el estado de pecado, una explicación plena de los mandamientos del Decálogo
resultó necesaria a causa del oscurecimiento de la luz de la razón y
la desviación de la voluntad (S. Buenaventura, sent. 4, 37, 1, 3).
Conocemos
los mandamientos de la ley de Dios por la revelación divina que nos es
propuesta en la Iglesia, y por la voz de la conciencia moral.
La obligación del
Decálogo
2072
Los diez mandamientos, por expresar los deberes fundamentales del hombre
hacia Dios y hacia su prójimo, revelan en su contenido primordial
obligaciones graves. Son básicamente inmutables y su obligación vale
siempre y en todas partes. Nadie podría dispensar de ellos. Los diez
mandamientos están gravados por Dios en el corazón del ser humano.
2073
La obediencia a los mandamientos implica también obligaciones cuya
materia es en sí misma leve. Así, la injuria en palabra está
prohibida por el quinto mandamiento, pero sólo podría ser una falta
grave en función de las circunstancias o de la intención del que la
profiere.
"Sin mí no podéis
hacer nada"
2074 Jesús dice: "Yo
soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí como yo en
él, ése da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada" (Jn
15,5). El fruto evocado en estas palabras es la santidad de una vida
fecundada por la unión con Cristo. Cuando creemos en Jesucristo,
participamos en sus misterios y guardamos sus mandamientos, el Salvador
mismo ama en nosotros a su Padre y a sus hermanos, nuestro Padre y
nuestros hermanos. Su persona viene a ser, por obra del Espíritu, la
norma viva e interior de nuestro obrar. "Este es el mandamiento mío:
que os améis los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15,12).
RESUMEN
2075
"¿Qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida
eterna?" - "Si quieres entrar en la vida, guarda los
mandamientos" (Mt 19,16-17).
2076
Mediante su práctica y su predicación, Jesús manifestó la perennidad
del Decálogo.
2077
El don del Decálogo fue concedido en el marco de la alianza establecida
por Dios con su pueblo. Los mandamientos de Dios reciben su significado
verdadero en y por esta Alianza.
2078
Fiel a la Escritura y siguiendo el ejemplo de Jesús, la Tradición de
la Iglesia ha reconocido en el Decálogo una importancia y una
significación primordial.
2079
El Decálogo forma una unidad orgánica en que cada "palabra"
o "mandamiento" remite a todo el conjunto. Transgredir un
mandamiento es quebrantar toda la ley (cf St 2,10-11).
2080
El Decálogo contiene una expresión privilegiada de la ley natural. Lo
conocemos por la revelación divina y por la razón humana.
2081
Los diez mandamientos, en su contenido fundamental, enuncian
obligaciones graves. Sin embargo, la obediencia a estos preceptos
implica también obligaciones cuya materia es, en sí misma, leve.
2082
Lo que Dios manda lo hace posible por su gracia.
CAPITULO PRIMERO:
"AMARAS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZON, CON TODA TU ALMA Y
CON TODAS TUS FUERZAS"
2083.
Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en estas palabras:
"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y
con toda tu mente" (Mt 22,37; cf Lc 10,27: "...y con todas tus
fuerzas"). Estas palabras siguen inmediatamente a la llamada
solemne: "Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor"
(Dt 6,4).
Dios
amó primero. El amor del Dios Unico es recordado en la primera de las
"diez palabras". Los mandamientos explicitan a continuación
la respuesta de amor que el hombre está llamado a dar a su Dios.
Artículo 1 EL PRIMER
MANDAMIENTO
Yo, el Señor, soy tu
Dios, que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre.
No habrá para ti otros Dioses delante de mí. No te harás escultura ni
imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay
abajo en la tierra, ni en lo que hay en las aguas debajo de la tierra.
No te postrarás ante ellas ni les darás culto" (Ex 20,2-5; cf Dt
5,6-9).
Está escrito: Al Señor
tu Dios adorarás, sólo a él darás culto (Mt 4,10).
I "ADORARAS AL
SEÑOR TU DIOS, Y LE DARAS CULTO"
2084
Dios se da a conocer recordando su acción todopoderosa, bondadosa y
liberadora en la historia de aquel a quien se dirige: "Yo te saqué
del país de Egipto, de la casa de servidumbre". La primera palabra
contiene el primer mandamiento de la ley: "Adorarás al Señor tu
Dios y le servirás...no vayáis en pos de otros Dioses" (Dt
6,13-14). La primera llamada y la justa exigencia de Dios consiste en
que el hombre lo acoja y lo adore.
2085
El Dios único y verdadero revela primero su gloria a Israel (cf Ex
19,16-25; 24,15-18). La revelación de la vocación y de la verdad del
hombre está ligada a la revelación de Dios. El hombre tiene la vocación
de manifestar a Dios mediante su obrar en conformidad con su creación
"a imagen y semejanza de Dios":
No
habrá jamás otro Dios, Trifón, y no ha habido otro desde los siglos
sino el que ha hecho y ordenado el universo. Nosotros no pensamos que
nuestro Dios es distinto del vuestro. Es el mismo que sacó a vuestros
padres de Egipto "con su mano poderosa y su brazo extendido".
Nosotros no ponemos nuestras esperanzas en otro, que no existe, sino en
el mismo que vosotros, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob (S.
Justino, dial. 11,1).
2086
"El primero de los preceptos abarca la fe, la esperanza y la
caridad. En efecto, quien dice Dios, dice un ser constante, inmutable,
siempre el mismo, fiel, perfectamente justo. De ahí se sigue que
nosotros debemos necesariamente aceptar sus Palabras y tener en él una
fe y una confianza completas. El es todopoderoso, clemente,
infinitamente inclinado a hacer el bien. ¿Quién podría no poner en él
todas sus esperanzas? ¿Y quién podrá no amarlo contemplando todos los
tesoros de bondad y de ternura que ha derramado en nosotros? De ahí esa
fórmula que Dios emplea en la Sagrada Escritura tanto al comienzo como
al final de sus preceptos: `Yo soy el Señor'" (Catec. R. 3,2,4).
La fe
2087
Nuestra vida moral tiene su fuente en la fe en Dios que nos revela su
amor. S. Pablo habla de la "obediencia de la fe" (Rm 1,5;
16,26) como de la primera obligación. Hace ver en el
"desconocimiento de Dios" el principio y la explicación de
todas las desviaciones morales (cf Rm 1,18-32). Nuestro deber para con
Dios es creer en él y dar testimonio de él.
2088
El primer mandamiento nos pide que alimentemos y guardemos con prudencia
y vigilancia nuestra fe y que rechacemos todo lo que se opone a ella.
Hay diversas maneras de pecar contra la fe:
La
duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero
lo que Dios ha revelado y que la Iglesia propone creer. La duda
involuntaria designa la vacilación en creer, la dificultad de superar
las objeciones ligadas a la fe o también la ansiedad suscitada por la
oscuridad de ésta. Si es cultivada deliberadamente, la duda puede
conducir a la ceguera del espíritu.
2089
La incredulidad es la menosprecio de la verdad revelada o el rechazo
voluntario de prestarle asentimiento. "Se llama herejía la negación
pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de
creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma;
apostasía es el rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de
la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la
Iglesia a él sometidos" (CIC, can. 751).
La esperanza
2090
Cuando Dios se revela y llama al hombre, éste no puede responder
plenamente al amor divino por sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios
le dé la capacidad de devolverle el amor y de obrar conforme a los
mandamientos de la caridad. La esperanza es la espera confiada de la
bendición divina y de la visión bienaventurada de Dios; es también el
temor de ofender al amor de Dios y de provocar el castigo.
2091
El primer mandamiento condena también los pecados contra la esperanza,
que son la desesperación y la presunción:
Por
la desesperación, el hombre deja de esperar de Dios su salvación
personal, el auxilio para llegar a ella o el perdón de sus pecados. Se
opone a la Bondad de Dios, a su Justicia -porque el Señor es fiel a sus
promesas- y a su Misericordia.
2092
Hay dos clases de presunción. O bien el hombre presume de sus
capacidades (esperando poder salvarse sin la ayuda de lo alto), o bien
presume de la omnipotencia o de la mise ricordia divinas, (esperando
obtener su perdón sin conversión y la gloria sin mérito).
La caridad
2093
La fe en el amor de Dios encierra la llamada y la obligación de
responder a la caridad divina mediante un amor sincero. El primer
mandamiento nos ordena amar a Dios sobre todas las criaturas por él y a
causa de él (cf Dt 6,4-5).
2094
Se puede pecar de diversas maneras contra el amor de Dios. La
indiferencia olvida o rechaza la consideración de la caridad divina;
desprecia su acción preveniente y niega su fuerza. La ingratitud omite
o se niega a reconocer la caridad divina y devolverle amor por amor. La
tibieza es una vacilación o una negligencia en responder al amor
divino; puede implicar la negación a entregarse al movimiento de la
caridad. La acedia o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que
viene de Dios y a sentir horror por el bien divino. El odio de Dios
tiene su origen en el orgullo; se opone al amor de Dios cuya bondad
niega y lo maldice porque condena el pecado e inflige penas.
II
"A EL SOLO DARAS CULTO"
2095
Las virtudes teologales, fe esperanza y caridad, informan y vivifican
las virtudes morales. Así, la caridad nos lleva a dar a Dios lo que en
toda justicia le debemos en cuanto criaturas. La virtud de la religión
nos dispone a esta actitud.
La adoración
2096
La adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a
Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño
de todo lo que existe, como Amor infinito y misericorDioso. "Adorarás
al Señor tu Dios y sólo a él darás culto" (Lc 4,8), dice Jesús
citando el Deuteronomio (6,13).
2097
Adorar a Dios es reconocer, en el respeto y la sumisión absoluta, la
"nada de la criatura", que sólo existe por Dios. Adorar a
Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María
en el Magnificat, confesando con gratitud que él ha hecho grandes cosas
y que su nombre es santo (cf Lc 1,46-49). La adoración del Dios único
libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del
pecado y de la idolatría del mundo.
La oración
2098
Los actos de fe, esperanza y caridad que ordena el primer mandamiento se
realizan en la oración. La elevación del espíritu hacia Dios es una
expresión de nuestra adoración a Dios: oración de alabanza y de acción
de gracia s, de intercesión y de súplica. La oración es una condición
indispensable para poder obedecer los mandamientos de Dios. "Es
preciso orar siempre sin desfallecer" (Lc 18,1).
El sacrificio
2099
Es justo ofrecer a Dios sacrificios en señal de adoración y de
gratitud, de súplica y de comunión: "Toda acción realizada para
unirse a Dios en la santa comunión y poder ser bienaventurado es un
verdadero sacrificio" (S. Agustín, civ. 10,6).
2100
El sacrificio exterior, para ser auténtico, debe ser expresión del
sacrificio espiritual. "Mi sacrificio es un espíritu
contrito..." (Sal 51,19). Los profetas de la Antigua Alianza
denunciaron con frecuencia los sacrificios hechos sin participación
interior (cf Am 5,21-25) o sin amor al prójimo (cf Is 1,10-20). Jesús
recuerda las palabras del profeta Oseas: "Misericordia quiero, que
no sacrificio" (Mt 9,13; 12,7; cf Os 6,6). El único sacrificio
perfecto es el que ofreció Cristo en la cruz en ofrenda total al amor
del Padre y por nuestra salvación (cf Hb 9,13-14). Uniéndonos a su
sacrificio, podemos hacer de nuestra vida un sacrificio para Dios.
Promesas y votos
2101
En varias circunstancias, el cristiano es llamado a hacer promesas a
Dios. El bautismo y la Confirmación, el matrimonio y la ordenación las
exigen siempre. Por devoción personal, el cristiano puede también
prometer a Dios un acto, una oración, una limosna, una peregrinación,
etc. La fidelidad a las promesas hechas a Dios es una manifestación de
respeto a la Majestad divina y de amor hacia el Dios fiel.
2102
"El voto, es decir, la promesa deliberada y libre hecha a Dios
acerca de un bien posible y mejor, debe cumplirse por la virtud de la
religión" (CIC can.1191,1). El voto es un acto de devoción en el
que el cristiano se consagra a Dios o le promete una obra buena. Por
tanto, mediante el cumplimiento de sus votos da a Dios lo que le ha
prometido y consagrado. Los Hechos de los Apóstoles nos muestran a S.
Pablo cumpliendo los votos que había hecho (cf Hch 18,18; 21,23-24).
2103
La Iglesia reconoce un valor ejemplar al voto de practicar los consejos
evangélicos (cf CIC, can 654).
La
santa Iglesia se alegra de que haya en su seno muchos hombres y mujeres
que siguen más de cerca y muestran más claramente el anonadamiento de
Cristo, escogiendo la pobreza con la libertad de los hijos de Dios y
renunciando a su voluntad propia. Estos, pues, se someten a los hombres
por Dios en la búsqueda de la perfección más allá de lo que está
mandado, para parecerse más a Cristo obediente (LG 42).
En
algunos casos, la Iglesia puede, por razones proporcionadas, dispensar
de los votos y las promesas (cf CIC can.692; 1196-97).
El deber social de la
religión y el derecho a la libertad religiosa
2104.
"Todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo
en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a
abrazarla y practicarla" (DH 1). Este deber se desprende de
"su misma naturaleza" (DH 2). No contradice al "respeto
sincero" hacia las diversas religiones, que "no pocas veces
reflejan, sin embargo, un destello de aquella Verdad que ilumina a todos
los hombres" (NA 2), ni a la exigencia de la caridad que empuja a
los cristianos "a tratar con amor, prudencia y paciencia a los
hombres que viven en el error o en la ignorancia de la fe" (DH 14).
2105.
El deber de dar a Dios un culto auténtico corresponde al hombre
individual y socialmente. Esa es "la doctrina tradicional católica
sobre el deber moral de los hombres y de las sociedades respecto a la
religión verdadera y a la única Iglesia de Cristo" (DH 1). Al
evangelizar sin cesar a los hombres, la Iglesia trabaja para que puedan
"informar con el espíritu cristiano el pensamiento y las
costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en la que cada
uno vive" (AA 13). Deber social de los cristianos es respetar y
suscitar en cada hombre el amor de la verdad y del bien. Les exige dar a
conocer el culto de la única verdadera religión, que subsiste en la
Iglesia católica y apostólica (cf DH 1). Los cristianos son llamados a
ser la luz del mundo (cf AA 13). La Iglesia manifiesta así la realeza
de Cristo sobre toda la creación y, en particular, sobre las sociedades
humanas (cf León XIII, enc. "Inmortale Dei"; Pío XI
"Quas primas").
2106
"En materia religiosa, ni se obligue a nadie a actuar contra su
conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella, pública o
privadamente, solo o asociado con otros" (DH 2). Este derecho se
funda en la naturaleza misma de la persona humana, cuya dignidad le hace
adherirse libremente a la verdad divina, que transciende el orden
temporal. Por eso, "permanece aún en aquellos que no cumplen la
obligación de buscar la verdad y adherirse a ella" (DH 2).
2107
"Si, teniendo en cuenta las circunstancias peculiares de los
pueblos, se concede a una comunidad religiosa un reconocimiento civil
especial en el ordenamiento jurídico de la sociedad, es necesario que
al mismo tiempo se reconozca y se respete el derecho a la libertad en
materia religiosa a todos los ciudadanos y comunidades religiosas"
(DH 6).
2108
El derecho a la libertad religiosa no es ni la permisión moral de
adherirse al error (cf León XIII, enc. "Libertas
praestantissimum"), ni un derecho supuesto al error (cf Pío XII,
discurso 6 Diciembre 1953), sino un derecho natural de la persona humana
a la libertad civil, es decir, a la inmunidad de coacción exterior, en
los justos límites, en materia religiosa por parte del poder político.
Este derecho natural debe ser reconocido en el orden jurídico de la
sociedad de manera que constituya un derecho civil (cf DH 2).
2109
El derecho a la libertad religiosa no puede ser de suyo ni ilimitado (cf
Pío VI, breve "Quod aliquantum"), ni limitado solamente por
un "orden público" concebido de manera positivista o
naturalista (cf Pío IX, enc. "Quanta cura"). Los "justos
límites" que le son inherentes deben ser determinados para cada
situación social por la prudencia política, según las exigencias del
bien común, y ratificados por la autoridad civil según "normas
jurídicas, conforme con el orden objetivo moral" (DH 7).
III
"NO HABRA PARA TI OTROS DIOSES DELANTE DE MI"
2110
El primer mandamiento prohíbe honrar a Dioses distintos del Unico Señor
que se reveló a su pueblo. Proscribe la superstición y la irreligión.
La superstición representa en cierta manera un exceso perverso de
religión. La irreligión es un vicio opuesto por defecto a la virtud de
la religión.
La superstición
2111
La superstición es la desviación del sentimiento religioso y de las prácticas
que impone. Puede afectar también al culto que damos al verdadero Dios,
por ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo, mágica
a ciertas prácticas, por otra parte, legítimas o necesarias. Atribuir
su eficacia a la sola materialidad de las oraciones o de los signos
sacramentales, prescindiendo de las disposiciones interiores que exigen,
es caer en la superstición (cf Mt 23,16-22).
La idolatría
2112
El primer mandamiento condena el politeísmo. Exige al hombre no creer
en más Dioses que el Dios verdadero. Y no venerar otras divinidades que
al único Dios. La Escritura recuerda constantemente este rechazo de los
"ídolos, oro y plata, obra de las manos de los hombres", que
"tienen boca y no hablan, ojos y no ven..." Estos ídolos
vanos hacen vano al que les da culto: "Como ellos serán los que
los hacen, cuantos en ellos ponen su confianza" (Sal 115,4-5.8; cf.
Is 44,9-20; Jr 10,1-16; Dn 14,1-30; Ba 6; Sb 13,1-15,19). Dios, por el
contrario, es el "Dios vivo" (Jos 3,10; Sal 42,3, etc.), que
da vida e interviene en la historia.
2113
La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es
una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es
Dios. Hay idolatría desde que el hombre honra y reverencia a una
criatura en lugar de Dios. Trátese de Dioses o de demonios (por
ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los
antepasados, del Estado, del dinero, etc. "No podéis servir a Dios
y al dinero", dice Jesús (Mt 6,24). Numerosos mártires han muerto
por no adorar a "la Bestia" (cf Ap 13-14), negándose incluso
a simular su culto. La idolatría rechaza el único Señorío de Dios;
es, por tanto, incompatible con la comunión divina (cf Gál 5,20; Ef
5,5).
2114
La vida humana se unifica en la adoración del Dios Unico. El
mandamiento de adorar al único Señor da unidad al hombre y lo salva de
una dispersión infinita. La idolatría es una perversión del sentido
religioso innato en el hombre. El idólatra es el que "aplica a
cualquier cosa en lugar de Dios su indestructible noción de Dios"
(Orígenes, Cels. 2,40).
Adivinación y magia
2115
Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin
embargo, la actitud cristiana justa consiste en ponerse con confianza en
las manos de la Providencia en lo que se refiere al futuro y en
abandonar toda curiosidad malsana al respecto. La imprevisión puede
constituir una falta de responsabilidad.
2116
Todas las formas de adivinación deben rechazarse: recurso a Satán o a
los demonios, evocación de los muertos, y otras prácticas que
equivocadamente se supone "desvelan" el porvenir (cf Dt 18,10;
Jr 29,8). La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la
interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el
recurso a "mediums" encierran una voluntad de poder sobre el
tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de
conciliarse los poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y
el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios.
2117
Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se
pretende domesticar las potencias ocultas para ponerlas a su servicio y
obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo -aunque sea para
procurar la salud-, son gravemente contrarias a la virtud de la religión.
Estas prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de
una intención de dañar a otro o recurren a la intervención de los
demonios. El llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo
implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la
Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las
medicinas llamadas tradicionales no legitima ni la invocación de las
potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo.
La irreligión
2118
El primer mandamiento de Dios reprueba los principales pecados de
irreligión, la acción de tentar a Dios en palabras o en obras, el
sacrilegio y la simonía.
2119
La acción de tentar a Dios consiste en poner a prueba de palabra o de
obra, su bondad y su omnipotencia. Así es como Satán quería conseguir
de Jesús que se arrojara del templo y obligase a Dios, mediante este
gesto, a actuar (cf Lc 4,9). Jesús le opone las palabras de Dios:
"No tentarás al Señor tu Dios" (Dt 6,16). El reto que
contiene este tentar a Dios lesiona el respeto y la confianza que
debemos a nuestro Criador y Señor. Incluye siempre una duda respecto a
su amor, su providencia y su poder (cf 1 Co 10.9; Ex 17,2-7; Sal 95,9).
2120
El sacrilegio consiste en profanar o tratar indignamente los sacramentos
y las otras acciones litúrgicas, así como las personas, las cosas y
los lugares consagrados a Dios. El sacrilegio es un pecado grave sobre
todo cuando es cometido contra la Eucaristía, pues en este sacramento
el Cuerpo de Cristo se nos hace presente sustancialmente (cf CIC, can.
1367; 1376).
2121
La simonía (cf Hch 8,9-24) se define como la compra o venta de las
realidades espirituales. A Simón el mago, que quiso comprar el poder
espiritual del que vio dotado a los apóstoles, Pedro le responde:
"Vaya tu dinero a la perdición y tú con él, pues has pensado que
el don de Dios se compra con dinero" (Hch 8,20). Así se ajustaba a
las palabras de Jesús: "Gratis lo recibisteis, dadlo gratis"
(Mt 10,8; cf Is 55,1). Es imposible apropiarse de los bienes
espirituales y de comportarse respecto a ellos como un posesor o un dueño,
pues tienen su fuente en Dios. Sólo es posible recibirlos gratuitamente
de él.
2122
"Fuera de las ofrendas determinadas por la autoridad competente, el
ministro no debe pedir nada por la administración de los sacramentos, y
ha de procurar siempre que los necesitados no queden privados de la
ayuda de los sacramentos por razón de su pobreza" (CIC, can. 848).
La autoridad competente puede fijar estas "ofrendas"
atendiendo al principio de que el pueblo cristiano debe subvenir al
sostenimiento de los ministros de la Iglesia. "El obrero merece su
sustento" (Mt 10,10; cf Lc 10,7; 1 Co 9,5-18; 1 Tm 5,17-18).
El ateísmo
2123
"Muchos de nuestros contemporáneos no perciben de ninguna manera
esta unión íntima y vital con Dios o la rechazan explícitamente ,
hasta tal punto que el ateísmo debe ser considerado entre los problemas
más graves de esta época" (GS 19,1).
2124
El nombre de ateísmo abarca fenómenos muy diversos. Una forma
frecuente del mismo es el materialismo práctico, que limita sus
necesidades y sus ambiciones al espacio y al tiempo. El humanismo ateo
considera falsamente que el hombre es "el fin de sí mismo, el artífice
y demiurgo único de su propia historia" (GS 20,1). Otra forma del
ateísmo contemporáneo espera la liberación del hombre de una liberación
económica y social a la que "la religión, por su propia
naturaleza, es un obstáculo para esta liberación, porque, al orientar
la esperanza del hombre hacia una vida futura ilusoria, lo apartaría de
la construcción de la ciudad terrena" (GS 20,2).
2125
En cuanto rechaza o niega la existencia de Dios, el ateísmo es un
pecado contra la virtud de la religión (cf Rm 1,18). La imputabilidad
de esta falta puede quedar ampliamente disminuida en virtud de las
intenciones y de las circunstancias. En la génesis y difusión del ateísmo
"puede corresponder a los creyentes una parte no pequeña; en
cuanto que, por descuido en la educación para la fe, por una exposición
falsificada de la doctrina, o también por los defectos de su vida
religiosa, moral y social, puede decirse que han velado el verdadero
rostro de Dios y de la religión, más que revelarlo" (GS 19,3).
2126
Con frecuencia el ateísmo se funda en una concepción falsa de la
autonomía humana, llevada hasta el rechazo de toda dependencia respecto
a Dios (cf GS 20,1). Sin embargo, "el reconocimiento de Dios no se
opone en ningún modo a la dignidad del hombre, ya que esta dignidad se
funda y se perfecciona en el mismo Dios" (GS 21,3). "La
Iglesia sabe muy bien que su mensaje conecta con los los deseos más
profundos del corazón humano" (GS 21,7).
El agnosticismo
2127
El agnosticismo reviste varias formas. En ciertos casos, el agnóstico
se resiste a negar a Dios; al contrario, postula la existencia de un ser
transcendente que no podría revelarse y del que nadie podría decir
nada. En otros casos, el agnóstico no se pronuncia sobre la existencia
de Dios, declarando que es imposible probarla e incluso afirmarla o
negarla.
2128
El agnosticismo puede a veces contener una cierta búsqueda de Dios,
pero puede igualmente representar un indiferentismo, una huida ante la
cuestión última de la existencia, y una pereza de la conciencia moral.
El agnosticismo equivale con mucha frecuencia a un ateísmo práctico.
IV "NO TE HARAS
ESCULTURA NI IMAGEN ALGUNA..."
2129
El mandamiento divino entrañaba la prohibición de toda representación
de Dios por mano del hombre. El Deuteronomio lo explica así:
"Puesto que no visteis figura alguna el día en que el Señor os
habló en el Horeb de en medio del fuego, no vayáis a prevaricar y os
hagáis alguna escultura de cualquier representación que sea..."
(Dt 4,15-16). Quien se revela a Israel es el Dios absolutamente
Transcendente. "El lo es todo", pero al mismo tiempo "está
por encima de todas sus obras" (Si 43,27-28). Es la fuente de toda
belleza creada (cf Sb 13,3).
2130
Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento Dios ordenó o permitió la
institución de imágenes que conducirían simbólicamente a la salvación
por el Verbo encarnado: la serpiente de bronce (cf Nm 21,4-9; Sb
16,5-14; Jn 3,14-15), el arca de la Alianza y los querubines (cf Ex 25,
10-12; 1 R 6,23-28; 7,23-26).
2131
Fundándose en el misterio del Verbo encarnado, el séptimo Concilio
ecuménico (celebrado en Nicea en 787), justificó contra los
iconoclastas el culto de las imágenes: las de Cristo, pero también las
de la Madre de Dios, de los ángeles y de todos los santos. Encarnándose,
el Hijo de Dios inauguró una nueva "economía" de las imágenes.
2132
El culto cristiano de las imágenes no es contrario al primer
mandamiento que proscribe los ídolos. En efecto, "el honor dado a
una imagen se remonta al modelo original" (S. Basilio, spir.
18,45), "el que venera una imagen, venera en ella la persona que en
ella está representada" (Cc. de Nicea II: DS 601; cf Cc. de
Trento: DS 1821-25; Cc. Vaticano II: SC 126; LG 67). El honor tributado
a las imágenes sagradas es una "veneración respetuosa", no
una adoración, que sólo corresponde a Dios:
El
culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como
realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que
nos conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige a
la imagen en cuanto tal, no se detiene en ella sino que tiende a la
realidad de que ella es imagen (S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 81, 3,
ad 3).
RESUMEN
2133
"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y
con todas tus fuerzas" (Dt 6,5).
2134
El primer mandamiento llama al hombre para que crea en Dios, espere en
él y lo ame sobre todas las cosas.
2135
"Al Señor tu Dios adorarás" (Mt 4,10). Adorar a Dios, orar a
él, ofrecerle el culto que le corresponde, cumplir las promesas y los
votos que se le han hecho, son actos de la virtud de la religión que
constituyen la obediencia al primer mandamiento.
2136
El deber de dar a Dios un culto auténtico concierne al hombre
individual y socialmente.
2137
El hombre debe "poder profesar libremente la religión en público
y en privado" (DH 15).
2138
La superstición es una desviación del culto que debemos al verdadero
Dios. Desemboca en la idolatría y en las distintas formas de adivinación
y de magia.
2139
La acción de tentar a Dios de palabra o de obra, el sacrilegio, la
simonía, son pecados de irreligión, prohibidos por el primer
mandamiento.
2140
En cuanto niega o rechaza la existencia de Dios, el ateísmo es un
pecado contra el primer mandamiento.
2141
El culto de las imágenes sagradas está fundado en el misterio de la
Encarnación del Verbo de Dios. No es contrario al primer mandamiento.
Artículo 2 EL
SEGUNDO MANDAMIENTO
"No tomarás en
falso el nombre del Señor tu Dios" (Ex 20,7; Dt 5,11).
"Se dijo a los
antepasados: `No perjurarás'...Pues yo os digo que no juréis en modo
alguno" (Mt 5,33-34).
I EL NOMBRE DEL SEÑOR
ES SANTO
2142
El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del Señor.
Pertenece, como el primer mandamiento, a la virtud de la religión y
regula más particularmente nuestro uso de la palabra en las cosas
santas.
2143
Entre todas las palabras de la revelación hay una, singular, que es la
revelación de su Nombre. Dios confía su nombre a los que creen en él;
se revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre pertenece
al orden de la confidencia y la intimidad. "El nombre del Señor es
santo". Por eso el hombre no puede usar mal de él. Lo debe guardar
en la memoria en un silencio de adoración amorosa (cf Za 2,17). No lo
hará intervenir en sus propias palabras sino para bendecirlo, alabarlo
y glorificarlo (cf Sal 29,2; 96,2; 113, 1-2).
2144
La deferencia respecto a su Nombre expresa la que es debida al misterio
de Dios mismo y a toda la realidad sagrada que evoca. El sentido de lo
sagrado pertenece a la virtud de la religión:
Los
sentimientos de temor y de "lo sagrado" ¿son sentimientos
cristianos o no? Nadie puede dudar razonablemente de ello. Son los
sentimientos que tend ríamos, y en un grado intenso, si tuviésemos la
visión del Dios soberano. Son los sentimientos que tendríamos si
verificásemos su presencia. En la medida en que creemos que está
presente, debemos tenerlos. No tenerlos es no verificar, no creer que
está presente (Newman, par. 5,2).
2145
El fiel debe dar testimonio del nombre del Señor confesando su fe sin
ceder al temor (cf Mt 10,32; 1 Tm 6,12). La predicación y la catequesis
deben estar penetradas de adoración y de respeto hacia el nombre de
Nuestro Señor Jesucristo.
2146
El segundo mandamiento prohíbe usar mal del nombre de Dios, es decir,
todo uso inconveniente del nombre de Dios, de Jesucristo, de la Virgen
María y de todos los santos.
2147
Las promesas hechas a otro en nombre de Dios comprometen el honor, la
fidelidad, la veracidad y la autoridad divinas. Deben ser respetadas en
justicia. Ser infiel a ellas es usar mal el nombre de Dios y, en cierta
manera, hacer de Dios un mentiroso (cf 1 Jn 1,10).
2148
La blasfemia se opone directamente al segundo mandamiento. Consiste en
proferir contra Dios -interior o exteriormente- palabras de odio, de
reproche, de desafío; en decir mal de Dios, faltarle al respeto, en las
conversaciones, usar mal el nombre de Dios. Santiago reprueba a
"los que blasfeman el hermoso Nombre (de Jesús) que ha sido
invocado sobre ellos" (St 2,7). La prohibición de la blasfemia se
extiende a las palabras contra la Iglesia de Cristo, los santos y las
cosas sagradas. Es también blasfemo recurrir al nombre de Dios para
justificar prácticas criminales, reducir pueblos a servidumbre,
torturar o dar muerte. El abuso del nombre de Dios para cometer un
crimen provoca el rechazo de la religión.
La
blasfemia es contraria al respeto debido a Dios y a su santo nombre. Es
de suyo un pecado grave (cf CIC, can 1369).
2149
Los palabras mal sonantes que emplean el nombre de Dios sin intención
de blasfemar son una falta de respeto hacia el Señor. El segundo
mandamiento prohíbe también el uso mágico del Nombre divino.
El
Nombre de Dios es grande donde se pronuncia con el respeto debido a su
grandeza y a su Majestad. El nombre de Dios es santo donde se le nombra
con veneración y el temor de ofenderle (S. Agustín, serm. Dom. 2, 45,
19).
II TOMAR EL NOMBRE
DEL SEÑOR EN VANO
2150
El segundo mandamiento prohibe el falso juramento . Hacer juramento o
jurar es tomar a Dios por testigo de lo que se afirma. Es invocar la
veracidad divina como garantía de la propia veracidad. El juramento
compromete el nombre del Señor. "Al Señor tu Dios temerás, a él
le servirás, por su nombre jurarás" (Dt 6,13).
2151
La reprobación del falso juramento es un deber para con Dios. Como
Creador y Señor, Dios es la norma de toda verdad. La palabra humana está
de acuerdo o en oposición con Dios que es la Verdad misma. El
juramento, cuando es veraz y legítimo, pone de relieve la relación de
la palabra humana con la verdad de Dios. El falso juramento invoca a
Dios como testigo de una mentira.
2152
Es perjuro quien, bajo juramento, hace una promesa que no tiene intención
de cumplir, o que, después de haber prometido bajo juramento, no la
mantiene. El perjurio constituye una grave falta de respeto hacia el Señor
de toda palabra. Comprometerse mediante juramento a hacer una obra mala
es contrario a la santidad del Nombre divino.
2153
Jesús expuso el segundo mandamiento en el Sermón de la Montaña:
"Habéis oído que se dijo a los antepasados: `no perjurarás, sino
que cumplirás al Señor tus juramentos'. Pues yo os digo que no juréis
en modo alguno...sea vuestro lenguaje: `sí, sí'; `no, no': que lo que
pasa de aquí viene del Maligno" (Mt 5,33-34. 37; cf St 5,12). Jesús
enseña que todo juramento implica una referencia a Dios y que la
presencia de Dios y de su verdad debe ser honrada en toda palabra. La
discreción del recurso a Dios al hablar va unida a la atención
respetuosa a su presencia, reconocida o menospreciada en cada una de
nuestras afirmaciones.
2154
Siguiendo a San Pablo (cf 2 Co 1,23; Gal 1,20), la tradición de la
Iglesia ha comprendido las palabras de Jesús en el sentido de que no se
oponen al juramento cuando éste se hace por una causa grave y justa
(por ejemplo, ante el tribunal). "El juramento, es decir, la
invocación del Nombre de Dios como testigo de la verdad, sólo puede
prestarse con verdad, con sensatez y con justicia" (CIC, can.
1199,1).
2155
La santidad del nombre divino exige no recurrir a él para cosas fútiles,
y no prestar juramento en circunstancias que pudieran hacerlo
interpretar como una aprobación del poder que lo exigiese injustamente.
Cuando el juramento es exigido por autoridades civiles ilegítimas,
puede ser rechazado. Debe serlo, cuando es impuesto con fines contrarios
a la dignidad de las personas o a la comunión de la Iglesia.
III EL NOMBRE
CRISTIANO
2156
El sacramento del Bautismo es conferido "en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). En el bautismo, el
nombre del Señor santifica al hombre, y el cristiano recibe su nombre
en la Iglesia. Este puede ser el de un santo, es decir, de un discípulo
que vivió una vida de fidelidad ejemplar a su Señor. Al ser puesto
bajo el patrocinio de un santo, se le ofrece un modelo de caridad y se
le asegura su intercesión. El "nombre de bautismo" puede
expresar también un misterio cristiano o una virtud cristiana.
"Procuren los padres, los padrinos y el párroco que no se imponga
un nombre ajeno al sentir cristiano" (CIC, can. 855).
2157
El cristiano comienza su jornada, sus oraciones y sus acciones con la señal
de la cruz, "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo. Amén". El bautizado consagra la jornada a la gloria de Dios
e invoca la gracia del Señor que le permite actuar en el Espíritu como
hijo del Padre. La señal de la cruz nos fortalece en las tentaciones y
en las dificultades.
2158
Dios llama a cada uno por su nombre (cf Is 43,1; Jn 10,3). El nombre de
todo hombre es sagrado. El nombre es la imagen de la persona. Exige
respeto en señal de la dignidad del que lo lleva.
2159
El nombre recibido es un nombre de eternidad. En el reino, el carácter
misterioso y único de cada persona marcada con el nombre de Dios
brillará en plena luz. "Al vencedor...le daré una piedrecita
blanca, y grabado en la piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce,
sino el que lo recibe" (Ap 2,17). "Miré entonces y había un
Cordero, que estaba en pie sobre el monte Sión, y con él ciento
cuarenta y cuatro mil, que llevaban escrito en la frente el nombre del
Cordero y el nombre de su Padre" (Ap 14,1).
RESUMEN
2160
"Señor, Dios Nuestro, ¡qué admirable es tu nombre por toda la
tierra!" (Sal 8,2).
2161
El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del Señor. El
nombre del Señor es santo.
2162
El segundo mandamiento prohíbe todo uso inconveniente del Nombre de
Dios. La blasfemia consiste en usar de una manera injuriosa el nombre de
Dios, de Jesucristo , de la Virgen María y de los santos.
2163
El falso juramento invoca a Dios como testigo de una mentira. El
perjurio es una falta grave contra el Señor, siempre fiel a sus
promesas.
2164
"No jurar ni por Criador ni por criatura, si no fuere con verdad,
necesidad y reverencia" (S. Ignacio de Loyola, ex. spir. 38).
2165
En el Bautismo, la Iglesia da un nombre al cristiano. Los padres, los
padrinos y el párroco deben procurar que se dé un nombre cristiano al
que es bautizado. El patrocinio de un santo ofrece un modelo de caridad
y asegura su intercesión.
2166
El cristiano comienza sus oraciones y sus acciones con la señal de la
cruz "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén".
2167
Dios llama a cada uno por su nombre (cf. Is 43,1).
Artículo 3 EL TERCER
MANDAMIENTO
"Recuerda el día
del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás todos tus
trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para el Señor, tu
Dios. No harás ningún trabajo" (Ex 20,8-10; cf. Dt 5,12-15).
"El sábado ha
sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte
que el Hijo del hombre también es señor del sábado" (Mc
2,27-28).
I EL DIA DEL SABADO
2168
El tercer mandamiento del Decálogo proclama la santidad del sábado:
"El día séptimo será día de descanso completo, consagrado al Señor"
(Ex 31,15).
2169
La Escritura hace a este propósito memoria de la creación: "Pues
en seis días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto
contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo el Señor el día
del sábado y lo hizo sagrado" (Ex 20,11).
2170
La Escritura ve también en el día del Señor un memorial de la
liberación de Israel de la esclavitud de Egipto: "Acuérdate de
que fuiste esclavo en el país de Egipto y de que el Señor tu Dios te
sacó de allí con mano fuerte y tenso brazo; por eso el Señor tu Dios
te ha mandado guardar el día del sábado" (Dt 5,15).
2171
Dios confió a Israel el Sábado para que lo guardara como signo de la
alianza inquebrantable (cf Ex 31,16). El Sábado es para el Señor,
santamente reservado a la alabanza de Dios, de su obra de creación y de
sus acciones salvíficas en favor de Israel.
2172
El obrar de Dios es el modelo del obrar humano. Si Dios "tomó
respiro" el día séptimo (Ex 31,17), también el hombre debe
"holgar" y hacer que los otros, sobre todo los pobres,
"recobren aliento" (Ex 23,12). El Sábado interrumpe los
trabajos cotidianos y concede un respiro. Es un día de protesta contra
las servidumbres del trabajo y el culto al dinero (cf Ne 13, 15-22; 2
Cro 36,21).
2173
El evangelio relata numerosos incidentes en que Jesús es acusado de
quebrantar la ley del sábado. Pero Jesús nunca falta a la santidad de
este día (cf Mc 1,21; Jn 9,16). Da con autoridad la interpretación auténtica
de la misma: "El sábado ha sido instituido para el hombre y no el
hombre para el sábado" (Mc 2,27). Con compasión, Cristo proclama
que "es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una
vida en vez de destruirla" (Mc 3,4). El sábado es el día del Señor
de las misericordias y del honor de Dios (cf Mt 12,5; Jn 7,23). "El
Hijo del hombre es señor del sábado" (Mc 2,28).
II EL DIA DEL SEÑOR
¡Este es el día que
ha hecho el Señor, exultemos y gocémonos en él! (Sal 118,24).
El día de la
Resurrección: la nueva creación
2174
Jesús resucitó de entre los muertos "el primer día de la
semana" (Mt 28,1; Mc 16,2; Lc 24,1; Jn 20,1). En cuanto
"primer día", el día de la Resurrección de Cristo recuerda
la primera creación. En cuanto "octavo día", que sigue al sábado
(cf Mc 16,1; Mt 28,1), significa la nueva creación inaugurada con la
resurrección de Cristo. Para los cristianos vino a ser el primero de
todos los días, la primera de todas las fiestas, el día del Señor
("Hè kyriakè hèmera", "dies dominica"), el
"domingo":
Nos
reunimos todos el día del sol porque es el primer día (después del sábado
judío, pero también el primer día), en que Dios, sacando la materia
de las tinieblas, creó al mundo; ese mismo día, Jesucristo nuestro
Salvador resucitó de entre los muertos (S. Justino, Apol. 1,67).
El domingo, plenitud
del sábado
2175
El Domingo se distingue expresamente del sábado, al que sucede cronológicamente
cada semana, y cuya prescripción litúrgica reemplaza para los
cristianos. Realiza plenamente, en la Pascua de Cristo, la verdad
espiritual del sábado judío y anuncia el descanso eterno del hombre en
Dios. Porque el culto de la ley preparaba el misterio de Cristo, y lo
que se practicaba en ella prefiguraba algún rasgo relativo a Cristo (cf
1 Co 10,11):
Los
que vivían según el orden de cosas antiguo han venido a la nueva
esperanza, no observando ya el sábado, sino el día del Señor, en el
que nuestra vida es bendecida por él y por su muerte (S. Ignacio de
Antioquía, Magn. 9,1).
2176
La celebración del domingo observa la prescripción moral, inscrita en
el corazón del hombre, de " dar a Dios un culto exterior, visible,
público y regular bajo el signo de su bondad universal hacia los
hombres" (S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 122,4). El culto
dominical realiza el precepto moral de la Antigua Alianza, cuyo ritmo y
espíritu recoge celebrando cada semana al Creador y Redentor de su
pueblo.
La eucaristía
dominical
2177
La celebración dominical del Día y de la Eucaristía del Señor tiene
un papel principalísimo en la vida de la Iglesia. "El domingo en
el que se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de
observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto"
(CIC, can. 1246,1).
"Igualmente
deben observarse los días de Navidad, Epifanía, Ascensión, Santísimo
Cuerpo y Sangre de Cristo, Santa María Madre de Dios, Inmaculada
Concepción y Asunción, San José, Santos Apóstoles Pedro y Pablo y,
finalmente, todos los Santos" (CIC, can. 1246,1).
2178
Esta práctica de la asamblea cristiana se remonta a los comienzos de la
edad apostólica (cf Hch 2,42-46; 1 Co 11,17). La carta a los Hebreos
dice: "no abandonéis vuestra asamblea, como algunos acostumbran
hacerlo, antes bien, animaos mutuamente" (Hb 10,25).
La
tradición conserva el recuerdo de una exhortación siempre actual:
"Venir temprano a la Iglesia, acercarse al Señor y confesar sus
pecados, arrepentirse en la oración...Asistir a la sagrada y divina
liturgia, acabar su oración y no marchar antes de la despedida...Lo
hemos dicho con frecuencia: este día os es dado para la oración y el
descanso. Es el día que ha hecho el Señor. En él exultamos y nos
gozamos (Autor anónimo, serm. dom.).
2179
"La parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida de
modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la
autoridad del Obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su
pastor propio" (CIC, can. 515,1). Es el lugar donde todos los
fieles pueden reunirse para la celebración dominical de la eucaristía.
La parroquia inicia al pueblo cristiano en la expresión ordinaria de la
vida litúrgica, la congrega en esta celebración; le enseña la
doctrina salvífica de Cristo. Practica la caridad del Señor en obras
buenas y fraternas:
No
puedes orar en casa como en la Iglesia, donde son muchos los reunidos,
donde el grito de todos se dirige a Dios como desde un solo corazón.
Hay en ella algo más: la unión de los espíritus, la armonía de las
almas, el vínculo de la caridad, las oraciones de los sacerdotes (S.
Juan Crisóstomo, incomprehens. 3,6).
La obligación del
Domingo
2180
El mandamiento de la Iglesia determina y precisa la ley del Señor:
"El domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen
obligación de participar en la Misa" (CIC, can. 1247).
"Cumple el precepto de participar en la Misa quien asiste a ella,
dondequiera que se celebre en un rito católico, tanto el día de la
fiesta como el día anterior por la tarde" (CIC, can. 1248,1)
2181
La eucaristía del Domingo fundamenta y ratifica toda la práctica
cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar en la
eucaristía los días de precepto, a no ser que estén excusados por una
razón seria (por ejemplo, enfermedad, el cuidado de niños pequeños) o
dispensados por su pastor propio (cf CIC, can. 1245). Los que
deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave.
2182
La participación en la celebración común de la eucaristía dominical
es un testimonio de pertenencia y de fidelidad a Cristo y a su Iglesia.
Los fieles proclaman así su comunión en la fe y la caridad.
Testimonian a la vez la santidad de Dios y su esperanza de la salvación.
Se reconfortan mutuamente, guiados por el Espíritu Santo.
2183
"Cuando falta el ministro sagrado u otra causa grave hace imposible
la participación en la celebración eucarística, se recomienda
vivamente que los fieles participen en la liturgia de la palabra, si ésta
se celebra en la iglesia parroquial o en otro lugar sagrado conforme a
lo prescrito por el Obispo diocesano, o permanezcan en oración durante
un tiempo conveniente, solos o en familia, o, si es oportuno, en grupos
de familias" (CIC, can. 1248,2).
Día de gracia y de
descanso
2184
Así como Dios "cesó el día séptimo de toda la tarea que había
hecho" (Gn 2,2), la vida humana sigue un ritmo de trabajo y
descanso. La institución del Día del Señor contribuye a que todos
disfruten del tiempo de descanso y de solaz suficiente que les permita
cultivar su vida familiar, cultural, social y religiosa (cf GS 67,3).
2185
Durante el domingo y las otras fiestas de precepto, los fieles se
abstendrán de entregarse a trabajos o actividades que impidan el culto
debido a Dios, la alegría propia el día del Señor, la práctica de
las obras de misericordia, la distensión necesaria del espíritu y del
cuerpo (cf CIC, can. 1247). Las necesidades familiares o una gran
utilidad social constituyen excusas legítimas respecto al precepto del
descanso dominical. Los fieles deben cuidar que legítimas excusas no
introduzcan hábitos perjudiciales a la religión, a la vida de familia
y a la salud.
El
amor de la verdad busca el santo ocio, la necesidad del amor acoge el
justo trabajo (S. Agustín, civ. 19,19).
2186
Los cristianos que disponen de ocio deben acordarse de sus hermanos que
tienen las mismas necesidades y los mismos derechos y no pueden
descansar a causa de la pobreza y la miseria. El domingo está
tradicionalmente consagrado por la piedad cristiana a obras buenas y a
servicios humildes con los enfermos, débiles y ancianos. Los cristianos
deben santificar también el domingo dedicando a su familia el tiempo y
los cuidados difíciles de prestar los otros días de la semana. El
domingo es un tiempo de reflexión, de silencio, de cultura y de
meditación, que favorecen el crecimiento de la vida interior y
cristiana.
2187
Santificar los domingos y los días de fiesta exige un esfuerzo común.
Cada cristiano debe evitar imponer sin necesidad a otro lo que le
impediría guardar el día del Señor. Cuando las costumbres (deportes,
restaurantes, etc.) y los compromisos sociales (servicios públicos,
etc.) requieren de algunos un trabajo dominical, cada uno tiene la
responsabilidad de un tiempo suficiente de descanso. Los fieles cuidarán
con moderación y caridad evitar los excesos y las violencias
engendrados a veces por espectáculos multitudinarios. A pesar de las
presiones económicas, los poderes públicos deben asegurar a los
ciudadanos un tiempo destinado al descanso y al culto divino. Los
patronos tienen una obligación análoga respecto a sus empleados.
2188
En el respeto de la libertad religiosa y del bien común de todos, los
cristianos deben reclamar el reconocimiento de los domingos y días de
fiesta de la Iglesia como días festivos legales. Deben dar a todos un
ejemplo público de oración, de respeto y de alegría, y defender sus
tradiciones como una contribución preciosa a la vida espiritual de la
sociedad humana. Si la legislación del país u otras razones obligan a
trabajar el domingo, este día debe ser al menos vivido como el día de
nuestra liberación que nos hace participar en esta "reunión de
fiesta", en esta "asamblea de los primogénitos inscritos en
los cielos" (Hb 12,22-23).
RESUMEN
2189
"Guardarás el día del sábado para santificarlo" (Dt 5,12).
"El día séptimo será día de descanso completo, consagrado al Señor"
(Ex 31,15).
2190
El sábado, que representaba la coronación de la primera creación, es
sustituido por el domingo que recuerda la nueva creación, inaugurada en
la resurrección de Cristo.
2191
La Iglesia celebra el día de la Resurrección de Cristo el octavo día,
que es llamado con pleno derecho día del Señor, o domingo (cf SC 106).
2192
"El domingo...ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta
primordial de precepto" (CIC, can 1246,1). "El domingo y las
demás fiestas de precepto, los fieles tienen obligación de participar
en la Misa" (CIC, can. 1247).
2193
"El domingo y las demás fiestas de precepto...los fieles se
abstendrán de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a
Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del
debido descanso de la mente y del cuerpo" (CIC, can 1247).
2194
La institución del domingo contribuye a que todos disfruten de un
"reposo y ocio suficientes para cultivar la vida familiar,
cultural, social y religiosa" (GS 67,3).
2195
Todo cristiano debe evitar imponer, sin necesidad, a otro impedimentos
para guardar el Día del Señor.
CAPITULO SEGUNDO:
"AMARAS A TU PROJIMO COMO A TI MISMO"
Jesús dice a sus
discípulos: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado"
(Jn 13,34).
2196
En respuesta a la pregunta que le hacen sobre cuál es el primero de los
mandamientos, Jesús responde: "El primero es: `Escucha Israel, el
Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas
tus fuerzas'. El segundo es: `Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. No
existe otro mandamiento mayor que estos" (Mc 12,29-31).
El
apóstol S. Pablo lo recuerda: "El que ama al prójimo ha cumplido
la ley. En efecto, lo de: no adulterarás, no matarás, no robarás, no
codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula:
amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo.
La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud" (Rm 13,8-10).
Artículo 4 EL CUARTO
MANDAMIENTO
Honra a tu padre y a
tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor,
tu Dios, te va a dar (Ex 20,12).
Vivía sujeto a ellos
(Lc 2,51).
El Señor Jesús
recordó también la fuerza de este "mandamiento de Dios" (Mc
7,8-13). El apóstol enseña: "Hijos, obedeced a vuestros padres en
el Señor; porque esto es justo. `Honra a tu padre y a tu madre', tal es
el primer mandamiento que lleva consigo una promesa: `para que seas
feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra'" (Ef 6,1-3; cf Dt
5,16).
2197
El cuarto mandamiento encabeza la segunda tabla. Indica el orden de la
caridad. Dios quiso que, después de él, honrásemos a nuestros padres,
a los que debemos la vida y que nos han transmitido el conocimiento de
Dios. Estamos obligados a honrar y respetar a todos los que Dios, para
nuestro bien, ha investido de su autoridad.
2198
Este precepto se expresa de forma positiva, indicando los deberes que se
han de cumplir. Anuncia los mandamientos siguientes que contienen un
respeto particular de la vida, del matrimonio, de los bienes terrenos,
de la palabra. Constituye uno de los fundamentos de la doctrina social
de la Iglesia.
2199
El cuarto mandamiento se dirige expresamente a los hijos en sus
relaciones con sus padres, porque esta relación es la más universal.
Se refiere también a las relaciones de parentesco con los miembros del
grupo familiar. Exige que se dé honor, afecto y reconocimiento a los
ancianos y antepasados. Finalmente se extiende a los deberes de los
alumnos respecto a los maestros, de los empleados respecto a los
patronos, de los subordinados respecto a sus jefes, de los ciudadanos
respecto a su patria, a los que la administran o la gobiernan.
Este
mandamiento implica y sobreentiende los deberes de los padres, tutores,
maestros, jefes, magistrados, gobernantes, de todos los que ejercen una
autoridad sobre otros o sobre una comunidad de personas.
2200
El cumplimiento del cuarto mandamiento comporta su recompensa:
"Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días
sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar" (Ex 20,12; Dt
5,16). La observancia de este mandamiento procura, con los frutos
espirituales, frutos temporales de paz y de prosperidad. Y al contrario,
la no observancia de este mandamiento entraña grandes daños para las
comunidades y las personas humanas.
I LA FAMILIA EN EL
PLAN DE DIOS
Naturaleza de la
familia
2201
La comunidad conyugal está establecida sobre el consentimiento de los
esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los
esposos y a la procreación y educación de los hijos. El amor de los
esposos y la generación de los hijos establecen entre los miembros de
una familia relaciones personales y responsabilidades primordiales.
2202
Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una
familia. Esta disposición es anterior a todo reconocimiento por la
autoridad pública; se impone a ella. Se la considerará como la
referencia normal en función de la cual deben ser apreciadas las
diversas formas de parentesco.
2203
Al crear al hombre y a la mujer, Dios instituyó la familia humana y la
dotó de su constitución fundamental. Sus miembros son personas iguales
en dignidad. Para el bien común de sus miembros y de la sociedad, la
familia implica una diversidad de responsabilidades, de derechos y de
deberes.
La familia cristiana
2204
"La familia cristiana constituye una revelación y una actuación
específicas de la comunión eclesial; por eso...puede y debe decirse
iglesia doméstica" (FC 21, cf LG 11). Es una comunidad de fe,
esperanza y caridad, posee en la Iglesia una importancia singular como
aparece en el Nuevo Testamento (cf Ef 5,21-6,4; Col 3,18-21; 1 P 3,
1-7).
2205
La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de
la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad
procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios. Es
llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración
cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen en ella la
caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera.
2206
Las relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de
sentimientos, afectos e intereses que provienen sobre todo del mutuo
respeto de las personas. La familia es una "comunidad
privilegiada" llamada a realizar un "propósito común de los
esposos y una cooperación diligente de los padres en la educación de
los hijos" (GS 52,1).
II LA FAMILIA Y LA
SOCIEDAD
2207
La familia es la "célula original de la vida social". Es la
sociedad natural donde el hombre y la mujer son llamados al don de sí
en el amor y en el don de la vida. La autoridad, la estabilidad y la
vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos
de la libertad, de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la
sociedad. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se
puede aprender los valores morales, comenzar a honrar a Dios y a usar
bien de la libertad. La vida de familia es iniciación a la vida en
sociedad.
2208
La familia debe vivir de manera que sus miembros aprendan el cuidado y
la atención de los jóvenes y ancianos, de los enfermos o disminuidos,
y de los pobres. Numerosas son las familias que en ciertos momentos no
se hallan en condiciones de prestar esta ayuda. Corresponde entonces a
otras personas, a otras familias, y subsidiariamente a la sociedad,
proveer a sus necesidades. "La religión pura e intachable ante
Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su
tribulación y conservarse incontaminado del mundo" (St 1,27).
2209
La familia debe ser ayudada y defendida mediante medidas sociales
apropiadas. Donde las familias no son capaces de realizar sus funciones,
los otros cuerpos sociales tienen el deber de ayudarlas y de sostener la
institución familiar. De conformidad con el principio de
subisidiariedad, las comunidades más vastas deben abstenerse de privar
a las familias de sus propios derechos y de inmiscuirse en sus vidas.
2210
La importancia de la familia para la vida y el bienestar de la sociedad
(cf GS 47,1) entraña una responsabilidad particular de ésta en el sostén
y fortalecimiento del matrimonio y de la familia. El poder civil ha de
considerar como deber grave "el reconocimiento de la auténtica
naturaleza del matrimonio y de la familia, protegerla y fomentarla,
asegurar la moralidad pública y favorecer la prosperidad doméstica"
(GS 52,2).
2211
La comunidad política tiene el deber de honrar a la familia, asistirla,
y asegurarle especialmente:
–
la libertad de fundar un hogar, de tener hijos y de educarlos de acuerdo
con sus propias convicciones morales y religiosas;
–
la protección de la estabilidad del vínculo conyugal y de la institución
familiar;
–
la libertad de profesar su fe, transmitirla, educar a sus hijos en ella,
con los meDios y las instituciones necesarios;
–
el derecho a la propiedad privada, la libertad de iniciativa, de tener
un trabajo, una vivienda, el derecho a emigrar;
–
conforme a las instituciones del país, el derecho a la atención médica,
a la asistencia de las personas de edad, a los subsiDios familiares;
–
la protección de la seguridad y la higiene, especialmente por lo que se
refiere a peligros como la droga, la pornografía, el alcoholismo, etc;
–
la libertad para formar asociaciones con otras familias y de estar así
representadas ante las autoridades civiles (cf FC 46).
2212
El cuarto mandamiento ilumina las demás relaciones en la sociedad. En
nuestros hermanos y hermanas vemos a los hijos de nuestros padres; en
nuestros primos, los descendientes de nuestros abuelos; en nuestros
conciudadanos, los hijos de nuestra patria; en los bautizados, los hijos
de nuestra madre, la Iglesia; en toda persona humana, un hijo o una hija
del que quiere ser llamado "Padre nuestro". Así, nuestras
relaciones con nuestro prójimo son reconocidas como de orden personal.
El prójimo no es un "individuo" de la colectividad humana; es
"alguien" que por sus orígenes, siempre "próximos"
por una u otra razón, merece una atención y un respeto singulares.
2213
Las comunidades humanas están compuestas de personas. Gobernarlas bien
no puede limitarse simplemente a garantizar los derechos y el
cumplimiento de deberes, como tampoco a la fidelidad a los compromisos.
Las justas relacione entre patronos y empleados, gobernantes y
ciudadanos, suponen la benevolencia natural conforme a la dignidad de
las personas humanas deseosas de justicia y fraternidad.
III DEBERES DE LOS
MIEMBROS DE LA FAMILIA
Deberes de los hijos
2214
La paternidad divina es la fuente de la paternidad humana (cf. Ef 3,14);
es el fundamento del honor de los padres. El respeto de los hijos,
menores o mayores de edad, hacia su padre y hacia su madre (cf Pr 1,8;
Tb 4,3-4), se nutre del afecto natural nacido del vínculo que los une.
Es exigido por el precepto divino (cf Ex 20,12).
2215
El respeto a los padres (piedad filial) está hecho de gratitud para
quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído
sus hijos al mundo y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría
y en gracia. "Con todo tu corazón honra a tu padre, y no olvides
los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido, ¿cómo les
pagarás lo que contigo han hecho?" (Si 7,27-28).
2216
El respeto filial se revela en la docilidad y la obediencia verdaderas.
"Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no desprecies la lección
de tu madre...en tus pasos ellos serán tu guía; cuando te acuestes,
velarán por ti; conversarán contigo al despertar" (Pr 6,20-22).
"El hijo sabio ama la instrucción, el arrogante no escucha la
reprensión" (Pr 13,1).
2217
Mientras vive en el domicilio de sus padres, el hijo debe obedecer a
todo lo que estos dispongan para su bien o el de la familia.
"Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a
Dios en el Señor" (Col 3,20; cf Ef 6,1). Los hijos deben obedecer
también las prescripciones razonables de sus educadores y de todos
aquellos a quienes sus padres los han confiado. Pero si el hijo está
persuadido en conciencia de que es moralmente malo obedecer esa orden,
no debe seguirla.
Cuando
sean mayores, los hijos deben seguir respetando a sus padres. Deben
prever sus deseos, solicitar dócilmente sus consejos y aceptar sus
amonestaciones justificadas. La obediencia a los padres cesa con la
emancipación de los hijos, pero no el respeto que permanece para
siempre. Este, en efecto, tiene su raíz en el temor de Dios, uno de los
dones del Espíritu Santo.
2218
El cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus
responsabilidades para con los padres. En cuanto puedan deben prestarles
ayuda material y moral en los años de vejez y durante los tiempos de
enfermedad, de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda este deber de
gratitud (cf Mc 7,10-12).
El
Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre
sobre su prole. Quien honra a su padre expía sus pecados; como el que
atesora es quien da gloria a su madre. Quien honra a su padre recibirá
contento de sus hijos, y en el día de su oración será escuchado.
Quien da gloria al padre vivirá largos días, obedece al Señor quien
da sosiego a su madre (Si 3,12-13.16).
Hijo,
cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza.
Aunque haya perdido la cabeza, se indulgente, no le desprecies en la
plenitud de tu vigor...Como blasfemo es el que abandona a su padre,
maldito del Señor quien irrita a su madre (Si 3,12.16).
2219
El respeto filial favorece la armonía de toda la vida familiar; atañe
también a las relaciones entre hermanos y hermanas. El respeto a los
padres irradia en todo el ambiente familiar. "Corona de los
ancianos son los hijos de los hijos" (Pr 17,6). "Soportaos
unos a otros en la caridad, en toda humildad, dulzura y paciencia"
(Ef 4,2).
2220
Los cristianos están obligados a una especial gratitud para con
aquellos de quienes recibieron el don de la fe, la gracia del bautismo y
la vida en la Iglesia. Puede tratarse de los padres, de otros miembros
de la familia, de los abuelos, de los pastores, de los catequistas, de
otros maestros o amigos. "Evoco el recuerdo de la fe sincera que tú
tienes, fe que arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice,
y sé que también ha arraigado en ti" (2 Tm 1,5).
Deberes de los padres
2221
La fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de
los hijos, sino que debe extenderse también a su educación moral y a
su formación espiritual. El papel de los padres en la educación
"tiene tanto peso que, cuando falta, difícilmente puede
suplirse" (GE 3). El derecho y el deber de la educación son para
los padres primordiales e inalienables (cf FC 36).
2222
Los padres deben mirar a sus hijos como a hijos de Dios y respetarlos
como a personas humanas. Han de educar a sus hijos en el cumplimiento de
la ley de Dios, mostrándose ellos mismos obedientes a la voluntad del
Padre del cielo.
2223
Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos.
Testimonian esta responsabilidad ante todo por la creación de un hogar,
donde la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio
desinteresado son norma. El hogar es un lugar apropiado para la educación
de las virtudes. Esta requiere el aprendizaje de la abnegación, de un
sano juicio, del dominio de sí, condiciones de toda libertad verdadera.
Los padres han de enseñar a los hijos a subordinar las dimensiones
"materiales e instintivas a las interiores y espirituales" (CA
36). Es una grave responsabilidad para los padres dar buenos ejemplos a
sus hijos. Sabiendo reconocer ante sus hijos sus propios defectos, se
hacen más aptos para guiarlos y corregirlos:
El
que ama a su hijo, le azota sin cesar...el que enseña a su hijo, sacará
provecho de él (Si 30, 1-2).
Padres,
no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la
instrucción y la corrección según el Señor (Ef 6,4).
2224
El hogar constituye un medio natural para la iniciación del ser humano
en la solidaridad y en las responsabilidades comunitarias. Los padres
deben enseñar a los hijos a guardarse de los riesgos y las
degradaciones que amenazan a las sociedades humanas.
2225
Por la gracia del sacramento del matrimonio, los padres han recibido la
responsabilidad y el privilegio de evangelizar a sus hijos. Desde su
primera edad, deberán iniciarlos en los misterios de la fe de los que
ellos son para sus hijos los "primeros anunciadores de la fe"
(LG 11). Desde su más tierna infancia, deben asociarlos a la vida de la
Iglesia. La forma de vida en la familia puede alimentar las
disposiciones afectivas que, durante la vida entera, serán auténticos
preámbulos y apoyos de una fe viva.
2226
La educación en la fe por los padres debe comenzar desde la más tierna
infancia. Esta educación se hace ya cuando los miembros de la familia
se ayudan a crecer en la fe mediante el testimonio de una vida cristiana
de acuerdo con el evangelio. La catequesis familiar precede, acompaña y
enriquece las otras formas de enseñanza de la fe. Los padres tienen la
misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de
hijos de Dios (cf LG 11). La parroquia es la comunidad eucarística y el
corazón de la vida litúrgica de las familias cristianas; es un lugar
privilegiado para la catequesis de los niños y de los padres.
2227
Los hijos, a su vez, contribuyen al crecimiento de sus padres en la
santidad (cf GS 48,4). Todos y cada uno se concederán generosamente y
sin cansarse los perdones mutuos exigidos por las ofensas, las
querellas, las injusticias, y las omisiones. El afecto mutuo lo sugiere.
La caridad de Cristo lo exige (cf Mt 18,21-22; Lc 17,4).
2228
Durante la infancia, el respeto y el afecto de los padres se traducen
ante todo por el cuidado y la atención que consagran en educar a sus
hijos, en proveer a sus necesidades físicas y espirituales. En el
transcurso del crecimiento, el mismo respeto y la misma dedicación
llevan a los padres a enseñar a sus hijos a usar rectamente de su razón
y de su libertad.
2229
Los padres, como primeros responsables de la educación de sus hijos,
tienen el derecho de elegir para ellos una escuela que corresponda a sus
propias convicciones. Este derecho es fundamental. En cuanto sea
posible, los padres tienen el deber de elegir las escuelas que mejor les
ayuden en su tarea de educadores cristianos (cf GE 6). Los poderes públicos
tienen el deber de garantizar este derecho de los padres y de asegurar
las condiciones reales de su ejercicio.
2230
Cuando llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el
derecho de elegir su profesión y su estado de vida. Estas nuevas
responsabilidades deberán asumirlas en una relación confiada con sus
padres, cuyo parecer y consejo pedirán y recibirán dócilmente. Los
padres deben cuidar no violentar a sus hijos ni en la elección de una
profesión ni en la de su futuro cónyuge. Este deber de no inmiscuirse
no les impide, sino al contrario, ayudarles con consejos juiciosos,
particularmente cuando se proponen fundar un hogar.
2231
Hay quienes no se casan para poder cuidar a sus padres, o sus hermanos y
hermanas, para dedicarse más exclusivamente a una profesión o por
otros motivos dignos. Estas personas pueden contribuir grandemente al
bien de la familia humana.
IV LA FAMILIA Y EL
REINO DE DIOS
2232
Los vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos.
A la par el hijo crece, hacia una madurez y autonomía humanas y
espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con más
claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la
respuesta de sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de que la
vocación primera del cristiano es seguir a Jesús (cf Mt 16,25):
"El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de
mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de
mi" (Mt 10,37).
2233
Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la
familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: "El
que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi
hermana y mi madre" (Mt 12,49).
Los
padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el
llamamiento del Señor a uno de sus hijos para que le siga en la
virginidad por el Reino, en la vida consagrada o en el ministerio
sacerdotal.
V LAS AUTORIDADES EN
LA SOCIEDAD CIVIL
2234
El cuarto mandamiento de Dios nos ordena también honrar a todos los
que, para nuestro bien, han recibido de Dios una autoridad en la
sociedad. Este mandamiento determina los deberes de quienes ejercen la
autoridad y de quienes están sometidos a ella.
Deberes de las
autoridades civiles
2235
Los que ejercen una autoridad deben ejercerla como un servicio. "El
que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro
esclavo" (Mt 20,26). El ejercicio de una autoridad está moralmente
regulado por su origen divino, su naturaleza racional y su objeto específico.
Nadie puede ordenar o instituir lo que es contrario a la dignidad de las
personas y a la ley natural.
2236
El ejercicio de la autoridad ha de manifestar una justa jerarquía de
valores con el fin de facilitar el ejercicio de la libertad y de la
responsabilidad de todos. Los superiores deben ejercer la justicia
distributiva con sabiduría teniendo en cuenta las necesidades y la
contribución de cada uno y atendiendo a la concordia y la paz. Deben
velar porque las normas y disposiciones que establezcan no induzcan a
tentación oponiendo el interés personal al de la comunidad (cf CA 25).
2237
El poder político está obligado a respetar los derechos fundamentales
de la persona humana. Y administrar humanamente justicia en el respeto
al derecho de cada uno, especialmente de las familias y de los
desheredados.
Los
derechos políticos inherentes a la ciudadanía pueden y deben ser
concedidos según las exigencias del bien común. No pueden ser
suspendidos por los poderes públicos sin motivo legítimo y
proporcionado. El ejercicio de los derechos políticos está destinado
al bien común de la nación y de la comunidad humana.
Deberes de los
ciudadanos
2238
Los que están sometidos a la autoridad deben mirar a sus superiores
como representantes de Dios que los ha instituido ministros de sus dones
(cf Rm 13,1-2): "Sed sumisos, a causa del Señor, a toda institución
humana... Obrad como hombres libres, y no como quienes hacen de la
libertad un pretexto para la maldad, sino como siervos de Dios" (1
P 2,13.16). Su colaboración leal entraña el derecho, a veces el deber,
de ejercer una justa reprobación de lo que les parece perjudicial para
la dignidad de las personas o el bien de la comunidad.
2239
Deber de los ciudadanos es contribuir con la autoridad civil al bien de
la sociedad en un espíritu de verdad, justicia, solidaridad y libertad.
El amor y el servicio de la patria forman parte del deber de gratitud y
del orden de la caridad. La sumisión a las autoridades legítimas y el
servicio del bien común exigen de los ciudadanos que cumplan con su
responsabilidad en la vida de la comunidad política.
2240
La sumisión a la autoridad y la corresponsabilidad en el bien común
exigen moralmente el pago de los impuestos, el ejercicio del derecho al
voto, la defensa del país:
Dad
a cada cual lo que se le debe: a quien impuestos, impuestos; a quien
tributo, tributo; a quien respeto, respeto; a quien honor, honor (Rm
13,7).
Los
cristianos residen en su propia patria, pero como extranjeros
domiciliados. Cumplen todos sus debe res de ciudadanos y soportan todas
sus cargas como extranjeros...Obedecen a las leyes establecidas, y su
manera de vivir está por encima de las leyes...Tan noble es el puesto
que Dios les ha asignado, que no les está permitido desertar (Epístola
a Diogneto, 5,5.10; 6,10).
El
apóstol nos exhorta a ofrecer oraciones y acciones de gracias por los
reyes y por todos los que ejercen la autoridad, "para que podamos
vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad" (1
Tm 2,2).
2241
Las naciones más prósperas tienen obligación de acoger, en cuanto sea
posible, al extranjero que busca la seguridad y los meDios de vida que
no puede encontrar en su país de origen. Los poderes públicos deben
velar para que se respete el derecho natural que coloca al huésped bajo
la protección de quienes lo reciben.
Las
autoridades civiles, atendiendo al bien común de aquellos que tienen a
su cargo, pueden subordinar el ejercicio del derecho de inmigración a
diversas condiciones jurídicas, especialmente en lo que concierne a los
deberes de los emigrantes respecto al país de adopción. El inmigrante
está obligado a respetar con gratitud el patrimonio material y
espiritual del país que lo acoge, a obedecer sus leyes y contribuir a
sus cargas.
2242
El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las
prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son
contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos
fundamentales de las personas o a las enseñanzas del evangelio. El
rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus
exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su
justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio
de la comunidad política. "Dad al César lo que es del César y a
Dios lo que es de Dios" (Mt 22,21). "Hay que obedecer a Dios
antes que a los hombres" (Hch 5,29):
Cuando
la autoridad pública, excediéndose en sus competencias, oprime a los
ciudadanos, éstos no deben rechazar las exigencias objetivas del bien
común; pero les es lícito defender sus derechos y los de sus
conciudadanos contra el abuso de esta autoridad, guardando los límites
que señala la ley natural y evangélica (GS 74,5).
2243
La resistencia a la opresión de quienes gobiernan no podrá recurrir
legítimamente a las armas sino cuando se reúnan las condiciones
siguientes: (1) en caso de violaciones ciertas, graves y prolongadas de
los derechos fundamentales; (2) después de haber agotado todos los
otros recursos; (3) sin provocar desórdenes peores; (4) que haya
esperanza fundada de éxito; (5) si es imposible prever razonablemente
soluciones mejores.
La comunidad política
y la Iglesia
2044
Toda institución se inspira, al menos implícitamente, en una visión
del hombre y de su destino, de la que saca sus referencias de juicio, su
jerarquía de valores, su línea de conducta. La mayoría de las
sociedades han configurado sus instituciones conforme a una cierta
preeminencia del hombre sobre las cosas. Sólo la religión divinamente
revelada ha reconocido claramente en Dios, Creador y Redentor, el origen
y el destino del hombre. La Iglesia invita a las autoridades civiles a
juzgar y decidir a la luz de la Verdad sobre Dios y sobre el hombre:
Las
sociedades que ignoran esta inspiración o la rechazan en nombre de su
independencia respecto a Dios se ven obligadas a buscar en sí mismas o
a tomar de una ideología sus referencias y finalidades; y, al no
admitir un criterio objetivo del bien y del mal, ejercen sobre el hombre
y sobre su destino, un poder totalitario, declarado o velado, como lo
muestra la historia (cf CA 45; 46).
2245
La Iglesia, que por razón de su misión y su competencia, no se
confunde en modo alguno con la comunidad política, es a la vez signo y
salvaguarda del carácter transcendente de la persona humana. La Iglesia
"respeta y promueve también la libertad y la responsabilidad política
de los ciudadanos" (GS 76,3).
2246
Pertenece a la misión de la Iglesia "emitir un juicio moral también
sobre cosas que afectan al orden político cuando lo exijan los derechos
fundamentales de la persona o la salvación de las almas, aplicando
todos y sólo aquellos meDios que sean conformes al evangelio y al bien
de todos según la diversidad de tiempos y condiciones" (GS 76,5).
RESUMEN
2247
"Honra a tu padre y a tu madre" (Dt 5,16; Mc 7,10).
2248
Según el cuarto mandamiento, Dios quiere que, después que a él,
honremos a nuestros padres y a los que él reviste de autoridad para
nuestro bien.
2249
La comunidad conyugal está establecida sobre la alianza y el
consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están
ordenados al bien de los cónyuges, a la procreación y a la educación
de los hijos.
2250
"La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana
está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y
familiar" (GS 47,1).
2251
Los hijos deben a sus padres respeto, gratitud, justa obediencia y
ayuda. El respeto filial favorece la armonía de toda la vida familiar.
2252
Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos
en la fe, en la oración y en todas las virtudes. Tienen el deber de
atender, en la medida de lo posible, las necesidades físicas y
espirituales de sus hijos.
2253
Los padres deben respetar y favorecer la vocación de sus hijos. Han de
recordar y enseñar que el primer mandamiento del cristiano es seguir a
Jesús.
2254
La autoridad pública está obligada a respetar los derechos
fundamentales de la persona humana y las condiciones de ejercicio de su
libertad.
2255
El deber de los ciudadanos es trabajar con las autoridades civiles en la
edificación de la sociedad en un espíritu de verdad, justicia,
solidaridad y libertad.
2256
El ciudadano está obligado en conciencia a no seguir las prescripciones
de las autoridades civiles cuando son contrarias a las exigencias del
orden moral. "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres"
(Hch 5,29).
-
Toda sociedad refiere sus juicios y su conducta a una visión del
hombre y de su destino. Sin la luz del evangelio sobre Dios y sobre
el hombre, las sociedades se hacen fácilmente totalitarias.
Artículo 5 EL QUINTO
MANDAMIENTO
No matarás (Ex
20,13)
Habéis oído que se
dijo a los antepasados: "No matarás"; y aquél que mate será
reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice
contra su hermano, será reo ante el tribunal (Mt 5,21-22).
2258
"La vida humana es sagrada, porque desde su inicio comporta la acción
creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el
Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su
comienzo hasta su término ; nadie, en ninguna circunstancia, puede
atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano
inocente" (CDF, instr. "Donum vitae", 22).
I EL RESPETO DE LA
VIDA HUMANA
El testimonio de la
historia santa
2259
La Escritura, en el relato de la muerte de Abel a manos de su hermano Caín
(cf Gn 4,8-12), revela, desde los comienzos de la historia humana, la
presencia en el hombre de la ira y la codicia, consecuencias del pecado
original. El hombre se convirtió en el enemigo de sus semejantes. Dios
manifiesta la maldad de este fratricidio: "¿Qué has hecho? Se oye
la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito
seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la
sangre de tu hermano" (Gn 4,10-11).
2260
La alianza de Dios y de la humanidad está tejida de llamamientos a
reconocer la vida humana como don divino y de la existencia de una
violencia fratricida en el corazón del hombre:
Y
yo os prometo reclamar vuestra propia sangre...Quien vertiere sangre de
hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios
hizo él al hombre (Gn 9,5-6).
El
Antiguo Testamento consideró siempre la sangre como un signo sagrado de
la vida (cf Lv 17,14). La necesidad de esta enseñanza es de todos los
tiempos.
2261
La Escritura precisa lo que el quinto mandamiento prohíbe: "No
quites la vida del inocente y justo" (Ex 23,7). El homicidio
voluntario de un inocente es gravemente contrario a la dignidad del ser
humano, a la regla de oro y a la santidad del Creador. La ley que lo
proscribe posee una validez universal: Obliga a todos y a cada uno,
siempre y en todas partes.
2262
En el Sermón de la Montaña, el Señor recuerda el precepto: "No
matarás" (Mt 5,21), y añade el rechazo absoluto de la ira, del
odio y de la venganza. Más aún, Cristo exige a sus discípulos
presentar la otra mejilla (cf Mt 5,22-39), amar a los enemigos (cf Mt
5,44). El mismo no se defendió y dijo a Pedro que guardase la espada en
la vaina (cf Mt 26,52).
La legítima defensa
2263
La legítima defensa de las personas y las sociedades no es una excepción
a la prohibición de la muerte del inocente que constituye el homicidio
voluntario. "La acción de defenderse puede entrañar un doble
efecto: el uno es la conservación de la propia vida; el otro, la muerte
del agresor...solamente es querido el uno; el otro, no" (S. Tomás
de Aquino, s.th. 2-2, 64,7).
2264
El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad.
Es, por tanto, legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El
que defiende su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando se ve
obligado a asestar a su agresor un golpe mortal:
Si
para defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se
trataría de una acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia de
forma mesurada, la acción sería lícita...y no es necesario para la
salvación que se omita este acto de protección mesurada para evitar
matar al otro, pues es mayor la obligación que se tiene de velar por la
propia vida que por la de otro (S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2, 64,7).
2265
La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber
grave, para el que es responsable de la vida de otro. La defensa del
bien común exige colocar al agresor en la situación de no poder causar
perjuicio. Por este motivo, los que tienen autoridad legítima tienen
también el derecho de rechazar, incluso con el uso de las armas, a los
agresores de la sociedad civil confiada a su responsabilidad.
2266
A la exigencia de tutela del bien común corresponde el esfuerzo del
Estado para contener la difusión de comportamientos lesivos de los
derechos humanos y de las normas fundamentales de la convivencia civil.
La legítima autoridad pública tiene el derecho y el deber de aplicar
penas proporcionadas a la gravedad del delito. La pena tiene, ante todo,
la finalidad de reparar el desorden introducido por la culpa. Cuando la
pena es aceptada voluntariamente por el culpable, adquiere un valor de
expiación. La pena finalmente, además de la defensa del orden público
y la tutela de la seguridad de las personas, tiene una finalidad
medicinal: en la medida de lo posible debe contribuir a la enmienda del
culpable (cf Lc 23, 40-43).
2267
La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena
comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el
recurso a la pena de muerte, si ésta fuera el único camino posible
para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas.
Pero
si los meDios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la
seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos meDios,
porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común
y son más conformes con la dignidad de la persona humana.
Hoy,
en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado
para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo
ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse,
los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo
"suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan
algunos" (Evangelium vitae, 56).
El homicidio
voluntario
2268
El quinto mandamiento condena como gravemente pecaminoso el homicidio
directo y voluntario. El que mata y los que cooperan voluntariamente con
él cometen un pecado que clama venganza al cielo (cf Gn 4,10).
El
infanticidio (cf GS 51,3), el fratricidio, el parricidio, el homicidio
del cónyuge son crímenes especialmente graves a causa de los vínculos
naturales que rompen. Preocupaciones de eugenismo o de salud pública no
pueden justificar ningún homicidio, aunque fuera ordenado por las
propias autoridades.
2269
El quinto mandamiento prohíbe hacer algo con intención de provocar
indirectamente la muerte de una persona. La ley moral prohíbe exponer a
alguien sin razón grave a un riesgo mortal así como negar la
asistencia a una persona en peligro.
La
aceptación por parte de la sociedad de hambres que provocan la muerte
sin esforzarse por remediarlas es una escandalosa injusticia y una falta
grave. Los traficantes cuyas prácticas usureras y mercantiles provocan
el hambre y la muerte de sus hermanos los hombres, cometen
indirectamente un homicidio. Este les es imputable (cf. Am 8,4-10).
El
homicidio involuntario no es imputable moralmente. Pero no se está
libre de falta grave cuando, sin razones proporcionadas, se ha obrado de
manera que se ha seguido la muerte, incluso sin intención de darla.
El aborto
2270
La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde
el momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia,
el ser humano debe ver reconocidos los derechos de la persona, entre los
cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida (cf
CDF, instr. "Donum vitae" 25).
Antes
de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que
nacieses te tenía consagrado (Jr 1,5; Jb 10,8-12; Sal 22, 10-11).
Y
mis huesos no se te ocultaban, cuando era yo hecho en lo secreto, tejido
en las honduras de la tierra (Sal 139,15)
2271
Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo
aborto provocado. Esta enseñanza no ha cambiado; permanece invariable.
El aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es
gravemente contrario a la ley moral.
No
matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién
nacido (Didajé, 2,2; Bernabé, ep. 19,5; Epístola a Diogneto 5,5;
Tertuliano, apol. 9).
Dios,
Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de
conservar la vida, misión que deben cumplir de modo digno del hombre.
Por consiguiente, se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde
la concepción; tanto el aborto como el infanticidio son crímenes
nefandos (GS 51,3).
2272
La cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La
Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la
vida humana. "Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre
en excomunión latae sententiae" (CIC, can. 1398) es decir,
"de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el
delito" (CIC, can 1314), en las condiciones previstas por el
Derecho (cf CIC, can. 1323-24). Con esto la Iglesia no pretende
restringir el ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la
gravedad del crimen cometido, el daño irreparable causado al inocente a
quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad.
2273
El derecho inalienable a la vida de todo individuo humano inocente
constituye un elemento constitutivo de la sociedad civil y de su
legislación:
"Los
derechos inalienables de la persona deben ser reconocidos y respetados
por parte de la sociedad civil y de la autoridad política. Estos
derechos del hombre no están subordinados ni a los individuos ni a los
padres, y tampoco son una concesión de la sociedad o del Estado:
pertenecen a la naturaleza humana y son inherentes a la persona en
virtud de la acto creador que la ha originado. Entre esos derechos
fundamentales es preciso recordar a este propósito el derecho de todo
ser humano a la vida y a integridad física desde la concepción hasta
la muerte" (CDF, instr. "Donum vitae" 101-102) .
"Cuando
una ley positiva priva a una categoría de seres humanos de la protección
que el ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos
ante la ley. Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los
derechos de todo ciudadano, y particularmente de quien es más débil,
se quebrantan los fundamentos mismos del Estado de derecho...El respeto
y la protección que se han de garantizar, desde su misma concepción, a
quien debe nacer, exige que la ley prevea sanciones penales apropiadas
para toda deliberada violación de sus derechos" (CDF, instr.
"Donum vitae" 103.104).
2274
Puesto que debe ser tratado como una persona desde la concepción, el
embrión deberá ser defendido en su integridad, cuidado y curado en la
medida de lo posible, como todo otro ser humano.
El
diagnóstico prenatal es moralmente lícito, "si respeta la vida e
integridad del embrión y del feto humano, y si se orienta hacia su
custodia o hacia su curación... Pero se opondrá gravemente a la ley
moral cuando contempla la posibilidad, en dependencia de sus resultados,
de provocar un aborto: un diagnóstico que atestigua la existencia de
una malformación o de una enfermedad hereditaria no debe equivaler a
una sentencia de muerte" (CDF, instr. "Donum vitae" 34).
2275
Se deben considerar "lícitas las intervenciones sobre el embrión
humano, siempre que respeten la vida y la integridad del embrión, que
no lo expongan a riesgos desproporcionados, que tengan como fin su
curación, la mejora de sus condiciones de salud o su supervivencia
individual" (CDF, instr. "Donum vitae" 36).
"Es
inmoral producir embriones humanos destinados a ser explotados como
`material biológico' disponible" (CDF, instr. "Donum
vitae" 45).
"Algunos
intentos de intervenir en el patrimonio cromosómico y genético no son
terapéuticos, sino que miran a la producción de seres humanos
seleccionados en cuanto al sexo u otras cualidades prefijadas. Estas
manipulaciones son contrarias a la dignidad personal del ser humano, a
su integridad y a su identidad" (CDF, Inst. "Donum vitae"
50).
La eutanasia
2276
Aquellos cuya vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a
un respeto especial. Las personas enfermas o disminuidas deben ser
atendidas para que lleven una vida tan normal como sea posible.
2277
Cualesquiera que sean los motivos y los meDios, la eutanasia directa
consiste en poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o
moribundas. Es moralmente reprobable.
Por
tanto, una acción o una omisión que, de suyo o en la intención,
provoca la muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio
gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto del
Dios vivo, su Creador. El error de juicio en el que se puede haber caído
de buena fe no cambia la naturaleza de este acto homicida, que se ha de
proscribir y excluir siempre.
2278
La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos,
extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítimo.
Interrumpir estos tratamientos es rechazar el "encarnizamiento
terapéutico". Con esto no se pretende provocar la muerte; se
acepta no poder impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por el
paciente, si para ello tiene competencia y capacidad o si no por los que
tienen los derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y
los intereses legítimos del paciente.
2279
Aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos
a una persona enferma no pueden legítimamente ser interrumpidos. El uso
de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con
riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la
dignidad humana si la muerte no es buscada, ni como fin ni como medio,
sino solamente prevista y tolerada como inevitable. Los cuidados
paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad
desinteresada. Por esta razón deben ser alentados.
El suicidio
2280
Cada uno es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. El
sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla
con gratitud y preservarla para su honor y la salvación de nuestras
almas. Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos
ha confiado. No disponemos de ella.
2281
El suicidio contradice la inclinación natural del ser humano a
conservar y perpetuar su vida. Es gravemente contrario al justo amor de
sí mismo. Ofende también al amor del prójimo porque rompe
injustamente los lazos de solidaridad con las sociedades familiar,
nacional y humana con las cuales estamos obligados. El suicidio es
contrario al amor del Dios vivo.
2282
Si es cometido con intención de servir de ejemplo, especialmente a los
jóvenes, el suicidio adquiere además la gravedad del escándalo. La
cooperación voluntaria al suicidio es contraria a la ley moral.
Trastornos
síquicos graves, la angustia, o el temor grave de la prueba, del
sufrimiento o de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del
suicida.
2283
No se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que
se han dado muerte. Dios puede haberles facilitado por vías que él
solo conoce la ocasión de un arrepentimiento saludable. La Iglesia ora
por las personas que han atentado contra su vida.
II EL RESPETO DE LA
DIGNIDAD DE LAS PERSONAS
El respeto del alma
del prójimo: el escándalo
2284
El escándalo es la actitud o el comportamiento que llevan a otro a
hacer el mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo.
Atenta contra la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la
muerte espiritual. El escándalo constituye una falta grave, si por acción
u omisión, arrastra deliberadamente a otro a una falta grave.
2285
El escándalo adquiere una gravedad particular según la autoridad de
quienes lo causan o de la debilidad de quienes lo padecen. Inspiró a
nuestro Señor esta maldición: "al que escandalice a uno de estos
pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una
de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo
profundo del mar" (Mt 18,6; cf 1 Co 8,10-13). El escándalo es
grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o por función, están
obligados a enseñar y educar a los otros. Jesús, en efecto, lo
reprocha a los escribas y fariseos: los compara a lobos disfrazados de
corderos (cf Mt 7,15).
2286
El escándalo puede ser provocado por la ley o por las instituciones,
por la moda o por la opinión.
Así
se hacen culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras
sociales que llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción
de la vida religiosa, o a "condiciones sociales que, voluntaria o
involuntariamente, hacen ardua y prácticamente imposible una conducta
cristiana conforme a los mandamientos" (Pío XII, discurso 1 Junio
1941). Lo mismo ha de decirse de los empresarios que imponen
procedimientos que incitan al fraude, de los educadores que
"exasperan" a sus alumnos (cf Ef 6,4; Col 3,21), o los que,
manipulando la opinión pública, la desvían de los valores morales.
2287
El que usa los poderes de que dispone en condiciones que arrastran a
hacer el mal se hace culpable de escándalo y responsable del mal que
directa o indirectamente ha favorecido. "Es imposible que no vengan
escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen!" (Lc 17,1).
El respeto de la
salud
2288
La vida y la salud física son bienes preciosos confiados por Dios.
Debemos cuidar de ellos racionalmente teniendo en cuenta las necesidades
de los demás y el bien común.
El
cuidado de la salud de los ciudadanos requiere la ayuda de la sociedad
para lograr las condiciones de existencia que permiten crecer y llegar a
la madurez: alimento y vestido, vivienda, cuidados sanitarios, enseñanza
básica, empleo, asistencia social.
2289
La moral exige el respeto de la vida corporal, pero no hace de ella un
valor absoluto. Se opone a una concepción neopagana que tiende a
promover el culto del cuerpo, a sacrificar todo a él, a idolatrar la
perfección física y el éxito deportivo. Semejante concepción, por la
selección que opera entre los fuertes y los débiles, puede conducir a
la perversión de las relaciones humanas.
2290
La virtud de la templanza recomienda evitar toda clase de excesos, el
abuso de la comida, del alcohol, del tabaco y de las medicinas. Quienes
en estado de embriaguez, o por afición inmoderada de velocidad, ponen
en peligro la seguridad de los demás y la suya propia en las
carreteras, en el mar o en el aire, se hacen gravemente culpables.
2291
El uso de la droga inflige muy graves daños a la salud y a la vida
humana. A excepción de los casos en que se recurre a ello por
prescripciones estrictamente terapéuticas, es una falta grave. La
producción clandestina y el tráfico de drogas son prácticas
escandalosas; constituyen una cooperación directa, porque incitan a
ellas, a prácticas gravemente contrarias a la ley moral.
El respeto de la
persona y la investigación científica
2292
Los experimentos científicos, médicos o sicológicos, en personas o
grupos humanos, pueden contribuir a la curación de los enfermos y al
progreso de la salud pública.
2293
Tanto la investigación científica de base como la investigación
aplicada constituyen una expresión significativa del dominio del hombre
sobre la creación. La ciencia y la técnica son recursos preciosos
cuando son puestos al servicio del hombre y promueven su desarrollo
integral en beneficio de todos; sin embargo, por sí solas no pueden
indicar el sentido de la existencia y del progreso humano. La ciencia y
la técnica están ordenadas al hombre que les ha dado origen y
crecimiento; tienen por tanto en la persona y sus valores morales la
indicación de su finalidad y la conciencia de sus límites.
2294
Es ilusorio reivindicar la neutralidad moral de la investigación científica
y de sus aplicaciones. Por otra parte, los criterios de orientación no
pueden ser deducidos ni de la simple eficacia técnica, ni de la
utilidad que puede resultar de ella para unos con detrimento de los
otros, ni, pero aún, de las ideologías dominantes. La ciencia y la técnica
requieren por su significación intrínseca el respeto incondicionado de
los criterios fundamentales de la moralidad; deben estar al servicio de
la persona humana, de sus derechos inalienables, de su bien verdadero e
integral, conforme al designio y la voluntad de Dios.
2295
Las investigaciones o experimentos en el ser humano no pueden legitimar
actos que en sí mismos son contrarios a la dignidad de las personas y a
la ley moral. El consentimiento eventual de los sujetos no justifica
tales actos. La experimentación en el ser humano no es moralmente legítima
si hace correr riesgos desproporcionados o evitables a la vida o a la
integridad física o síquica del sujeto. La experimentación en seres
humanos no es conforme a la dignidad de la persona si, por añadidura,
se hace sin el consentimiento consciente del sujeto o de quienes tienen
derecho sobre ellos.
2296
El trasplante de órganos es conforme a la ley moral si los daños y los
riesgos físicos y psíquicos que padece el donante son proporcionados
al bien que se busca para el destinatario. La donación de órganos
después de la muerte es un acto noble y meritorio, que debe ser
alentado como manifestación de solidaridad generosa. Es moralmente
inadmisible si el donante o sus legítimos representantes no han dado su
explícito consentimiento. Además, no se puede admitir moralmente la
mutilación que deja inválido, o provocar directamente la muerte,
aunque se haga para retrasar la muerte de otras personas.
El respeto de la
integridad corporal
2297
Los secuestros y el tomar rehenes hacen que impere el terror y, mediante
la amenaza, ejercen intolerables presiones sobre las víctimas. Son
moralmente ilegítimos. El terrorismo amenaza, hiere y mata sin
discriminación; es gravemente contrario a la justicia y a la caridad.
La tortura, que usa de violencia física o moral, para arrancar
confesiones, para castigar a los culpables, intimidar a los que se
oponen, satisfacer el odio, es contraria al respeto de la persona y de
la dignidad humana. Exceptuados los casos de precripciones médicas de
orden estrictamente terapéutico, las amputaciones, mutilaciones o
esterilizaciones directamente voluntarias de personas inocentes son
contrarias a la ley moral (cf Dz 3722).
2298
En tiempos pasados, se recurrió de modo ordinario a prácticas crueles
por parte de autoridades legítimas para mantener la ley y el orden, con
frecuencia sin protesta de los pastores de la Iglesia, que incluso
adoptaron, en sus propios tribunales las prescripciones del derecho
romano sobre la tortura. Junto a estos hechos lamentables, la Iglesia ha
enseñado siempre el deber de clemencia y misericordia; prohibió a los
clérigos derramar sangre. En tiempos recientes se ha hecho evidente que
estas prácticas crueles no eran ni necesarias para el orden público ni
conformes a los derechos legítimos de la persona humana. Al contrario,
estas prácticas conducen a peores degradaciones. Es preciso esforzarse
por su abolición, y orar por las víctimas y sus verdugos.
El respeto a los
muertos
2299
A los moribundos se han de prestar todas las atenciones necesarias para
ayudarles a vivir sus últimos momentos en la dignidad y la paz. Serán
ayudados por la oración de sus parientes, los cuales velarán para que
los enfermos reciban a tiempo los sacramentos que preparan para el
encuentro con el Dios vivo.
2300
Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en
la fe y la esperanza de la resurrección. Enterrar a los muertos es una
obra de misericordia corporal (cf Tb 1,16-18), que honra a los hijos de
Dios, templos del Espíritu Santo.
2301
La autopsia de los cadáveres es admisible moralmente cuando hay razones
de orden legal o de investigación científica. El don gratuito de órganos
después de la muerte es legítimo y puede ser meritorio.
La
Iglesia permite la incineración cuando con ella no se cuestiona la fe
en la resurrección del cuerpo (cf CIC, can. 1176,3).
III LA DEFENSA DE LA
PAZ
La paz
2302
Recordando el precepto: "no matarás" (Mt 5,21), nuestro Señor
exige la paz del corazón y denuncia la inmoralidad de la cólera
homicida y del odio:
La
cólera es un deseo de venganza. "Desear la venganza para el mal de
aquel a quien es preciso castigar, es ilícito"; pero es loable
imponer una reparación "para la corrección de los vicios y el
mantenimiento de la justicia" (S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2,
158, 1 ad 3). Si la cólera llega hasta el desear deliberado de matar al
prójimo o de herirlo gravemente, constituye una falta grave contra la
caridad; es pecado mortal. El Señor dice: "Todo aquel que se
encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal" (Mt
5,22).
2303
El odio voluntario es contrario a la caridad. El odio al prójimo es
pecado cuando el hombre le desea deliberadamente un mal. El odio al prójimo
es un pecado grave cuando se le desea deliberadamente un daño grave.
"Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os
persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial..." (Mt
5,44-45).
2304
El respeto y el crecimiento de la vida humana exigen la paz. La paz no
es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de
fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra, sin la
salvaguarda de los bienes de las personas, la libre comunicación entre
los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los
pueblos, la práctica asidua de la fraternidad. Es "tranquilidad
del orden" (S. Agustín, civ. 19,13). Es obra de la justicia (cf Is
32,17) y efecto de la caridad (cf GS 78, 1-2).
2305
La paz terrena es imagen y fruto de la paz de Cristo, el "Príncipe
de la paz" mesiánica (Is 9,5). Por la sangre de su cruz, "dio
muerte al odio en su carne" (Ef 2,16; cf. Col 1,20-22), reconcilió
con Dios a los hombres e hizo de su Iglesia el sacramento de la unidad
del género humano y de su unión con Dios. "El es nuestra
paz" (Ef 2,14). Declara "bienaventurados a los que obran la
paz" (Mt 5,9).
2306
Los que renuncian a la acción violenta y sangrienta y recurren para la
defensa de los derechos del hombre a meDios que están al alcance de los
más débiles, dan testimonio de caridad evangélica, siempre que esto
se haga sin lesionar los derechos y obligaciones de los otros hombres y
de las sociedades. Atestiguan legítimamente la gravedad de los riesgos
físicos y morales del recurso a la violencia con sus ruinas y sus
muertes (cf GS 78,5).
Evitar la guerra
2307
El quinto mandamiento condena la destrucción voluntaria de la vida
humana. A causa de los males y de las injusticias que ocasiona toda
guerra, la Iglesia insta constantemente a todos a orar y actuar para que
la Bondad divina nos libre de la antigua servidumbre de la guerra (cf GS
81, 4).
2308
Todo ciudadano y todo gobernante está obligado a trabajar para evitar
las guerras.
Sin
embargo, "mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad
internacional competente y provista de la fuerza correspondiente, una
vez agotados todos los meDios de acuerdo pacífico, no se podrá negar a
los gobiernos el derecho a la legítima defensa" (GS 79,4).
2309
Se han de considerar con rigor las condiciones estrictas de una legítima
defensa mediante la fuerza militar. La gravedad de semejante decisión
somete a ésta a condiciones rigurosas de legitimidad moral. Es preciso
a la vez:
–
Que el daño infringido por el agresor a la nación o a la comunidad de
las naciones sea duradero, grave y cierto.
–
Que los restantes meDios para ponerle fin hayan resultado impracticables
o ineficaces.
–
Que se reúnan las condiciones serias de éxito.
–
Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves
que el mal que se pretende eliminar. El poder de los meDios modernos de
destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta
condición.
Estos
son los elementos tradicionales enumerados en la doctrina llamada de la
"guerra justa".
La
apreciación de estas condiciones de legitimidad moral pertenece al
juicio prudente de los responsables del bien común.
2310
Los poderes públicos tienen en este caso el derecho y el deber de
imponer a los ciudadanos las obligaciones necesarias para la defensa
nacional.
Los
que se dedican al servicio de la patria en la vida militar son
servidores de la seguridad y de la libertad de los pueblos. Si realizan
correctamente su tarea, colaboran verdaderamente al bien común de la
nación y al mantenimiento de la paz (cf GS 79,5).
2311
Los poderes públicos atenderán equitativamente a los que, por motivos
de conciencia, rechazan el empleo de las armas; estos siguen obligados a
servir de otra forma a la comunidad humana (cf GS 79,3).
2312
La Iglesia y la razón humana declaran la validez permanente de la ley
moral durante los conflictos armados. "Ni, una vez estallada
desgraciadamente la guerra, es todo lícito entre los
contendientes" (GS 79,4).
2313
Es preciso respetar y tratar con humanidad a los no combatientes, los
soldados heridos y los prisioneros.
Las
acciones deliberadamente contrarias al derecho de gentes y a sus
principios universales, como las disposiciones que las ordenan son crímenes.
Una obediencia ciega no basta para excusar a los que se someten a ellas.
Así, la exterminación de un pueblo, de una nación o de una minoría
étnica debe ser condenada como un pecado mortal. Existe la obligación
moral de desobedecer aquellas disposiciones que ordenan genociDios .
2314
"Toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción
de ciudades enteras o de amplias regiones con sus habitantes, es un
crimen contra Dios y contra el hombre mismo, que hay que condenar con
firmeza y sin vacilaciones" (GS 80,4). Un riesgo de la guerra
moderna consiste en facilitar a los que poseen armas científicas,
especialmente atómicas, biológicas o químicas, la ocasión de cometer
semejantes crímenes.
2315
La acumulación de armas es para muchos como una manera paradógica de
apartar de la guerra a posibles adversarios. Ven en ella el más eficaz
de los meDios, para asegurar la paz entre las naciones. Este
procedimiento de disuasión merece severas reservas morales. La carrera
de armamentos no asegura la paz. En lugar de eliminar las causas de
guerra, corre el riesgo de agravarlas. La inversión de riquezas
fabulosas en la fabricación de armas siempre nuevas impide la ayuda a
los pueblos necesitados (cf PP 53), y obstaculiza su desarrollo. El
exceso de armamento multiplica las razones de conflictos y aumenta el
riesgo de contagio.
2316
La producción y el comercio de armas atañen hondament e al bien común
de las naciones y de la comunidad internacional. Por tanto, las
autoridades públicas tienen el derecho y el deber de regularlas. La búsqueda
de intereses privados o colectivos a corto plazo no legitima iniciativas
que fomentan violencias y conflictos entre las naciones, y que
comprometen el orden jurídico internacional.
2317
Las injusticias, las desigualdades excesivas de orden económico o
social, la envidia, la desconfianza y el orgullo, que existen entre los
hombres y las naciones, amenazan sin cesar la paz y causan las guerras.
Todo lo que se hace para superar estos desórdenes contribuye a edificar
la paz y evitar la guerra:
En
la medida en que los hombres son pecadores, les amenaza y les amenazará
hasta la venida de Cristo, el peligro de guerra; en la medida en que,
unidos por la caridad, superan el pecado, se superan también las
violencias hasta que se cumpla la palabra: "De sus espadas forjarán
arados y de sus lanzas podaderas. Ninguna nación levantará ya más la
espada contra otra y no se adiestrarán más para el combate" (Is
2,4) (GS 78,6).
RESUMEN
2318
"Dios tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de
toda carne de hombre" (Jb 12,10).
2319
Toda vida humana, desde el momento de la concepción hasta la muerte, es
sagrada, pues la persona humana ha sido amada por sí misma a imagen y
semejanza del Dios vivo y santo.
2320
Causar la muerte a un ser humano es gravemente contrario a la dignidad
de la persona y a la santidad del Creador.
2321
La prohibición de causar la muerte no suprime el derecho de impedir que
un injusto agresor cause daño. La legítima defensa es un deber grave
para quien es responsable de la vida de otro o del bien común.
2322
Desde su concepción, el niño tiene el derecho a la vida. El aborto
directo, es decir, buscado como un fin o como un medio, es una práctica
infame (cf GS 27,3) gravemente contraria a la ley moral. La Iglesia
sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida
humana.
2323
Porque ha de ser tratado como una persona desde su concepción, el embrión
debe ser defendido en su integridad, atendido y curado como todo otro
ser humano.
2324
La eutanasia voluntaria, cualesquiera que sean sus formas y sus motivos,
constituye un homicidio. Es gravemente contraria a la dignidad de la
persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador.
2325
El suicidio es gravemente contrario a la justicia, a la esperanza y a la
caridad. Está prohibido por el quinto mandamiento.
2326
El escándalo constituye una falta grave cuando por acción u omisión
arrastra deliberadamente a otro a pecar gravemente.
2327
A causa de los males y de las injusticias que ocasiona toda guerra,
debemos hacer todo lo que es razonablemente posible para evitarla. La
Iglesia implora así: "del hambre, de la peste y de la guerra, líbranos
Señor".
2328
La Iglesia y la razón humana afirman la validez permanente de la ley
moral durante los conflictos armados. Las prácticas deliberadamente
contrarias al derecho de gentes y a sus principios universales son crímenes.
2329
"La carrera de armamentos es una plaga gravísima de la humanidad y
perjudica a los pobres de modo intolerable" (GS 81,3).
2330
"Bienaventurados los que obran la paz, porque ellos serán llamados
hijos de Dios" (Mt 5,9).
Artículo 6 EL SEXTO
MANDAMIENTO
"No cometerás
adulterio" (Ex 20,14; Dt 5,17).
"Habéis oído
que se dijo: "No cometerás adulterio". Pues yo os digo: Todo
el que
mira a una mujer deseándola,
ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt 5,27-28).
I "HOMBRE Y
MUJER LOS CREO..."
2331
"Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal
de amor. Creándola a su imagen ... Dios inscribe en la humanidad del
hombre y de la mujer la vocación, y consiguientemente la capacidad y la
responsabilidad del amor y de la comunión" (FC 11).
"Dios
creó el hombre a imagen suya...hombre y mujer los creó" (Gn
1,27). "Creced y multiplicaos" (Gn 1,28); "el día en que
Dios creó al hombre, le hizo a imagen de Dios. Los creó varón y
hembra, los bendijo, y los llamó "Hombre" en el día de su
creación" (Gn 5,1-2).
2332
La sexualidad afecta a todos los aspectos de la persona humana, en la
unidad de su cuerpo y su alma. Concierne particularmente a la
afectividad, la capacidad de amar y de procrear y, de manera más
general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otro.
2333
Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad
sexual. La diferencia y la complementariedad físicas, morales y
espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y al
desarrollo de la vida familiar. La armonía de la pareja y de la
sociedad depende en parte de la manera en que son vividas entre los
sexos la complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos.
2334
"Creando al hombre ‘varón y mujer’, Dios da la dignidad
personal de igual modo al hombre y a la mujer" (FC 22; cf GS 49,2).
"El hombre es una persona, y esto se aplica en la misma medida al
hombre y a la mujer, porque los dos fueron creados a imagen y semejanza
de un Dios personal" (MD 6).
2335
Cada uno de los sexos es, con una dignidad igual, aunque de manera
distinta, imagen del poder y de la ternura de Dios. La unión del hombre
y de la mujer en el matrimonio es una manera de imitar en la carne la
generosidad y la fecundidad del Creador: "el hombre deja a su padre
y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne" (Gn
2,24). De esta unión proceden todas las generaciones humanas (cf Gn
4,1-2.25-26; 5,1).
2336
Jesús vino a restaurar la creación en la pureza de sus orígenes. En
el Sermón de la montaña interpreta de manera rigurosa el plan de Dios:
"Habéis oído que se dijo: `no cometerás adulterio'. Pues yo os
digo: `todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio
con ella en su corazón'" (Mt 5,27-28). El hombre no debe separar
lo que Dos ha unido (cf Mt 19,6).
La
Tradición de la Iglesia ha entendido el sexto mandamiento como una
regulación completa de la sexualidad humana.
II LA VOCACION A LA
CASTIDAD
2337
La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la
persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal
y espiritual. La sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del
hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente
humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en
el don mutuo entero y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer.
La
virtud de la castidad, por tanto, entraña la integridad de la persona y
la integralidad del don.
La integridad de la
persona
2338
La persona casta mantiene la integridad de las fuerzas de vida y de amor
depositadas en ella. Esta integridad asegura la unidad de la persona; se
opone a todo comportamiento que la lesionaría. No tolera ni la doble
vida ni el doble lenguaje (cf Mt 5,37).
2339
La castidad comporta un aprendizaje del dominio de sí, que es una
pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre
controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se
hace desgraciado (cf Si 1,22). "La dignidad del hombre requiere, en
efecto, que actúe según una elección consciente y libre, es decir,
movido e inducido personalmente desde dentro y no bajo la presión de un
ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra
esta dignidad cuando, liberándose de toda esclavitud de las pasiones,
persigue su fin en la libre elección del bien y se procura con eficacia
y habilidad los meDios adecuados" (GS 17).
2340
El que quiere permanecer fiel a las promesas de su bautismo y resistir
las tentaciones debe poner los meDios para ello: el conocimiento de sí,
la práctica de una ascesis adaptada a las situaciones encontradas, la
obediencia a los mandamientos divinos, la práctica de las virtudes
morales y la fidelidad a la la oración. "La castidad nos
recompone; nos devuelve a la unidad que habíamos perdido dispersándonos"
(S. Agustín, conf. 10,29; 40).
2341
La virtud de la castidad forma parte de la virtud cardinal de la
templanza, que tiende a impregnar de razón las pasiones y los apetitos
de la sensibilidad humana.
2342
El dominio de sí es una obra que dura toda la vida. Nunca se la
considerará adquirida de una vez para siempre. Supone un esfuerzo
repetido en todas las edades de la vida (cf Tt 2,1-6). El esfuerzo
requerido puede ser más intenso en ciertas épocas, como cuando se
forma la personalidad, durante la infancia y la adolescencia.
2343
La castidad tiene unas leyes de crecimiento; éste pasa por grados
marcados por la imperfección y, muy a menudo, por el pecado.
"Pero, el hombre, llamado a vivir responsablemente el designio
sabio y amoroso de Dios, es un ser histórico que se construye día a día
con sus opciones numerosas y libres; por esto él conoce, ama y realiza
el bien moral según las diversas etapas de crecimiento" (FC 34).
2344
La castidad representa una tarea eminentemente personal; implica también
un esfuerzo cultural pues "el desarrollo de la persona humana y el
crecimiento de la sociedad misma están mutuamente condicionados"
(GS 25,1). La castidad supone el respeto de los derechos de la persona,
en particular, el de recibir una información y una educación que
respeten las dimensiones morales y espirituales de la vida humana.
2345
La castidad es una virtud moral. Es también un don de Dios, una gracia,
un fruto de la obra espiritual (cf Gál 5,22). El Espíritu Santo
concede, al que ha sido regenerado por el agua del bautismo, imitar la
pureza de Cristo (cf 1 Jn 3,3).
La integralidad del
don de sí
2346
La caridad es la forma de todas las virtudes. Bajo su influencia, la
castidad aparece como una escuela de donación de la persona. El dominio
de sí está ordenado al don de sí mismo. La castidad conduce al que la
practica a ser ante el prójimo un testigo de la fidelidad y de la
ternura de Dios.
2347
La virtud de la castidad se desarrolla en la amistad. Indica al discípulo
cómo seguir e imitar al que nos eligió como sus amigos (cf Jn 15,15),
se dio totalmente a nosotros y nos hace participar de su condición
divina. La castidad es promesa de inmortalidad.
La
castidad se expresa especialmente en la amistad con el prójimo.
Desarrollada entre personas del mismo sexo o de sexos distintos, la
amistad representa un gran bien para todos. Conduce a la comunión
espiritual.
Los diversos regímenes
de la castidad
2348
Todo bautizado es llamada a la castidad. El cristiano se ha
"revestido de Cristo" (Gal 3,27), modelo de toda castidad.
Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida casta según su
estado de vida particular. En el momento de su Bautismo, el cristiano se
compromete a dirigir su afectividad en la castidad.
2349
La castidad "debe calificar a las personas según los diferentes
estados de vida: a unas, en la virginidad o en el celibato consagrado,
manera eminente de dedicarse más fácilmente a Dios solo con corazón
indiviso; a otras, de la manera que determina para ellas la ley moral,
según sean casadas o celibatarias" (CDF, decl. "Persona
humana" 11). Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad
conyugal; las otras practican la castidad en la continencia.
Existen
tres formas de la virtud de la castidad: una de los esposos, otra de las
viudas, la tercera de la virginidad. No alabamos a una con exclusión de
las otras. En esto la disciplina de la Iglesia es rica (S. Ambrosio,
vid. 23).
2350
Los novios están llamados a vivir la castidad en la continencia. En
esta prueba han de ver un descubrimiento del mutuo respeto, un
aprendizaje de la fidelidad y de la esperanza de recibirse el uno y el
otro de Dios. Reservarán para el tiempo del matrimonio las
manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal. Deben
ayudarse mutuamente a crecer en la castidad.
Las ofensas a la
castidad
2351
La lujuria es un deseo o un goce desordenados del placer venéreo. El
placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo,
separado de las finalidades de procreación y de unión.
2352
Por la masturbación se ha de entender la excitación voluntaria de los
órganos genitales a fin de obtener un placer venéreo. "Tanto el
Magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una tradición constante, como
el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la
masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado".
"El uso deliberado de la facultad sexual fuera de las relaciones
conyugales normales contradice a su finalidad, sea cual fuere el motivo
que lo determine". Así, el goce sexual es buscado aquí al margen
de "la relación sexual requerida por el orden moral; aquella
relación que realiza el sentido íntegro de la mutua entrega y de la
procreación humana en el contexto de un amor verdadero" (CDF,
decl. "Persona humana" 9).
Para
emitir un juicio justo sobre la responsabilidad moral de los sujetos y
para orientar la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez
afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u
otros factores síquicos o sociales que pueden atenuar o tal vez reducir
al mínimo la culpabilidad moral.
2353
La fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera
del matrimonio. Es gravemente contraria a la dignidad de las personas y
de la sexualidad humana, naturalmente ordenada al bien de los esposos así
como a la generación y educación de los hijos. Además, es un escándalo
grave cuando se da corrupción de menores.
2354
La pornografía consiste en dar a conocer actos sexuales, reales o
simulados, fuera de la intimidad de los protagonistas, exhibiéndolos
ante terceras personas de manera deliberada. Ofende la castidad porque
desnaturaliza la finalidad del acto sexual. Atenta gravemente a la
dignidad de quienes se dedican a ella (actores, comerciantes, público),
pues cada uno viene a ser para otro objeto de un placer rudimentario y
de una ganancia ilícita. Introduce a unos y a otros en la ilusión de
un mundo ficticio. Es una falta grave. Las autoridades civiles deben
impedir la producción y la distribución de material pornográfico.
2355
La prostitución atenta contra la dignidad de la persona que se
prostituye, reducida al placer venéreo que se saca de ella. El que paga
peca gravemente contra sí mismo: quebranta la castidad a la que lo
comprometió su bautismo y mancha su cuerpo, templo del Espíritu Santo
(cf 1 Co 6, 15-20). La prostitución constituye una lacra social.
Habitualmente afecta a las mujeres, pero también a los hombres, los niños
y los adolescentes (en estos dos últimos casos el pecado entraña también
un escándalo). Es siempre gravemente pecaminoso dedicarse a la
prostitución, pero la miseria, el chantaje, y la presión social pueden
atenuar la imputabilidad de la falta.
2356
La violación es forzar o agredir con violencia la intimidad sexual de
una persona. Atenta contra la justicia y la caridad. La violación
lesiona profundamente el derecho de cada uno al respeto, a la libertad,
a la integridad física y moral. Produce un daño grave que puede marcar
a la víctima para toda la vida. Es siempre un acto intrínsecamente
malo. Más grave todavía es la violación cometida por parte de los
padres (cf incesto) o de educadores con los niños que les están
confiados.
Castidad y
homosexualidad
2357
La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que
experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia
personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los
siglos y las culturas. Su origen síquico permanece ampliamente
inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como
depravaciones graves (cf Gn 19,1-29; Rm 1,24-27; 1 Co 6,10; 1 Tm 1,10),
la Tradición ha declarado siempre que "los actos homosexuales son
intrínsecamente desordenados" (CDF, decl. "Persona
humana" 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual
al don de la vida. No proceden de una complementariedad afectiva y
sexual verdadera. No pueden recibir aprobación en ningún caso.
2358
Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias
homosexuales profundamente radicadas. Esta inclinación, objetivamente
desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba.
Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará,
respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas
están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son
cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor, las dificultades
que pueden encontrar a causa de su condición.
2359
Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante las
virtudes de dominio, educadoras de la libertad interior, y a veces
mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la
gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a
la perfección cristiana.
III EL AMOR DE LOS
ESPOSOS
2360
La sexualidad está ordenada al amor conyugal del hombre y de la mujer.
En el matrimonio, la intimidad corporal de los esposos viene a ser un
signo y una garantía de comunión espiritual. Entre bautizados, los vínculos
del matrimonio están santificados por el sacramento.
2361
"La sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno a
otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo
puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona
humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano
solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la
mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte" (FC 11):
Tobías
se levantó del lecho y dijo a Sara: "Levántate, hermana, y oremos
y pidamos a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos salve".
Ella se levantó y empezaron a suplicar y a pedir el poder quedar a
salvo. Comenzó él diciendo: "¡Bendito seas tú, Dios de nuestros
padres...tú creaste a Adán, y para él creaste a Eva, su mujer, para
sostén y ayuda, y para que de ambos proviniera la raza de los hombres.
Tú mismo dijiste: `no es bueno que el hombre se halle solo; hagámosle
una ayuda semejante a él'. Yo no tomo a esta mi hermana con deseo
impuro, mas con recta intención. Ten piedad de mí y de ella y podamos
llegar juntos a nuestra ancianidad". Y dijeron a coro: "Amén,
amén". Y se acostaron para pasar la noche (Tb 8, 4-9).
2362
"Los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente
entre sí son honestos y dignos, y, realizados de modo verdaderamente
humano, significan y fomentan la recíproca donación, con la que se
enriquecen mutuamente con alegría y gratitud" (GS 49,2). La
sexualidad es fuente de alegría y de placer:
El
Creador...estableció que en esta función (de generación) los esposos
experimentasen un placer y una satisfacción del cuerpo y del espíritu.
Por tanto, los esposos no hacen nada malo procurando este placer y
gozando de él. Aceptan lo que el Creador les ha destinado. Sin embargo,
los esposos deben saber mantenerse en los límites de una justa moderación
(Pío XII, discurso 29 Octubre 1951).
2363
Por la unión de los esposos se realiza el doble fin del matrimonio: el
bien de los esposos y la transmisión de la vida. No se pueden separar
estas dos significaciones o valores del matrimonio sin alterar la vida
espiritual de la pareja ni comprometer los bienes del matrimonio y el
porvenir de la familia.
Así,
el amor conyugal del hombre y de la mujer queda situado bajo la doble
exigencia de la fidelidad y la fecundidad.
La fidelidad conyugal
2364
El matrimonio constituye una "íntima comunidad de vida y amor
conyugal, fundada por el Creador y provista de leyes propias". Esta
comunidad "se establece con la alianza del matrimonio, es decir,
con un consentimiento personal e irrevocable" (GS 48,1). Los dos se
dan definitiva y totalmente el uno al otro. Ya no son dos, ahora forman
una sola carne. La alianza contraída libremente por los esposos les
impone la obligación de mantenerla una e indisoluble (cf CIC, can.
1056). "Lo que Dios unió, no lo separe el hombre" (Mc 10,9;
cf Mt 19,1-12; 1 Co 7,10-11).
2365
La fidelidad expresa la constancia en el mantenimiento de la palabra
dada. Dios es fiel. El sacramento del matrimonio hace entrar al hombre y
la mujer en la fidelidad de Cristo para con su Iglesia. Por la castidad
conyugal dan testimonio de este misterio ante el mundo.
S.
Juan Crisóstomo sugiere a los jóvenes esposos hacer este razonamiento
a sus esposas: "te he tomado en mis brazos, te amo y te prefiero a
mi vida. Porque la vida presente no es nada, mi deseo más ardiente es
pasarla contigo de tal manera que estemos seguros de no estar separados
en la vida que nos está reservada... pongo tu amor por encima de todo,
y nada me será más penoso que no tener los mismos pensamientos que tú
tienes" (hom. in Eph. 20,8).
La fecundidad del
matrimonio
2366
La fecundidad es un don, un fin del matrimonio, pues el amor conyugal
tiende naturalmente a ser fecundo. El niño no viene de fuera a añadirse
al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don mutuo,
del que es fruto y cumplimiento. Por eso la Iglesia, que "está en
favor de la vida" (FC 30), enseña que todo "acto matrimonial,
en sí mismo, debe quedar abierto a la transmisión de la vida" (HV
11). "Esta doctrina, muchas veces expuesta por el magisterio, está
fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el
hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados
del acto conyugal: el significado unitivo y el significado
procreador" (HV 12; cf Pío XI, enc. "Casti connubii").
2367
Llamados a dar la vida, los esposos participan del poder creador y de la
paternidad de Dios (cf Ef 3,14; Mt 23,9). "En el deber de
transmitir la vida humana y educarla, que han de considerar como su misión
propia, los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios
Creador y en cierta manera sus intérpretes. Por ello, cumplirán su
tarea con responsabilidad humana y cristiana" (GS 50,2).
2368
Un aspecto particular de esta responsabilidad concierne a la
"regulación de la procreación". Por razones justificadas,
los esposos pueden querer espaciar los nacimientos de sus hijos. En este
caso, deben cerciorarse de que su deseo no nace del egoísmo, sino que
es conforme a la justa generosidad de una paternidad responsable. Por
otra parte, ordenarán su comportamiento según los criterios objetivos
de la moralidad:
El
carácter moral de la conducta, cuando se trata de conciliar el amor
conyugal con la transmisión responsable de la vida, no depende sólo de
la sincera intención y la apreciación de los motivos, sino que debe
determinarse a partir de criterios objetivos, tomados de la naturaleza
de la persona y de sus actos; criterios que conserven íntegro el
sentido de la donación mutua y de la procreación humana en el contexto
del amor verdadero; esto es imposible si no se cultiva con sinceridad la
virtud de la castidad conyugal (GS 51,3).
2369
"Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el
acto conyugal conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y
su ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad"
(HV 12).
2370
La continencia periódica, los métodos de regulación de nacimientos
fundados en la autoobservación y el recurso a los períodos infecundos
(cf HV 16) son conformes a los criterios objetivos de la moralidad.
Estos métodos respetan el cuerpo de los esposos, fomentan el afecto
entre ellos y favorecen la educación de una libertad auténtica. Por el
contrario, es intrínsecamente mala "toda acción que, o en previsión
del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus
consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio, hacer
imposible la procreación" (HV 14):
"Al
lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los
esposos, el anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente
contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce
no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una
falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a
entregarse en plenitud personal". Esta diferencia antropológica y
moral entre la anticoncepción y el recurso a los ritmos periódicos
"implica... dos concepciones de la persona y de la sexualidad
humana irreconciliables entre sí" (FC 32).
2371
Por otra parte, "sea claro a todos que la vida de los hombres y la
tarea de transmitirla no se limita a este mundo sólo y no se puede
medir ni entender sólo por él, sino que mira siempre al destino eterno
de los hombres" (GS 51,4).
2372
El Estado es responsable del bienestar de los ciudadanos. Por eso es legítimo
que intervenga para orientar el incremento de la población. Puede
hacerlo mediante una información objetiva y respetuosa, pero no
mediante una decisión autoritaria y coaccionante. No puede legítimamente
suplantar la iniciativa de los esposos, primeros responsables de la
procreación y educación de sus hijos (cf HV 23; PP 37). E Estado no
está autorizado a favorecer meDios de regulación demográfica
contrarios a la moral.
El don del hijo
2373
La Sagrada Escritura y la práctica tradicional de la Iglesia ven en las
familias numerosas un signo de la bendición divina y de la generosidad
de los padres (cf GS 50,2).
2374
Grande es el sufrimiento de los esposos que se descubren estériles.
Abraham pregunta a Dios: "¿qué me vas a dar, si me voy sin
hijos...?" (Gn 15,2). Y Raquel dice a su marido Jacob: "Dame
hijos, o si no me muero" (Gn 30,1).
2375
Las investigaciones que intentan reducir la esterilidad humana deben
alentarse, a condición de que se pongan "al servicio de la persona
humana, de sus derechos inalienables, de su bien verdadero e integral,
según el plan y la voluntad de Dios" (CDF, instr. "Donum
vitae", 9).
2376
Las técnicas que provocan una disociación de la paternidad por
intervención de una persona extraña a los cónyuges (donación del
esperma o del óvulo, préstamo de útero) son gravemente deshonestas.
Estas técnicas (inseminación y fecundación artificiales heterólogas)
lesionan el derecho del niño a nacer de un padre y una madre conocidos
de él y ligados entre sí por el matrimonio. Quebrantan "su
derecho a llegar a ser padre y madre exclusivamente el uno a través del
otro" (CDF, instr. "Donum vitae" 58).
2377
Practicadas dentro de la pareja, estas técnicas (inseminación y
fecundación artificiales homólogas) son quizá menos perjudiciales,
pero no dejan de ser moralmente reprobables. Disocian el acto sexual del
acto procreador. El acto fundador de la existencia del hijo ya no es un
acto por el que dos personas se dan una a otra, "confía la vida y
la identidad del embrión al poder de los médicos y de los biólogos, e
instaura un dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de
la persona humana. Una tal relación de dominio es en sí contraria a la
dignidad e igualdad que debe ser común a padres e hijos" (cf CDF,
instr. "Donum vitae" 82). "La procreación queda privada
de su perfección propia, desde el punto de vista moral, cuando no es
querida como el fruto del acto conyugal, es decir, del gesto específico
de la unión de los esposos...solamente el respeto de la conexión
existente entre los significados del acto conyugal y el respeto de la
unidad del ser humano, consiente una procreación conforme con la
dignidad de la persona" (CDF, instr. "Donum vitae"
74.76).
2378
El hijo no es un derecho sino un don. El "don más excelente del
matrimonio" es una persona humana. El hijo no puede ser considerado
como un objeto de propiedad, a lo que conduciría el reconocimiento de
un pretendido "derecho al hijo". A este respecto, sólo el
hijo posee verdaderos derechos: El de "ser el fruto del acto específico
del amor conyugal de sus padres, y tiene también el derecho a ser
respetado como persona desde el momento de su concepción" (CDF,
instr. "Donum vitae" 96).
2379
El evangelio enseña que la esterilidad física no es un mal absoluto.
Los esposos que, tras haber agotado los recursos legítimos de la
medicina, padecen de esterilidad, deben asociarse a la Cruz del Señor,
fuente de toda fecundidad espiritual. Pueden manifestar su generosidad
adoptando hijos abandonados o realizando servicios sacrificados en
beneficio del prójimo.
IV LAS OFENSAS A LA
DIGNIDAD DEL MATRIMONIO
2380
El adulterio. Esta palabra designa la infidelidad conyugal. Cuando un
hombre y una mujer, de los cuales al menos uno está casado, establecen
una relación sexual, aunque ocasional, cometen un adulterio. Cristo
condena incluso el deseo del adulterio (cf Mt 5,27-28). El sexto
mandamiento y el Nuevo Testamento proscriben absolutamente el adulterio
(cf Mt 5,32; 19,6; Mc 10,11; 1 Co 6,9-10). Los profetas denuncian su
gravedad; ven en el adulterio la figura del pecado de idolatría (cf Os
2,7; Jr 5,7; 13,27).
2381
El adulterio es una injusticia. El que lo comete falta a sus
compromisos. Lesiona el signo de la Alianza que es el vínculo
matrimonial. Quebranta el derecho del otro cónyuge y atenta contra la
institución del matrimonio, violando el contrato que le da origen.
Compromete el bien de la generación humana y de los hijos, que
necesitan la unión estable de los padres.
El divorcio
2382
El Señor Jesús insiste en la intención original del Creador que quería
un matrimonio indisoluble (cf Mt 5,31-32; 19,3-9; Mc 10,9; Lc 16,18; 1
Co 7,10-11), y abroga la tolerancia que se había introducido en la ley
antigua (cf Mt 19,7-9).
Entre
bautizados, "el matrimonio rato y consumado no puede ser disuelto
por ningún poder humano ni por ninguna causa fuera de la muerte"
(CIC, can 1141).
2383
La separación de los esposos con mantenimiento del vínculo matrimonial
puede ser legítima en ciertos casos previstos por el Derecho canónico
(cf CIC, can. 1151-55).
Si
el divorcio civil representa la única manera posible de asegurar
ciertos derechos legítimos, el cuidado de los hijos o la defensa del
patrimonio, puede ser tolerado sin constituir una falta moral.
2384
El divorcio es una ofensa grave a la ley natural. Pretende romper el
contrato, aceptado libremente por los esposos, de vivir juntos hasta la
muerte. El divorcio atenta contra la Alianza de salvación de la cual el
matrimonio sacramental es un signo. El hecho de contraer una nueva unión,
aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la ruptura:
el cónyuge casado de nuevo se haya entonces en situación de adulterio
público y permanente:
Si
el marido, tras haberse separado de su mujer, se une a otra mujer, es adúltero,
porque hace cometer un adulterio a esta mujer; y la mujer que habita con
él es adúltera, porque ha atraído a sí al marido de otra (S.
Basilio, moral. regla 73).
2385
El divorcio adquiere también su carácter inmoral por el desorden que
introduce en la célula familiar y en la sociedad. Este desorden entraña
daños graves: para el cónyuge, que se ve abandonado; para los hijos,
traumatizados por la separación de los padres, y a menudo viviendo en
tensión a causa de sus padres; por su efecto de contagio, que hace de
él una verdadera plaga social.
2386
Puede ocurrir que uno de los cónyuges sea la víctima inocente del
divorcio dictado por la ley civil; entonces no contradice el precepto
moral. Existe una diferencia considerable entre el cónyuge que se ha
esforzado con sinceridad por ser fiel al sacramento del matrimonio y se
ve injustamente abandonado y el que, por una falta grave de su parte,
destruye un matrimonio canónicamente válido (cf FC 84).
Otras ofensas a la
dignidad del matrimonio
2387
Es comprensible el drama del que, deseoso de convertirse al evangelio,
se ve obligado a repudiar una o varias mujeres con las que ha compartido
años de vida conyugal. Sin embargo, la poligamia no se ajusta a la ley
moral, pues contradice radicalmente la comunión conyugal. La poligamia
"niega directamente el designio de Dios, tal como es revelado desde
los orígenes, porque es contraria a la igual dignidad personal del
hombre y de la mujer, que en el matrimonio se dan con un amor total y
por lo mismo único y exclusivo" (FC 19; cf GS 47,2). El cristiano
que había sido polígamo está gravemente obligado en justicia a
cumplir los deberes contraídos respecto a sus antiguas mujeres y sus
hijos.
2388
Incesto es la relación carnal entre parientes dentro de los grados en
que está prohibido el matrimonio (cf Lv 18,7-20). S. Pablo condena esta
falta particularmente grave: "Se oye hablar de que hay inmoralidad
entre vosotros... hasta el punto de que uno de vosotros vive con la
mujer de su padre...en nombre del Señor Jesús...sea entregado ese
individuo a Satanás para destrucción de la carne..." (1 Co
5,1.4-5). El incesto corrompe las relaciones familiares y representa una
regresión a la animalidad.
2389
Se puede equiparar al incesto los abusos sexuales perpetrados por
adultos en niños o adolescentes confiados a su guarda. Entonces esta
falta adquiere una mayor gravedad por atentar escandalosamente contra la
integridad física y moral de los jóvenes que quedarán así marcados
para toda la vida, y por ser una violación de la responsabilidad
educativa.
2390
Hay unión libre cuando el hombre y la mujer se niegan a dar forma jurídica
y pública a una unión que implica la intimidad sexual.
La
expresión en sí misma es engañosa: ¿qué puede significar una unión
en la que las personas no se comprometen entre sí y testimonian con
ello una falta de confianza en el otro, en sí mismo, o en el porvenir?
Esta
expresión abarca situaciones distintas: concubinato, rechazo del
matrimonio en cuanto tal, incapacidad de unirse mediante compromisos a
largo plazo (cf FC 81). Todas estas situaciones ofenden la dignidad del
matrimonio; destruyen la idea misma de la familia; debilitan el sentido
de la fidelidad. Son contrarias a la ley moral: el acto sexual debe
tener lugar exclusivamente en el matrimonio; fuera de éste constituye
siempre un pecado grave y excluye de la comunión sacramental.
2391
Muchos reclaman hoy una especie de "unión a prueba" cuando
existe intención de casarse. Cualquiera que sea la firmeza del propósito
de los que se comprometen en relaciones sexuales prematuras, éstas
"no garantizan que la sinceridad y la fidelidad de la relación
interpersonal entre un hombre y una mujer queden aseguradas, y sobre
todo protegidas, contra los vaivenes y las veleidades de las
pasiones" (CDF, decl. "Persona humana" 7). La unión
carnal sólo es moralmente legítima cuando se ha instaurado una
comunidad de vida definitiva entre el hombre y la mujer. El amor humano
no tolera la "prueba". Exige un don total y definitivo de las
personas entre sí (cf FC 80).
RESUMEN
2392
"El amor es la vocación fundamental e innata de todo ser
humano" (FC 11).
2393
Al crear al ser humano hombre y mujer, Dios confiere la dignidad
personal de manera idéntica a uno y a otra. A cada uno, hombre y mujer,
corresponde reconocer y aceptar su identidad sexual.
2394
Cristo es el modelo de la castidad. Todo bautizado es llamado a llevar
una vida casta, cada uno según su estado de vida.
2395
La castidad significa la integración de la sexualidad en la persona.
Entraña el aprendizaje del dominio personal.
2396
Entre los pecados gravemente contrarios a la castidad se deben citar la
masturbación, la fornicación, las actividades pornográficas, y las prácticas
homosexuales.
2397
La alianza que los esposos contraen libremente implica un amor fiel. Les
confiere la obligación de guardar indisoluble su matrimonio.
2398
La fecundidad es un bien, un don, un fin del matrimonio. Dando la vida,
los esposos participan de la paternidad de Dios.
2399
La regulación de la natalidad representa uno de los aspectos de la
paternidad y la maternidad responsables. La legitimidad de las
intenciones de los esposos no justifica el recurso a meDios moralmente
reprobables (p.e., la esterilización directa o la anticoncepción).
2400
El adulterio y el divorcio, la poligamia y la unión libre son ofensas
graves a la dignidad del matrimonio.
Artículo 7 EL
SEPTIMO MANDAMIENTO
No robarás (Ex
20,15; Dt 5,19).
No robarás (Mt
19,18).
2401
El séptimo mandamiento prohibe tomar o retener el bien del prójimo
injustamente y hacer daño al prójimo en sus bienes de cualquier
manera. Prescribe la justicia y la caridad en la gestión de los bienes
terrenos y los frutos del trabajo de los hombres. Con miras al bien común
exige el respeto del destino universal de los bienes y del derecho de
propiedad privada. La vida cristiana se esfuerza por ordenar a Dios y a
la caridad fraterna los bienes de este mundo.
I EL DESTINO
UNIVERSAL Y LA PROPIEDAD PRIVADA DE LOS BIENES
2402
Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración
común de la humanidad para que tenga cuidado de ellos, los domine
mediante su trabajo y se beneficie de sus frutos (cf Gn 1,26-29). Los
bienes de la creación están destinados a todo el género humano. Sin
embargo, la tierra está repartida entre los hombres para dar seguridad
a su vida, expuesta a la penuria y amenazada por la violencia. La
apropiación de bienes es legítima para garantizar la libertad y la
dignidad de las personas, para ayudar a cada uno a atender sus
necesidades fundamentales y las necesidades de los que están a su
cargo. Debe hacer posible que se viva una solidaridad natural entre los
hombres.
2403
El derecho a la propiedad privada, adquirida o recibida de modo justo,
no anula la donación original de la tierra al conjunto de la humanidad.
El destino universal de los bienes continúa siendo primordial, aunque
la promoción del bien común exija el respeto de la propiedad privada,
de su derecho y de su ejercicio.
2404
"El hombre, al servirse de esos bienes , debe considerar las cosas
externas que posee legítimamente, no sólo como suyas, sino también
como comunes, en el sentido de que han de aprovechar no sólo a él,
sino también a los demás" (GS 69,1). La propiedad de un bien hace
de su dueño un administrador de la providencia para hacerlo fructificar
y comunicar sus beneficios a otros, ante todo a sus próximos.
2405
Los bienes de producción -materiales o inmateriales- como tierras o fábricas,
profesiones o artes, requieren los cuidados de sus posesores para que su
fecundidad aproveche al mayor número de personas. Los poseedores de
bienes de uso y consumo deben usarlos con templanza reservando la mejor
parte al huésped, al enfermo, al pobre.
2406
La autoridad política tiene el derecho y el deber de regular en función
del bien común el ejercicio legítimo del derecho de propiedad (cf GS
71,4; SRS 42; CA 40; 48).
II EL RESPETO DE LAS
PERSONAS Y DE SUS BIENES
2407
En materia económica el respeto de la dignidad humana exige la práctica
de la virtud de la templanza, para moderar el apego a los bienes de este
mundo; de la justicia, para preservar los derechos del prójimo y darle
lo que le es debido; y de la solidaridad, siguiendo la regla de oro y
según la liberalidad del Señor, que "siendo rico, por vosotros se
hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza" (2 Co
8,9).
El respeto de los
bienes ajenos
2408
El séptimo mandamiento prohíbe el robo, es decir, la usurpación del
bien ajeno contra la voluntad razonable de su dueño. No hay robo si el
consentimiento puede ser presumido o si el rechazo es contrario a la razón
y al destino universal de los bienes. Es el caso de la necesidad urgente
y evidente en que el único medio de remediar las necesidades inmediatas
y esenciales (alimento, vivienda, vestido...) es disponer y usar de los
bienes ajenos (cf GS 69,1).
2409
Toda forma de tomar o retener injustamente el bien ajeno, aunque no
contradiga las disposiciones de la ley civil, es contraria al séptimo
mandamiento. Así, retener deliberadamente bienes prestados u objetos
perdidos, defraudar en el ejercicio del comercio (cf Dt 25, 13-16),
pagar salarios injustos (cf Dt 24,14-15; St 5,4), elevar los precios
especulando con la ignorancia o la necesidad ajenas (cf Am 8,4-6).
Son
también moralmente ilícitos, la especulación mediante la cual se
pretende hacer variar artificialmente la valoración de los bienes con
el fin de obtener un beneficio en detrimento ajeno; la corrupción
mediante la cual se vicia el juicio de los que deben tomar decisiones
conforme a derecho; la apropiación y el uso privados de los bienes
sociales de una empresa; los trabajos mal hechos, el fraude fiscal, la
falsificación de cheques y facturas, los gastos excesivos, el
despilfarro. Infligir voluntariamente un daño a las propiedades
privadas o públicas es contrario a la ley moral y exige reparación.
2410
Las promesas deben ser cumplidas, y los contratos rigurosamente
observados en la medida en que el compromiso adquirido es moralmente
justo. Una parte notable de la vida económica y social depende del
valor de los contratos entre personas físicas o morales. Así, los
contratos comerciales de venta o compra, los contratos de alquiler o de
trabajo. Todo contrato debe ser hecho y ejecutado de buena fe.
2411
Los contratos están sometidos a la justicia conmutativa, que regula los
intercambios entre las personas y entre las instituciones, en el respeto
exacto de sus derechos. La justicia conmutativa obliga estrictamente;
exige la salvaguarda de los derechos de propiedad, el pago de las deudas
y la prestación de obligaciones libremente contraídas. Sin justicia
conmutativa no es posible ninguna otra forma de justicia.
La
justicia conmutativa se distingue de la justicia legal, que se refiere a
lo que el ciudadano debe equitativamente a la comunidad, y de la
justicia distributiva que regula lo que la comunidad debe a los
ciudadanos en proporción a sus contribuciones y a sus necesidades.
2412
En virtud de la justicia conmutativa, la reparación de la injusticia
cometida exige la restitución del bien robado a su propietario:
Jesús
bendijo a Zaqueo por su resolución: "si en algo defraudé a
alguien, le devolveré el cuádruplo" (Lc 19,8). Los que, de manera
directa o indirecta, se han apoderado de un bien ajeno, están obligados
a restituirlo o a devolver el equivalente en naturaleza o en especie si
la cosa ha desaparecido, así como los frutos y beneficios que su
propietario hubiera obtenido legítimamente. Están igualmente obligados
a restituir, en proporción a su responsabilidad y al beneficio
obtenido, todos los que han participado de alguna manera en el robo, o
se han aprovechado de él a sabiendas; por ejemplo, quienes lo hayan
ordenado o ayudado o encubierto.
2413
Los juegos de azar (de cartas, etc.) o las apuestas no son en sí mismos
contrarios a la justicia. No obstante, resultan moralmente inaceptables
cuando privan a la persona de lo que le es necesario para atender a sus
necesidades o las de los demás. La pasión del juego corre peligro de
convertirse en una grave servidumbre. Apostar injustamente o hacer
trampas en los juegos constituye una materia grave, a no ser que el daño
infligido sea tan leve que quien lo padece no pueda razonablemente
considerarlo significativo.
2414
El séptimo mandamiento proscribe los actos o empresas que, por una u
otra razón, egoísta o ideológica, mercantil o totalitaria, conduce a
esclavizar seres humanos, a menospreciar su dignidad personal, a
comprarlos, a venderlos y a cambiarlos como mercancía. Es un pecado
contra la dignidad de las personas y sus derechos fundamentales
reducirlos por la violencia a un objeto de consumo o a una fuente de
beneficio. S. Pablo ordenaba a un amo cristiano que tratase a su esclavo
cristiano "no como esclavo, sino...como un hermano...en el Señor"
(Flm 16).
El respeto de la
integridad de la creación
2415
El séptimo mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación.
Los animales, como las plantas y los seres inanimados, están
naturalmente destinados al bien común de la humanidad pasada, presente
y futura (cf Gn 1,28-31). El uso de los recursos minerales, vegetales y
animales del universo no puede ser separado del respeto a las exigencias
morales. El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres
inanimados y los seres vivos no es absoluto; está regulado por el
cuidado de la calidad de la vida del prójimo comprendidas las
generaciones venideras; exige un respeto religioso de la integridad de
la creación (cf CA 37-38).
2416
Los animales son criaturas de Dios, que los rodea de su solicitud
providencial (cf Mt 6,16). Por su simple existencia, lo bendicen y le
dan gloria (cf Dn 3,57-58). También los hombres les deben aprecio. Recuérdese
con qué delicadeza trataban a los animales S. Francisco de Asís o S.
Felipe Neri.
2417
Dios confió los animales a la administración del que fue creado por él
a su imagen (cf Gn 2,19-20; 9,1-4). Por tanto, es legítimo servirse de
los animales para el alimento y la confección de vestidos. Se los puede
domesticar para que ayuden al hombre en sus trabajos y en sus ocios. Los
experimentos médicos y científicos en animales son prácticas
moralmente aceptables, si se mantienen dentro de límites razonables y
contribuyen a curar o salvar vidas humanas.
2418
Es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los
animales y gastar sin necesidad sus vidas. Es también indigno invertir
en ellos sumas que deberían más bien remediar la miseria de los
hombres. Se puede amar a los animales; pero no se puede desviar hacia
ellos el afecto debido únicamente a los seres humanos.
III LA DOCTRINA
SOCIAL DE LA IGLESIA
2419
"La revelación cristiana...nos conduce a una comprensión más
profunda de las leyes de la vida social" (GS 23,1). La Iglesia
recibe del evangelio la plena revelación de la verdad del hombre.
Cuando cumple su misión de anunciar el evangelio, enseña al hombre, en
nombre de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión de
las personas; y le descubre las exigencias de la justicia y de la paz,
conformes a la sabiduría divina.
2420
La Iglesia expresa un juicio moral, en materia económi ca y social,
"cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la
salvación de las almas" (GS 76,5). En el orden de la moralidad, la
Iglesia ejerce una misión distinta de la que ejercen las autoridades
políticas: ella se ocupa de los aspectos temporales del bien común a
causa de su ordenación al soberano Bien, nuestro fin último. Se
esfuerza por inspirar las actitudes justas en el uso de los bienes
terrenos y en las relaciones socioeconómicas.
2421
La doctrina social de la Iglesia se desarrolló en el siglo XIX cuando
se produce el encuentro entre el evangelio y la sociedad industrial
moderna, sus nuevas estructuras para producción de bienes de consumo,
su nueva concepción de la sociedad, del Estado y de la autoridad, sus
nuevas formas de trabajo y de propiedad. El desarrollo de la doctrina de
la Iglesia en materia económica y social da testimonio del valor
permanente de la enseñanza de la Iglesia, al mismo tiempo que del
sentido verdadero de su Tradición siempre viva y activa (cf. CA 3).
2422
La enseñanza social de la Iglesia comprende un cuerpo de doctrina que
se articula a medida que la Iglesia interpreta los acontecimientos a lo
largo de la historia, a la luz del conjunto de la palabra revelada por
Cristo Jesús con la asistencia del Espíritu Santo (cf SRS 1; 41). Esta
enseñanza resulta tanto más aceptable para los hombres de buena
voluntad cuanto más inspira la conducta de los fieles.
2423
La doctrina social de la Iglesia propone principios de reflexión,
extrae criterios de juicio, da orientaciones para la acción:
Todo
sistema, según el cual las relaciones socia les estarían determinadas
enteramente por los factores económicos es contrario a la naturaleza de
la persona humana y de sus actos (cf CA 24).
2424
Una teoría que hace del lucro la norma exclusiva y el fin último de la
actividad económica es moralmente inaceptable. El apetito desordenado
de dinero no deja de producir efectos perniciosos. Es una de las causas
de los numerosos conflictos que perturban el orden social (cf GS 63,3;
LE 7; CA 35).
Un
sistema que "sacrifica los derechos fundamentales de la persona y
de los grupos en aras de la organización colectiva de la producción"
es contrario a la dignidad del hombre (cf GS 65). Toda práctica que
reduce a las personas a no ser más que meDios de lucro esclaviza al
hombre, conduce a la idolatría del dinero y contribuye a difundir el
ateísmo. "No podéis servir a Dios y al Dinero" (Mt 6,24; Lc
16,13).
2425
La Iglesia ha rechazado las ideologías totalitarias y ateas asociadas
en los tiempos modernos al "comunismo" o
"socialismo". Por otra parte, ha reprobado en la práctica del
"capitalismo" el individualismo y la primacía absoluta de la
ley de mercado sobre el trabajo humano (cf CA 10, 13.44). La regulación
de la economía únicamente por la planificación centralizada pervierte
en la base los vínculos sociales; su regulación únicamente por la ley
de mercado quebranta la justicia social, porque "existen numerosas
necesidades humanas que no tienen salida en el mercado" (CA 34). Es
preciso promover una regulación razonable del mercado y de las
iniciativas económicas, según una justa jerarquía de valores y
atendiendo al bien común.
IV LA ACTIVIDAD
ECONOMICA Y LA JUSTICIA SOCIAL
2426
El desarrollo de las actividades económicas y el crecimiento de la
producción están destinados a remediar las necesidades de los seres
humanos. La vida económica no tiende solamente a multiplicar los bienes
producidos y a aumentar el lucro o el poder; está ante todo ordenada al
servicio de las personas, del hombre entero y de toda la comunidad
humana. La actividad económica dirigida según sus propios métodos,
debe moverse dentro de los límites del orden moral, según la justicia
social, a fin de responder al plan de Dios sobre el hombre (cf GS 64).
2427
El trabajo humano procede directamente de personas creadas a imagen de
Dios y llamadas a prolongar, unidas y para mutuo beneficio, la obra de
la creación dominando la tierra (cf Gn 1,28; GS 34; CA 31). El trabajo
es, por tanto, un deber: "Si alguno no quiere trabajar, que tampoco
coma" (2 Ts 3,10; cf. 1 Ts 4,11). El trabajo honra los dones del
Creador y los talentos recibidos. Puede ser también redentor.
Soportando el peso del trabajo (cf Gn 3,14-19), en unión con Jesús, el
carpintero de Nazaret y el crucificado del Calvario, el hombre colabora
en cierta manera con el Hijo de Dios en su Obra redentora. Se muestra
discípulo de Cristo llevando la Cruz cada día, en la actividad que está
llamado a realizar (cf LE 27). El trabajo puede ser un medio de
santificación y una animación de las realidades terrenas en el espíritu
de Cristo.
2428
En el trabajo, la persona ejerce y aplica una parte de las capacidades
inscritas en su naturaleza. El valor primordial del trabajo pertenece al
hombre mismo, que es su autor y su destinatario. El trabajo es para el
hombre y no el hombre para el trabajo (cf LE 6).
Cada
uno debe poder sacar del trabajo los meDios para sustentar su vida y la
de los suyos, y para prestar servicio a la comunidad humana.
2429
Cada uno tiene el derecho de iniciativa económica, y podrá usar legítimamente
de sus talentos para contribuir a una abundancia provechosa para todos,
y para recoger los justos frutos de sus esfuerzos. Deberá ajustarse a
las reglamentaciones dictadas por las autoridades legítimas con miras
al bien común (cf CA 32; 34).
2430
La vida económica se ve afectada por intereses diversos, con frecuencia
opuestos entre sí. Así se explica el surgimiento de conflictos que la
caracterizan (cf LE 11). Será preciso esforzarse para reducir estos últimos
mediante la negociación, que respete los derechos y los deberes de cada
parte: los responsables de las empresas, los representantes de los
trabajadores, por ejemplo, organizaciones sindicales y, en caso
necesario, los poderes públicos.
2431
La responsabilidad del Estado. "La actividad económica, en
particular la economía de mercado, no puede desenvolverse en medio de
un vacío institucional, jurídico y político. Por el contrario supone
una seguridad que garantiza la libertad individual y la propiedad, además
de un sistema monetario estable y servicios públicos eficientes. La
primera incumbencia del Estado es, pues, la de garantizar esa seguridad,
de manera que quien trabaja y produce pueda gozar de los frutos de su
trabajo y, por tanto, se sienta estimulado a realizarlo eficiente y
honestamente...Otra incumbencia del Estado es la de vigilar y encauzar
el ejercicio de los derechos humanos en el sector económico; pero en
este campo la primera responsabilidad no es del Estado, sino de cada
persona y de los diversos grupos y asociaciones en que se articula la
sociedad" (CA 48).
2432
Los responsables de las empresas ostentan ante la sociedad la
responsabilidad económica y ecológica de sus operaciones (CA 37). Están
obligados a considerar el bien de las personas y no solamente el aumento
de las ganancias. Sin embargo, estas son necesarias; permiten realizar
las inversiones que aseguran el porvenir de las empresas, y garantizan
los puestos de trabajo.
2433
El acceso al trabajo y a la profesión debe estar abierto a todos sin
discriminación injusta, hombres y mujeres, sanos y disminuidos, autóctonos
e inmigrados (cf. LE 19; 22-23). En función de las circunstancias, la
sociedad debe por su parte ayudar a los ciudadanos a procurarse un
trabajo y un empleo (cf. CA 48).
2434
El salario justo es el fruto legítimo del trabajo. Negarlo o retenerlo
puede constituir una grave injusticia (cf Lv 19,13; Dt 24,14-15; St
5,4). Para determinar la remuneración justa se han de tener en cuenta a
la vez las necesidades y las contribuciones de cada uno. "El
trabajo debe ser remunerado de tal modo que se den al hombre
posibilidades de que él y los suyos vivan dignamente su vida material,
social, cultural y espiritual, teniendo en cuenta la tarea y la
productividad de cada uno, así como las condiciones de la empresa y el
bien común" (GS 67,2). El acuerdo de las partes no basta para
justificar moralmente el importe del salario.
2435
La huelga es moralmente legítima cuando se presenta como un recurso
inevitable, si no necesario para obtener un beneficio proporcionado.
Resulta moralmente inaceptable cuando va acompañada de violencias o
también cuando se lleva a cabo en función de objetivos no directamente
vinculados a las condiciones de trabajo o contrarios al bien común.
2436
Es injusto no pagar a los organismos de seguridad social las
cotizaciones establecidas por las autoridades legítimas.
La
privación de empleo a causa de la huelga es casi siempre para su víctima
un atentado contra su dignidad y una amenaza para el equilibrio de la
vida. Además del daño personal padecido, de esa privación se derivan
riesgos numerosos para su hogar (cf. LE 18).
V JUSTICIA Y
SOLIDARIDAD ENTRE LAS NACIONES
2437
En el plano internacional la desigualdad de los recursos y de los meDios
económicos es tal que crea entre las naciones un verdadero
"abismo" (SRS 14). Por un lado están los que poseen y
desarrollan los meDios de crecimiento, y por otro, los que acumulan
deudas.
2438
Diversas causas, de naturaleza religiosa, política, económica y
financiera, confieren hoy a la cuestión social "una dimensión
mundial" (SRS 9). La solidaridad es necesaria entre las naciones
cuyas políticas son ya interdependientes. Es todavía más
indispensable cuando se trata de acabar con los "mecanismos
perversos" que obstaculizan el desarrolla de los países menos
avanzados (cf SRS 17; 45). Es preciso sustituir los sistemas financieros
abusivos, si no usureros (cf CA 35), las relaciones comerciales inicuas
entre las naciones, la carrera de armamentos, por un esfuerzo común
para movilizar los recursos hacia objetivos de desarrollo moral,
cultural y económico "fijando de nuevo las prioridades y las
escalas de valores" (CA 28).
2439
Las naciones ricas tienen una responsabilidad moral grave respecto a las
que no pueden por sí mismas asegurar los meDios de su desarrollo, o han
sido impedidas de realizarlo por trágicos acontecimientos históricos.
Es un deber de solidaridad y de caridad; es también una obligación de
justicia si el bienestar de las naciones ricas procede de recursos que
no han sido pagados justamente.
2440
La ayuda directa constituye una respuesta apropiada a necesidades
inmediatas, extraordinarias, causadas por ejemplo por catástrofes
naturales, epidemias, etc. Pero no basta para reparar los graves daños
que resultan de situaciones de indigencia ni para remediar de forma
duradera las necesidades. Es preciso también reformar las instituciones
económicas y financieras internacionales para que promuevan mejor
relaciones equitativas con los países menos desarrollados (cf SRS 16).
Es preciso sostener el esfuerzo de los países pobres que trabajan por
su crecimiento y su liberación (cf CA 26). Esta doctrina exige ser
aplicada de manera muy particular en el ámbito del trabajo agrícola.
Los campesinos, sobre todo en el Tercer Mundo, forman la masa
preponderante de los pobres.
2441
Acrecentar el sentido de Dios y el conocimiento de sí mismo constituye
la base de todo desarrollo completo de la sociedad humana. Este
multiplica los bienes materiales y los pone al servicio de la persona y
de su libertad. Disminuye la miseria y la explotación económicas. Hace
crecer el respeto de las identidades culturales y la apertura a la
transcendencia (cf SRS 32; CA 51).
2442
No corresponde a los pastores de la Iglesia intervenir directamente en
la actividad política y en la organización de la vida social. Esta
tarea forma parte de la vocación de los fieles laicos, que actúan por
su propia iniciativa con sus conciudadanos. La acción social puede
implicar una pluralidad de vías concretas. Deberá atender siempre al
bien común y ajustarse al mensaje evangélico y a la enseñanza de la
Iglesia. Pertenece a los fieles laicos "animar, con su compromiso
cristiano, las realidades y, en ellas, procurar ser testigos y
operadores de paz y de justicia" (SRS 47; cf 42).
VI EL AMOR DE LOS
POBRES
2443
Dios bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba a los que se
niegan a hacerlo: "a quien te pide da, al que desee que le prestes
algo no le vuelvas la espalda" (Mt 5,42). "Gratis lo
recibisteis, dadlo gratis" (Mt 10,8). Jesucristo reconocerá a sus
elegidos en lo que hayan hecho por los pobres (cf Mt 25,31-36). La buena
nueva "anunciada a los pobres" (Mt 11,5; Lc 4,18) es el signo
de la presencia de Cristo.
2444
"El amor de la Iglesia por los pobres...pertenece a su constante
tradición " (CA 57). Está inspirado en el Evangelio de las
bienaventuranzas (cf Lc 6,20-22), en la pobreza de Jesús (cf Mt 8,20),
y en su atención a los pobres (cf Mc 12,41-44). El amor a los pobres es
también uno de los motivos del deber de trabajar, con el fin de
"hacer partícipe al que se halle en necesidad" (Ef 4,28). No
abarca sólo la pobreza material, sino también las numerosas formas de
pobreza cultural y religiosa (cf CA 57).
2445
El amor a los pobres es incompatible con el amor desordenado de las
riquezas o su uso egoísta:
Ahora
bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que están
para caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y vuestros
vestidos están apolillados; vuestro oro y vuestra plata están tomados
de herrumbre y su herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará
vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado riquezas en estos días
que son los últimos. Mirad: el salario que no habéis pagado a los
obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los
segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis
vivido sobre la tierra regaladamente y os habéis entregado a a los
placeres; habéis hartado vuestros corazones en el día de la matanza.
Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste (St 5,1-6).
2446
S. Juan Crisóstomo lo recuerda vigorosamente: "No hacer participar
a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida. Lo
que tenemos no son nuestros bienes, sino los suyos" (Laz. 1,6).
"Satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no
se ofrezca como ayuda de caridad lo que ya se debe a título de
justicia" (AA 8):
Cuando
damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades
personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un
acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia (S.
Gregorio Magno, past. 3,21).
2447
Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales
ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales
(cf. Is 58,6-7; Hb 13,3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son
obras de misericordia espiritual, como perdonar y sufrir con paciencia.
Las obras de misericordia corporal consisten especialmente en dar de
comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo,
visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos (cf Mt
25,31-46). Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres (cf Tb 4,
5-11; Si 17,22) es uno de los principales testimonios de la caridad
fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios (cf Mt
6,2-4):
El
que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga
para comer que haga lo mismo (Lc 3,11). Dad más bien en limosna lo que
tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros (Lc 11,41).
Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento
diario, y alguno de vosotros les dice: "id en paz, calentaos o
hartaos", pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué
sirve? (St 2,15-16; cf. 1 Jn 3,17).
2448
"Bajo sus múltiples formas -indigencia material, opresión
injusta, enfermedades físicas o síquicas y, por último, la muerte- la
miseria humana es el signo manifiesto de la debilidad congénita en que
se encuentra el hombre tras el primer pecado y de la necesidad de
salvación. Por ello, la miseria humana atrae la compasión de Cristo
Salvador, que la ha querido cargar sobre sí e identificarse con los `más
pequeños de sus hermanos' . También por ello, los oprimidos por la
miseria son objeto de un amor de preferencia por parte de la Iglesia,
que, desde los orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus
miembros, no ha cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y
liberarlos. Lo ha hecho mediante innumerables obras de beneficencia, que
siempre y en todo lugar continúan siendo indispensables" (CDF,
instr. "Libertatis conscientia" 68).
2449
En el Antiguo Testamento, toda una serie de medidas jurídicas (año
jubilar, prohibición del préstamo a interés, retención de la prenda,
obligación del diezmo, pago del jornalero, derecho de rebusca después
de la vendimia y la siega) responden a la exhortación del Deuteronomio:
"Ciertamente nunca faltarán pobres en este país; por esto te doy
yo este mandamiento: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquel de los
tuyos que es indigente y pobre en tu tierra" (Dt 15,11). Jesús
hace suyas estas palabras: "Porque pobres siempre tendréis con
vosotros; pero a mí no siempre me tendréis" (Jn 12,8). Con esto,
no hace caduca la vehemencia de los oráculos antiguos: "comprando
por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias..."
(Am 8,6), sino nos invita a reconocer su presencia en los pobres que son
sus hermanos (cf Mt 25,40):
El
día en que su madre le reprendió por atender en la casa a pobres y
enfermos, Santa Rosa de Lima le contestó: "cuando servimos a los
pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de
ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a Jesús".
RESUMEN
2450
"No robarás" (Dt 5,19). "Ni los ladrones, ni los
avaros...ni los rapaces heredarán el Reino de Dios" (1 Co 6,10).
2451
El séptimo mandamiento prescribe la práctica de la justicia y de la
caridad en el uso de los bienes terrenos y los frutos del trabajo de los
hombres.
2452
Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano.
El derecho a la propiedad privada no anula el destino universal de los
bienes.
2453
El séptimo mandamiento prohíbe el robo. El robo es la usurpación del
bien ajeno contra la voluntad razonable del dueño.
2454
Toda manera de tomar y de usar injustamente el bien ajeno es contraria
al séptimo mandamiento. La injusticia cometida exige reparación. La
justicia conmutativa impone la restitución del bien robado.
2455
La ley moral proscribe los actos que, con fines mercantiles o
totalitarios, llevan a esclavizar a los seres humanos, a comprarlos,
venderlos y cambiarlos como mercancías.
2456
El dominio, concedido por el Creador, sobre los recursos minerales,
vegetales y animales del universo, no puede ser separado del respeto de
las obligaciones morales frente a todos los hombres, incluidos los de
las generaciones venideras.
2457
Los animales están confiados a la administración del hombre que les
debe aprecio. Pueden servir a la justa satisfacción de las necesidades
del hombre.
2458
La Iglesia pronuncia un juicio en materia económica y social cuando lo
exigen los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las
almas. Se cuida del bien común temporal de los hombres en razón de su
ordenación al soberano Bien, nuestro fin último.
2459
El hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económica y
social. El punto decisivo de la cuestión social consiste en que los
bienes creados por Dios para todos lleguen de hecho a todos, según la
justicia y con la ayuda de la caridad.
2460
El valor primordial del trabajo atañe al hombre mismo que es su autor y
su destinatario. Mediante su trabajo, el hombre participa en la obra de
la creación. Unido a Cristo, el trabajo puede ser redentor.
2461
El desarrollo verdadero es el del hombre entero. Se trata de hacer
crecer la capacidad de cada persona de responder a su vocación, por
tanto, a la llamada de Dios (cf CA 29).
2462
La limosna hecha a los pobres es un testimonio de caridad fraterna; es
también una práctica de justicia que agrada a Dios.
2463
En la multitud de seres humanos sin pan, sin techo, sin patria, hay que
reconocer a Lázaro, el mendigo hambriento de la parábola (cf Lc
16,19-31). En dicha multitud hay que oír a Jesús que dice:
"Cuanto dejásteis de hacer con uno de estos, también conmigo dejásteis
de hacerlo" (Mt 25,45).
Artículo 8 EL OCTAVO
MANDAMIENTO
No
darás testimonio falso contra tu prójimo (Ex 20,16)
Se
dijo a los antepasados: No perjurarás sino que cumplirás al Señor tus
juramentos (Mt 5,33).
2464
El octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con
el prójimo. Este precepto moral se deriva de la vocación del pueblo
santo a ser testigo de su Dios, que es y que quiere la verdad. Las
ofensas a la verdad expresan, mediante palabras o actos, una negación a
comprometerse en la rectitud moral: son infidelidades fundamentales
frente a Dios y, en este sentido, socavan las bases de la Alianza.
I VIVIR EN LA VERDAD
2465
El Antiguo Testamento lo proclama: Dios es fuente de toda verdad. Su
Palabra es verdad (cf Pr 8,7; 2 S 7,28). Su ley es verdad (cf Sal 119,
142). "Tu verdad, de edad en edad" (Sal 119,90; Lc 1,50).
Porque Dios es el "Veraz" (Rm 3,4), los miembros de su Pueblo
son llamados a vivir en la verdad (cf Sal 119,30).
2466
En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó toda entera. "Lleno
de gracia y de verdad" (Jn 1,14), él es la "luz del
mundo" (Jn 8,12), la Verdad (cf Jn 14,6). El que cree en él, no
permanece en las tinieblas (cf Jn 12,46). El discípulo de Jesús,
"permanece en su palabra", para conocer "la verdad que
hace libre" (cf Jn 8,31-32) y que santifica (cf Jn 17,17). Seguir a
Jesús es vivir del "Espíritu de verdad" (Jn 14,17) que el
Padre envía en su nombre (cf Jn 14,26) y que conduce "a la verdad
completa" (Jn 16,13). Jesús enseña a sus discípulos el amor
incondicional de la Verdad: "Sea vuestro lenguaje: `sí, sí'; `no,
no'" (Mt 5,37).
2467
El hombre busca naturalmente la verdad. Está obligado a honrarla y
testimoniarla: "Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser
personas... se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la
verdad y, además, tienen la obligación moral de hacerlo, sobre todo la
verdad religiosa. Están obligados también a adherirse a la verdad
conocida y a ordenar toda su vida según sus exigencias" (DH 2).
2468
La verdad como rectitud de la acción y de la palabra humana tiene por
nombre veracidad, sinceridad o franqueza. La verdad o veracidad es la
virtud que consiste en mostrarse verdadero en sus actos y en decir
verdad en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la
hipocresía.
2469
"Los hombres no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza recíproca,
es decir, si no se manifestasen la verdad" (S. Tomás de Aquino, s.
th. 2-2, 109, 3 ad 1). La virtud de la veracidad da justamente al prójimo
lo que le es debido; observa un justo medio entre lo que debe ser
expresado y el secreto que debe ser guardado: implica la honradez y la
discreción. En justicia, "un hombre debe honestamente a otro la
manifestación de la verdad" (S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2,
109,3).
2470
El discípulo de Cristo acepta "vivir en la verdad", es decir,
en la simplicidad de una vida conforme al ejemplo del Señor y
permaneciendo en su Verdad. "Si decimos que estamos en comunión
con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos conforme a la
verdad" (1 Jn 1,6).
II "DAR
TESTIMONIO DE LA VERDAD"
2471
Ante Pilato, Cristo proclama que había "venido al mundo: para dar
testimonio de la verdad" (Jn 18,37). El cristiano no debe
"avergonzarse de dar testimonio del Señor" (2 Tm 1,8). En las
situaciones que exigen dar testimonio de la fe, el cristiano debe
profesarla sin ambigüedad, a ejemplo de S. Pablo ante sus jueces. Debe
guardar una "conciencia limpia ante Dios y ante los hombres"
(Hch 24,16).
2472
El deber de los cristianos de tomar parte en la vida de la Iglesia los
impulsa a actuar como testigos del evangelio y de las obligaciones que
de ello se derivan. Este testimonio es trasmisión de la fe en palabras
y obras. El testimonio es un acto de justicia que establece o da a
conocer la verdad (cf Mt 18,16):
Todos
los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a
manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al
hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo y la fuerza del Espíritu
Santo que les ha fortalecido con la Confirmación (AG 11).
2473
El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un
testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de
Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da
testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la
muerte mediante un acto de fortaleza. "Dejadme ser pasto de las
fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios" (S. Ignacio de
Antioquía, Rom 4,1).
2474
Con el más exquisito cuidado, la Iglesia ha recogido los recuerdos de
quienes llegaron al final para dar testimonio de su fe. Son las actas de
los Mártires, que constituyen los archivos de la Verdad escritos con
letras de sangre:
No
me servirá nada de los atractivos del mundo ni de los reinos de este
siglo. Es mejor para mí mori r (para unirme) a Cristo Jesús que reinar
hasta las extremidades de la tierra. Es a él a quien busco, a quien
murió por nosotros. A él quiero, al que resucitó por nosotros. Mi
nacimiento se acerca...(S. Ignacio de Antioquía, Rom. 6,1-2).
Te
bendigo por haberme juzgado digno de este día y esta hora, digno de ser
contado en el número de tus mártires...Has cumplido tu promesa, Dios
de la fidelidad y de la verdad. Por esta gracia y por todo te alabo, te
bendigo, te glorifico por el eterno y celestial Sumo Sacerdote,
Jesucristo, tu Hijo amado. Por él, que está contigo y con el Espíritu,
te sea dada gloria ahora y en los siglos venideros. Amén. (S.
Policarpo, mart. 14,2-3).
III LAS OFENSAS A LA
VERDAD
2475
Los discípulos de Cristo se han "revestido del Hombre Nuevo,
creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad" (Ef
4,28). "Desechando la mentira" (Ef 5,25), deben "rechazar
toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda clase de
maledicencias" (1 P 2,1).
2476
Falso testimonio y perjurio. Una afirmación contraria a la verdad posee
una gravedad particular cuando se hace públicamente. Ante un tribunal
viene a ser un falso testimonio (cf. Pr 19,9). Cuando es pronunciada
bajo juramento se trata de perjurio. Estas maneras de obrar contribuyen
a condenar a un inocente, a disculpar a un culpable o a aumentar la
sanción en que ha incurrido el acusado (cf Pr 18,5); comprometen
gravemente el ejercicio de la justicia y la equidad de la sentencia
pronunciada por los jueces.
2477
El respeto de la reputación de las personas prohíbe toda actitud y
toda palabra susceptibles de causarles un daño injusto (cf CIC, can.
220). Se hace culpable
–
de juicio temerario el que, incluso tácitamente, admite como verdadero,
sin fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo.
–
de maledicencia el que, sin razón objetivamente válida, manifiesta los
defectos y las faltas de otros a personas que los ignoran (cf Si 21,28).
–
de calumnia el que, mediante palabras contrarias a la verdad, daña la
reputación de otros y da ocasión a juicios falsos respecto a ellos.
2478
Para evitar el juicio temerario, cada uno deberá interpretar en cuanto
sea posible en un sentido favorable los pensamientos, palabras y
acciones de su prójimo:
Todo
buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo,
que a condenarla; y si no la puede salvar, inquirirá cómo la entiende,
y si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos
los meDios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve (S.
Ignacio de Loyola, ex. spir. 22).
2479
Maledicencia y calumnia destruyen la reputación y el honor del prójimo.
Ahora bien, el honor es el testimonio social dado a la dignidad humana y
cada uno posee un derecho natural al honor de su nombre, a su reputación
y a su respeto. Así, la maledicencia y la calumnia lesionan las
virtudes de la justicia y la caridad.
2480
Debe proscribirse toda palabra o actitud que, por halago, adulación, o
complacencia, alienta y confirma a otro en la malicia de sus actos y la
perversidad de su conducta. La adulación es una falta grave si se hace
cómplice de vicios o pecados graves. El deseo de prestar servicio o la
amistad no justifican una doblez del lenguaje. La adulación es un
pecado venial cuando sólo desea ser agradable, evitar un mal, remediar
una necesidad u obtener ventajas legítimas.
2481
La vanagloria o jactancia constituye una falta contra la verdad. Lo
mismo sucede con la ironía que busca ridiculizar a uno caricaturizando
de manera malévola un aspecto de su comportamiento.
2482
"La mentira consiste en decir falsedad con intención de engañar"
(S. Agustín, mend. 4,5). El Señor denuncia en la mentira una obra diabólica:
"vuestro padre es el diablo...porque no hay verdad en él; cuando
dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y
padre de la mentira" (Jn 8,44).
2483
La mentira es la ofensa más directa contra la verdad. Mentir es hablar
u obrar contra la verdad para inducir a error. Lesionando la relación
del hombre con la verdad y el prójimo, la mentira ofende la relación
fundamental del hombre y de su palabra con el Señor.
2484
La gravedad de la mentira se mide según la naturaleza de la verdad que
deforma, según las circunstancias, las intenciones del que la comete,
los perjuicios padecidos por sus víctimas. Si la mentira en sí sólo
constituye un pecado venial, llega a ser mortal cuando daña gravemente
las virtudes de la justicia y la caridad.
2485
La mentira es condenable en su naturaleza. Es una profanación de la
palabra cuyo objeto es comunicar a otros la verdad conocida. La intención
deliberada de inducir al prójimo a error mediante palabras contrarias a
la verdad constituye una falta contra la justicia y la caridad. La
culpabilidad es mayor cuando la intención de engañar corre el riesgo
de tener consecuencias funestas para los que son desviados de la verdad.
2486
La mentira, por ser una violación de la virtud de la veracidad, es una
verdadera violencia hecha a otro. Atenta contra él en su capacidad de
conocer, que es la condición de todo juicio y de toda decisión.
Contiene en germen la división de los espíritus y todos los males que
ésta suscita. La mentira es funesta para toda sociedad: socava la
confianza entre los hombres y rompe el tejido de las relaciones
sociales.
2487
Toda falta cometida contra la justicia y la verdad entraña el deber de
reparación aunque su autor haya sido perdonado. Cuando es imposible
reparar un daño públicamente, es preciso hacerlo en secreto; si el que
ha sufrido un perjuicio no pude ser indemnizado directamente, es preciso
darle satisfacción moralmente, en nombre de la caridad. Este deber de
reparación concierne también a las faltas cometidas contra la reputación
del prójimo. Esta reparación, moral y a veces material, debe
apreciarse según la medida del daño causado. Obliga en conciencia.
IV EL RESPETO DE LA
VERDAD
2488
El derecho a la comunicación de la verdad no es incondicional. Todos
deben conformar su vida al precepto evangélico del amor fraterno. Este
exige, en las situaciones concretas, estimar si conviene o no revelar la
verdad al que la pide.
2489
La caridad y el respeto de la verdad deben dictar la respuesta a toda
petición de información o de comunicación. El bien y la seguridad del
prójimo, el respeto de la vida privada, el bien común, son razones
suficientes para callar lo que no debe ser conocido, o para usar un
lenguaje discreto. El deber de evitar el escándalo obliga con
frecuencia a una estricta discreción. Nadie esta obligado a revelar una
verdad a quien no tiene derecho a conocerla (cf Si 27,16; Pr 25,9-10).
2490
El secreto del sacramento de la reconciliación es sagrado y no puede
ser revelado bajo ningún pretexto. "El sigilo sacramental es
inviolable; por lo cual está terminantemente prohibido al confesor
descubrir al penitente, de palabra o de cualquier otro modo, y por ningún
motivo" (CIC, can. 983,1).
2491
Los secretos profesionales -que obligan, por ejemplo, a políticos,
militares, médicos, juristas- o las confidencias hechas bajo secreto
deben ser guardados, exceptuados los casos excepcionales en que el no
revelarlos podría causar al que los ha confiado, al que los ha recibido
o a un tercero daños muy graves y evitables únicamente mediante la
divulgación de la verdad. Las informaciones privadas perjudiciales al
prójimo, aunque no hayan sido confiadas bajo secreto, no deben ser
divulgadas sin una razón grave y proporcionada.
2492
Se debe guardar la justa reserva respecto a la vida privada de la gente.
Los responsables de la comunicación deben mantener una justa proporción
entre las exigencias del bien común y el respeto de los derechos
particulares. La ingerencia de la información en la vida privada de
personas que realizan una actividad política o pública, es condenable
en la medida en que atenta contra la intimidad y libertad de éstas.
V EL USO DE LOS
MEDIOS DE COMUNICACION SOCIAL
2493
Dentro de la sociedad moderna, los meDios de comunicación social
desempeñan un papel importante en la información, la promoción
cultural y la formación. Su acción aumenta en importancia por razón
de los progresos técnicos, de la amplitud y la diversidad de las
noticias transmitidas, y la influencia ejercida sobre la opinión pública.
2494
La información de estos meDios es un servicio del bien común (cf IM
11). La sociedad tiene derecho a una información fundada en la verdad,
la libertad, la justicia y la solidaridad:
El
recto ejercicio de este derecho exige que, en cuanto a su contenido, la
comunicación sea siempre verdadera e íntegra, salvadas la justicia y
la caridad; además, en cuanto al modo, ha de ser honesta y conveniente,
es decir, debe respetar escrupulosamente las leyes morales, los derechos
legítimos y la dignidad del hombre, tanto en la búsqueda de la noticia
como en su divulgación (IM 5,2).
2495
"Es necesario que todos los miembros de la sociedad cumplan sus
deberes de caridad y justicia también en este campo, y, así, con ayuda
de estos meDios, se esfuercen por formar y difundir una recta opinión pública"
(IM 8). La solidaridad aparece como una consecuencia de una información
verdadera y justa, y de la libre circulación de las ideas, que
favorecen el conocimiento y el respeto del prójimo.
2496
Los meDios de comunicación social (en particular, los mass-media)
pueden engendrar cierta pasividad en los usuarios, haciendo de estos
consumidores poco vigilantes de mensajes o de espectáculos. Los
usuarios deben imponerse moderación y disciplina respecto a los
mass-media. Han de formarse una conciencia clara y recta para resistir más
fácilmente las influencias menos honestas.
2497
Por razón de su profesión en la prensa, sus responsables tienen la
obligación, en la difusión de la información, de servir a la verdad y
de no ofender a la caridad. Han de forzarse por respetar con una
delicadeza igual, la naturaleza de los hechos y los límites y el juicio
crítico respecto a las personas. Deben evitar ceder a la difamación.
2498
"La autoridad civil tiene en esta materia deberes peculiares en razón
del bien común, al que se ordenan estos meDios. Corresponde, pues, a
dicha autoridad... defender y asegurar la verdadera y justa
libertad" (IM 12). Promulgando leyes y velando por su aplicación,
los poderes públicos se asegurarán de que el mal uso de los meDios no
lleguen a causar "graves peligros para las costumbres públicas y
el progreso de la sociedad" (IM 12). Deberán sancionar la violación
de los derechos de cada uno a la reputación y al secreto de la vida
privada. Tienen obligación de dar a tiempo y honestamente las
informaciones que se refieren al bien general y responden a las
inquietudes fundadas de la población. Nada puede justificar el recurso
a falsas informaciones para manipular la opinión pública mediante los
mass-media. Estas intervenciones no deberán atentar contra la libertad
de los individuos y de los grupos.
2499
La moral denuncia la plaga de los estados totalitarios que falsifican
sistemáticamente la verdad, ejercen mediante los mass-media un dominio
político de la opinión, manipulan a los acusados y a los testigos en
los procesos públicos y tratan de asegurar su tiranía yugulando y
reprimiendo todo lo que consideran "delitos de opinión".
VI VERDAD, BELLEZA Y
ARTE SACRO
2500
La práctica del bien va acompañada de un placer espiritual gratuito y
de la belleza moral. De igual modo, la verdad entraña el gozo y el
esplendor de la belleza espiritual. La verdad es bella por sí misma. La
verdad de la palabra, expresión racional del conocimiento de la
realidad creada e increada, es necesaria al hombre dotado de
inteligencia, pero la verdad puede también encontrar también otras
formas de expresión humana, complementarias, sobre todo cuando se trata
de evocar lo que entraña de indecible, las profundidades del corazón
humano, las elevaciones del alma, el Misterio de Dios. Antes de
revelarse al hombre en palabras de verdad, Dios se revela a él,
mediante el lenguaje universal de la Creación, obra de su Palabra, de
su Sabiduría: el orden y la armonía del cosmos, que percibe tanto el
niño como el hombre de ciencia, "pues de la grandeza y hermosura
de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor"
(Sb 13,5), "pues fue el Autor mismo de la belleza quien las creó"
(Sb 13,3).
La
sabiduría es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la
gloria del Omnipotente, por lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es
un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de
Dios, una imagen de su bondad (Sb 7,25-26). La sabiduría es más bella
que el sol, supera a todas las constelaciones; comparada con la luz,
sale vencedora, porque a la luz sucede la noche, pero contra la sabiduría
no prevalece la maldad (Sb 7,29-30). Yo me constituí en el amante de su
belleza (Sb 8,2).
2501
El hombre, "creado a imagen de Dios" (Gn 1,26), expresa también
la verdad de su relación con Dios Creador mediante la belleza de sus
obras artísticas. El arte, en efecto, es una forma de expresión
propiamente humana; por encima de la satisfacción de las necesidades
vitales, común a todas las criaturas vivas, el arte es una
sobreabundancia gratuita de la riqueza interior del ser humano. Este
brota de un talento concedido por el Creador y del esfuerzo del hombre,
y es un género de sabiduría práctica, que une conocimiento y
habilidad para dar forma a la verdad de una realidad en el lenguaje
accesible a la vista y al oído. El arte entraña así cierta semejanza
con la actividad de Dios en lo creado, en la medida en que se inspira en
la verdad y el amor de los seres. Como cualquier otra actividad humana,
el arte no tiene en sí mismo su fin absoluto, sino que está ordenado y
ennoblecido por el fin último del hombre (cf. Pío XII, discurso 25
Diciembre 1955 y discurso 3 Septiembre 1950).
2502
El arte sacro es verdadero y bello cuando corresponde por su forma a su
vocación propia: evocar y glorificar, en la fe y la adoración, el
Misterio trascendente de Dios, Belleza Sobreeminente Invisible de Verdad
y de Amor, manifestado en Cristo, "Resplandor de su gloria e
Impronta de su esencia" (Hb 1,3), en quien "reside toda la
Plenitud de la Divinidad corporalmente" (Col 2,9), belleza
espiritual reflejada en la Santísima Virgen Madre de Dios, los Angeles
y los Santos. El arte sacro verdadero lleva al hombre a la adoración, a
la oración y al amor de Dios Creador y Salvador, Santo y Santificador.
2503
Por eso los obispos deben personalmente o por delegación vigilar y
promover el arte sacro antiguo y nuevo en todas sus formas, y apartar
con la misma atención religiosa de la liturgia y de los edificios de
culto todo lo que no está de acuerdo con la verdad de la fe y la auténtica
belleza del arte sacro (cf SC 122-127).
RESUMEN
2504
"No darás falso testimonio contra tu prójimo" (Ex 20,16).
Los discípulos de Cristo se han "revestido del Hombre Nuevo,
creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad" (Ef
4,24).
2505
La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse verdadero
en sus juicios y en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación
y la hipocresía.
2506
El cristiano no debe "avergonzarse de dar testimonio del Señor"
(2 Tm 1,8) en obras y palabras. El martirio es el supremo testimonio de
la verdad de la fe.
2507
El respeto de la reputación y el honor de las personas prohíbe toda
actitud y toda palabra de maledicencia o de calumnia.
2508
La mentira consiste en decir lo falso con intención de engañar al prójimo.
2509
Una falta cometida contra la verdad exige reparación.
2510
La regla de oro ayuda a discernir en las situaciones concretas si
conviene o no revelar la verdad al que la pide.
2511
"El sigilo sacramental es inviolable" (CIC, can. 983,1). Los
secretos profesionales deben ser guardados. Las confidencias
perjudiciales a otros no deben ser divulgadas.
2512
La sociedad tiene derecho a una información fundada en la verdad, la
libertad, la justicia. Es preciso imponerse moderación y disciplina en
el uso de los meDios de comunicación social.
2513
Las bellas artes, sobre todo el arte sacro, "están relacionados,
por su naturaleza, con la infinita belleza divina, que se intenta
expresar, de algún modo, en las obras humanas. Y tanto más se dedican
a Dios y contribuyen a su alabanza y a su gloria cuanto más lejos están
de todo propósito que no sea colaborar lo más posible con sus obras a
dirigir las almas de los hombres piadosamente hacia Dios" (SC 122).
Artículo 9 EL NOVENO
MANDAMIENTO
No codiciarás la
casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su
siervo, ni su sierva, ni su buey ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo
(Ex 20,17).
El que mira a una
mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt
5,28)
2514
San Juan distingue tres especies de codicia o concupiscencia: la
concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia
de la vida (cf 1 Jn 2,16). Siguiendo la tradición catequética católica,
el noveno mandamiento proscribe la concupiscencia de la carne; el décimo
prohibe la codicia del bien ajeno.
2515
En sentido etimológico, la "concupiscencia" puede designar
toda forma vehemente de deseo humano. La teología cristiana le ha dado
el sentido particular del movimiento del apetito sensible que contraría
la obra de la razón humana. El apóstol S. Pablo la identifica a la
lucha que la "carne" sostiene contra el "espíritu"
(cf Gal 5,16.17.24; Ef 2,3). Procede de la desobediencia del primer
pecado (Gn 3,11). Trastorna las facultades morales del hombre y, sin ser
una falta en sí misma, le inclina a cometer pecados (cf Cc Trento: DS
1515).
2516
En el hombre, por que es un ser compuesto de espíritu y cuerpo, existe
cierta tensión, tiene lugar una lucha de tendencias entre el "espíritu"
y la "carne". Pero, en realidad, esta lucha pertenece a la
herencia del pecado. Es una consecuencia de él, y al mismo tiempo una
confirmación. Forma parte de la experiencia cotidiana del combate
espiritual:
Para
el Apóstol no se trata de discriminar o condenar el cuerpo, que con el
alma espiritual constituye la naturaleza del hombre y su subjetividad
personal, sino que trata de las obras -mejor dicho, de las disposiciones
estables-, virtudes y vicios, moralmente buenas o malas, que son fruto
de sumisión (en el primer caso) o bien de resistencia (en el segundo
caso) a la acción salvífica del Espíritu Santo. Por ello el apóstol
escribe: "si vivimos según el Espíritu, obremos también según
el Espíritu" (Gál 5,25) (Juan Pablo II, DeV 55).
I LA PURIFICACION DEL
CORAZON
2517
El corazón es la sede de la personalidad moral: "de dentro del
corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios,
fornicaciones" (Mt 15,19). La lucha contra la codicia de la carne
pasa por la purificación del corazón:
Mantente
en la simplicidad, la inocencia y serás como los niños pequeños que
ignoran el mal destructor de la vida de los hombres (Hermas, mand. 2,1).
2518
La sexta bienaventuranza proclama: "Bienaventurados los limpios de
corazón porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). Los "corazones
limpios" designan a los que han ajustado su inteligencia y su
voluntad a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en tres
dominios: la caridad (cf 1 Tm 4,3-9; 2 Tm 2,22), la castidad o rectitud
sexual (cf 1 Ts 4,7; Col 3,5; Ef 4,19), el amor de la verdad y la
ortodoxia de la fe (cf Tt 1,15; 1 Tm 3-4; 2 Tm 2, 23-26). Existe un vínculo
entre la pureza del corazón, del cuerpo y de la fe:
Los
fieles deben creer los artículos del Símbolo "para que, creyendo,
obedezcan a Dios; obedeciéndole, vivan bien; viviendo bien, purifiquen
su corazón; y purificando su corazón, comprendan lo que creen"
(S. Agustín, fid. et symb. 10,25).
2519
A los "limpios de corazón" se les promete que verán a Dios
cara a cara y que serán semejantes a él (cf 1 Co 13,12; 1 Jn 3,2). La
pureza de corazón es el preámbulo de la visión. Ya desde ahora esta
pureza nos concede ver según Dios, recibir a otro como un "prójimo";
nos permite considerar el cuerpo humano, el nuestro y el del prójimo,
como un templo del Espíritu Santo, una manifestación de la belleza
divina.
II EL COMBATE POR LA
PUREZA
2520
El Bautismo confiere al que lo recibe la gracia de la purificación de
todos los pecados. Pero el bautizado debe seguir luchando contra la
concupiscencia de la carne y los apetitos desordenados. Con la gracia de
Dios lo consigue
–
mediante la virtud y el don de la castidad, pues la castidad permite
amar con un corazón recto e indiviso,
–
mediante la pureza de intención, que consiste en buscar el fin
verdadero del hombre: con un ojo simple el bautizado se afana por
encontrar y realizar en todo la voluntad de Dios (cf Rm 12,2; Col 1,10);
–
mediante la pureza de la mirada exterior e interior; mediante la
disciplina de los sentidos y la imaginación; mediante el rechazo de
toda complacencia en los pensamientos impuros que inclinan a apartarse
del camino de los mandamientos divinos: "la vista despierta la pasión
de los insensatos" (Sb 15,5);
–
mediante la oración:
Creía
que la continencia dependía de las propias fuerzas, las cuales no sentía
en mí; siendo tan necio que no entendía lo que estaba escrito (Sb
8,21): que nadie puede ser continente, si tú no se lo das. Y cierto que
tú me lo dieras, si con interior gemido llamase a tus oídos, y con fe
sólida arrojase en ti mi cuidado (S. Agustín, conf. 6,11,20).
2521
La pureza exige el pudor. Este es una parte integrante de la templanza.
El pudor preserva la intimidad de la persona. Designa la negativa a
mostrar lo que debe permanecer oculto. Está ordenado a la castidad,
cuya delicadeza proclama. Ordena las miradas y los gestos según la
dignidad de las personas y de su unión.
2522
El pudor protege el misterio de las personas y de su amor. Invita a la
paciencia y a la moderación en la relación amorosa; exige que se
cumplan las condiciones del don y del compromiso definitivo del hombre y
de la mujer entre sí. El pudor es modestia, inspira la elección del
vestido. Mantiene el silencio o la reserva donde se adivina el riesgo de
una curiosidad malsana; se convierte en discreción.
2523
Existe un pudor de los sentimientos como también un pudor del cuerpo.
Este pudor rechaza, por ejemplo, los exhibicionismos del cuerpo humano
propios de cierta publicidad o las incitaciones de algunos meDios de
comunicación a hacer pública toda confidencia íntima. El pudor
inspira una manera de vivir que permite resistir a las solicitaciones de
la moda y a la presión de las ideologías dominantes.
2524
Las formas que adquiere el pudor varían de una cultura a otra. Sin
embargo, en todas partes constituye la intuición de una dignidad
espiritual propia al hombre. Nace con el despertar de la conciencia del
sujeto. Educar en el pudor a niños y adolescentes es despertar en ellos
el respeto de la persona humana.
2525
La pureza cristiana exige una purificación del clima social. Obliga a
los meDios de comunicación social a una información cuidadosa del
respeto y de la discreción. La pureza de corazón libera del erotismo
difuso y aparta de los espectáculos que favorecen el exhibicionismo y
la ilusión.
2526
Lo que se llama permisividad de las costumbres se basa en una concepción
errónea de la libertad humana; para edificarse, ésta necesita dejarse
educar previamente por la ley moral. Conviene pedir a los responsables
de la educación que impartan a la juventud una enseñanza respetuosa de
la verdad, de las cualidades del corazón y de la dignidad moral y
espiritual del hombre.
2527
"La buena nueva de Cristo renueva continuamente la vida y la
cultura del hombre caído; combate y elimina los errores y males que
brotan de la seducción, siempre amenazadora, del pecado. Purifica y
eleva sin cesar las costumbres de los pueblos. Con las riquezas de lo
alto fecunda, consolida, completa y restaura en Cristo, como desde
dentro, las bellezas y cualidades espirituales de cada pueblo o
edad" (GS 58,4).
RESUMEN
2528
"Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio
con ella en su corazón" (Mt 5,28).
2529
El noveno mandamiento pone en guardia contra la codicia o concupiscencia
de la carne.
2530
La lucha contra la concupiscencia de la carne pasa por la purificación
del corazón y la práctica de la templanza.
2531
La pureza del corazón nos alcanzará el ver a Dios: nos da desde ahora
la posibilidad de ver todo según Dios.
2532
La purificación del corazón exige la oración, la práctica de la
castidad, la pureza de intención y de mirada.
2533
La pureza del corazón requiere el pudor, que es paciencia, modestia y
discreción. El pudor preserva la intimidad de la persona.
Artículo 10 EL
DECIMO MANDAMIENTO
No codiciarás...nada
que sea de tu prójimo (Ex 20,17)
No desearás...su
casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno: nada que sea
de tu prójimo (Dt 5,21).
Donde esté tu
tesoro, allí estará también tu corazón (Mt 6,21).
2534
El décimo mandamiento desdobla y completa el noveno, que versa sobre la
concupiscencia de la carne. Prohíbe la codicia del bien ajeno, raíz
del robo, de la rapiña y del fraude, proscritos por el séptimo
mandamiento. La "concupiscencia de los ojos" (cf 1 Jn 2,16)
lleva a la violencia y la injusticia prohibidas por el quinto precepto
(cf Mi 2,2). La codicia tiene su origen, como la fornicación, en la
idolatría condenada en las tres primeras prescripciones de la ley (cf
Sb 14,12). El décimo mandamiento atañe a la intención del corazón;
resume, con el noveno, todos los preceptos de la Ley.
I EL DESORDEN DE LA
CODICIA
2535
El apetito sensible nos impulsa a desear las cosas agradables que no
tenemos. Así, desear comer cuando se tiene hambre, o calentarse cuando
se tiene frío. Estos deseos son buenos en sí mismos; pero con
frecuencia no guardan la medida de la razón y nos empujan a codiciar
injustamente lo que no es nuestro y pertenece, o es debido a otro.
2536
El décimo mandamiento proscribe la avaricia y el deseo de una apropiación
inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido
de lo pasión inmoderada de las riquezas y de su poder. Prohíbe también
el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo
en sus bienes temporales:
Cuando
la Ley nos dice: "No codiciarás", nos dice, en otros términos,
que apartemos nuestros deseos de todo lo que no nos pertenece. Porque la
sed del bien del prójimo es inmensa, infinita y jamás saciada, como
está escrito: "El ojo del avaro no se satisface con su
suerte" (Si 14,9) (Catec. R. 3,37)
2537
No se quebranta este mandamiento deseando obtener cosas que pertenecen
al prójimo siempre que sea por justos meDios. La catequesis tradicional
señala con realismo "quiénes son los que más deben luchar contra
sus codicias pecaminosas" y a los que, por tanto, es preciso
"exhortar más a observar este precepto":
Los
comerciantes, que desean la escasez o la carestía de las mercancías,
que ven con tristeza que no son los únicos en comprar y vender, pues de
lo contrario podrían vender más caro y comprar a precio más bajo; los
que desean que sus semejantes estén en la miseria para lucrarse vendiéndoles
o comprándoles...Los médicos, que desean tener enfermos; los abogados
que anhelan causas y procesos importantes y numerosos... (Cat. R. 3,37).
2538
El décimo mandamiento exige que se destierre del corazón humano la
envidia. Cuando el profeta Natán quiso estimular el arrepentimiento del
rey David, le contó la historia del pobre que sólo poseía una oveja,
a la que trataba como una hija, y del rico, a pesar de sus numerosos
rebaños, envidiaba al primero y acabó por robarle la cordera (cf 2 S
12,1-4). La envidia puede conducir a las peores fechorías (cf Gn 4,3-7;
1 R 21,1-29). La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo (cf
Sb 2,24).
Luchamos
entre nosotros, y es la envidia la que nos arma unos contra otros...Si
todos se afanan así por perturbar el Cuerpo de Cristo, ¿a dónde
llegaremos? Estamos debilitando el Cuerpo de Cristo...Nos declaramos
miembros de un mismo organismo y nos devoramos como lo harían las
fieras (S. Juan Crisóstomo, hom. in 2 Co, 28,3-4).
2539
La envidia es un pecado capital. Designa la tristeza experimentada ante
el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea
indebidamente. Cuando desea al prójimo un mal grave es un pecado
mortal:
San
Agustín veía en la envidia el "pecado diabólico por
excelencia" (ctech. 4,8). "De la envidia nacen el odio, la
maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y
la tristeza causada por su prosperidad" (s. Gregorio Magno, mor.
31,45).
2540
La envidia representa una de las formas de la tristeza y, por tanto, un
rechazo de la caridad; el bautizado debe luchar contra ella mediante la
benevolencia. La envidia procede con frecuencia del orgullo; el
bautizado ha de esforzarse por vivir en la humildad:
¿Querríais
ver a Dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del progreso de
vuestro hermano y con ello Dios será glorificado por vosotros. Dios será
alabado -se dirá- porque su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo
su alegría en los méritos de otros (S. Juan Crisóstomo, hom. in Rom.
7,3).
II LOS DESEOS DEL
ESPIRITU
2541
La economía de la Ley y de la Gracia aparta el corazón de los hombres
de la codicia y de la envidia: lo inicia en el deseo del Soberano Bien;
lo instruye en los deseos del Espíritu Santo, que sacia el corazón del
hombre.
El
Dios de las promesas puso desde el comienzo al hombre en guardia contra
la seducción desde lo que ya entonces, aparece como "bueno para
comer, apetecib le a la vista y excelente para lograr sabiduría"
(Gn 3,6).
2542
La Ley confiada a Israel nunca bastó para justificar a los que le
estaban sometidos; incluso vino a ser instrumento de la
"concupiscencia" (cf Rm 7,7). La inadecuación entre el querer
y el hacer (cf Rm 7,10) manifiesta el conflicto entre la "ley de
Dios" que es la "ley de la razón" y otra ley que
"me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros"
(Rm 7,23).
2543
"Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se
ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios
por la fe en Jesucristo, para todos los que creen" (Rm 3,21-22).
Por eso, los fieles de Cristo "han crucificado la carne con sus
pasiones y sus apetencias" (Gál 5,24); "son guiados por el
Espíritu" (Rm 8,14) y siguen los deseos del Espíritu (cf Rm
8,27).
III LA POBREZA DE
CORAZON
2544
Jesús exhorta a sus discípulos a preferirle a todo y a todos y les
propone "renunciar a todos sus bienes" (Lc 14,33) por él y
por el Evangelio (cf Mc 8,35). Poco antes de su pasión les mostró como
ejemplo la pobre viuda de Jerusalén que, de su indigencia, dio todo lo
que tenía para vivir (cf Lc 21,4). El precepto del desprendimiento de
las riquezas es obligatorio para entrar en el Reino de los cielos.
2545
"Todos los cristianos...han de intentar orientar rectamente sus
deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las
riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica,
buscar el amor perfecto" (LG 42).
2546
"Bienaventurados los pobres en el espíritu" (Mt 5,3). Las
bienaventuranzas revelan un orden de felicidad y de gracia, de belleza y
de paz. Jesús celebra la alegría de los pobres de quienes es ya el
Reino (Lc 6,20):
El
Verbo llama "pobreza en el Espíritu" a la humildad voluntaria
de un espíritu humano y su renuncia; el Apóstol nos da como ejemplo la
pobreza de Dios cuando dice: "Se hizo pobre por nosotros" (2
Co 8,9) (S. Gregorio de Nisa, beat, 1).
2547
El Señor se lamenta de los ricos porque encuentran su consuelo en la
abundancia de bienes (Lc 6,24). "El orgulloso busca el poder
terreno, mientras el pobre en espíritu busca el Reino de los
Cielos" (S. Agustín, serm. Dom. 1,1). El abandono en la
Providencia del Padre del Cielo libera de la inquietud por el mañana
(cf Mt 6,25-34). La confianza en Dios dispone a la bienaventuranza de
los pobres: ellos verán a Dios.
IV "QUIERO VER A
DIOS"
2548
El deseo de la felicidad verdadera aparta al hombre del apego
desordenado a los bienes de este mundo, y se realizará en la visión y
la bienaventuranza de Dios. "La promesa de ver a Dios supera toda
felicidad. En la Escritura, ver es poseer. El que ve a Dios obtiene
todos los bienes que se pueden concebir" (S. Gregorio de Nisa,
beat. 6).
2549
Corresponde, por tanto, al pueblo santo luchar, con la gracia de lo
alto, para obtener los bienes que Dios promete. Para poseer y contemplar
a Dios, los fieles cristianos mortifican sus concupiscencias y, con la
ayuda de Dios, vencen las seducciones del placer y del poder.
2550
En el camino de la perfección, el Espíritu y la Esposa llaman a
quienes les escuchan (cf Ap 22,17), a la comunión perfecta con Dios:
Allí
se dará la gloria verdadera; nadie será alabado allí por error o por
adulación; los verdaderos honores no serán ni negados a quienes los
merecen ni concedidos a los indignos; por otra parte, allí nadie
indigno pretenderá honores, pues allí sólo serán admitidos los
dignos. Allí reinará la verdadera paz, donde nadie experimentará
oposición ni de sí mismo ni de otros. La recompensa de la virtud será
Dios mismo, que ha dado la virtud y se prometió a ella como la
recompensa mejor y más grande que puede existir: "Yo seré su
Dios, y ellos serán mi pueblo" (Lv 26,12)...Este es también el
sentido de las palabras del apóstol: "para que Dios sea todo en
todos" (1 Co 15,28). El será el fin de nuestros deseos, a quien
contemplaremos sin fin, amaremos sin saciedad, alabaremos sin cansancio.
Y este don, este amor, esta ocupación serán ciertamente, como la vida
eterna, comunes a todos (S. Agustín, civ. 22,30).
RESUMEN
2551
"Donde está tu tesoro allí estará tu corazón" (Mt 6,21).
2552
El décimo mandamiento prohíbe el deseo desordenado, nacido de la pasión
inmoderada de las riquezas y del poder.
2553
La envidia es la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el
deseo desordenado de apropiárselo. Es un pecado capital.
2554
El bautizado combate la envidia mediante la caridad, la humildad y el
abandono en la providencia de Dios.
2555
Los fieles cristianos "han crucificado la carne con sus pasiones y
sus concupiscencias" (Gal 5,24); son guiados por el Espíritu y
siguen sus deseos.
2556
El desprendimiento de las riquezas es necesario para entrar en el Reino
de los cielos. "Bienaventurados los pobres de corazón".
2557
El hombre que anhela dice: "Quiero ver a Dios". La sed de Dios
es saciada por el agua de la vida (cf Jn 4,14).
|